@MendozayDiaz

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lunes, 5 de agosto de 2013

Huertos urbanos.

A la entrada en Pamplona el tren se paró unos minutos y pude observar que también en esta ciudad existen estos huertos de ocio cuya labor supone un entretenimiento para las personas mayores, que suelen ser quienes los cultivan.

La opinión que tengo de esta actividad es buena. Además me recuerda -gratamente- a Juan de quien, por cierto, en estos días, se cumplen años de su fallecimiento.

En León existen desde hace años, en la Candamia, un paraje junto a la orilla del río Torío. Son de titularidad municipal y suponen una excelente iniciativa en favor de los jubilados que realizan una actividad física muy sana, de la que además obtienen productos para su propio consumo familiar.

Me da la impresión que lo pasan bien, porque suelo pasar por allí en mis paseos en bicicleta y veo a abuelos, con los que supongo que serán sus nietos, explicándoles cosas de su huerto. A muchos de ellos les recordará su infancia y las tareas agrícolas que realizaban con sus familiares y paisanos.


Pienso que estas actividades son muy completas porque suponen una vía de escape al ritmo de vida de la ciudad, reducen el estrés, aumentan la autoestima de los mayores, fomentan las relaciones sociales y, en muchos casos, suponen una alternativa de alimentación más saludable y económica.

Juan fue un pionero de todas estas cosas. Le conocí hace más de veinte años. Entonces me llamó la atención que cuando se jubiló, alquiló unos marjales en la vega de Granada, a las afueras de su pueblo. 

Iba todos los días a labrar -así decía él-, esa era la palabra que utilizaba. 

Aprendí mucho de sus explicaciones. En la medida en que aumentaba nuestra confianza y detectaba mi interés, me invitaba con más frecuencia a acompañarle.

Recuerdo cómo me decía que cuidar de la tierra era como cuidar de un hijo que necesitaba de cuidados oportunos, es decir, cuando corresponde… Una vez más, con ganas o sin ellas.

sábado, 3 de agosto de 2013

Hora punta...

El intenso calor de estos días ha hecho que se bata el récord de consumo del año en agua y electricidad. 

Leyendo una noticia sobre este asunto me ha sorprendido conocer que el pico de consumo, concretamente en agua, se está produciendo sobre las cuatro de la madrugada… 

Como que no tenía esa percepción.

No sé, quizá, si me hubieran preguntado, hubiera dicho que durante la mañana, por ser la hora de plena actividad de familias y empresas, o al caer la tarde cuando mucha gente se ducha para refrescarse… Pero nunca hubiera pensado que a las cuatro de la madrugada. 

Dicen que a esta hora, en verano, se registra el pico de consumo, sobre todo, por los sistemas de riego en jardines y la limpieza de las calles.

Hablando de horas punta, me acordé que cuando comenzó a extenderse el uso de las redes sociales entre los jóvenes, asistí a una conferencia donde nos preguntaban a los padres con hijos adolescentes sobre cuál era la hora en la que nosotros pensábamos que internet estaba en su máximo pico de consumo… Unos dijeron que las 13’00 horas en plena actividad empresarial, o quizá sobre las 22’00 horas cuando muchas personas, al final del día, revisan sus mensajes… 

No, nos decía el conferenciante: la red está colapsada, de lunes a viernes, sobre las dos de la madrugada…Plop.


No me lo podía creer. Jamás lo hubiera imaginado. Pero si a esa hora se supone que la mayoría de la gente, y más en invierno, estamos durmiendo…Pues parece que no. Y quizá por ello, el conferenciante, previendo nuestra incredulidad, nos proyectó información detallada de consumos, facilitada por las compañías de telecomunicaciones. 

Las dos de la madrugada…

Durante mucho tiempo después he estado pensando sobre este asunto. 

Ahora me explico muchas cosas. 

Porqué a algunos adolescentes les cuesta tanto madrugar, porqué comentan los profesores que es cada vez más común que muchos de ellos se queden dormidos en clase, porqué duermen siesta… Claro, cómo no, si están hasta las tantas y una conectados a internet bien sea en las redes sociales o viendo lo que vean, cómo van a estar suficientemente descansados para enfrentar un nuevo día.

Definitivamente somos padres, formados en el siglo pasado, quienes tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos que son…de otro siglo.

A uno le decían a las diez en casa y, una vez dentro, los riesgos quedaban reducidos a la mínima expresión. Pero ahora, es como si –mágicamente- se hubiera modificado  la estructura de nuestro edificio y se hubiera abierto una ventana al mundo, con todo lo bueno y lo malo que tiene ese acceso.

El problema no es la ventana sino que muchos padres todavía no tienen plena consciencia de su existencia. “Fulanita tiene muy buenos hábitos, nada más cenar se va a su habitación a descansar… Yo le insisto, pero fulanita, hija, relájate, quédate con nosotros a ver la televisión, pero nada, ella siempre se va a su cuarto…”. Un primor de disciplina… Y a lo mejor lo es, pero quizá, cada noche, se va puntualmente a su cuarto porque, desde allí, se comunica con el mundo, sin más límites que los que ella se imponga, a través de esa ventana virtual que han abierto en nuestras casas…

En fin que hay que estar al día, bien informado, con los ojos y los oídos bien abiertos, con datos y no con percepciones (es que yo creía, es que yo pensaba…), que no importa lo que tu creas sino lo que es. 

Y hay datos de sobra y numerosas fuentes disponibles para obtenerlos.

En fin, y volviendo a lo de internet, que me estoy alargando más que de costumbre.

Después de meses dándole vueltas a lo del pico de consumo a las dos de la madrugada y su impacto en el descanso de mis hijos, y qué hacer para ayudarles a descansar y que así puedan aprovechar mejor sus días,  llegué a la conclusión que la mejor manera de facilitar todo esto es durmiendo con el modem…que sí, tal cual; que desde ese día, cuando me voy a la cama, desconecto el modem y lo guardo en uno de los cajones de mi mesita noche, hasta el día siguiente.

Y así, como decía la señora Eustasia, “muerto el perro se acabó la rabia”.

miércoles, 24 de julio de 2013

Con ganas o sin ellas.

La satisfacción personal por el trabajo realizado no depende exclusiva y únicamente de la compensación económica recibida.

Conozco personas que se esfuerzan por hacer las cosas bien porque consideran que es una manera de perfeccionarse como personas.


Tienen una preocupación permanente por mejorar sus competencias personales y profesionales. 

Competencias que se adquieren y crecen mediante su continuo ejercicio. Estudio y trabajo. Interés por aprender.

Los sentimientos no son suficientes para mejorar el carácter. 

Son necesarios hechos concretos que fortalezcan nuestro deseo interior de ser mejores, y luchar por conseguirlo. 

Con ganas o sin ellas.

Perseverar es de hombres y mujeres fuertes, que conocen sus deberes y se esfuerzan por cumplirlos. 

Da gusto trabajar con este tipo de gente. 

miércoles, 3 de julio de 2013

Educar en serio.

La educación es uno de los pilares en que se sustenta el desarrollo y el crecimiento de una sociedad humana. 

Una nación que posea un buen sistema educativo siempre contará con personas mejor preparadas. 

Apostar por la innovación y el desarrollo, la ciencia aplicada a resolver los problemas prácticos, supone un impulso al desarrollo tecnológico, esencial, hoy día, para el desarrollo económico y, por tanto, para el bienestar social.

Además, la democracia no consiste sólo en poder elegir sino en saber elegir. Las personas tienen derecho a la educación porque es un derecho humano, fundamental. Una persona inculta e ignorante tendrá dificultades para participar verdaderamente en la vida social y política.

Está bien pero no hay dinero…En estos casos pasa como con la lectura, quienes dicen no tener tiempo para leer si lo tienen para otras actividades… ¿No hay dinero o se tienen otras prioridades?

Para superar la pobreza es necesario invertir en educación. Frase tan conocida como olvidada. La educación casi siempre es el pariente pobre. 

Nos traiciona nuestro cortoplacismo. La educación es una inversión de largo aliento, con frutos de maduración lenta. Es un verdadero intangible, sin rentabilidad inmediata. 


El dinero invertido en educación siempre es el mejor gastado.

La baja exigencia de algunos sistemas educativos hace que muchos jóvenes llenen sus interminables horas ociosas en juegos, películas y redes sociales…perdiendo el tiempo de forma escandalosa e irrecuperable…

La educación se ha convertido, en algunos casos, en un verdadero espectáculo donde lo básico, el desarrollo de hábitos de estudio, el trabajo duro, la lectura, la investigación, se sustituyen por fuegos de artificio en forma de nuevas tecnologías. 

Materias como la filosofía, la cultura clásica, etc, se suprimen de los planes de estudio porque (se dice) no sirven para nada… ¡Sirven para pensar! ¡Nos ayudan a ser mejores personas! ¡Por eso se llaman Humanidades….!

El estudio serio de ciertas asignaturas se está reemplazando por un barniz dado en forma de cursos intensivos, rapiditos y, por supuesto, alineados con la cultura dominante, es decir, con poco esfuerzo (“aprenda ingles en tres meses y sin esfuerzo…"). 

Algunos libros de texto se parecen más a la hoja de instrucciones de los muebles de Ikea que a un manual de estudio. 

Es preciso, y urgente, mejorar la calidad de nuestros sistemas educativos, la mejor inversión: siempre. 

Como decía la señora Eustasia “hijo, ya está bien de milongas….”

domingo, 30 de junio de 2013

Querer mejorar.

La juventud es la edad con la que normalmente se asocia la etapa más idealista de nuestra vida. Y parece que, con el devenir de los años, el ímpetu de cambiar las cosas se desvanece y nos volvemos más conformistas con lo que hay…

Cuando somos jóvenes, nuestros ideales gozan de un especial protagonismo, sentimos un impulso que nos lleva a hacer cosas. Aunque sólo sea testimonialmente, no importa. 

Éramos menos calculadores.

Sin darnos cuenta, poco a poco, podemos perder la capacidad crítica, el afán por mejorar a nosotros (siempre primero...) y a nuestro entorno.

Nos volvemos más comprensivos con la mayoría de las situaciones. Procuramos no destacar. Que nadie nos pueda señalar con el dedo, el maldito qué dirán…

En nuestro ambiente siempre habrá cosas que se puedan hacer mejor. Y, lo que nosotros no hagamos, nadie lo hará por nosotros. 

Está de moda intentar comprar tiempo, qué ingenuidad… Eso, hasta hoy, es imposible… Hay  gente que está obsesionada con que, al menos, no se le note el paso de los años… 

Sin embargo la vejez del espíritu si se puede combatir con éxito, sin necesidad de grandes gastos en tratamientos que requieren de bisturí, ni de liposucciones…Esto si tiene remedio y depende únicamente de nosotros mismos. 


Sólo es necesario querer, querer mejorar. 

Como decía la señora Eustasia “hijo, las personas no cambiamos sólo mejoramos o empeoramos...”.

miércoles, 26 de junio de 2013

Equilibrio entre familia y trabajo.

Durante los últimos meses, casi todos los periódicos han publicado en sus suplementos de fin de semana algún artículo o reportaje sobre el aumento de las enfermedades psiquiátricas por exceso de trabajo.

Ya no son enfermedades como úlceras, gastritis o cefaleas, sino serios trastornos psicosomáticos como las depresiones.

Las causas de este tipo de enfermedades, en muchos casos, se encuentran en la enorme presión social y laboral que se ejerce en los colaboradores de muchas organizaciones. Ahora con la crisis más, pero antes también.

La presión por cumplir los objetivos, por ganar una compensación extraordinaria, la ambición legítima por un ascenso que supondrá un mayor sueldo y un mayor reconocimiento social, pretensiones muy legítimas, pueden desequilibrar nuestra vida.


Lo mejor es luchar por mantener un equilibrio entre familia y trabajo. 

Trabajar en horarios adecuados, intentar llegar a casa a una hora razonable para estar con nuestro cónyuge e hijos, comer con ellos algún día entre semana aunque suponga para nosotros un esfuerzo por el desplazamiento de ida y vuelta, hacer deporte con frecuencia, quedar con nuestros amigos, etc son algunas buenas prácticas recomendadas por personas con experiencia.

Si somos capaces de armonizar un intenso trabajo profesional y una dedicación real a nuestra familia y amigos lograremos vivir una vida digna de este nombre y, sin duda, habremos ganado la batalla a depresiones, estrés, afecciones cardiovasculares y otras enfermedades desgraciadamente en aumento.

miércoles, 19 de junio de 2013

Confiar en las personas con quienes trabajamos.

En los tiempos que corren preguntarse si muchos protagonistas de la economía y de la política actúan sin principios ni valores, sin normas éticas y morales, puede parecer una estupidez… Su ausencia, en muchas ocasiones, es demasiado evidente. 

Toda organización debiera contar con una declaración de sus principios y valores, expresada con tal claridad que no fuera necesaria ningún tipo de interpretación.

Para definir el rumbo de una organización es preciso distinguir lo pasajero y efímero de lo perdurable y trascendente.

Por ello es preciso sustentar el desarrollo en bases sólidas. 

El compromiso en torno a esos principios y valores resulta crucial si queremos disfrutar de una cultura sólida que es mucho más que palabrería barata en forma de frases ingeniosas y grandilocuentes que, a veces, se obliga a los colaboradores a repetir como papagayos.

Utilizar los principios y valores como guía de nuestro trabajo supone un desarrollo tanto para la organización como para las personas. 

En tiempos de crisis, nos ayudan a superarlas y a aprender, a fortalecernos en la adversidad. 

Sin valores asentados, sin culturas solventes, se puede subsistir. Pero, a la menor crisis, vamos a salir debilitados, desgastados, empobrecidos…

Uno de estos principios y valores es la confianza en las personas con quienes trabajamos.

Y se suele concretar en la delegación.

Delegación y control son palabras afines y complementarias.

La delegación es fácil de entender pero difícil de practicar. 

Algunos consideran que si delegan pierden estatus y poder…Otros no delegan porque desconfían de los demás. 

De la verdadera delegación nace el compromiso, la motivación y las mejores prácticas en dirección de personas. 

Lo importante no es el cuánto sino el cómo. A mejor delegación, más responsabilidad y mejor servicio al cliente. 

Quienes saben delegar tienen más tiempo para pensar en los próximos pasos de la organización, en la estrategia. A veces, quienes más se quejan de no tener tiempo para pensar son quienes no quieren o no saben delegar. No confían en sus colaboradores.

En un entorno cambiante, de cuestionamiento de modelos, es el mejor momento para conocer y fomentar las ventajas competitivas implícitas en la participación, en la responsabilidad, y, sobre todo, en la confianza en las personas con quienes trabajamos.

domingo, 16 de junio de 2013

Horarios.

Es frecuente escuchar las quejas sobre las largas jornadas de trabajo en nuestras organizaciones. 

Esto sumado a las distancias entre casa y lugar de trabajo, nos da como resultado que la hora de regreso no sea antes de las nueve de la noche…

Las causas de estos horarios tan irracionales son complejas.

En empresas en crecimiento o en crisis se exige una dedicación adicional a las personas. Tiene su lógica. 

Sin embargo, no tanto el hasta cuándo y cuántos. Porque esa situación excepcional se convierte en habitual y, en ocasiones, la carga de trabajo se repartiría de forma más equitativa si se quisiera o supiera delegar.

Estar muchas horas en el lugar de trabajo no es lo mismo que trabajar mucho y, menos todavía, sinónimo de trabajar bien. 

Hay gente que llegan los primeros y se van los últimos y se les considera, aun cuando su trabajo sea mediocre, sólo por el hecho físico de que siempre están ahí…


Se pierde mucho tiempo en la máquina del café, saliendo al exterior a fumar un cigarrito, en reuniones sin sentido, con interrupciones, con llamadas de teléfono que se alargan sin razón, con comidas de trabajo…

Hay otra causa, tan increíble como cierta (y no menor): hay quienes amplían sus horarios simplemente porque es lo socialmente esperado de alguien que quiera ser considerado como profesionalmente exitoso; o dicho de otra manera, si alguien regresara a casa, habitualmente, a las seis o siete de la tarde tendría que dar muchas explicaciones a propios y extraños… 

Y no todo el mundo quiere o puede afrontar esa situación. 

Como decía la señora Eustasia, "Hijo, cada persona es un mundo...".

jueves, 6 de junio de 2013

Hoy.

Solemos esperar una ocasión especial para hacer aquello que tenemos pendiente desde hace tiempo como hablar con un amigo al que no vemos desde años, llamar por teléfono a un familiar, celebrar un logro… Sólo en los funerales recuperamos la perspectiva, y nos dura poco… Esperamos eternamente ese tiempo oportuno para superar nuestras habituales conversaciones, superficiales, sobre política,  la crisis, el fútbol…

Es muy probable que ese momento no llegue nunca. A la espera de ocasiones especiales para hablar con quien no lo hacemos hace tiempo, se nos puede pasar la vida. 

Todo momento es especial si lo sabemos considerar como tal. El momento más importante es hoy, el que estamos viviendo. 



Vivir plenamente cada minuto de nuestra vida como si fuese el más importante, el último, es vivir de verdad y no vivir a medias, esperando ilusorios momentos oportunos.

Cada hora, cada minuto, cada segundo es una oportunidad irrepetible para hacer. 

Ahora es el mejor momento para comenzar a leer, aunque sea poco a poco, esos libros que tengo, apilados,  pendientes de leer desde hace…años; ahora es el mejor momento para proponerme pasar más tiempo con mi familia y no engañarme esperando la llegada del próximo puente o de esas soñadas vacaciones que nunca llegan…

La vida es una sucesión de momentos sencillos en los que se puede disfrutar, siempre, de las cosas pequeñas que, torpemente, solemos reservar sólo para cuando tenga tiempo… Este tipo de expresiones como "más adelante", "algún día", "en otro momento" debieran desaparecer de nuestro vocabulario o restringir su uso al mínimo.

Habitualmente, personas que se distinguen por su logro profesional suelen descuidar la atención a su familia. Es una de las paradojas de nuestro tiempo. ¡Cuánto mejorarían sus vidas si mostraran la misma diligencia que en sus asuntos profesionales!

Dejar para un mejor momento todo aquello que agregue amor, alegría, a nuestras vidas es arriesgarnos, en la mayoría de las ocasiones, a no hacerlo. Hoy es siempre todavía.

viernes, 31 de mayo de 2013

Reuniones, cuestiones básicas.

Reunirse favorece la comunicación entre personas.

Los encuentros cara a cara no pueden ser desplazados por la comunicación telefónica, remota o virtual.

Los nuevos modelos y esquemas de trabajo en las organizaciones recomiendan la reunión de los colaboradores para favorecer la sinergia.

Ahora bien, como decía la señora Eustasia no confundamos la velocidad con el tocino… Una reunión de trabajo no es una simple agrupación de personas que trabajan para la misma organización. La esencia de la reunión requiere de objetivos, método, hora de comienzo… y de finalización.

Hace años tuve un jefe que asistía a las reuniones provisto de un reloj de arena, de tres minutos. Todas las intervenciones tenían ese límite temporal, salvo en asuntos excepcionales. 



Parece una excentricidad pero sus reuniones eran mucho más breves y, lo más importante, más efectivas. 

Me ayudó a aprender a sintetizar y a valorar el aprovechamiento del tiempo.

También conocí a otro personaje (me avergüenza reconocer que fue mi jefe…) que quizá enredado en su paranoia nos reunía en una sala en que las sillas tenían las patas delanteras un poco más cortas que las traseras…

Decía que se trataba de una técnica para mantener la "tensión creativa" en las reuniones de equipo, que había aprendido de un conocido consultor norteamericano en un taller sobre “time management”…

Estoy recordando que muchos días terminaba con calambres en las piernas por mi esfuerzo por mantenerme sentado en una posición digna…Menudo “campeón”…jajaja.


Antes de recurrir a este tipo de excentricidades, probemos con lo básico, con las buenas prácticas, que, en este caso, consisten en esforzarnos porque las reuniones que convoquemos tengan un objetivo, unas reglas para el uso de la palabra, una hora de comienzo y también -importante- de finalización, y un sistema de seguimiento de lo acordado.

sábado, 25 de mayo de 2013

La última lección de un maestro.

Don Sebastián tenía un primer apellido impronunciable (para mí). Mucha consonante y poca vocal…

Su historia -o más bien, la de su familia- era novelable. 

Hijo de un marinero holandés que se quedó en tierra por amor. A comienzos del siglo pasado su barco hizo una escala técnica en Valparaiso, y conoció a una joven con la que compartió el resto de su vida.

Don Sebastián fue un profesor querido y respetado, auténtico prestigio. 

Me distinguió con su amistad y, el día de su última clase en la escuela de negocios en la que trabajaba, me invitó. 

El aula estaba repleta y había expectación sobre cuál sería el tema que trataría el maestro en su última clase. 

Cuando entró en el aula le recibimos con un caluroso aplauso. A veces, uno expresa mejor los afectos de esta forma tan primaria. Había mucho que agradecer. Casi cincuenta años educando personas.

Don Sebastián, de pie, con un dominio escénico total, nos miraba atentamente hasta que el silencio fue total, y dijo: Vamos a hacer un experimento.

Debajo de la mesa sacó un recipiente de vidrio de unos cinco litros, que puso encima con mucho cuidado. 

Luego sacó unas piedras, del tamaño de las pelotas de tenis, y las introdujo, ceremoniosamente, una por una, en el gran tarro.

Cuando el recipiente se llenó hasta el borde y era imposible agregarle una sola piedra más, levantó lentamente los ojos y nos preguntó:

¿Les parece que el tarro está lleno?

Todos respondimos que sí.

Esperó unos segundos e insistió: ¿Están seguros?

Entonces,  se agachó de nuevo y sacó de debajo de la mesa un recipiente lleno de piedrecillas. 

Con mucho cuidado, agregó las piedrecillas sobre las piedras grandes y sacudió ligeramente el tarro. Las pequeñas piedras se infiltraron entre las grandes, hasta el fondo del tarro.

El maestro levantó nuevamente los ojos hacia su auditorio y reiteró su pregunta:

¿Les parece que el tarro está lleno?

Esta vez, uno de los presentes que ya había captado su mensaje respondió: ¡Probablemente no!

Bien, sentenció Don Sebastián.

Se agachó nuevamente y esta vez sacó de debajo de la mesa una bolsa de arena. 

Con mucho cuidado agregó la arena al tarro. La arena rellenó los espacios existentes entre las piedras y las piedrecitas. 

Una vez más, preguntó: ¿Les parece que el tarro está lleno?

Esta vez, sin pensarlo dos veces y al unísono, respondimos:

¡No!

¡Bien!, afirmó nuestro querido profesor.

Y tal y como se esperaba, cogió la botella de agua que estaba sobre la mesa y llenó el recipiente hasta el tope. Don Sebastián levantó entonces los ojos hacia los presentes y preguntó:

¿Qué gran verdad nos demuestra esta experiencia?

Inmediatamente alguien que estaba sentado en las primeras filas respondió:

Esto demuestra que incluso cuando creemos que nuestra agenda está completamente copada, si lo deseamos realmente, podemos agregar más citas, más cosas para hacer.

No, respondió el maestro con un aire de contrariedad. 

No es eso. La gran verdad que nos muestra esta experiencia es que si uno no mete, en primer lugar, las piedras grandes en el tarro, difícilmente las podrá introducir después.

Hubo un gran silencio, y de pronto un gran aplauso.

Don Sebastián pidió silencio con un gesto, y dijo: En tu vida ¿cuáles son las piedras grandes? : ¿la salud? ¿el matrimonio? ¿los hijos? ¿los amigos? ¿el dinero? ¿el trabajo? ¿la formación? ¿una vida cómoda? ...

Que cada uno lo piense.

Lo importante es identificar esas piedras grandes y meterlas -en primer lugar- en el recipiente de nuestra vida. Si no, uno se arriesga a no lograr... la vida. 

Si uno le da prioridad a las piedrecitas, a la arena, uno llenará su vida de cosas menores y no realizará las importantes.

Entonces no olviden la pregunta, repito:

¿Cuáles son las piedras grandes en mi vida?

Y no se olviden de introducirlas, inmediatamente, y en primer lugar, en el tarro de sus vidas.

Orden en las ideas, orden en los afectos, orden en las actividades.

Esta es la única tarea para hoy. La clase ha terminado. 

Y se fue.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Reyes Calderón.

Conocí las novelas de Reyes Calderón en una feria del libro en Pamplona, en la Plaza del Castillo. Me gusta leer los escritores locales de allá adonde voy. 

Así me encontré con  “Las lágrimas de Hemingway”, en el otoño del 2005. Recuerdo que me leí la novela casi de un tirón, entre la terraza del café Iruña y mi banco del parque de la Ciudadela. 


Me encantó y en mi siguiente exploración por las librerías busqué y encontré mi segunda novela de Reyes que creo que fue la primera que ella publicó, “Gritos de independencia”.


Enseguida alcanzó la fama con “Los crímenes del número primo” que, en mi opinión, es la más policiaca de todas, aunque mi preferida es “El expediente Canaima”.


En uno de mis viajes a España tomé conciencia de su popularidad (y me alegró mucho) cuando ví sus novelas en el mural de los libros más vendidos en El Corte Inglés.


He leído “El último paciente del doctor Wilson”, “La venganza del asesino par” y ahora “El jurado número 10”.


Sin darme cuenta me convertí en un seguidor, en un fan de Reyes Calderón. 

Disfruto con la lectura de sus novelas y admiro su aprovechamiento del tiempo, su capacidad de trabajo. 


Decana de una facultad de Económicas de una importante universidad como la de Navarra, madre de una familia numerosa (creo que tiene nueve hijos) y, además, tiene tiempo para escribir buenas novelas…¡todo un ejemplo de vida!

“El jurado número 10” ha ganado el Premio Abogados de Novela 2013 convocado por el Consejo General de la Abogacía Española, la Mutualidad de la Abogacía y el Grupo Planeta con la intención de premiar una novela que ayude al lector a profundizar en los conocimientos del mundo de la abogacía y sus ámbitos de actuación, valores, proyección y la trascendencia social de su función.


La leí durante el pasado fin de semana. Interesante, amena y especialmente divertida (creo que ayuda que los personajes y el entorno sean locales); y, en este caso, también divulgativa pues da a conocer cómo funciona el jurado en nuestro sistema judicial. 

Me encantan sus novelas.

jueves, 25 de abril de 2013

Hablando se entiende la gente.

Hace tiempo que la penúltima revolución tecnológica, la de las tecnologías de la información, nos está lanzando un mensaje al que parecemos estar haciendo oídos sordos. 

La mecanización ha marcado un camino de no retorno: que las máquinas hagan de máquinas para que las personas empecemos a ejercer de personas.

Dicen algunos que internet puede acabar con las relaciones interpersonales. No sé. De momento, gracias al correo electrónico, se están volviendo a escribir cartas. 

Las cartas son mejores que el teléfono en algunos aspectos: normalmente están más y mejor pensadas, se leen cuando conviene o interesa, son más profundas, van al tema y permiten relecturas que son como conversaciones repetidas con matices diferentes al son de cada nueva revisión.

El teléfono gana en inmediatez y agilidad, goza de la frescura de la palabra hablada, de los colores de la voz y el tono. 

¿Y la imagen? También está resuelto por las mencionadas tecnologías de la información: basta con tener un ordenador con cámara y ya estás en videoconferencia con tu interlocutor, o sea, ves con quien hablas. Todo resuelto.

¿Todo? ¿Y el calor? ¿Y el ambiente, el clima laboral, los latidos del corazón, el pulso del día a día, las sonrisas necesarias, la pasión por el trabajo? 

Esa parece ser la función que el mundo moderno deja para los buenos directivos, la de hacer que las personas se conozcan, se ayuden, colaboren y trabajen en equipo. En equipos cuyos integrantes están y estarán separados por cientos de miles de kilómetros aunque puedan estar virtualmente juntos.

Con este panorama necesitamos personas dispuestas a ayudar a otras personas a llenar de contenido su trabajo, a entender la utilidad y finalidad de su labor, a colaborar con los demás y a sumar esfuerzos.

El liderazgo no se asume, se consigue. Se lo exigen al directivo sus propios colaboradores. 

Claro que, para ello, es necesario que el directivo forme parte natural del grupo humano que dirige, sea uno más... Uno más que orienta, orienta y orienta...En realidad, un directivo no debería hacer otra cosa que pasarse el día hablando con sus colaboradores. 

¿Qué la organización es muy grande? Pues tendrá que viajar mucho y beber mucha agua, porque la necesitará para seguir hablando, orientando. 

Sólo así podrá tomar el pulso al día a día del entorno que dirige y adelantarse al cambio. El futuro no está, se hace. Y lo hacemos las personas.




Aunque suene a tópico, los colaboradores son la inversión más valiosa de la organización. 

Son los únicos cuyo techo en valor añadido es, cuando menos, desconocido; claro que también son los más costosos, los más delicados y los más difíciles de rentabilizar... porque hay que hablar con ellos. 

Y algunos directivos están tan preocupados por mandar y tienen tan poca competencia que se han olvidado de hablar, de dirigir a sus colaboradores.

Las tecnologías de la información nos están abriendo de par en par el mundo de las comunicaciones, nos están llevando a situaciones técnicamente ilimitadas; pero no nos ofrecen más que el soporte. 

La comunicación en sí queda en nuestra mano. 

Y hasta que no se demuestre lo contrario, como decía la señora Eustasia ( http://mendozaydiaz.blogspot.com.es/2013/03/la-senora-eustasia.html), hablando se entiende la gente...

martes, 23 de abril de 2013

Hablar y escribir mejor.

Desde niño me gustó leer y escribir. No sé por qué…o si creo saberlo pero no lo voy a contar. 

Alguien me dijo que para aprovechar mejor la lectura había que tener siempre a la mano un buen diccionario. Y buscar y anotar las palabras, los nuevos vocablos que uno iba descubriendo… 

Era un trabajo para el que hacían falta unas dosis de paciencia que yo entonces no tenía; pero lo hacía, con ganas o sin ellas, por el afán de saber más.

Tenía diccionario pero no un buen diccionario, que es lo mismo pero no es igual…

Durante muchos años tuve el de la EGB, si no recuerdo mal uno de la editorial Vox… Cuando en la biblioteca de mi instituto tuve la oportunidad de consultar, por primera vez, un diccionario de verdad, el María Moliner, me di cuenta de la importancia de tener un buen diccionario… 

Más términos, más acepciones; otro lenguaje, otra profundidad, otros matices. 

Sin embargo eran poco manejables, libros de tapas duras y de gran tamaño. No precisamente para utilizarlos con frecuencia y en cualquier lugar.

Viviendo y trabajando en Santiago de Chile, en una de mis vueltas por España, me pude comprar los dos tomos de la Real Academia Española en formato de libro de bolsillo (con mil cien páginas cada uno, pero de bolsillo...); y me hizo mucha ilusión. El mejor de los dos mundos, un auténtico diccionario y además funcional. 

Desde entonces hasta hace poco tiempo siempre han estado cerca, a la mano, en mi mesa de trabajo. 

Y muchos días he cargado con ellos de la oficina a casa y de casa a la oficina, o en mis viajes; siempre con el afán de aprovechar mejor mis lecturas. 

Y digo hasta hace poco, no recuerdo con exactitud hasta cuándo…pero alguien tuvo la feliz idea de que la RAE tuviera en internet su diccionario (www.rae.es). Nunca llegué a imaginar que eso fuera posible algún día. 


Ahora siempre lo llevo conmigo, en mi teléfono, y me encanta utilizarlo con frecuencia. Cómodo, inmediato…

Quien no se aficiona a saber más y a intentar hablar y escribir mejor, en este tiempo y con estas facilidades, es porque no quiere. 

Como decía la señora Eustasia, más claro el agua...

domingo, 21 de abril de 2013

Empleabilidad.

Hace cincuenta años algunos gurús de moda decían que tras el mítico año 2000 la jornada laboral de la mayoría de las personas sería sólo de treinta horas semanales.

La realidad es bien diferente: mucha gente trabaja doce horas… diarias y nunca ha habido tantos desempleados como ahora.

Para garantizar la empleabilidad personal hay que identificar nuestras habilidades, considerarnos como una pequeña empresa, organizar el propio desarrollo, identificar a los clientes.

No es suficiente tener una buena formación académica complementada con cursos de postgrado. Esto ya no se discute, se exige.

El curriculum vitae es sinónimo de conocimientos y, si bien no consigue directamente el empleo, abre la puerta para una entrevista.

Pero lo que se valora no es tanto la cantidad de conocimientos adquiridos (cada vez su grado de obsolescencia es mayor) sino los criterios que se aprenden, la capacidad de razonamiento y de encontrar soluciones a los nuevos desafíos.

Demostrar habilidades que marquen la diferencia.


Algunas de las capacidades más demandadas son: trabajar en equipo, saber interpretar las tendencias del mercado y conocer las fortalezas y limitaciones personales y de nuestro equipo.

Cada uno es responsable de su propio destino.

domingo, 7 de abril de 2013

El estrés repercute siempre en el estado de resultados.

Me contó un amigo que trabaja en una filial de una empresa alemana, que, a las pocas semanas de ser contratado, se quedó durante tres días seguidos después de la hora. Al tercer día, el director general se apareció en su oficina y le dijo: “Si mañana te veo de nuevo, estás despedido”. Nunca más… 

La administración eficaz del tiempo es, cada vez más, un recurso esencial. Y hace años que los horarios empezaron a ser cuestionados. 

¿Acaso no es suficiente una jornada de ocho horas?

A pesar de la cantidad de horas que se dedican, en general, se trabaja mal. 

La impuntualidad, el smartphone y las interminables reuniones sin objetivos claros son algunos de los principales motivos de ineficiencia. 

Las causas de un cotidiano horario sin fin radican en una mala planificación de tareas y en la falta de intensidad. 

Pero esto no es todo. Las consecuencias negativas saltan a la vista: disminución de la calidad de vida de los empleados y aumento de los costes de la organización. Porque, aunque no se paguen horas extras, el estrés repercute siempre en el estado de resultados.

Para poner fin a esta situación es necesario cambiar la cultura empresarial. 

Todavía está mal visto el que se va “antes de la hora”. Hay muchas compañías donde los ejecutivos “hacen méritos” si se quedan hasta tarde y son tachados de “flojos” si se van antes que sus compañeros.

La lucha por cambiar de costumbres es todo un tema. 

Hasta hace poco, por ejemplo, algunas empresas tenían una fuerte cultura de “trabajo duro”: sus colaboradores se quedaban en la oficina hasta altas horas de la noche. Y, algunas, han mejorado el sistema para manejar el tiempo con más eficiencia. Hoy su lema es el trabajo inteligente. Sin embargo, el cambio es difícil: mucha gente aún tiene interiorizado el concepto que regía antes y sigue trabajando doce horas diarias. O más...

Una persona no puede trabajar excesivamente y bien.

jueves, 4 de abril de 2013

Leñadores.

Muchos dirigentes se comportan como aquel leñador del cuento que se desesperaba golpeando el tronco del árbol. Cuando le preguntaban por qué no podía parar un poco explicaba que la culpa la tenía su hacha, ya no tenía filo. Y cuando le preguntaban por qué no la afilaba, el leñador respondía que no tenía tiempo porque tenían que seguir golpeando el tronco....


Lo más importante cuando uno se siente en conflicto con su tiempo es tener bien claro qué quiere en la vida. 

Lo demás, viene solo. 

No hay forma de organizar una agenda cuando uno no está en orden consigo. Más que un curso de administración del tiempo, algunos que tienen la responsabilidad de dirigir necesitan un psicólogo o un sacerdote.

El secreto de la administración del tiempo pasa también por conocer las propias capacidades y limitaciones. 

Hay que preguntarse: ¿por qué me resisto a delegar responsabilidades? ¿Es porque tengo miedo? ¿Me siento inseguro?

Muchos directivos acuden a consultores en busca de una especie de receta mágica para organizar su tiempo. 

Para aquellos que tienen un caos inmanejable en su agenda se aconseja que se estudien a sí mismos durante una semana entera y que anoten detalladamente en un cuaderno qué consideran que los distrae: si no delegaron lo que pudieron haber delegado, si se creen sabelotodos y qué tareas postergan indefinidamente. 

Mediante este autoanálisis, muchos ejecutivos descubren que su error consiste, casi siempre, en no dirigir bien a sus colaboradores. 

No conocen a fondo las capacidades de sus subordinados y por eso no pueden dirigirlos bien. Cuando por fin delegan una tarea, no los preparan correctamente. Como resultado de ello, terminan diciendo casi siempre: “yo lo hubiera hecho mejor”; acto seguido, se dan a sí mismos desgastantes tareas de supervisión y control. Y, todavía peor, la próxima vez tratan de hacerlo ellos...

También deben aprender que cuando alguien interrumpe, viene a traer un regalo: apoyo, información, vínculos de lealtad y buenas ideas. El secreto consiste en saber aceptar esas interrupciones y no rechazarlas por molestas. 

En el caso de los directores -y muy especialmente cuando se trata del director general-, una de las prioridades es la comunicación informal, instantánea y no programada.

Deberían de invertir la mayor parte de su tiempo charlando, escuchando... 

Tejiendo y fortaleciendo redes de contactos, información, amistad y lealtad. Es una forma de lograr la eficacia aunque, a primera vista, parezca una pérdida de tiempo.

Uno de los más famosos exponentes de esa clase de dirigentes era Sam Walton, que pasaba el día conversando con empleados en cualquier sucursal de Walmart, su cadena de tiendas. Sus encuentros con empleados eran buscados, pero no programados. 

Otros muchos directores generales exitosos pasan horas a la semana atendiendo personalmente quejas de clientes: es su secreto para saber de primera mano qué debe mejorar en la empresa.

Las únicas horas que requieren una minuciosa planificación son las que dediquemos a nuestra familia y a nuestro descanso. 

lunes, 1 de abril de 2013

No hay recetas, sólo existen actitudes.

La actividad empresarial cada vez es más absorbente. 

La lucha por tener mayores resultados hace que las empresas exijan a su gente más tiempo. Los directivos tienen conciencia de que hay que trabajar más y mejor, no sólo para ganar sino también para sobrevivir. Se busca que cada hora sea más productiva y eficiente.

Trabajar más horas es un gran desafío y provoca un dilema: cómo armonizar la vida laboral con la familiar.

Se trata de unir dos economías: la de los afectos y la de los negocios. Consiste en el manejo de recursos escasos. Lo que no sobra es tiempo.

La gente que creó una familia y que trabaja vive tres realidades: la de ser trabajador/trabajadora, esposo/esposa, padre/madre. Son responsabilidades fundamentales que se deben cumplir bien de forma simultánea. 

Es una balanza que a veces no está bien balanceada. 

La palabra equilibrio es clave.

Para ser un buen trabajador y padre no existen recetas, sólo hay actitudes.


Es fundamental que el cónyuge y los hijos tengan claro que al padre/madre/esposo/esposa le gusta su trabajo, aunque sepan que ellos son lo más importante.

Sí, sí… pero ¿qué pasa cuando la empresa nos demanda más tiempo ? Se aconseja cambiar algunas costumbres de la familia. Una pauta concreta: transformar el sábado o el domingo en el día de reunión. Es bueno que todos lo sepan y que nadie se escabulla.

El aumento de la actividad genera presiones que no siempre se descargan. Si alguien está muy absorbido por su vida laboral y no puede desprenderse de ella, es posible que aparezca como ausente en la relación familiar. 

La empresa es una pantalla donde se refleja la familia y la familia, a su vez, es una pantalla para la empresa.

Las compañías ocupan un lugar vital en la vida de las personas, sobre todo en los directivos. Pero nunca reemplazan el valor afectivo de un matrimonio. Nadie se casa con una empresa. 

En los niveles intermedios suele haber un apego parcial y esporádico. A medida que una persona asume más responsabilidades, se involucra más, y a veces sus necesidades e intereses se identifican con los de la organización. Son los que piensan en la empresa fuera de las horas de trabajo. 

Hay que intentar separar el ámbito laboral y el familiar. Es vital no dejarse inundar por el contexto, al límite de llevarlo a la casa. 

Cada problema se tiene que resolver en el lugar que corresponda.

Lograr armonía entre el trabajo y la familia, entre las responsabilidades laborales, maritales y filiales, no es una tarea fácil. Por más consejos que los consultores den sobre cómo alcanzarlo, es un trabajo que depende de cada uno. 

He participado en varios foros sobre este tema en el que he escuchado fórmulas y experiencias de otras personas. Si bien las recetas sirven, el resultado final depende del cocinero: si no se mezclan bien los ingredientes, la comida se malogra.

lunes, 25 de marzo de 2013

Proyectos.


A veces, nuestros sueños, nuestras ilusiones, se quedan sólo en proyectos. 

Esperamos que se cumplan pero no nos esforzamos lo suficiente para hacerlos realidad. Como si el simple paso del tiempo nos los fuera a regalar.

La vida no funciona así. 

El tiempo es el recurso más valioso y escaso con el que contamos. 

Y, en ocasiones, nos comportamos como si ignoráramos esta verdad fundamental. 

Aprovechar el tiempo es básico. 

Y se puede aprender, hay experiencia documentada -buenas prácticas- y técnicas probadas. 

Lograr que nuestros sueños dejen de ser proyectos y se transformen en realidades, pasa por administrar nuestro tiempo con inteligencia y con intensidad.

Ya lo decía la señora Eustasia, parafraseando a no recuerdo quién: El único lugar donde el éxito va antes que el trabajo es en el diccionario…

miércoles, 6 de marzo de 2013

El tiempo de los demás.

Cuando tengo que esperar en una consulta médica experimento una sensación de impotencia porque siento que mi tiempo no vale nada para el otro.

Pienso que todavía quedan algunos que creen que el tiempo de espera de los otros les hace más importantes...Entonces, a mayor espera mejor. 

Afortunadamente, estos individuos cada vez son menos y la puntualidad se valora como indicio de orden y eficiencia.

En general, estamos acostumbrados a ser bien atendidos y no pensamos mucho en las personas que habitualmente tienen que esperar a otros. 

Cuando me toca esperar, antes de irritarme, intento pensar en todas las personas a quienes he hecho esperar aun sin quererlo ni pensarlo. 

Tomar conciencia de que uno también ha provocado esa rabia e impotencia por esperar sin justificación ni explicación, nos ayudará a mejorar en este punto, que, sin duda, es un aspecto concreto del respeto que debemos a todas las personas.