@MendozayDiaz

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jueves, 31 de agosto de 2017

#OpinionesDeUnOpinante

Ése es el título de mi nuevo libro que ya está imprimiéndose y se distribuirá a finales del mes de septiembre.

Muchas gracias a mi amigo Francisco Igea Arisqueta por escribir el Prólogo.

Y a Eolas Ediciones por su confianza.


jueves, 24 de agosto de 2017

Quiere a tus hijos.

Vivir bajo el mismo techo no es sinónimo de convivir, de participar en la vida del otro, de atenderla como se atiende un negocio importante. Y la situación puede llegar a ser cruel: desconocidos de la misma sangre, bajo el mismo techo y que se supone unidos por el valor del afecto… al frigorífico en común (y siempre que esté lleno), como solía añadir con sarcasmo mi amigo Mario cuando hablábamos de estos temas de matrimonio y familia. Somos los padres los que tenemos que anticiparnos y tomar la iniciativa. Y nada mejor que a través de una conversación entre padres e hijos, que es uno de los fundamentos de la convivencia familiar. A través del lenguaje nos podemos aproximar a su intimidad, a lo que les sucede por dentro, a la vez que se les abre y se da a conocer la propia intimidad. Sin este intercambio fluido las relaciones serán siempre frías y la educación se restringirá a lo normativo, sin la calidez del afecto. Eso sí, la conversación en familia no puede sustituir a la personal, más íntima y que tiene en cuenta las particularidades y la afectividad de cada uno. Dialogar a solas es, antes que nada, para unos padres, disponer atentamente los oídos y atar la lengua, es decir, saber escuchar.

Los mil pequeños asuntos cotidianos son la vida de cada día, es decir, la vida misma, que transcurre habitualmente a través de detalles mínimos que pueden parecer insignificantes, pero que van configurando el carácter, las actitudes y el modo de ser de los hijos. Y el tiempo para educar y compartir con los hijos es un tiempo que sólo cuando ya ha pasado se echa en falta… Y pasa, lo aseguro, con una velocidad asombrosa e inadvertida: se descubre con nostalgia, con tristeza, cuando ya no se tiene. Insisto: hay que rescatar la hora de la comida, todos juntos en torno a la mesa común. Alimentarse es una necesidad biológica. Los animales comen en cualquier parte y les da lo mismo hacerlo solos o en rebaño. Para los seres humanos comer juntos en familia no solo cumple con la necesidad de sentirnos acompañados: la mesa común ofrece un momento especialmente privilegiado para la comunicación. Es un momento clave para demostrarnos que todos nos interesamos por lo de todos, que ninguno nos es indiferente. Es, en la vida de familia, donde cada hijo modela los rasgos de su carácter y el sentido que dará a su vida. El modo del ser del padre y de la madre (con conciencia o sin ella, queriéndolo o no) graba a fuego lento a toda la familia.

Pareciera que hoy los padres sentimos “temor” de nuestros hijos, en el sentido de que no nos atrevemos a “enfrentarnos” con los adolescentes, y así abdicamos de nuestra responsabilidad. Dice un amigo (de mi edad) que somos otra generación perdida; en nuestro caso, porque antes nos mandaban nuestros padres y, ahora, nos mandan nuestros hijos. Para la tranquilidad del momento, siempre será más fácil conceder, dar el gusto o esquivar el disgusto; así se logrará una aparente paz o un espejismo de armonía. Pero la permisividad o el desentenderse del problema no equivale a solucionarlo. Los padres no debemos callar por cansancio ni menos por comodidad. El cansancio es legítimo, pero el egoísmo no. Ante conductas equivocadas de los hijos, los padres, a veces, solemos reaccionar también equivocadamente, con actitudes que nos distancian de ellos, como hacerles sentir que ha disminuido nuestro cariño. La tentación del desánimo y el desaliento -aunque comprensible- no favorece la solución de los problemas de los hijos o con los hijos, porque se puede caer en ese estado de desesperanza en que todo parece un callejón sin salida. No se trata de pasarlas por alto ni de confiar en que el-tiempo-todo-lo-cura, si se esconde la cabeza al problema: hay que corregir. Pero el modo de corregir es tan clave como la corrección misma. Padres que procuran que la vida familiar sea acogedora, pero que se atreven a corregir y a exigir con fortaleza y con cariño, porque no temen servirles con el ejercicio de su autoridad moral, porque quieren a sus hijos.

Publicado en "Diario de León" el miércoles 23 de agosto del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/quiere-tus-hijos_1182959.html

miércoles, 23 de agosto de 2017

Con docilidad de rebaño.

Vivimos desbordados por una cantidad de información inútil que no sólo nos hace perder un tiempo precioso, sino que nos llena de datos que, muchas veces, son inservibles, y de preocupaciones inquietantes que nos distraen en nuestros quehaceres. Es importante tener el suficiente espíritu crítico para separar la noticia del comentario, y el dato de la interpretación. Y estar alerta con algunos tertulianos, con poses de intelectual, que ponen su talento al servicio de lo-que-la-masa-demanda, diciéndole, en cierto modo, lo que quiere oír a cambio de una cierta notoriedad y, en ocasiones, de atractivas ganancias materiales. Y así, muchas veces, nos reconocemos repitiendo lo que acabamos de leer en las redes sociales o escuchar al último tertuliano de moda.

Es evidente que en nombre de la libertad de expresión no se puede hacer, por ejemplo, apología del terrorismo: va contra la naturaleza de las cosas porque hace daño al individuo y a la sociedad, y por tanto ya no es libertad, sino abuso o extralimitación de la libertad. Las cosas son como son independientemente de la subjetiva apreciación de cada uno. Si lo que uno opina está de acuerdo con la realidad, muy bien; si no lo está, mal asunto. Ante preguntas que se refieren a verdades, si uno sabe, dará las respuestas adecuadas; si no sabe, y además no se calla, probablemente dirá tonterías. Existen verdades objetivas, y si mi verdad no está de acuerdo con la realidad, no es tal verdad, aunque sea mía: es un error. Lo que uno opine carece de importancia, porque la opinión no modifica la realidad; lo importante es que uno conozca la verdad, lo que es. No se trata de opiniones sino de conocimiento.

Estamos en una época en que se utiliza con frecuencia un lenguaje poco preciso, excesivamente ambiguo. Lo que está claro no necesita interpretación de ninguna especie. Por lo general, un lenguaje confuso sólo suele expresar una mente confusa. El lenguaje es siempre, queriendo o sin querer, la manifestación del pensamiento. La oscuridad del lenguaje no da profundidad al pensamiento; más bien pone de manifiesto la pobreza de un pensamiento que recurre a la oscuridad para disimular su superficialidad. Y, además, desorienta, a mucha gente. Hoy cada uno tiende a construir como si nadie hubiese hecho ni dicho nada antes. Teorizar al margen de la experiencia. Se ignora que las inquietudes y los más profundos intereses del hombre de hoy son los de todos los tiempos. Algunas de las modas del momento son muy artificiales, muy débiles, expresiones de una estética más que de un modo de pensar. Se construyen mundos mentales ajenos al universo real, jugando con ideas que no responden a las cosas existentes.

Parece ser que hoy el fenómeno de la masificación, de la despersonalización del individuo, del hombre, está generalmente reconocido, a juzgar por los cada vez más numerosos estudios que lo dan por hecho incuestionable. La masa no es propiamente un conjunto de hombres que sabe lo que quiere y a dónde va, o que está organizada con vistas a la consecución de un fin conocido, y que conscientemente obedece las indicaciones de los que están al frente. Cuando un hombre se despersonaliza integrándose en una masa se deja conducir por emociones, por la pasión, y no se da mucha cuenta de lo que hace o del alcance que su acción puede tener. Masa que no piensa y que, con docilidad de rebaño, colabora activamente, de modo lento, pero seguro, en la propagación de teorías, sugerencias, modas y costumbres que están destruyendo los valores de nuestra civilización. 


Quizá ello explique cómo unos pocos puedan lograr tan enorme influencia en el ambiente imponiendo sus gustos, sus intereses, sus ideas, sus juicios, hasta su noción del bien y del mal. Su poder les viene, sobre todo, del conformismo pasivo de la masa que coopera con ellos sin pensar, sin reaccionar. Qué razón tenía mi amigo Mariano cuando recordaba que “lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada”.

Publicado en "Diario de León" el domingo 20 de agosto del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/docilidad-rebano-uiere-tus-hijos_1182289.html

martes, 15 de agosto de 2017

Sonreír.

Las buenas maneras y las formas son mucho más esenciales, significativas y necesarias de lo que se cree. La buena educación sirve precisamente para corregir las reacciones instintivas de la naturaleza humana. Las buenas maneras son manifestaciones externas de respeto hacia la humanidad de los demás. He leído “Sonreír. Amabilidad y buen humor en la vida cotidiana” de Carlo De Marchi. Un libro delicioso, que te invita a pensar. Se puede leer, despacito, saboreándolo, en un par de tardes de verano. Ser amable es más difícil que ser inteligente. Esta afirmación tiene una cierta explicación racional: la inteligencia es un don, la amabilidad una elección. Necesitamos un nuevo humanismo en nuestra sociedad. Promover cualidades sociales como la amabilidad, la cortesía, la cordialidad, la gentileza, la delicadeza, aprender a sonreír. Nada que ver con la afectación, esa especie de ficción benévola y superficial, motivada no pocas veces por el deseo de alcanzar un objetivo pragmático. Ni con el-pelota-de-turno que, por ejemplo, en el trabajo, adula al jefe, le ríe las cuchufletas, etc.

Las relaciones humanas son una necesidad y, sin ellas, la vida no es vivible. A menudo nos referimos a las buenas maneras como cosas de otros tiempos… Sin embargo, hoy, tienen un éxito creciente los cursos que enseñan algunas formas elementales de cortesía, de buen tono, por ejemplo, en la mesa, ya que muchas veces no se enseñan ni en la familia ni en el colegio. El arte de usar los modos, los comportamientos adecuados a cada circunstancia. Lo que llamamos como elegancia, cortesía, buena educación, o con muchas otras expresiones con las que se indican las buenas maneras. No se trata de hipocresías, formalidades ni caricaturas, sino del modelo del humanismo clásico y cristiano de quien no se considera diferente a ninguno de sus semejantes, ni juzga indiferente nada relacionado con otra persona. Hay estudios que concluyen que de esta capacidad para ser amable depende una buena parte del éxito personal. 

Ser amables no quiere decir que tengamos que estar de acuerdo con todos en todo. Tratar bien a una persona no significa decirle siempre que sí, ni mucho menos elogiarla cuando no lo merece. Habitualmente en el trabajo es frecuente que se tenga que decir que no. Lo que suele ocurrir es que de las diez maneras que hay para decir no, solemos escoger la más antipática. Disentir de manera cordial no es una contradicción. Recibir una corrección sobre un comportamiento equivocado del que no me he dado cuenta es un regalo impagable. Aprender el arte del debate: disentir, dialogar contradecir, rebatir con amabilidad. No hay dogmas en las cosas temporales. Un objeto que a uno parece cóncavo, parecerá convexo a los que estén situados en una perspectiva distinta.

Nuestros gestos y palabras no son puras formalidades sin significado. Expresan siempre algo de intimidad de la persona que los realiza. Un gesto que es particularmente significativo es la sonrisa. Alguien dijo algo así como la sonrisa es la línea más corta para unir a dos personas. Gran verdad. Un comportamiento cordial con los demás, con cada persona, por el simple hecho de ser personas. El adjetivo cordial es particularmente significativo porque añade el matiz de implicación del corazón, es decir, de lo más íntimo que existe en la esfera de una persona. Hacer sentir a las personas con quienes convivimos que se les tiene en cuenta y se les aprecia como personas. Para vivir así hace falta luchar. Una lucha decidida contra la tendencia que todos tenemos a “que nos dejen en paz”, a estar encerrados en nosotros mismos, en nuestro propio yo. A ver a los demás como potenciales perturbadores de mi paz personal. El valor esencial, lo importante, no es la autonomía de cada uno como individuo, sino la interdependencia de las personas, que por sí mismas no consiguen ser plenamente ellas mismas. La sonrisa es un gesto fundamental con el que se manifiesta la apertura hacia los demás. 

Esto no sólo es religión. Marco Tulio Cicerón, unos cincuenta años antes del nacimiento de Jesucristo, dijo aquello de que “la justicia es la disposición del alma que da a cada uno lo suyo y tutela con generosidad la convivencia social de los hombres; a ella van unidas la piedad, la bondad, la generosidad, la benignidad, la afabilidad y todas las demás de este género”. Es humanismo, que amplía el habitual concepto de justicia y no lo limita únicamente a los comportamientos codificados y exigibles legalmente. La justicia establece que se dé a cada uno lo suyo, que no es igual que dar a todos lo mismo. El igualitarismo utópico ha sido -y es- fuente de las más grandes injusticias. Como dice mi amigo Mariano, únicamente con la justicia no se resolverán nunca los grandes problemas de la humanidad. La sonrisa genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de integración, favorece la construcción de una base social firme.

Publicado, en "Diario de León", el lunes 14 de agosto del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/sonreir_1180958.html