@MendozayDiaz

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sábado, 28 de julio de 2018

A cualquier parte...

La juventud, hoy exactamente igual que ayer, es la edad de los ideales, la edad en la que nos planteamos las metas a alcanzar en la vida. Es evidente que muchos jóvenes están derrochando sus vidas, están dilapidando sus energías por ignorancia, por no saber “para qué” y “cómo” usarlas. Se encuentran como-en-un-laberinto, donde les es imposible alcanzar la salida hacia la felicidad, nuestro último fin. Uno de los peligros es su falta de madurez que, en ocasiones, les lleva a sacar conclusiones generales de un caso particular, y no por malicia, sino por falta de reflexión y serenidad. En otras ocasiones sólo se fijan en si los resultados les son o no favorables, sin prestar atención a las causas ni a los motivos. Otras veces, cuando hacen duros ataques a la actitud o decisión de una persona mayor, se ve que les falta conocimiento de causa y experiencia de la vida para comprenderla. Les cuesta ponerse en el lugar de aquella persona mayor, porque muchas veces se amparan, para proteger así sus intereses, bajo la mampara de su juventud: para no complicarse la vida, para que les dejen vivir a-su-aire.

Sin embargo, muchas veces la culpa de su intransigencia es de los mayores, que hemos consentido sus caprichos; que no les hemos inculcado un espíritu de libertad responsable y laboriosidad desde su infancia; que les hemos dado las cosas hechas en lugar de ayudarles a que las hiciesen ellos mismos y supiesen así lo que cuesta conseguirlas. Estamos experimentando, a escala mundial, las funestas consecuencias de haber declinado la libertad individual. Hace tiempo que hemos empezado a sufrir los resultados de haber transigido en principios vitales como son los derechos de los padres en la formación de nuestros hijos. En los primeros años de la adolescencia es donde tiene lugar una lucha más consciente por la formación de la propia personalidad. Los adolescentes empiezan a visualizar y a experimentar las consecuencias de la libertad personal: son los años en que buscan apasionadamente su propia autonomía y aprenden a independizarse, a seguir su propia conciencia personal. Los adolescentes son eso, adolescentes: personas que están en un periodo de formación de la personalidad, y aunque no están exentos de su responsabilidad personal, es evidente que necesitan nuestra especial ayuda durante esos años. Ahí es donde entra en juego la responsabilidad de los padres respecto a la educación de sus hijos. A veces, los padres, llevados por una-bienintencionada-super-protección proporcionan a sus hijos todos los medios materiales a su alcance, todas las comodidades que pudieran poner en sus manos; pero, en cantidad de ocasiones, se han quedado ahí, sin darles opción a formar sus propios criterios sobre las cosas; a luchar por conseguir lo que deseaban; a aprender a equivocarse en cosas menudas, haciéndoles vivir en un mundo absolutamente irreal en el que es imposible que se encuentren consigo mismos y que maduren responsablemente su personalidad.

La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez; la confianza que se pone en los hijos hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confían en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre. Se dan muchos casos de adolescentes que tienen que buscar a alguien fuera de la familia en quien poder confiar sus problemas. Precisamente, porque no se fían de sus padres, tienen que confiar sus “secretos” -que muchas veces se han vuelto secretos por culpa de los padres- a sus amigos. Amigos que tienen los mismos o peores problemas sin estar capacitados para resolverlos. Muchas veces, los adolescentes, llevados de su radicalismo juvenil, se muestran bastante duros al señalar los defectos y flaquezas de los demás y, no obstante, transigen fácilmente con los suyos propios. El defecto que con mayor frecuencia tienen es la falta de responsabilidad, que los lleva a hacer, por comodidad o pereza, dejaciones graves de sus obligaciones. Otro error adolescente: querer empezar todo desde cero, despreciando lo que de bueno, verdadero y justo han hecho sus predecesores. El hombre se enriquece cuando confía en los demás y sabe aprovechar el conocimiento y la experiencia de sus mayores y antepasados, cuando aprende a escuchar a los demás, a dialogar. No podemos ir contra lo viejo sólo por serlo, y tampoco alabar lo nuevo sólo por su novedad.

La juventud -que ha sido siempre el símbolo de la alegría y de la esperanza- parece que, en los momentos presentes, está triste y lánguida porque no encuentra horizontes donde poder explayar sus ímpetus y ansias juveniles. Como aquel muchacho que estaba haciendo autostop y cuando le preguntaron que hacia dónde iba dijo que “a cualquier parte” …  Una de las tareas más urgentes a llevar a cabo entre la juventud es fortalecer su formación con buenos principios y valores, para que no se deje arrastrar fácilmente por perniciosas tendencias. Y, sobre todo, es responsabilidad de los padres -intentar- evitar, con amor inteligente, esos posibles conflictos.

Publicado en "Diario de León" el viernes 28 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/cualquier-parte_1266092.html

domingo, 15 de julio de 2018

La moda de la suciedad.

Otro año -como cada año- por San Juan, hemos visto cómo la generación-más-preparada-de-nuestra-historia (no sé si reír o llorar) deja las orillas de nuestro Bernesga después del llamado botellón. Los mismos angelitos que durante el año te miran feo si te equivocas al depositar en una papelera una botella en el lugar del papel o donde la basura orgánica. Hipócritas. Nos molestamos cuando un perro defeca y su dueño no lo recoge, pero nada decimos cuando esos miles de bárbaros defecan y más junto al río, en las calles y en-los-portales-de-los-edificios-cercanos… O solicitamos a las administraciones más campañas para prevenir a los adolescentes de los males del alcohol y de las drogas, y, sin embargo, en esas “fiestas” son miles los menores de edad que, ante la pasividad de sus padres y autoridades, se ponen hasta el chongo. Lamentablemente no se trata de un hecho puntual. Inmensa desgracia de nuestro tiempo: haber separado, en todos los grados, instrucción y educación. Se comenzaba por enseñar, junto con el alfabeto y la tabla de multiplicar, las formas externas de respeto, la educación y el porte. Cometer una falta, mancharse la ropa o tirar un papel al suelo acarreaba los mismos reproches. Instrucción y educación no se separaban. Durante mucho tiempo fue así. Se iba a la escuela no sólo para aprender a leer, sino para aprender a vivir. 

Las formas son mucho más que usos del “saber vivir”. También son la expresión del derecho de una sociedad. No hay sociedad sin derecho, ni derecho sin formas. El universo, que en su principio no era más que energía y fuerzas, evoluciona poco a poco por el soplo de la vida, luego por el impulso del pensamiento y de la libertad humana, hacia formas cada vez más sueltas y delicadas. Sucede lo mismo con el mundo social. Inicialmente sólo hay fuerzas, instintos, poderes y violencias. La violencia se detiene mediante el acuerdo, la fuerza por la forma. Molestan las formas -las convenciones- porque ponen trabas al libertinaje, porque nos obligan a mantener nuestros compromisos, porque nos constriñen a respetar a los demás; en resumen, nos exigen esfuerzo y disciplina. 

Toda regla impuesta desde fuera, toda tradición, conveniencia, etc., se considera doblemente insoportable: como obstáculos a la expansión de la propia personalidad y como artificial expresión de estructuras sociales de otra época. Mentiras, tabúes y engaños infantiles de una sociedad podrida. Un peso enorme de tradiciones, de molestias, de impedimentos, que -dicen- traban la marcha del progreso, la liberación del reino de lo inútil. Libres, adultos, exentos de toda moda, seguís la más baja: la del desharrapado, la de la mugre y la suciedad. Cuando hayáis quitado todo velo, todo pudor, todo símbolo, toda poesía, ¿qué quedará del hombre? Un mono desnudo. Pues bien, el mono no es solamente la impudicia, sino, también es crueldad. En realidad, bajo esta batalla de las formas, lo que subrepticiamente libráis es un combate de fondo: tan cierto como que el fondo y la forma son inseparables.

No hay, ni nunca ha habido, ni habrá jamás en toda la historia del hombre, progreso moral sin esfuerzo. Un hombre que se da aires de bruto tendrá muy rápidamente costumbres de bruto. Lo exterior implica lo íntimo. Como le gusta recordar a mi amigo Mariano: quien no vive como piensa, terminará pensando como vive. Y si la educación, la evolución, el progreso exigen siglos, la degradación es una caída sin obstáculos. Es infinitamente más fácil ser ineducado que educado: no responder oportunamente los correos que responderlos, quedarse sentado que ceder el sitio, ser grosero que excusarse, no peinarse que peinarse, ser sucio en lugar de limpio. Es infinitamente más fácil escribir “como un cerdo” que cuidar el estilo, practicar el manchismo -con ene- que el arte figurativo. Muchos adoptan la moda de la vulgaridad por despecho de no poder alcanzar la de la distinción. Lo mismo suele pasar con el desprecio a los buenos resultados académicos.

Seguramente estoy esquematizando. Gracias a Dios, aún existen numerosas, magníficas excepciones. La cuestión estriba en saber si esas excepciones, que quizá todavía sean mayoría    -pero, en cualquier caso, mayoría terriblemente silenciosa-, volverán a tomar la palabra, o si se dejarán contaminar y resbalar poco a poco por la fácil pendiente de la decadencia de las formas, pues la caída es rápida. Es muy fácil rechazar todo modelo y hacerse sin esfuerzo el modelo propio. Es muy fácil proclamar que el hombre es naturalmente bueno y hacer recaer sus faltas sobre la sociedad. El esfuerzo es difícil. El respeto del hombre, el sentido del prójimo, la noción de dignidad de la persona humana constituyen la-ética-de-las-formas. No hay progreso social sin elevación, ni elevación sin educación. Las mismas palabras lo dicen: “e-ducere”, elevar, tirar hacia arriba. 

Publicado en "Diario de León" el jueves 12 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/moda-suciedad_1262807.html

martes, 10 de julio de 2018

Tu mejor versión.

Todos-los-días se está decidiendo la competición del progreso, del nivel de vida y de las oportunidades de la vida de cada individuo y de las naciones. Por eso hay que vivir atentos, en alerta. Es conocida la afición japonesa por el pescado crudo, por el famoso “sushi”. Pues bien, para que los peces se mantengan frescos desde que son capturados hasta llegar a puerto, me contaron que los grandes buques pesqueros japoneses introducen en los depósitos pequeños tiburones que, lógicamente, se comen unos cuantos peces, pero a los demás los mantienen alerta durante todo el trayecto. Llegan al destino como recién pescados en alta mar, fresquitos. Otra versión de nuestro “camarón que se duerme…”. La forja del carácter y el desarrollo de la personalidad consisten, en parte principal, en el dominio de uno mismo, al servicio los demás. Nos encanta hablar de valores y, menos, muchísimo menos, de virtudes. Porque nos exigen compromiso. Los valores son generales, las virtudes personales.

En el concepto que se tenga de la naturaleza humana está la raíz de la visión de los problemas sociales y políticos. Rousseau inventó aquello de la-bondad-innata-del-hombre, estaba convencido de que el ser humano tenía una predisposición a la bondad echada a perder por la organización del mundo. Era la sociedad la que le hacía malo. Así pues, no se trataba de cambiar -de mejorar- al hombre: el hombre estaba sano y no era necesario cambiar nada en él. Eran las instituciones lo que había que cambiar. Me cuesta esfuerzo aceptar opiniones que, por lo extendidas, aceptadas e indiscutidas, acaban siendo lugares comunes, y a fuerza de verlos repetidos una y otra vez, pasan por ser la expresión de verdades no sólo indiscutidas, sino indiscutibles. ¿No tenemos derecho a dudarlo? Lo cierto es que de esta encrucijada no se sale, si se penetra en ella con la moral del vencido. Es necesaria una nueva aventura del pensamiento.

Se ignoran los propios deberes, se transfieren las responsabilidades a otras instancias. La suma de abdicaciones personales en el terreno del deber, del estímulo, del esfuerzo, de la responsabilidad, tiene una víctima inevitable: los “otros”, la sociedad. El individualismo es un falso humanismo. El humanismo no es una ideología. es una actitud y un ideal. Hombres y mujeres de distintas ideologías pueden coincidir en él. Sus fundamentos y posibilidades nos obligan a cultivarlo y a proyectar su luz, participando en el esfuerzo común de cuantos sienten la solicitud por el hombre. Primacía del hombre, pero el hombre con deberes y, entre ellos, los que se refieren a la vida social. El bien común consiste en la plenitud de los derechos humanos.

La ocurrencia roussoniana del hombre naturalmente bueno ha llevado, por ejemplo, a sobrevalorar la espontaneidad en la educación de los jóvenes y a olvidar que sin esfuerzo ninguna obra fue hecha. No es desdeñable el desolador efecto de aquellas corrientes pedagógicas que parecen recrearse en el olvido y aún la negación expresa de toda educación del esfuerzo, descuidando así uno de los principales fines a conseguir: la formación adecuada de la voluntad humana. Es más fácil y más cómodo creer en el hombre bueno por naturaleza, que asumir la propia responsabilidad (todos la tenemos) por los hechos propios y ajenos. Por encima del estatus de ciudadano, más allá de las leyes y de las realidades sociológicas, el hombre que tiene afán de plenitud se compromete, de forma más o menos explícita, a realizarse personalmente, a entregarse a los demás y a servir a la sociedad. Este tipo de compromiso me parece vitalmente más importante que toda explicación contractual o pactista sobre el origen de la sociedad. Los derechos y deberes me son dados: debidos o exigidos. El compromiso se asume desde una voluntad de perfección y superación. Se trata de una ciudadanía activa, no ya sólo en lo que toca al ejercicio de los derechos políticos, sino en el sentido más pleno de la expresión. La sociedad necesita, en el sentido más ético de la idea, de la condición heroica. Voluntad de llevar el deber más allá de lo exigible, es decir, allí donde deja de ser deber para ser heroísmo.

Lo más decisivo es el fondo de las cosas, los contenidos y prácticas efectivas, y, sobre todo, los pensamientos y propósitos esenciales. Una revolución más ardua, pero también más asequible que cualquier otra: porque es una revolución que le dice al hombre que su enemigo no es su vecino, sino que su enemigo es él mismo. Que los causantes de nuestros mayores tormentos somos nosotros mismos, el desorden de nuestro corazón, la oscuridad de nuestra intimidad. Una invitación al cambio más rotundo, una invitación al cambio interior. Después, por supuesto, cuando el hombre cambia, pueden cambiar muchas cosas: cambian -de hecho- muchísimas cosas que urge mejorar. Revolución personal en cada uno: el cambio -la mejora- de la propia vida, para dar a los “otros” nuestra mejor versión.

Publicado en "Diario de León" el domingo 9 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/mejor-version_1261965.html