La
juventud, hoy exactamente igual que ayer, es la edad de los ideales, la edad en
la que nos planteamos las metas a alcanzar en la vida. Es evidente que muchos
jóvenes están derrochando sus vidas, están dilapidando sus energías por
ignorancia, por no saber “para qué” y “cómo” usarlas. Se encuentran como-en-un-laberinto,
donde les es imposible alcanzar la salida hacia la felicidad, nuestro último
fin. Uno de los peligros es su falta de madurez que, en ocasiones, les lleva a
sacar conclusiones generales de un caso particular, y no por malicia, sino por
falta de reflexión y serenidad. En otras ocasiones sólo se fijan en si los
resultados les son o no favorables, sin prestar atención a las causas ni a los
motivos. Otras veces, cuando hacen duros ataques a la actitud o decisión de una
persona mayor, se ve que les falta conocimiento de causa y experiencia de la
vida para comprenderla. Les cuesta ponerse en el lugar de aquella persona
mayor, porque muchas veces se amparan, para proteger así sus intereses, bajo la
mampara de su juventud: para no complicarse la vida, para que les dejen vivir a-su-aire.
Sin
embargo, muchas veces la culpa de su intransigencia es de los mayores, que
hemos consentido sus caprichos; que no les hemos inculcado un espíritu de
libertad responsable y laboriosidad desde su infancia; que les hemos dado las
cosas hechas en lugar de ayudarles a que las hiciesen ellos mismos y supiesen
así lo que cuesta conseguirlas. Estamos experimentando, a escala mundial, las
funestas consecuencias de haber declinado la libertad individual. Hace tiempo
que hemos empezado a sufrir los resultados de haber transigido en principios
vitales como son los derechos de los padres en la formación de nuestros hijos. En
los primeros años de la adolescencia es donde tiene lugar una lucha más
consciente por la formación de la propia personalidad. Los adolescentes
empiezan a visualizar y a experimentar las consecuencias de la libertad
personal: son los años en que buscan apasionadamente su propia autonomía y
aprenden a independizarse, a seguir su propia conciencia personal. Los
adolescentes son eso, adolescentes: personas que están en un periodo de
formación de la personalidad, y aunque no están exentos de su responsabilidad
personal, es evidente que necesitan nuestra especial ayuda durante esos años.
Ahí es donde entra en juego la responsabilidad de los padres respecto a la
educación de sus hijos. A veces, los padres, llevados por una-bienintencionada-super-protección
proporcionan a sus hijos todos los medios materiales a su alcance, todas las
comodidades que pudieran poner en sus manos; pero, en cantidad de ocasiones, se
han quedado ahí, sin darles opción a formar sus propios criterios sobre las
cosas; a luchar por conseguir lo que deseaban; a aprender a equivocarse en
cosas menudas, haciéndoles vivir en un mundo absolutamente irreal en el que es
imposible que se encuentren consigo mismos y que maduren responsablemente su
personalidad.
La
clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de
familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad
y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que
se dejen engañar alguna vez; la confianza que se pone en los hijos hace que
ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no
tienen libertad, si ven que no se confían en ellos, se sentirán movidos a
engañar siempre. Se dan muchos casos de adolescentes que tienen que buscar a alguien
fuera de la familia en quien poder confiar sus problemas. Precisamente, porque
no se fían de sus padres, tienen que confiar sus “secretos” -que muchas veces
se han vuelto secretos por culpa de los padres- a sus amigos. Amigos que tienen
los mismos o peores problemas sin estar capacitados para resolverlos. Muchas
veces, los adolescentes, llevados de su radicalismo juvenil, se muestran
bastante duros al señalar los defectos y flaquezas de los demás y, no obstante,
transigen fácilmente con los suyos propios. El defecto que con mayor frecuencia
tienen es la falta de responsabilidad, que los lleva a hacer, por comodidad o
pereza, dejaciones graves de sus obligaciones. Otro error adolescente: querer
empezar todo desde cero, despreciando lo que de bueno, verdadero y justo han
hecho sus predecesores. El hombre se enriquece cuando confía en los demás y
sabe aprovechar el conocimiento y la experiencia de sus mayores y antepasados,
cuando aprende a escuchar a los demás, a dialogar. No podemos ir contra lo
viejo sólo por serlo, y tampoco alabar lo nuevo sólo por su novedad.
La
juventud -que ha sido siempre el símbolo de la alegría y de la esperanza-
parece que, en los momentos presentes, está triste y lánguida porque no
encuentra horizontes donde poder explayar sus ímpetus y ansias juveniles. Como
aquel muchacho que estaba haciendo autostop y cuando le preguntaron que hacia
dónde iba dijo que “a cualquier parte” … Una de las tareas más urgentes a llevar a cabo
entre la juventud es fortalecer su formación con buenos principios y valores,
para que no se deje arrastrar fácilmente por perniciosas tendencias. Y, sobre
todo, es responsabilidad de los padres -intentar- evitar, con amor inteligente,
esos posibles conflictos.
Publicado en "Diario de León" el viernes 28 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/cualquier-parte_1266092.html
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