@MendozayDiaz

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jueves, 26 de diciembre de 2019

Educación de calidad.

Publicado en "Diario de León" el lunes 23 de diciembre del 2019: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/educacion-de-calidad/201912231317231970649.html

Hoy, en España, la casi totalidad de los ciudadanos saben leer y escribir lo que supone un logro inimaginable hace un siglo. Sin embargo, eso no basta en las relaciones económicas y sociales de nuestro tiempo. Muchas personas no son capaces de seguir instrucciones escritas, tienen dificultades para comprender lo que leen y no son capaces de extraer mínimas consecuencias analíticas. Son los llamados "analfabetos funcionales". Para una economía que sólo pretenda producir y exportar materias primas, esta cuestión tiene poca importancia. En cambio, la microelectrónica, biotecnología, telecomunicaciones, etc., todas ellas son industrias basadas en la capacidad intelectual de las personas y, por ello, se pueden instalar en cualquier lugar del mundo…. El conocimiento y las habilidades son la más importante (si no la única) fuente de ventaja comparativa sostenible en el largo plazo. Por tanto, el esfuerzo por una educación de calidad es una prioridad.

Pero, en general, la realidad es otra cosa. Los exámenes siguen siendo hoy, dueños y señores de la universidad. La clase sólo es un mero anuncio de lo que se llevará al examen. La única variante posible de esta conversación es si el examen escrito será o no en forma de test. Además, el estudiante continúa erre-que-erre con la vieja reivindicación de “una asignatura, un libro”. Una de las principales preocupaciones del estudiante es enterarse de cuál es “el libro” de cada profesor. Y, a falta de éste, aspirará a contar, al menos, con unos apuntes que le sirvan de sucedáneo. Muchos estudiantes no saben leer, ni parece importarles. Leer poco, clarito, en castellano y a poder ser en letra grande. El déficit de lectura y el progresivo aumento de la formación audiovisual va haciendo estragos. 

Desde que se publican, los rankings de universidades han estado envueltos en polémicas. Se los ha acusado de elitistas, de poco transparentes y de no prestar atención a la calidad de la educación que se imparte. No es sencillo ponerle un número a todo lo que representa una universidad. No hay consenso ni sobre qué debe medirse ni sobre cómo hacerlo. Desde hace años, rectores, responsables políticos y expertos vienen dando vueltas a un nuevo sistema que garantice unos recursos estables y viables para el funcionamiento de las instituciones de enseñanza superior, pero la cuestión está lejos de estar resuelta. Una ecuación imposible: en España, una de las mayores tasas de acceso a la universidad de toda la Unión Europea, una de las tasas más bajas de matrícula, impuestos bajos y prácticamente ninguna selección de entrada a las facultades. 

La realidad es que no hemos sabido crear un modelo homologable con el de los países de nuestro entorno. El despropósito en el que se ha convertido nuestro modelo de organización territorial ha llevado a la multiplicación innecesaria tanto de universidades (más de ochenta, entre públicas y privadas) como de titulaciones. El criterio -en mi opinión- debería ser el contrario: racionalizar el número de centros, cerrando muchos de los que tienen aulas casi vacías, y reducir la oferta de carreras para evitar grados excéntricos y dotar al resto de unos contenidos de mayor calidad y especialización. Si algo ha sido dañino en nuestro país es el trazado partidista de las distintas reformas educativas, más orientadas a imponer el propio modelo que a orientar la educación durante largos periodos de tiempo, varias generaciones. Las enormes carencias de nuestro sistema universitario: una triste realidad que no puede achacarse a una sola causa pero que representa uno de los fracasos más dramáticos de nuestro país. ¿Hay solución? Dicen que mientras-haya-vida-hay-esperanza…: un acuerdo con amplia base social y política a favor de una educación de calidad. Eso sí: Vamos tarde, muy tarde.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Fidelidad y felicidad.

Publicado en "Diario de León" el viernes 13 de diciembre del 2019: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/fidelidad-y-felicidad/201912131021101967339.html

Todos queremos ser felices. Ahora bien: la existencia humana tiene reglas y, si no se observan, el resultado puede ser la pérdida de la felicidad o la incapacidad para ser feliz. Como algunas personas desconocen estas leyes, la ignorancia es la causa de que muchas veces no las consideren. Pero las reglas siguen en vigor; y, más temprano que tarde, se pagan las consecuencias de habérselas saltado. En muchos casos, la ignorancia puede resultar muy gravosa. Así ocurre, por ejemplo, con la fidelidad en el matrimonio.

El matrimonio parece estar en declive. Sin embargo, uno encuentra muchas excepciones: tantos matrimonios felices que son, a la vez, hogares dichosos. Hay que aprender a amar. Esa lección requiere tiempo, y puede resultar incluso más dura cuando uno progresa. Pero si se persevera, se aprende. A fin de cuentas, es así como enfocamos otros aspectos importantes de la vida: un negocio o una profesión, por ejemplo. Para salir adelante como médico o abogado, es preciso estudiar durante años en una universidad o en una escuela especializada y, después de sacar un título, hay que seguir formándose. Incluso entonces, tras años de constante esfuerzo, tal vez no se logra el éxito profesional esperado.

Aunque el matrimonio puede hacer felices a las personas, no lo consigue sin esfuerzo. La felicidad no se gana fácilmente; exige lucha. La felicidad fácil habitualmente no es duradera. Por tanto, un matrimonio feliz sin esfuerzo es una quimera. Un marido o una mujer no son bienes que se adquieren, como se puede adquirir un coche. Te buscas un modelo que te guste, fácil de usar, y que requiera el mínimo esfuerzo para su mantenimiento; luego lo cambias en cuanto se hace un poco viejo o las piezas comienzan a fallar…

La felicidad en el matrimonio exige esfuerzo. La felicidad no es posible -ni dentro del matrimonio, ni fuera de él- para quien está empeñado en recibir más de lo que da. El amor conyugal no fallece a causa de las riñas entre marido y mujer, sino por no saber repararlas. Lo que mata el amor es la incapacidad de perdonar y de pedir perdón. Las disputas que se reparan -aunque sean grandes- no destruyen el amor: pueden incluso cimentarlo. Las que no se solucionan -aunque sean pequeñas- poco a poco van envenenando la vida matrimonial y pueden llegar a hacerla intolerable. Y la persona no aprenderá a amar si no vence su egoísmo. Esto exige esfuerzo y lucha constantes, con los altibajos correspondientes.

La persona que se empeñe en exigir una perfecta felicidad en el matrimonio necesariamente quedará defraudada. Los matrimonios no duran porque los cónyuges se complementen perfectamente, porque nunca disienten, porque jamás hayan tenido dificultad de entenderse: no. Los matrimonios duran porque marido y mujer se empeñan en ello, porque aprenden a entenderse. Es fácil sentirse enamorado; permanecer en el amor es mucho más difícil. El amor auténtico debe amar a la otra persona con sus defectos: querer a esa persona tal como realmente es. Y esto no es fácil. El amor que esté dispuesto tan solo a amar a una persona inexistente no es tal. A veces nos resulta difícil descubrir los puntos buenos de los demás. Muchas veces, incluso, parece que tenemos mayor facilidad para ver los defectos que para apreciar sus virtudes. Aprender a convivir. Esforzarse. El marido o la mujer que reaccione así ya está mejorando como persona. El matrimonio es una unión de dos personas corrientes, llenas por tanto de defectos.

Pero la fidelidad en el matrimonio no sirve tan sólo para proteger el amor de los esposos; está encaminada también -y de modo singular- a proteger el amor para los hijos: a impedir que el ambiente de amor que les hace falta para su desarrollo y felicidad se vea hecho añicos por la debilidad de uno o de ambos esposos, por egoísmo o sencillamente por irreflexión. Que los hijos tienen derecho a la fidelidad de sus padres es una verdad que conviene recordar, con frecuencia.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

One of us.

Publicado en "Diario de León" el sábado 30 de noviembre del 2019: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/one-of-us/201911301356371963060.html

Europa vive hoy una verdadera crisis cultural y social, caracterizada por una fuerte pérdida de identidad espiritual, por la renuncia a crear una sociedad solidaria, por la desesperación y violencia crecientes y por la difusión de una ética utilitarista, que sirve, preferentemente, al poderoso. Es una crisis de la verdad. Huimos de la verdad como de la peste en casi todos los ámbitos de la vida. Hay una prevalencia de la mentira sobre la verdad porque la mentira, por su propia naturaleza, es más cómoda que la verdad. Hoy avanzamos orgullosamente hacia atrás: retrocedemos. La tragedia que está viviendo Europa es que ha olvidado sus raíces, que la hicieron creadora y difusora de los derechos humanos en todo el mundo. Lo primero que se pudre del pescado es su cabeza; en las personas, también: la cultura orienta nuestro modo de actuar en política y economía.

Se nos dice que los derechos humanos no tienen su fundamento en unas exigencias naturales permanentes del ser humano, sino que son fruto del consenso que se produce en un momento histórico determinado. Se consolida así la pintoresca idea de que en la democracia nada es verdad ni mentira; incluso sugerir que algo pueda ser verdadero se convertiría en una inmediata amenaza a la democracia. La esclavitud desapareció no porque todo el mundo estuviera de acuerdo con ello, sino, porque en un momento dado, una serie de personas que estaban en minoría -los abolicionistas- lucharon para conseguir que desapareciera. Democracia significa partir de la verdad de la dignidad humana; partir de que es verdad que el hombre tiene una dignidad, que obliga a que sus relaciones políticas se organicen de tal manera que no se le impongan normas sin que él intervenga en su elaboración. 

Hace unas semanas, en Santiago de Compostela, tuvo lugar una nueva reunión de la plataforma cultural europea “One of us” (“Uno de nosotros”) que tiene como objetivo impulsar una Europa basada en la defensa de la dignidad humana. Una cita que ha reunido a ciento cincuenta intelectuales de más de veinte países de la Unión Europea y a la que tuve el honor se asistir. Un lujo escuchar a los principales referentes de esta organización como Jaime Mayor Oreja o los profesores Rémi Brague e Ignacio Sánchez Cámara. O tener la oportunidad de dialogar con el catedrático de Filosofía del Derecho, Francisco José Contreras a quien, desde hace años, sigo a través de sus libros: inspiradores.

Desde el primer momento me llamó la atención que “One of us” se trata de una iniciativa en positivo. No va contra nada ni contra nadie sino a favor del bien y de la verdad. Valores que Europa ha ido extraviando. La defensa de los clásicos valores y principios europeos, especialmente, la dignidad de la persona y el valor de la vida. Defender aquello que creemos bueno y verdadero, aunque, en ocasiones, suponga remar a contracorriente de la opinión mayoritaria. Estoy encantado de colaborar con un observatorio europeo de la promoción y tutela de la dignidad humana. Un auténtico privilegio. Una viva preocupación por el respeto de los derechos humanos y un decidido rechazo ante sus violaciones. La esperanza en el futuro constituye el estímulo más fuerte para una actividad social en servicio de la mejor libertad. El progreso debe ser concebido como el paso de condiciones menos humanas a condiciones más humanas.
Inevitablemente las polémicas en torno a los derechos humanos reenvían a los códigos éticos que laten detrás. Los problemas jurídicos siempre encierran una valoración ética. Una Europa con rostro humano. La gran verdad de la dignidad humana nos impone hoy una exigencia ineludible: revitalizar el debate democrático con propuestas fundamentadas, que incluyan aquellos elementos éticos sin los que nuestra convivencia sólo puede seguir llamándose “humana” cerrando los ojos a buena parte de la realidad. Con un cambio de actitud: de una reactiva a una activa. Tomar protagonismo, en positivo. Sin complejos.