@MendozayDiaz

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miércoles, 30 de enero de 2019

Nosotros.

Resulta un espectáculo triste el de tantos matrimonios que comenzaron llenos de ilusiones y que al cabo de un poco tiempo (unos pocos años o quizá unos pocos meses) van languideciendo, para convertirse en una especie de obligada sociedad de dos personas aburridas; así como da gozo contemplar el espectáculo de algunos matrimonios a los que las arrugas, las canas e incluso los achaques de la vejez no han amortiguado la unión íntima entre dos personas que emprendieron el camino de la vida unidos por el amor y que a lo largo del camino el amor se les fue haciendo más intenso.

No es fácil dar recetas que solucionen las situaciones conflictivas en el orden afectivo ni en el social; pero si el marido estuviera siempre dispuesto a comprender los motivos que su mujer tiene para reaccionar de tal modo, y la mujer estuviera siempre dispuesta a hacerse cargo de los motivos que su marido tiene para comportarse de tal o cual manera, el pequeño sacrificio de cada uno vendría a ser como un continuo riego de amor entre los dos. Valdría la pena considerar el valor que tiene en la vida familiar el constante intento de comprenderse unos a otros, el marido a la mujer, la mujer al marido, los padres a los hijos. La condición primera para un influjo eficaz es colocarse en-el-lugar-del-otro: ponerse en su lugar. En el fondo de muchos trastornos psíquicos de los que tanto abundan en la sociedad actual, se encuentra el descontento de la vida, que tiene su origen en una familia constituida por padres insatisfechos, tristes, nerviosos; es decir, por padres que viven una vida decepcionada íntimamente, se cuiden o no de disimularlo.

La vida es corta. Pero es muy ancha. No pueden hacerse muchísimas cosas, pero las que se hacen, pueden hacerse bien. Creo que eso es suficiente para tener una vida plena. Creo que la gente se estanca en la comodidad. Pero lo que ha olvidado es ser feliz. Solo esperan que les toquen buenas cartas. Pero la felicidad está en el camino, en-el-durante, en el juego. No se puede estar esperando toda la vida. Como le gusta recordar a mi amigo Mariano: o encontramos nuestra felicidad en lo cotidiano o no la encontraremos nunca. En Santiago de Chile tuve la suerte de conocer a un señor que celebró sus setenta años de casado y recuerdo como dijo, con esa simpatía que le caracterizaba, que lo más importante para perseverar en el amor era comenzar el día desayunando juntos. O aquel otro matrimonio, a quien también tuve la suerte de conocer, que, en la madurez de la vida, afirmaban que "ahora nos queremos más, mucho más, que cuando éramos novios"… Hace falta ser pacientes para poder convivir, para sobrellevarnos y para que el sobrellevarnos sea profundidad en la convivencia, en la participación de la vida. A veces la sabiduría más necesaria es saber sobrellevarnos, porque entonces el amor crece.

A mí me gusta dar buenas noticias sobre la familia porque para dar las malas se bastan algunos medios que parecen ignorar que la familia es algo natural, próximo, en cuyo seno nacemos, nos desarrollamos y nos amamos. Eso no es una quimera, sino una institución donde nuestros mejores impulsos encuentran adecuada respuesta. A veces dedicamos más tiempo a hablar de los matrimonios rotos en vez de los millones de parejas que viven fielmente su entrega, lo cual no quiere decir que la familia no esté pasando por sus momentos más bajos, pero sería bueno que de vez en cuando se hiciera una referencia a la realidad de que la gente se quiere, que los hijos respetan a los padres y que las parejas que perseveran son más de las que aparecen en la prensa rosa.

He conocido personas interesantes que trabajan en un ambiente de egolatría y vanidades, sometidas a grandes tensiones, y que su refugio es la familia. Prioridad absoluta que en la vida de muchos ha tenido, y sigue teniendo, la familia. La necesidad de estar integrado, el convencimiento de que la familia es la comunidad ideal para que el hombre y la mujer puedan desarrollar sus capacidades de amar y ser amados. A veces calificamos de problemas lo que es el devenir normal de la vida. No hay derecho a que nos quejemos cuando tres partes de la población mundial estarían felices de tener los problemas que tenemos muchos de nosotros… Es más, a veces, los problemas mantienen vivo el matrimonio.

Esta comunidad que instaura el matrimonio, este “nosotros”, es mucho más que la mera convivencia; no es sólo un estar “junto a” o “con” el otro cónyuge. No es suficiente esto para definir la comunidad matrimonial. El “nosotros” que funda el compromiso matrimonial se ubica en un terreno más profundo. El cónyuge no da al otro lo que le corresponde, ni más de lo que le corresponde y ni siquiera más de lo que nunca hubiera podido soñar, porque no es cuestión de cantidades, sino de amor conyugal. El “nosotros” matrimonial está formado por todo lo de ambos, porque todo se pone en común y renace como “lo nuestro”. Del “tú y yo” al “nosotros”.

Publicado en "Diario de León", hoy, 30 de enero del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/nosotros_1310203.html

domingo, 13 de enero de 2019

Realidad y realidad virtual.

Los apólogos de la cultura oriental (“los cuentos chinos”) ofrecen, miles de años después, siempre, un material inagotable de reflexión. Y los chistes de Jaimito, ni digamos… Papá ¿qué diferencia hay entre la realidad y la realidad virtual? A ver, Jaimito, te lo voy a intentar explicar mediante un experimento… Pregúntale a tu hermana si a cambio de un millón de euros para nuestra familia estaría dispuesta a engañar a su novio. Dice que sí. Ahora, lo mismo a tu hermano. Papá, dice que también. Ves, Jaimito, según la realidad virtual ahora tendríamos dos millones de euros; pero, en realidad, solo tenemos a dos sinvergüenzas…

Somos gente muchas veces perdida; y nos cuesta aceptar esta verdad, nos cuesta reconocer que, realmente, con mucha frecuencia, la desolación que sentimos es la desolación del hombre para quien las cosas han perdido su significación; que la extrañeza que sentimos ante otros hombres significa, de una manera cierta, nuestra desorientación íntima, personal. Estamos perdidos. ¿Cuándo ha desaparecido de nuestra vida esa referencia que da sentido a todo? La mayor parte de nuestras tristezas, de nuestros problemas, significan que nos hemos instalado en un lugar que no es el nuestro, en un lugar de comodidad, en un lugar de metas aparentemente fáciles, que van llenando el corazón de amargura, de rutina, de mediocridad…

Una de las cosas que, con más espontaneidad, con menos esfuerzo, de modo más asiduo, buscamos los hombres al actuar es el éxito. Y del éxito tenemos muchas veces un conocimiento superficial y defectuoso. Muchas de nuestras desorientaciones en la vida provienen de tener una noticia apresurada de lo que significa triunfar. Y muchas de las empresas que a veces en la vida nos atraen, nos resultan atractivas precisamente porque nos parece que en la cumbre está eso que llamamos triunfo. La victoria es un asunto final. Esto se ve, por ejemplo, en las competiciones deportivas que tienen tanta semejanza con la vida del hombre: en un partido el triunfo se da al final; puedo haber estado uno de los equipos en situación de derrota pasajera, temporal, y terminar ganando. Y, al revés, puede un equipo haber ido por delante en el marcador y sin embargo terminar perdiendo. El asunto del éxito es final. Se sabe solo al fin.

Por eso, para poder hablar con exactitud de éxito y de triunfo hace falta mirar al fin. Porque muchas veces vivimos atemorizados por miedos. Es verdad que a veces tenemos miedos a cosas verdaderamente temibles, porque son muy graves, y tenemos, por ejemplo, miedo a la guerra. Pero es que en general los hombres, y viene al caso este ejemplo concreto, tenemos miedo a muchas cosas que, quizá, en sí mismas no serían temibles, pero que a nosotros nos asustan: tenemos miedo al qué dirán, a lo que piense la gente de nosotros; tenemos miedo al ridículo; tenemos miedo de caer mal; tenemos miedo a veces de cometer un error al expresarnos, a ser mal interpretados. Tenemos miedo a decir una tontería.

“Progreso” es un concepto estupendo, pero puede significar cosas muy dispares. ¿Progresa una sociedad porque ha logrado fabricar armas atómicas, o porque sus naves espaciales pueden llegar a Marte, o porque sus ciudadanos pueden comunicarse, inmediatamente, con cualquier parte del mundo? Estas son manifestaciones de progreso técnico, pero ¿está progresando el hombre? Ésta es, sin duda, la cuestión fundamental. No puede contestarse a esta pregunta sin asignar una meta al ser humano, porque progreso no significa avanzar en cualquier dirección (un avance en-cualquier- dirección puede comportar un retroceso), sino dirigirse hacia una meta; es decir, hacia un objetivo propuesto conscientemente, porque lograrlo parece que vale la pena. 

Pocas personas, pienso, pondrían reparos a la tesis general de que el objetivo del hombre es la felicidad. La existencia humana tiene reglas; si no se observan, el resultado puede ser su pérdida, o al menos la incapacidad para lograr que sea libre y feliz. Como algunas personas desconocen estas leyes, la ignorancia es la causa de que muchas veces las violen. Pero las reglas siguen en vigor; y se pagan las consecuencias de habérselas saltado. Una corriente eléctrica puede matar, lo mismo que puede hacerlo el veneno. No se trata sólo de leyes de la física o de la química son evidencias que hacen referencia al efecto de realidades físicas o químicas en la vida humana. Son verdades de la existencia: leyes de la vida misma. Si se ignora que un cable de alta tensión es muchas veces mortal, puede tocarse. Si se desconoce que una mezcla química es venenosa, puede beberse. La persona en cuestión será probablemente sincera y no tendrá culpa de su ignorancia; pero ese desconocimiento no la aísla contra la electricidad, y la sinceridad no es antídoto al veneno. La ignorancia puede resultar muy gravosa. Si se realizan ciertas acciones se suceden consecuencias lamentables. El hombre solamente se va a encontrar con la frustración si busca la felicidad donde no se puede hallar; o si busca una felicidad ilimitada donde sólo puede hallarse limitadamente; o si busca la felicidad donde se puede encontrar, pero no de la manera como se puede hallar. La felicidad es el resultado de la entrega generosa a algo o alguien que vale la pena.

Publicado en "Diario de León" el viernes 11 de enero del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/realidad-realidad-virtual_1305509.html

jueves, 3 de enero de 2019

Educar para un tiempo nuevo.

El ideal cultural de una sociedad libre es una condición inevitable para su estabilidad económica social y política. La libertad y la igualdad son conceptos de grueso calibre que, más allá de la encendida o exquisita retórica, no sirven para nada si el hombre no puede aspirar a ellos en igualdad de condiciones con los demás hombres. Sobre todos los sistemas se iza, como una quimera conquistada, la palabra libertad. El mundo es libre, la sociedad es libre, el hombre es libre… ¿Libre de qué? Para alcanzar la plena libertad humana, es preciso dotar al hombre de la única palanca posible para alcanzarla: el dominio de la cultura. Ese dominio que llega cuando, reconstruyendo desde los cimientos mismos de la sociedad, se alcanza una igualdad de oportunidades, sin exclusión alguna.

Las necesidades sociales se suelen concebir de un modo superficial, como producción de bienes y servicios necesarios para el bienestar, y también como capacidad para que unos hombres puedan vivir pacíficamente al lado de otros, sean cualesquiera las creencias o modos de pensar de los vecinos. Productividad y tolerancia pudiéramos decir que son los fines perseguidos por la educación actual. Si no tuviésemos miedo a las palabras, hablaríamos de algo más que de tolerancia, armonía, unión o coincidencia; hablaríamos de amor, dando a esta palabra toda la significación emotiva y toda la significación clásica que tiene, porque el amor es un sentimiento, pero es también una operación activa de la voluntad, es algo que se nos da, pero es algo que hemos de cultivar. Si queremos persuadir, lo conseguiremos mejor a través de sentimientos afectuosos que de discursitos. Cuando el pensamiento se ha pretendido subordinar a la acción, se ha producido una inversión catastrófica en el orden de la vida. En el predominio de la voluntad está la génesis de toda esa febril actividad, esa incontenida ansia de tener, esa vertiginosidad del trabajo, esa precipitación del placer que caracteriza la época presente; de ahí se origina esa adoración y entusiasmo por el éxito, por la fuerza, por la acción; de ahí las luchas por la conquista del poder y del mando. Estrés.

Para ver la gravedad del problema de la formación en la verdad basta con echar una mirada a nuestro alrededor y comprobar que el mundo actual está carcomido por la mentira. Por un lado, las mentiras colectivas, de las que son un buen ejemplo las abundantes ocasiones en que los políticos toman las grandes palabras de justicia, paz, libertad para encubrir con ellas sus ambiciones, no siempre justificables; por otro lado, las mentiras individuales, egoístas, con las que pretendemos descargarnos de responsabilidades o servir nuestros intereses y deseos. Lo tremendo de la mentira es que condena al hombre a vivir en la clandestinidad; el afán del mentiroso es ocultar la realidad al conocimiento de los otros, y ello significa tanto como crearse una valla y un techo que impidan llegar la luz a lo que en realidad existe.

Los padres no pueden considerar cumplidos sus deberes educativos con el envío de sus hijos a-un-buen-colegio. A la institución escolar le compete primordialmente la formación intelectual. Educar, enseñar, transmitir a los niños todo lo mejor que el hombre ha hecho sobre la tierra. Con ritmo creciente a la escuela se atribuye o le confieren obligaciones que antes pertenecían a otras entidades sociales. Ahora la escuela ha tenido que pasar desde la tarea intelectual a la preocupación por las necesidades sociales y aun familiares de sus posibles alumnos. Al maestro se le exigen cometidos cada vez más dispares. Desde su única tarea de enseñar a leer, a escribir, a contar y dar los elementos de las ciencias, o los sistemas científicos según el grado de enseñanza a que se dedicara, ha pasado el maestro a ser el hombre al cual se le pide que prepare a sus alumnos para vivir. Es indeclinable de la familia la que pudiera llamarse formación del carácter. Conviene recordar que un carácter no se valora éticamente sólo por el resultado de las acciones, sino por la orientación o la finalidad que las guía. Autodisciplina como supremo ejercicio de la libertad. La misión de los centros educativos no es “hacer sabios”; es mostrar a los alumnos que se sabe bastante sobre muchísimas cosas, que ellos lo desconocen casi todo, y que hay métodos para, esforzadamente, salir de la ignorancia. También: animarlos a tomarse muy en serio la etapa académica, y valorar la gran oportunidad que la sociedad les brinda. Las buenas escuelas son fruto no tanto de las buenas legislaciones cuanto de los buenos maestros.

El destino depende de uno mismo, de la manera de ser y también de las circunstancias, desde luego. Pero sobre todo de uno mismo. Parece que las vidas se van desarrollando regidas por la casualidad y no es así. El destino es como una cadena de actitudes, de hechos que llevan a una consecuencia final. Parece casual, pero es el resultado de un plan, de un programa inconsciente, en parte, y, en parte, elaborado. Lo mágico de la juventud es no saber en qué consiste verdaderamente la existencia humana. Se pueden transmitir bienes: pero no la experiencia de la vida. Y como cada persona es distinta, se debe educar en libertad, enseñando a cada una a llevar el timón de su vida en la dirección correcta: hacia la felicidad de una vida plena, con la actitud necesaria para orientar su vida en servicio a los demás.

Publicado en "Diario de León", el miércoles 2 de enero del 2019: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/educar-tiempo-nuevo_1303519.html