@MendozayDiaz

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lunes, 27 de mayo de 2019

El silencio en la educación.

Publicado en "Diario de León" el domingo 26 de mayo del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/silencio-educacion_1338236.html

Las circunstancias actuales del mundo parecen haber dejado de lado esta recomendación. La vida de hoy exige al hombre mucho movimiento, muchas palabras, ir, venir, tratar, volver, hablar, hacer. Hay una idea entrañable vivida en la tradición occidental que vuelve a aparecer en las técnicas actuales de formación del hombre: la idea del silencio. Es una de las técnicas más difíciles. Es tan duro tener nuestros labios cerrados… Con el nombre de silencio entendemos aquí generalmente una prudente discreción en el uso de la palabra, de manera que uno calle cuando no deba hablar, y hable cuando no deba callar. Hablar lo justo y necesario; ni una palabra superflua. De aquí que el silencio no signifique ausencia de comunicación o ausencia de palabra, sino ausencia de palabra vana. El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.

El lenguaje expresa fielmente la ética de las formas. Hay un “lenguaje del vestido”, como hay un lenguaje del desaliño. Una juventud que, por sistema, se disfraza de granuja, más pronto o más tarde tendrá costumbres de granuja... Hay una historia. Tenemos numerosos y, para algunos, célebres predecesores. Los cínicos: los hippies de la Antigüedad. No les repugnaba copular en público (de ahí el sobrenombre de “cínico”: cunos, perro). El amor sin belleza no es más que sexo, y el dinero sin las formas no siembra más que odio. La avispa que ha nacido proveída de un buen aguijón piensa -y es una reacción lógica- que puede clavarlo donde le guste. Sin embargo, aprenderá que hay cosas en las que el aguijón no entra; otras, que se dejan penetrar suavemente; otras, en fin, que al permitir la entrada del aguijón acaban con la vida de la propietaria de esa arma pequeña y, en el fondo, inofensiva. Un joven tiene muchas veces, salvando las distancias, las mismas experiencias que una avispa.

Las palabras, como signos de las cosas, lo que hacen es evocar en nosotros las cosas mismas de las cuales son signos las palabras. Si la palabra, en lugar de aclarar el mensaje de las cosas, entorpece la posesión directa de la verdad, entonces sobra, está de más. La esencia de la actividad educativa carga su acento precisamente en la palabra como signo que expresa el concepto interior. La palabra al servicio de la idea.

El colegio complementa la formación que, primera y fundamentalmente, ha de darse en casa. Los padres son siempre los principales educadores de sus hijos. En los últimos tiempos se está generalizando la tendencia a resignar esta ineludible responsabilidad de la educación de los hijos al colegio, o a la universidad, en su caso, considerándolos como los principales, si no únicos, educadores de la juventud. Es verdad que muchas de estas buenas maneras pertenecen a un pasado en el que respetábamos la blancura de las paredes y, para las expansiones gráficas, utilizábamos las pizarras; en el que tratábamos de que nuestro lenguaje se distinguiera del tabernario y estuviera a la altura de-lo-que-se-esperaba-de-nosotros. Tiempos en que la corrección debía ser silenciosa, esto es, que debía recibirla el alumno sin proferir palabra, sin gritar, sin quejarse, sin murmurar; pues de lo contrario, manifestaría que no la recibe voluntaria ni respetuosamente.

La corrupción de la lengua es uno de los factores más eficaces de corrupción social. El profesor ha de mirar no lo que a él le conviene, sino lo que le conviene al alumno. Al profesor corresponde una orientación altruista en la que, vuelto de espaldas a su propio yo, se entregue al perfeccionamiento de los demás. Son el silencio, la vigilancia y la prudencia de un profesor los que establecen el orden en una clase y no los gritos y, muchos menos, las actitudes agresivas. Muchos profesores, y también muchos padres, sabemos que una mirada es en ocasiones más eficaz que cualquier palabra.

martes, 14 de mayo de 2019

Economía para el envejecimiento.

Publicado en "Diario de León" el martes 14 de mayo del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/economia-envejecimiento_1335212.html

Estoy un pelín harto de tantas propuestas electoralistas, huecas, cortinas-de-humo que forman parte de la escenografía de este intenso -y largo- periodo electoral que estamos padeciendo. Por eso es muy de agradecer que, en medio de esta bambolla, aparezca una iniciativa tan seria como oportuna: la Escuela de Pensamiento de Fundación Mutualidad de la Abogacía que tiene como propósito la creación de un nuevo espacio solidario de opinión y reflexión, independiente e intergeneracional, mediante el que, desde diferentes áreas del saber, se ha propuesto aportar valor a la sociedad en un ámbito concreto como la cultura y economía para el envejecimiento, sin duda uno de los grandes desafíos de las sociedades del siglo XXI.

El cambio demográfico que está viviendo nuestra sociedad muchas veces nos asusta. Los datos nos indican una tendencia clara: cada vez nacen menos niños y, a la vez, se produce un aumento de la longevidad. Hay más ancianos y cada vez lo son durante más tiempo. El envejecimiento de la población comporta un importante reto para nuestra sociedad en el futuro. La demografía poblacional actual con sociedades envejecidas, el incremento de la esperanza de vida, el desequilibrio entre la pensión máxima pública y el salario de los jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo pueden ser elementos catalizadores de una quiebra del necesario pacto social por el cual las pensiones son soportadas por las personas en edad de trabajar. Se aprecian riesgos de quiebra de este pacto social que ha sido el garante de las pensiones públicas desde los inicios del siglo XX, cuando se generalizaron los sistemas de reparto. Cada vez son más frecuentes las protestas de ciudadanos porque los gobiernos occidentales se han convertido en máquinas de transferir ingresos de los trabajadores a los pensionistas. Esta realidad que se reconoce como una de las principales amenazas de las sociedades en el siglo XXI, puede ser la causa de una verdadera revolución social.

El futuro pertenece a las personas mayores, pero la sociedad no ha comprendido todavía las consecuencias de este fenómeno inédito en la historia. Un nuevo tipo de consumidor, cada vez más numeroso, que requiere productos y servicios de calidad. Un nuevo mercado por descubrir. Es necesario un cambio mental de la sociedad, preparándonos para una etapa de post jubilación que muchos ya auguran será más larga incluso que la laboral. Ello supone una auto responsabilidad del propio individuo, pero también un planteamiento del papel que tendrán el estado y la sociedad civil.

Nos encaminamos a sociedades gerontocráticas, donde la influencia de los mayores puede determinar la agenda política y de presupuestos sociales. Es necesario que como sociedad cambiemos el concepto de ancianidad y le otorguemos el valor que tiene y se merece. Una nueva perspectiva sobre el envejecimiento, alejada del concepto del anciano como una carga social y centrada en la ancianidad como un éxito de las sociedades occidentales. Tratar de demorar la senectud ha sido una constante a lo largo de la historia. Si pensamos que los mitos y prejuicios respecto a la vejez son cosa de nuestro tiempo, estamos muy equivocados. Hace más de dos mil años el filósofo romano Marco Tulio Cicerón escribió “De senectute”, traducida al español como “El arte de envejecer”, todo un canto a la vejez en una civilización tan severa con los ancianos como la romana.

En fin, frente al temor generalizado que provoca esta situación, es necesario recordar que la longevidad es un logro de las sociedades desarrolladas y, como tal, es necesario abordarlo desde una visión positiva y mediante una revisión de los planteamientos vigentes. Tengo mis dudas sobre que este proceso vaya a ser sencillo y, mucho menos, pacífico. Mientras tanto, mi enhorabuena a la Mutualidad de la Abogacía por tan oportuna iniciativa, por promover el estudio y el diálogo sobre un asunto verdaderamente urgente e importante: para pensar.

sábado, 4 de mayo de 2019

La persona que uno es.

Todos los días se está decidiendo la competición del progreso, del nivel de vida y de las oportunidades de cada individuo y de las naciones. El mundo, por supuesto, está en constante variación; otro tanto ocurre con la vida de cada persona, no solo por el paso del tiempo, sino por la articulación de las diversas edades, que van marcando zonas de relativa estabilidad en su flujo continuo, que no admite detenciones ni rupturas. La sustancia vital de los pueblos no está sólo en las campañas militares y en las genealogías regias, como parecían creer los cronistas clásicos, sino muy principalmente en las estructuras culturales, sociales y económicas. Todavía hay quienes reducen la Historia a un vaivén de fronteras y a una sucesión de soberanos. Cañoneos. Pero la Historia es algo mucho más serio y profundo; es la reconstrucción de la aventura humana y, primordialmente, de su magna peripecia, que es la cultura: la ciencia, las artes, las instituciones, las formas de vida…

La vida puede vivirse como tránsito; pero si se vive como destino, sólo hay tres grandes modos de soportarla: la evasión, la desesperación existencial o el racionalismo senequista. El sabio llega a convencerse de que la felicidad intramundana reside en la medida y en la virtud, lo cual remite el problema a la razón. Pero la mayoría de los mortales cree comprobar a diario que su dicha consiste en el placer. El deleite les llega por los sentidos y se traduce en emociones. De ahí que la conducta del hombre medio sea predominantemente hedonística y se oriente hacia el área de la emotividad. La relajación de ideas y el materialismo que provoca en los hombres un único afán de poseer y de disfrutar.

Los tiempos se suceden, la edad varía, las circunstancias cambian. Y, si cambian las circunstancias, ¿cómo no ha de cambiar, al unísono, el pensamiento de los hombres? En determinadas ocasiones tenemos que cambiar de opinión para ser sinceros con nosotros mismos. No se trata de pintar como querer, sino del ser de las cosas. Desearíamos que la realidad se ajustara a nuestros proyectos, querríamos que no fuese un obstáculo. El mito idealista de Jauja está detrás de cada sueño del hombre. Muchas gentes elementales suelen censurar a los ciudadanos sus cambios ideológicos. Yo creo, por el contrario, que modificar honradamente un pensamiento político puede ser, la mayoría de las veces, una muestra de talento y probidad. En nuestro país, tan socialmente dominado por el hábito de confundir la dignidad con el monolitismo, aquélla, sin la menor mengua de su fortaleza, es perfectamente compatible con un leal ejercicio de la palinodia. El diccionario existe para que los ciudadanos conozcan el significado de las palabras y de los conceptos. Si todos lo conocieran, el diccionario no tendría razón de ser.
El hombre, cuanto más evolucionado, se interesa más por lo real y se desinteresa de la fábula. Pero la experiencia lo desmiente a diario, puesto que las modernas ideologías han sido propugnadas con un dogmatismo casi religioso. Renuncian a la libertad de pensar y, consecuentemente, no impulsan. Son ejes de transmisión y no muelles reales. Son voceros del espíritu del tiempo, no sus forjadores.

La serenidad es otro rasgo, signo de la madurez individual y colectiva que a los hombres y a las sociedades proporciona el hecho de considerar las cosas con visión superior a la meramente natural. Debemos ser objetivos y lógicos, a la vez que muy humanos. No hay que intentar contentar a los que no se van a contentar. Las verdades están ahí; nosotros debemos andar por el camino de estas verdades entendiéndolas cada vez mejor, poniéndonos al día, presentándolas de forma adecuada a los nuevos tiempos. Poner en palabras la verdad, para que esta dure más que su mentira. Se ha instalado la desorientación. ¿Durará siempre?

Publicado en "Diario de León" el viernes 3 de mayo del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/persona-uno-es_1332585.html