@MendozayDiaz

@MendozayDiaz

martes, 25 de diciembre de 2018

La guerra al estrés.

Durante los últimos meses, casi todos los periódicos han publicado en sus suplementos de fin de semana algún artículo o reportaje sobre el aumento de las enfermedades psiquiátricas por exceso de trabajo. Ya no son enfermedades como úlceras, gastritis o cefaleas, sino serios trastornos psicosomáticos como las depresiones. Las causas de este tipo de enfermedades, en muchos casos, se encuentran en la enorme presión social y laboral que se ejerce en los colaboradores de muchas organizaciones. Ahora con la crisis más, pero, antes, también. La presión por cumplir los objetivos, por ganar una compensación extraordinaria, la ambición legítima por un ascenso que supondrá un mayor sueldo y un mayor reconocimiento social, pretensiones muy legítimas, pueden desequilibrar nuestra vida.

Lo mejor es luchar por mantener un equilibrio entre familia y trabajo. Trabajar en horarios adecuados, intentar llegar a casa a una hora razonable para estar con nuestro cónyuge e hijos, comer con ellos algún día entre semana, aunque suponga para nosotros un esfuerzo por el desplazamiento de ida y vuelta, hacer deporte con frecuencia, quedar con nuestros amigos, etc. son algunas buenas prácticas recomendadas por personas con experiencia. Si somos capaces de armonizar un intenso trabajo profesional y una dedicación real a nuestra familia y amigos lograremos vivir-una-vida-digna-de-este-nombre y, sin duda, habremos ganado la batalla a depresiones, estrés, afecciones cardiovasculares y otras enfermedades desgraciadamente en aumento.

En las organizaciones, la guerra al estrés no sólo no ha sido abandonada, sino que se está viendo impulsada con más vigor que nunca. Y con nuevas armas. Si antes primaban las soluciones de grupo como los cursos de empresa, concebidos para que unos cuantos directivos aprendieran a controlar su ansiedad, hoy se combate ese mal con un enfoque más ambicioso. Se trata de actuar sobre el conjunto de la organización para mejorar el clima laboral. ¿Por qué este cambio de enfoque? Básicamente, porque en la sociedad actual, con organizaciones más cambiantes e inestables, el estrés se propaga como una plaga. Una plaga que las organizaciones, responsables en buena parte de este mal, no pueden combatir fácilmente. El estrés, que en las cadenas de montaje o en las grandes oficinas repletas de centenares de amanuenses producía, a lo más, un elevado nivel de ausentismo, hoy, atenta, sobre todo en las empresas de servicio, contra la esencia de estas organizaciones: contra la calidad de su servicio. Y, como consecuencia de ello, se reduce la competitividad y la productividad.

Este mal se ha extendido en la misma media en que las empresas se han ido poblando de puestos y funciones crecientemente sofisticadas. Ya no sólo afecta a las personas que tienen la responsabilidad de dirigir sino también a todos, a los operarios, muy castigados por los procesos de ajustes y reajustes a causa del cambio tecnológico y a la deslocalización. Durante años se pensó que el estrés se podía combatir adecuadamente de modo individual, o en pequeños grupos, pero ésa es una medida insuficiente ya que limitarse sólo a intentar entrenar a algunas personas para que sepan controlar su tensión y su ansiedad es un sistema caro y, en muchos casos, poco eficaz. Las técnicas de autocontrol o relajamiento, además de que no solucionan la raíz del problema que es una organización deficiente, un directivo insufrible, un trabajo mal planificado o unas pésimas relaciones laborales, acaban por olvidarse al cabo de unos pocos meses.

Las buenas prácticas aconsejan, además, el desarrollo de acciones sobre otros presupuestos. Se trata de analizar y, posteriormente, modificar en sentido positivo, la organización y las relaciones que originan una multiplicación de situaciones de estrés negativo entre los colaboradores de una empresa. La palabra clave es clima laboral. A partir del estudio de las deficiencias, se busca crear ese clima laboral que reduzca la tensión y estimule la satisfacción. Es relevante la creación de una cultura de empresa con la que los colaboradores se puedan identificar y que genere un cierto nivel de seguridad psicológica. Otros aspectos a considerar son la fluidez de la comunicación entre las personas, la estructura de la organización, el nivel de satisfacción que produce una tarea y, por supuesto, que las personas estén asignadas a posiciones de acuerdo a sus cualidades y formación.

Finalmente, la búsqueda de este clima laboral parece urgente por varias razones. Por un lado, porque la nueva forma de organización del trabajo y de las empresas (externalizaciones, trabajo temporal, movilidad, competencia interna, cambio continuo de objetivos y funciones, flexibilidad…) es una fuente inagotable de situaciones que generan estrés. Por otro, porque las organizaciones, en un escenario en el que los servicios desempeñan un papel cada vez más protagonista, necesitan encontrar vías que reduzcan la tensión y la ansiedad de sus colaboradores. No olvidemos que el capital básico de una empresa, y especialmente de una empresa de servicios, es su gente.

Publicado en "Diario de León" el lunes 24 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/guerra-estres_1301985.html

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Reconquistar la libertad.

Hace unos días acompañé a mi amigo Miguel Ángel Cercas Rueda en la presentación de su último libro: “A orillas del Bernesga”. Una colección de aforismos de temática variada. Las estaciones del año nos descubren lo que al autor inquieta: la prisa en nuestra sociedad, el uso continuo de las nuevas tecnologías, el valor de la amistad y de la familia, la pretensión de entender todo lo que nos ocurre, la visión que Dios tiene de nosotros, la escritura como forma de vida, la necesidad de ser útiles, el dolor o el amor como sentimiento. Y siempre desde una visión amable que, conjugada con cierta ironía, nos puede provocar una sonrisa. Un libro inspirador, de-los-que-te-hacen-pensar.

Las ilusiones no se destruyen súbitamente: se van perdiendo con lentitud, unas veces por la edad, otras por el desfallecimiento físico, y otras con debilidades morales. El realizar una cosa por-amor-a-la-misma es considerado, en muchísimos casos, como una tontería. La peor decisión de la vida: no ser fiel a uno mismo. La educación, la formación de la persona no es un bien que se consume, es un bien que se comparte. Pienso que la misión del trabajo es principalmente la realización personal y el crear valor a nuestra sociedad, y, en segundo lugar, obtener una remuneración para tener una vida digna. La educación no es la adquisición de conocimientos. Su fin no es el mero saber en cuanto a contenidos. El fin que ha de perseguir es el “entrenamiento intelectual”. Un hábito de la mente que se adquiere para toda la vida.

Sabio es el que sabe sobre el hombre. Los demás saberes, por importantes que sean, pertenecen a un plano distinto. El crespúsculo de la filosofía ha abierto la puerta a la primavera de los brujos. No cabe una moral sin “el otro” ... El "está bien" o el "está mal" sólo cuentan en la medida en que están respaldados por un profundo bagaje de saberes, experiencias y convicciones. Vivir auténticamente no es vivir con arreglo a lo que cada uno es y asumir la culpabilidad y la finitud, sino que es vivir en la verdad de lo que somos y de lo que debemos ser. La vida no se detiene nunca. El desorden no es casi nunca indicio de mayor libertad, sino de ausencia de proyecto. Aprender a vivir no es dejarse llevar, sino hacerse un proyecto y realizarlo esforzadamente. En palabras de mi amigo Fernando, hay que reconquistar la libertad. O, al menos, intentarlo, digo yo.

Algunos amigos me han comentado con bastante unanimidad: excesivo optimismo. O, al menos, sorprendente optimismo. Porque hoy no es común que las gentes escriban con seguridad, dejando atrás deliberadamente los mordiscos de la duda o el razonable temor ante los interrogantes inmediatos de la fiera que nos amenaza. Unos, al reprocharme el tono optimista, sonríen como para dar a entender que lo consideran ingenuidad. Otros, seriamente, me dicen que, aunque bien lo quisieran, no ven las cosas, ni mucho menos, tan propicias. Hay motivos de sobra para mirar con optimismo el porvenir. No comparto la afirmación de que el humanismo es por sí solo el remedio de los problemas colectivos. Mi convicción es otra: que la visión humana de dichos problemas, consustancial a todo humanismo, es una contribución decisiva para su correcta contemplación y remedio. No es suficiente, pero sí necesario. Los enterradores del humanismo no son los técnicos, sino los intelectuales frívolos y mansos. Hemos de construir un mundo, una estructura de mundo, que garantice al hombre la efectiva realización de su condición de ser libre. Hemos de propagar el sentido de la reflexión, del análisis y de la meditación personales. La más luminosa fuente autónoma que poseemos es la razón.

Cualquier concepción sobre el funcionamiento de las organizaciones encuentra su fundamento en una determinada concepción de la persona y del papel que éstas juegan en ellas. No es posible abordar el estudio de una empresa sin enfrentarse al concepto de persona. Es posible ayudar desde fuera a las personas para que mejoren la calidad de sus motivaciones, pero eso solo será posible si la persona quiere mejorarla, ya que si no lo quiere no mejorará. Lo que no se puede imponer desde fuera -afortunadamente- son las intenciones que llevan a actuar a una persona de un modo u otro.

Hace años, tuve la suerte de escuchar a un profesor que, en una de sus clases, sacó de su bolsillo un billete de 100 dólares. Y nos preguntó que quién lo quería... Sorprendidos y alborotados, levantamos las manos... Él dijo: voy a dar este billete a uno de ustedes, pero, antes, déjenme hacer esto... y arrugó el billete. Entonces preguntó: quién lo quiere todavía... Las manos se volvieron a levantar. Bien, dijo, y arrojó el billete de cien dólares al suelo y lo pisoteó con la punta y el tacón de su zapato... Arrugado y sucio, cogió el billete del suelo y nos volvió a preguntar... Nuestras manos se volvieron a levantar. Mis queridos alumnos, ustedes acaban de aprender una valiosa lección. No importa lo que hice con el billete, ustedes todavía lo quieren porque incluso arrugado y sucio, su valor no ha disminuido, sigue siendo un billete de 100 dólares… Cuántas veces, a lo largo de nuestra vida, abatidos por los problemas, arrugados por miedos y violencias, pisoteados por circunstancias...; en esos momentos, sentimos que hemos perdido valor: sin embargo, valemos exactamente lo mismo. Vales por lo que eres. 

Publicado en "Diario de León" el miércoles 19 de diciembre del 2018: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/reconquistar-libertad_1300787.html

jueves, 13 de diciembre de 2018

86.400

Aprovechar el tiempo es clave. A veces, nuestros sueños, nuestras ilusiones, se quedan sólo en proyectos. Esperamos que se cumplan, pero no nos esforzamos lo suficiente para hacerlos realidad. Como si el simple paso del tiempo nos los fuera a regalar. La vida no funciona así. El tiempo es el recurso más valioso y escaso con el que contamos. Y, en ocasiones, nos comportamos como si ignoráramos esta verdad fundamental. 

Aprovechar el tiempo es básico. Y se puede aprender, hay experiencia documentada -buenas prácticas- y técnicas probadas. Lograr que nuestros sueños dejen de ser proyectos y se transformen en realidades, pasa por administrar nuestro tiempo con inteligencia y con intensidad. Parafraseando a no recuerdo quién: El único lugar donde el éxito va antes que el trabajo es en el diccionario…

Muchos dirigentes se comportan como aquel leñador del cuento que se desesperaba golpeando el tronco del árbol. Cuando le preguntaban por qué no podía parar un poco explicaba que la culpa la tenía su hacha, ya no tenía filo. Y cuando le preguntaban por qué no la afilaba, el leñador respondía que no tenía tiempo porque tenía que seguir golpeando el tronco.... Lo más importante cuando uno se siente en conflicto con su tiempo es tener bien claro qué quiere en la vida. Lo demás, viene solo. No hay forma de organizar una agenda cuando uno no está en orden consigo.

Las horas de trabajo no son siempre productivas, pero tampoco son horas muertas. Solemos perder el tiempo, y lo peor es que cuando terminamos el día sentimos que el trabajo sigue ahí... Por ello el sentimiento de frustración que habitualmente se produce cuando consideramos el (des) aprovechamiento de nuestro tiempo. El desbordamiento es tal, que tenemos la sensación de hacer mucho, pero a la vez no estar haciendo nada, o, mejor dicho: todo a medias; son muchas las obligaciones que impiden no poder centrarse en una sola. Sufrimos una preocupante dispersión en nuestras actividades diarias. Y los tiempos prolongados de concentración suelen ser escasos y poco intensos. Hay asuntos que no se pueden atender en quince minutos... Por eso se recurre al tiempo de ocio, robando momentos a la familia y al descanso. El resultado todos lo conocemos: el estrés.

Probablemente la clave está en la perspectiva con que se miren los problemas a resolver en el trabajo. Aprender a relativizar, el mejor camino para alcanzar la visión global que necesitamos para encontrar la objetividad que requiere cualquier planificación. Sólo así es posible establecer prioridades en la actividad diaria. Es frecuente que sumergidos en el agobio nos preocupemos más de lo urgente que de lo importante. No siempre es fácil mantener la cabeza fría, por eso conviene fijar estrategias y objetivos a largo plazo que nos marquen la senda de la que no conviene desviarse. Se trata de valorar el tiempo, de administrarlo bien. De lo contrario, se comienzan mil cosas antes de terminar una.

Identifiquemos los famosos "ladrones de tiempo" (los que más nos afecten a nosotros) como reuniones, visitas, interrupciones varias, internet... que nos acechan y que no son tan fáciles de contener. A veces combatirlos resulta complejo y frustrante. No podemos tirar el ordenador por la ventana, ni quemar los papeles ni -menos- "eliminar" a cada persona que nos interrumpa. Reflexionemos acerca de nosotros mismos y de nuestro trabajo. Cada uno pierde o desaprovecha el tiempo a su propia manera, y sólo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, salir del caos.

El aprovechamiento del tiempo es clave en nuestra vida. Nos falta tiempo, decimos. Es cierto. Mis amigos saben que me apasiona este tema: la importancia de luchar por aprovechar intensamente los 86.400 segundos que nos regala cada día. Sin embargo, a veces, esta carencia de tiempo se transforma en la justificación para no resolver asuntos pendientes, para no estar con la familia, para omitir todo tipo de actividades que no estén directamente relacionadas con el propio trabajo. Un caso típico es el poco o nulo tiempo que muchas personas dedican a la lectura. Es común oír "yo sólo tengo tiempo para leer el periódico", "suelo leer, pero en vacaciones", etc. Sin embargo, me sorprende que quienes dicen tener tan poco tiempo para leer hablen con todo detalle de-las-series-de-moda... 

La ausencia de lecturas se manifiesta en vocabulario pobre, en deficiente redacción, en graves errores ortográficos y sintácticos. Y, claramente, en tener limitados temas de conversación. La lectura es una forma efectiva para mejorar nuestra capacidad de comprensión y ser más competentes en nuestra expresión oral y escrita. Pero, sobre todo, leer es fundamental para nuestro desarrollo como personas.

Como dicen los economistas el tiempo es un bien escaso. Quizá el más escaso de todos, y desde luego de los pocos que no se pueden comprar. El tiempo es breve. El manejo efectivo del tiempo es un factor clave para que una persona viva una vida digna de tal nombre. Una óptima gestión del tiempo aumenta la capacidad de hacer más cosas, y mejor. Y, muy importante, disminuye tensiones innecesarias en la vorágine actual. Suele ocurrir que, en el dinamismo de nuestras vidas, tengamos una lista interminable de tareas y no sepamos por dónde empezar. Interesarse por el buen uso del tiempo no es sólo una moda sino una necesidad.

Publicado en "Locus Appellationis", Blog Informativo del Colegio de Abogados de León: https://www.ical.es/locus-appellationis/articulo/todos/12/86400/66

jueves, 6 de diciembre de 2018

Cultura del acuerdo.

Hace unos días, Miguel Roca Junyent, llamaba la atención sobre el desgaste de las instituciones como consecuencia de un mal estilo de la acción política. Descalificaciones, insultos, acusaciones. La mala praxis ha llegado al punto de que los propios protagonistas han reclamado amparo ante las descalificaciones recibidas, olvidándose de las que ellos han pronunciado dirigidas a sus oponentes: todo el mundo parece estar en contra de este estilo, pero nadie cree que lo practique. Las palabras hacen daño y están en el origen de problemas que, en muchos casos, no se resolverán precisamente porque la memoria no las olvida. La visceralidad no es nunca una buena compañera de viaje. Se tienen motivos para estar irritados. O angustiados. O preocupados. O comprometidos con causas máximas y exigentes. Pero no ganará nadie en autoridad moral ni tendrá más razón por hacer de la descalificación y el insulto la herramienta ordinaria de su combate. Algunos exponentes de la bambolla parlamentaria deben pensar que gritando sus soflamas ganarán en razón. Pues no, habría que decirles: baja el tono de tu voz y mejora los argumentos. 

La polémica y el silencio, dos maneras de luchar en el combate de las ideas. Es absurdo creer que la libertad de expresión lo ampara todo; o, incluso, podríamos decir que en el supuesto de que fuera verdad -que lo amparara todo-, no está escrito en ningún lugar que la libertad de expresión no esté obligada a respetar la dignidad del adversario y de la institución escenario del debate. A veces hay silencios que tienen más fuerza que un grito. O palabras pensadas y reflexivas que caen como puños, renunciando al refugio huidizo del insulto. Dejemos esto para los totalitarismos de los que queremos escapar, para cobijarnos en el combate apasionado pero contundente, sereno y constructivo, de las ideas ganadoras. Brillantes argumentos de autoridad, de uno de los padres de nuestra Constitución.

A mí, el grito me parece una forma de expresión primitiva que debe ser proscrita. Y lo está por los usos en las sociedades más evolucionadas. El grito es anti intelectual. ¿Quién puede imaginarse a Sócrates dando voces? Hoy la civilización es una lucha contra el ruido. La algarabía es barbarie, confusión del argumento con la fuerza, y más un desahogo zoológico que un comportamiento racional. Son cosas del todo ajenas a la buena y sana política. Nos queda mucho por hacer. Unos con actividad política directa, y otros sencillamente en cuanto ciudadanos, todos tenemos deberes y derechos cívicos que son indeclinables: racionalizar la vida, y muy especialmente la política, una realidad todavía caóticamente enturbiada por el tráfago de las ideologías, los resentimientos, los mitos, las pseudo profecías y las pasiones. No cultivemos la insensatez, sino la cordura. Hay que estar dispuestos a pactar con los que piensan distinto. Considerar los costes del desacuerdo nos debiera impulsar a trabajar juntos.

La idea de la política como diálogo y la negociación como método de trabajo. Política de problemas reales, podría ser el lema. No es tiempo para discusiones sobre formas puras, más que en la medida en que las formas sean cara externa de los concretos contenidos. Y éstos no pueden quedar en segundo plano, velados en la oscuridad, tapados por el brillo de las formas exteriores. Huyamos de la tentación de “atrincherarnos”. Se hace urgente reiterar con nuevo lenguaje las razones para un proyecto sugestivo de vida en común. Sumar a todo trance y no dividir. Buscar lo que une antes de fijarse y hurgar en lo que nos separa. Coordinar los esfuerzos afines hasta donde sea posible. Y esto sin ceder en lo esencial, sin pactar alianzas corrosivas, sin traicionar por malicia, por ingenuidad, por error, o por torpeza. Política organizada y desarrollada con sentido de la realidad, con conocimiento concreto de los problemas a resolver y de las efectivas condiciones en que se encuentra el lugar donde la actuación ha de realizarse, y de los elementos -tanto personales como materiales- con que se cuenta.

Y un elemento decisivo, tan ligado a la esperanza que casi se confunde con ella, que en rigor la hace posible: la ilusión. El escepticismo es una técnica de ocultación de sí mismo y del mundo. Vivimos una desconcertante etapa de destrucción de mentiras. Inmersos en una cultura con demasiadas verdades inanes, o de pura pirotecnia mental. Toda gran política exige inexorablemente un alto pensamiento que la respalde, oriente y condicione cuando se queda encerrada en la apetencia inmediata, la especulación superficial y el oportunismo. Convencidos de que sólo unas políticas auténticamente humanas -es decir, pensadas y realizadas a imagen del hombre- pueden procurarnos una sociedad más digna y más justa. 

Volver a poner un poco de gracia en nuestras vidas funcionales, algo de decoración en nuestros edificios, algún encanto en nuestras ciudades catastradas y, sobre todo, algo humano en lo social, ¿no creéis que ése sería también un buen medio de darles a los hombres un poco de alegría, de felicidad y de amor? ¿Pues qué ha hecho el hombre para superar el instinto del animal, para humanizar el amor? Lo ha recubierto de estética; le ha dado un lenguaje, gestos, adornos, símbolos y ritos. Toda cultura crea valores, cuya conservación y transmisión necesarias crean tradiciones. Afortunadamente, todavía nos queda la Navidad.

Publicado en "Diario de León" el martes 4 de diciembre del 2018: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/cultura-acuerdo_1297169.html

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Tener un para qué.

Toda organización debiera contar con una declaración de sus principios y valores, expresada con tal claridad que no fuera necesaria ningún tipo de interpretación. Para definir el rumbo de una organización es preciso distinguir lo pasajero y efímero de lo perdurable y trascendente. Por ello es preciso sustentar el desarrollo en bases sólidas. El compromiso en torno a esos principios y valores resulta crucial si queremos disfrutar de una cultura sólida que es mucho más que palabrería barata en forma de frases ingeniosas y grandilocuentes que, a veces, se obliga a los colaboradores a repetir como papagayos. Utilizar los principios y valores como guía de nuestro trabajo supone un desarrollo tanto para la organización como para las personas. En tiempos de crisis, nos ayudan a superarlas y a aprender, a fortalecernos en la adversidad. Sin valores asentados, sin culturas solventes, se puede subsistir; pero, a la menor crisis, vamos a salir debilitados, desgastados, empobrecidos. La famosa frase: quien tiene un para qué siempre suele encontrar un cómo…

Sobre este asunto recomiendo el libro del profesor Lorenzo Bermejo Muñoz: “El gobierno de las instituciones universitarias. Un enfoque orientado a la misión”. Propone un modelo de gobierno orientado a la implantación efectiva de su misión, alineada a su identidad y a la naturaleza de dichas instituciones; pero, en general, sus propuestas son aplicables a cualquier tipo de organización. De él se derivan, para quienes tienen la responsabilidad de gobernarlas, una serie de recomendaciones a nivel estratégico y operativo, y la necesidad de ejercer un liderazgo que aliente e incentive, en las personas que las integran, el adecuado esquema de motivaciones para que sus decisiones y acciones tengan a la misión como referencia. Podría definirse la misión como el “para qué” de cada organización. Una guía para la actuación de los empleados y un elemento de evaluación respecto a su adhesión. La misión es una herramienta útil para formular e implementar una estrategia. La misión ayudará a no perder el foco. Establece un marco de referencia. Representa el compromiso de la organización con unos fines determinados. Una-especie-de-pegamento-cultural.

Uno de los mejores medios para lograr nuestros fines es promoviendo la confianza en las personas con quienes trabajamos. Si una organización quiere desarrollarse, la confianza tiene que ser algo más que un tema de conversación, tiene que ser el centro de todas sus actividades. Las organizaciones no pueden convertirse en junglas en las que sólo sobreviven los más fuertes, en las que diariamente hay que vivir preparado para la batalla. De la misma manera que una gran confianza reduce los conflictos entre los colaboradores, aumenta la productividad y estimula el crecimiento, unos bajos niveles de confianza afectan negativamente a las relaciones, impiden la innovación y entorpecen el proceso de toma de decisiones. Los colaboradores de las organizaciones en las que hay un bajo nivel de confianza trabajan normalmente en condiciones de mucho estrés, dedican una buena parte de su tiempo a cubrirse las espaldas, justificando decisiones del pasado y realizando cazas de brujas o buscando cabezas de turco cuando algo no funciona. Esto les impide centrarse en el trabajo, y hace imposible que haya un intercambio de ideas que dé como resultado soluciones innovadoras. La confianza en las organizaciones es como el amor en la pareja, une a las personas y las hace más fuertes. Permite ser uno mismo y defender las opiniones sin preocuparse por el rechazo. Cuando se vive la confianza en cualquier relación, la convivencia siempre es mejor.

La confianza es uno de los valores más importantes para el buen funcionamiento de cualquier organización. Y se suele concretar en la delegación. Delegación y control son palabras afines y complementarias. La delegación es fácil de entender, pero difícil de practicar. Algunos consideran que si delegan pierden estatus y poder…Otros no delegan porque desconfían de los demás. De la verdadera delegación nace el compromiso, la motivación y las mejores prácticas en dirección de personas. Lo importante no es el cuánto sino el cómo. A mejor delegación, más responsabilidad y mejor servicio al cliente. Quienes saben delegar tienen más tiempo para pensar en los próximos pasos de la organización, en la estrategia. A veces, quienes más se quejan de no tener tiempo para pensar son quienes no quieren o no saben delegar. No confían en sus colaboradores.

La función directiva es una tarea esencial en el seno de cualquier organización, independientemente del objeto al que se dedique. Tanto es así que, si una organización no funciona, lo primero que cabe pensar es que quienes tiene la responsabilidad directiva no cumplen de manera adecuada con su función, que es garantizar su buen funcionamiento. La calidad de un directivo depende de la cantidad de poder que necesita ejercer para que sus órdenes sean efectivamente cumplidas. O lo que es lo mismo, no necesitará ejercer el poder para su acción directiva, cuanto mayor sea la autoridad otorgada por las personas a las que gobierna y dirige. El liderazgo es un factor vital en la implantación efectiva de una misión por parte de quienes las gobiernan y dirigen. En un entorno cambiante, de cuestionamiento de modelos, es el mejor momento para conocer y fomentar las ventajas competitivas implícitas en la participación, en la responsabilidad, y, sobre todo, en la confianza en las personas con quienes trabajamos.

Publicado en "Diario de León" el martes 27 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/tener_1295485.html

viernes, 23 de noviembre de 2018

Amo a España.

La España moderna y contemporánea ha sido objeto de muy mal trato historiográfico: algunos se han solido ocupar de nuestro pasado con una extraña mezcla de resentimiento y desprecio que ha dado lugar, entre otras cosas, a la llamada “leyenda negra”. No conozco ningún otro país en tan desfavorable situación historiográfica. Es una corriente que tiene remotos precedentes en la psicología hispana, pero que sólo adquiere volumen y carta de naturaleza a partir del siglo XIX. Durante demasiado tiempo ha sido de buen tono decir pestes del propio país. Esto es lo grave de este asunto: no su aparición aislada, sino su elevación a norma y a uso social. Es un talante acongojado y pesimista el que late bajo todo esto.

Una cosa es el enérgico propósito de perfeccionamiento colectivo, y otra el morboso regodeo, o el distanciamiento insolidario ante los males nacionales. Algunos llevan sobre los hombros la carga de un insoportable complejo de inferioridad. La ignorancia histórica es la causa de un incalculable número de errores y de la mayor parte de los abatimientos y desánimos; por eso la fomentan los que quieren desmoralizar a los pueblos y dejarlos indefensos y manejables. España no-es-cualquier-cosa. Sino un país que ha dado no pocas pautas al mundo y ha contribuido enérgicamente a hacerlo. Es allende los mares donde se adquiere conciencia de la gigantesca obra de España. En América, Asia y África fuimos el brazo del mundo civilizado. Y, en muchas ocasiones, desde aquí. Para quienes somos aficionados a la historia, hay nombres como, por ejemplo, Oviedo, Astorga, León, Benavente, Salamanca, Tordesillas, Toro, Simancas o Medina del Campo, que nos suenan no a ciudades concretas, sino a acontecimientos. Son nombres más históricos que geográficos. Ciudades que dejaron huella. El desconocimiento o el olvido -o la deformación- de la historia impiden ver realmente lo que se tiene delante, lo que se cree ver; esto esteriliza gran parte de los viajes, tan frecuentes en nuestro tiempo, del turismo. Viajes inútiles. La ignorancia es mucho más destructora de lo que se piensa.

Porque la patria no es sólo un contenido geográfico, o una solidaridad sentimental con los muertos y con los que en el porvenir han de vivir sobre esta tierra nuestra, sino que es también -y fundamentalmente- una tradición de cultura, una armónica continuidad, que resulta por definición algo unitario. Una cultura es una forma de vida. Amo a España, pero no me gusta lo que barrunto. España está en una grave encrucijada: si mantiene la misma mentalidad que en los últimos años, su aventura histórica está tocando a su fin. Si no encuentra otro estilo de pensar, no podrá mantener su estilo de vivir. Es respecto al modo de aplicación de los principios en lo que puede surgir más fácilmente la confusión, el error, el desacierto, bien por las debilidades y pasiones de los hombres, o bien por la falta de criterio y de ideas claras, tan frecuente en las gentes que no tienen una muy segura formación. Los egoísmos nacionales -caricatura del verdadero patriotismo- son causantes de las guerras y del cruel olvido de los pueblos. Es inquietante el resurgimiento de la vieja tentación española de los “reinos de taifas”, del particularismo y la insolidaridad. Aquí la imagen del mal se disimula con docenas de explicaciones tan incompletas como insensatas. 

Reflexionemos sobre esta trágica situación para no repetirla. Se comienza perdiendo la batalla de las ideas. En política, lo mismo que en cualquier otra actividad noble, las cosas empiezan en la cabeza de un pensador. Cuando pasen unos años y se pueda examinar con perspectiva y objetividad el momento cultural español, se encontrará ridículo ese tono engolado y magistral con el que hoy necesitan encubrir la estrechez de su pensamiento quienes pretenden hacerse pasar como exclusivos definidores de la realidad. Estoy aburrido de tanto mirar hacia atrás. No es posible caminar con desenvoltura y con garbo llevando vuelta la cabeza. Creo que todos los males de nuestro pueblo nacen de su escaso nivel lógico, de su proclividad a comportarse movido por la pasión y no por la razón. Esta es la clave, y no me cansaré de insistir en ella. No cultivemos la insensatez, sino la cordura. 

Amo a España, aunque no-me-gusta-como-caza-la-perra. Las ideologías políticas contemporáneas, aunque no siempre lo proclamen explícitamente, tratan de imponer una especie de culpa o mala conciencia a los discrepantes. Siempre me parecerá poco cuanto se diga contra el irracionalismo, permanente tentación zoológica de la especie humana. Pero no soy pesimista, porque estoy convencido de las inmensas posibilidades de perfeccionamiento que poseemos las personas. Salir al encuentro de los problemas es una manifestación de esperanza. Asumo con todas sus consecuencias la herencia nacional, avergonzado de sus flaquezas y orgulloso de todas sus glorias. Debemos asumir el pasado de España como asumimos nuestra genealogía, con orgullo crítico y optimismo creador. Debemos intentar el conocimiento de los hechos sin destrozarlos con nuestros apriorismos. Debemos amar a la patria como parte de nuestro mundo, sin angustias vitales. El día en que nos rasguemos las vestiduras no ante las flaquezas de la naturaleza caída, sino ante la intención aviesa, la resentida envidia y la falta de caridad, habremos atajado la auténtica causa de nuestra secular decadencia moral.

Publicado en "Diario de León" el jueves 23 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/amo-espana_1294278.html

lunes, 19 de noviembre de 2018

Felicidad profesional.

El trabajo ya no es como antes. Ni como fue hace diez años, y ni mucho menos como fue hace cuarenta o cincuenta años. Cuando estudiamos en el colegio o en la universidad, nos enseñaron algo que ya no se usa. Es como si hubiéramos aprendido a bailar el pasodoble. Ya no hay trabajos para toda la vida. Nadie puede esperar permanecer siempre en el mismo cargo ni siquiera en el mismo sector. Las empresas no pueden garantizar el trabajo a sus colaboradores durante toda su vida laboral. Cada vez será más común tener tres o cuatro profesiones a lo largo de nuestra vida. Los títulos que uno haya logrado en su juventud son cada vez menos importantes, se deprecian rápidamente, no garantizan nada.

Para enfrentar esta nueva situación debemos mejorar cada uno, formándonos continuamente. Cambiando nuestra forma de aprender. No se trata sólo de adquirir nuevos conocimientos sino de aprender a buscar o a adquirir la información o los conocimientos que necesitemos, y a asimilarlos rápido y bien. Concentrarse en adquirir destrezas o habilidades, antes que conocimientos. Aprender idiomas, varios, que ya hoy valen más que muchos títulos profesionales. Adquirir una suficiente disposición a cambiar siempre, aprender a no tenerle miedo a los cambios. Esto es fundamental. Imaginación, curiosidad, perseverancia, apertura y energía. Transformarnos en conocedores rigurosos de nuestras fortalezas y debilidades. Conocer y comunicar con convicción las cosas que sabemos hacer bien.

Hablar de trabajo es ir al corazón de la sociedad moderna, a su estímulo más profundo, a sus contradicciones culturales más íntimas. Hablar de trabajo es recorrer la historia de la cultura occidental, su origen y su desarrollo. Hoy está muy extendida una concepción alienada del trabajo, considerado como una mercancía, en donde el hombre, en lugar de ser el sujeto libre y responsable del trabajo, está esclavizado a él. Para superar esta situación, algunos tienen puesta su esperanza en la sociedad altamente tecnologizada y telematizada, que ofrece posibilidades inverosímiles e inimaginables de creatividad. Sin embargo, los nuevos escenarios en los que el trabajo tiende a desarrollarse no bastan por sí solos para asegurar la auténtica y libre creatividad del trabajador.

La creatividad en el trabajo es una realidad pluridimensional que tiene relación, simultáneamente, con los niveles biológico, psicológico social, económico y cultural, y que incluso penetra en el mundo de los valores últimos. No es suficiente una actividad más libre e incondicionada gracias a la disponibilidad de instrumentos técnicos cada vez más perfeccionados. Es necesario que el hombre sea sujeto -más que objeto- del trabajo, es decir, que pueda expresar su creatividad en una relación social motivada y culturalmente orientada. El factor relacional es un elemento decisivo para una reconsideración del significado del trabajo. El trabajo, concebido como relación social, puede ayudar al trabajador a expresar lo mejor de sí mismo y a asumir tareas y responsabilidades con un fuerte contenido de inventiva y de espíritu emprendedor.  Es necesario, por tanto, organizar mejor el trabajo, delegando las responsabilidades y reconociendo a todos la utilidad del trabajo realizado. Trabajar en equipo.

Cuando se emprende un proyecto personal que implica cierto riesgo, el peor de todos los miedos es el miedo al fracaso. Evidentemente, el que nada emprende no se arriesga a sufrir fracaso alguno, pero tampoco conocerá el éxito soñado. El momento ideal no existe. Para algunos es la excusa perfecta (de apariencia seria y racional) para no decidir. El éxito no llega por arte de magia, sino que es el resultado de un esfuerzo perseverante, una actitud mental positiva y estar plenamente convencido de su logro. Todos los que han triunfado, en primer lugar, creyeron que podían hacerlo.

Por otra parte, es necesario también fomentar una cultura del servicio que motive a la persona a proporcionar bienes y prestaciones a favor de los demás. En otras palabras, es necesario garantizar al trabajador el máximo de la libertad y responsabilidad personales junto con una profunda motivación que estimule su iniciativa. La vocación profesional debe ser concebida no ya como un instrumento de éxito o de búsqueda superficial de un nivel de vida, sino como la realización de uno mismo en la plena integración humana. Buscamos la felicidad en cosas externas y construimos la vida en torno a realidades que se encuentran fuera de nosotros. Nos olvidamos de construir nuestro interior, que es como los pies sobre los que se apoya toda nuestra existencia.

Muchas de estas reflexiones me las ha inspirado la lectura del libro de René Mena y de, mi amigo, Pablo Zubieta: “Felicidad Profesional, logra la mejor versión de ti”. Argumentan que la felicidad será la recompensa para quienes emprenden diariamente el camino por ser, o tratar de ser, los mejores en lo que les gusta hacer. Este libro presenta ideas claras y ordenadas para lograr la felicidad profesional. Uno se identifica en sus muchos ejemplos y encuentra que, en el fondo, la única respuesta válida a preguntas como ¿para qué trabajar mucho? y ¿para qué esforzarse por ser mejor cada día?: es “para ser feliz”. Alcanzar la felicidad profesional no es un camino fácil, pero tampoco es imposible. Eso sí, es un camino que, como recuerdan Mena y Zubieta, bien vale la vida.

Publicado en "Diario de León" el domingo 18 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/felicidad-profesional_1293302.html

jueves, 15 de noviembre de 2018

Dar buen ejemplo.

El intercambio de bienes y servicios, desde las simples formas del trueque hasta los sofisticados mercados, se sostiene por el respeto a las leyes y por el cumplimiento de nuestros compromisos, en las organizaciones, habitualmente, en forma de contratos. Voluntaria o involuntariamente, todos estamos expuestos a perjudicar a los demás en su persona, en su propiedad, en sus expectativas. Y esto, en lo poco o en lo mucho, en transacciones comerciales o en las mil circunstancias de la vida ordinaria. El restablecimiento de la equidad violada no es solamente un problema jurídico. Es una exigencia de nuestra naturaleza humana ante el mal cometido. En la cultura occidental el tema de la restitución siempre ha sido un componente esencial de la ética que sustenta la convivencia humana. Restituir no está pasado de moda.

El verdadero desarrollo económico se fundamenta en algunas virtudes básicas de sus actores que, a veces, se dan por supuestas. Una de estas virtudes es la honradez. Las transacciones se hacen más atractivas y más viables en la medida en que se tenga la seguridad del cumplimiento de la palabra dada. La honradez tiene que ver con el honor, que se fundamenta en la conciencia de las personas. Porque la falta de honradez afecta, antes que nada, a la propia dignidad. En definitiva, es la persona quien no se permite -a sí misma- no esforzarse por cumplir los propios compromisos. El prestigio es clave en los negocios, y nada mejor que distinguirse por cumplir los acuerdos. No basta con estar atentos a las innovaciones técnicas y descuidar la educación de las personas que colaboran en una empresa común, o si se considera la ética como irrelevante o únicamente un asunto privado. Una práctica tan poco común como valorada por quienes conocen los beneficios de una relación sincera, leal y constructiva, es decir lo que uno piensa a las personas con quienes nos relacionamos, y no lo que ellas quieren escuchar.

La honradez paga buenos dividendos y fortalece la posición de mercado de quien la practica porque le favorece con nuevas y buenas oportunidades de negocio. Los dirigentes deben dar el ejemplo, un buen ejemplo. La ética no se enseña, pero sí hay guías de comportamiento y actitudes que parten del ejemplo de quienes tienen la responsabilidad de dirigir. Si los modelos son malos, cada uno hará de su capa un sayo… La ejemplaridad no es una mera línea de actuación, sino que es una condición necesaria para aplicar cualquier otra. La ejemplaridad es lo que otorga autoridad al líder, siendo, a su vez, la que genera la fuerza del liderazgo. Cuanto mayor sea la autoridad del líder, mayor será su calidad como directivo. La ética no se proclama, se practica. Muchas empresas no tienen reglas escritas. La ética se transmite con buenos ejemplos y buenas prácticas. Colaboradores compensados con justicia. Políticas que faciliten su desarrollo. Buena comunicación: institucionalizar momentos para que tu gente pueda decir -sin miedo a represalias- lo que piensa, se sienta escuchada. Garantizar a los clientes que los productos y servicios no atentan contra su salud y seguridad. Cuidar la calidad. Cobrar precios justos. Evitar el abuso de poder al tratar con empresas proveedoras con menor capacidad de negociación. No aceptar regalos de clientes y proveedores. No recurrir a la compra de voluntades de las autoridades a través de pagos, comisiones o regalos. Cuidar el impacto ecológico de la actividad de la empresa. Etc. etc. y etc. La ética no sólo afecta a lo económico. Sería un reduccionismo. La ética exige reconocer los derechos que todas las personas tenemos por el hecho de ser personas. Son los derechos humanos. 

La ética como una ventaja competitiva a considerar. Existe un amplio consenso al afirmar que las crisis se han producido por una combinación de desenfoques y errores técnicos, y de faltas éticas. Una crisis es siempre una ocasión de revisión y mejora que no puede ser desaprovechada. En este sentido hay que tener en cuenta un peligro, nacido de la inercia, del miedo al cambio y de los intereses particulares en juego: tratar de volver cuanto antes a la situación anterior, como si nada hubiera pasado. Este riesgo está mucho más extendido de lo que pensamos y puede limitar en gran medida la oportunidad de mejora. Nuestro mundo, en el que todas las personas buscamos vivir con dignidad y paz, está sometido a mecanismos que generan desigualdades graves entre personas, regiones y países; a una lucha constante por mantener ventajas competitivas frente a otros; al afán de poder económico y político; a una cultura de “suma cero”, en la que no todos salen ganando, sino que unos ganan a cuenta de lo que otros pierden. Más allá de que se puedan -y deban- aplicar medidas técnicas y políticas, la superación de los obstáculos mayores se obtendrá gracias a decisiones esencialmente éticas. En fin, esto, lejos de constituir una visión amarga de la realidad, es un principio básico para construir una mejor sociedad, sobre la base de la solidaridad, del respeto a las personas. Las personas primero, siempre.

Publicado en "Diario de León" el lunes 12 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/dar-buen-ejemplo_1291641.html

viernes, 9 de noviembre de 2018

Un buen jefe.

El cambio aparece como una constante para todas las organizaciones, habitualmente generado por nuevas necesidades de las personas y empresas o por cambios legales. La presencia y el dinamismo de muchos competidores aconsejan que estos cambios sean rápidos y oportunos. Algunas organizaciones no tienen conciencia de que quien no avanza retrocede y, por tanto, pudiera peligrar la continuidad de su organización. La explicación de esta situación suele tener múltiples causas, pero hay una, no tradicional, que son los malos jefes.

Estos individuos se suelen caracterizar por valorar excesivamente los estudios formales. Se pasan la vida en los seminarios de moda y leyendo el material que allí les venden. Dominan el lenguaje técnico de gestión. Son excelentes para iniciar y permanecer analizando situaciones que nunca llegan a concretar; por ejemplo, haciendo largos listados de fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas respecto a la posición competitiva, sin llegar nunca a definir un plan de acción. Suelen ser bastante soberbios, muy pagados de sí mismos, se auto citan constantemente y reaccionan mal cuando se les contradice, no se les celebra sus ocurrencias o, simplemente, se tiene otra opinión. ¿Identifica usted a algún dirigente de su organización con estas características? Si es así o peor todavía, si hay varios, le tengo una mala noticia: con ellos, será difícil mejorar. Sólo caben dos alternativas: o apoyarlos en su proceso de cambio personal o prescindir de ellos.

Cada día es más común que en las ofertas de trabajo se solicite como requisito fundamental para acceder al cargo, el que los candidatos tengan “espíritu emprendedor”. En el perfil del candidato muchas veces se señala “indispensable iniciativa personal”, “se requieren profesionales proactivos” o, simplemente, se demandan competencias como creatividad, autonomía y capacidad de innovar. Incluso, a veces, estas habilidades son más importantes que los grados académicos. No es que las empresas se hayan relajado a la hora de seleccionar personas, sino que se han dado cuenta de que, en un mundo tan saturado de información, con tal cantidad de conocimientos por área y con una tecnología que evoluciona tan rápido, es imposible dar con profesionales capaces de abarcar toda esa información. No hay carrera que pueda enseñar todo, tendría que durar toda la vida.

Por eso es importante encontrar, más que conocimientos, actitudes que permitan aprender. Más que especialistas en un determinado oficio, se necesitan profesionales con inquietudes, capaces de adaptarse a los cambios, con iniciativa y autónomos. Porque eso es mucho más difícil de enseñar y, ya con esas cualidades, es más fácil adaptarse a las exigencias de los distintos trabajos. Es por eso por lo que, en este momento, lo que muchos piden a los educadores es que se preocupen de fomentar cualidades como el espíritu emprendedor, la iniciativa, la creatividad, la capacidad de adaptarse a los cambios. Que la preparación de los alumnos esté más vinculada al desarrollo de habilidades generales y de valores que a la capacitación en una habilidad o dominio específico. Desarrollar la iniciativa personal, la creatividad, el trabajo en equipo y el espíritu emprendedor; reconocer la importancia del trabajo como forma de contribución al bien común, al desarrollo social y personal.  

Emprender es buscar nuevas soluciones, nuevas alternativas, nuevas respuestas. En los centros educativos se entregan muchos premios, pero no es normal que se entregue uno al alumno más creativo. No se trata de convertir a todos los jóvenes en empresarios en el sentido tradicional de la palabra, sino en ayudar a los alumnos a ser empresarios de sus propias vidas. Motivar a los alumnos a que aprendan a través de proyectos, resolviendo problemas y no repitiendo contenidos. Que construyan la teoría desde la práctica. Más que enseñar, se busca despertar lo que todos tenemos de emprendedores. Personas que enseñen a soñar.

Tener un buen jefe es una de las mayores satisfacciones que una persona puede tener en su vida. Durante muchos años, la mayoría de los sistemas de mejora de las organizaciones se basaron principalmente en el estudio formal de sus procesos más que en el análisis del comportamiento de las personas que participaban en esos procesos. Hoy -afortunadamente- la tendencia es proponer programas de mejora a partir del estudio detallado del desempeño de las responsabilidades del colaborador, de su preparación, de su trabajo en equipo. Una vez más se concluye que lo más importante para que una organización mejore es contar con gente formada para desarrollar la tarea que se le encomiende y, también, con una distinguida habilidad para relacionarse adecuadamente con otras personas: compañeros, clientes y directivos.

Aquí está la explicación de por qué fracasan muchos intentos de mejora: porque se enfocan únicamente en los procesos formales, en las estructuras, en los organigramas sin caer en la cuenta de que detrás de cada uno de esos procesos siempre hay una o varias personas de quien depende el éxito o el fracaso. El reto de quienes tienen la responsabilidad de dirigir es conseguir que esas personas quieran y hagan lo que la empresa quiere, y lo hagan cuándo y cómo la empresa quiere. Libremente, pues, si no, no se lograrán buenos resultados. Y quien lo logra merece ser llamado “un buen jefe”.


Publicado en "Diario de León" el miércoles 8 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/buen-jefe_1290616.html

sábado, 3 de noviembre de 2018

El mejor momento.

Una vida sin amor es una vida comparativa, es una vida en la que fácilmente se viene a juzgar o a envidiar. No es ésa la vida del amor. La vida del amor no es una vida comparativa; vivir el amor es participar; la vida del amor es abrirse a una actitud de admiración por los demás; no de desdén ni de desprecio, ni de envidia. Recuperar al hombre: un reto que viene estimulado por las consecuencias inhumanas de la insolidaridad, de la violencia, de la destrucción de la naturaleza, de los excesos de la ciencia y de la tecnología y de los muchos agobios que genera la barbarie. La sociedad es humana por estar compuesta de hombres de carne y hueso, singulares e íntimos.

Hay quienes han perdido el hábito de dirigir su vida. Y esto, me parece a mí, es causa de un terrible desgaste para el hombre. Porque el hombre vive, incluso en las situaciones en las que parece estar más divertido, preguntándose siempre sobre sí mismo. Es una pregunta las más de las veces inconsciente, pero roedora, que nos va desgastando. No tenemos idea clara de cuál es nuestro verdadero rostro, y por eso en ocasiones nuestro vivir es un vivir como desconcertado; tenemos la impresión de estar viviendo una rara comedia, y de no estar situados en el lugar en el que sospechamos que nuestra vida sería una vida pacífica y creadora. Pero, insisto en ello, por mucha que sea la preocupación, la vida sigue, se busca el quehacer, la diversión, el placer, la emoción de cada hora. La vida personal ocupa el primer plano, se afana uno con la propia intimidad, con las personas queridas, con los proyectos -aunque sea vea con claridad que no son seguros, que están amenazados más de lo usual en todos los momentos de la vida-. Se es feliz o infeliz a pesar de todo. Estas palabras son decisivas, y rarísima vez se tienen en cuenta.

Cada día tiene su afán, suele decirse. Gran verdad. Cuando se dice que la vida es cotidiana, se suele pensar en su monotonía, pero se olvida la otra cara de la cuestión: que se vive día-tras-día; cada día es único, con su mínimo programa, su desenlace, su balance vital, en que rinde cuentas. La eliminación de esto deshace la verdadera estructura del vivir, lo deja amorfo, y es la vía por la que penetra el tedio. Porque, efectivamente, el vivir va creando una serie de circunstancias y necesidades que hacen que vayamos perdiendo la iniciativa y, con la iniciativa, la libertad va disminuyendo poco a poco nuestra admirable capacidad de hombres que se sienten responsables de las cosas. La vida no consiste solo en lo que se hace, sino también en lo que no se hace; que los proyectos frustrados, interrumpidos o abandonados forman igualmente parte de la trama de la vida.

No bastan nueve meses, sino ochenta años para hacer un hombre; ochenta años de sacrificios, de voluntad, de tantas cosas. Y cuando este hombre está hecho, cuando ya no queda nada en él de infancia, ni de adolescencia, cuando en verdad es un hombre, ya no vale sino para morir. El verbo vivir va adquiriendo, desde la primera niñez hasta la muerte, diversas significaciones; es poco probable que lo advirtamos, porque es un proceso lento, porque nuestra atención va primariamente a los hechos, a los acontecimientos, a los cambios de situación. Lo que verdaderamente importa acontece en un tiempo más o menos dilatado, impreciso, y nunca se formula en cuanto noticia. No en el objetivo, sino en el camino que se sigue para conseguirlo, es donde se muestra la radical diferencia no tan sólo de la actitud inicial, sino incluso de la finalidad que en realidad se busca. La verdad es la realidad de las cosas. La libertad es fundamental. La libertad no consiste tanto en poder elegir como en el modo en que elegimos. Elegir sin coacción exterior. El acto más propio de la libertad es amar, el querer de verdad. Hacer las cosas porque-nos-da-la-gana es uno de los mejores motivos para hacerlas. Expresión más propia de la libertad: hacer las cosas porque queremos hacerlas.

Si, efectivamente, deseamos una renovación del mundo, la razón y la experiencia de la vida nos dicen que es preciso que aquella renovación tenga lugar primero en cada individuo, en la vida interior personal. De lo contrario, querer cambiar y renovar al hombre entero cambiando y renovando primero su mundo exterior, sería un cambio superficial, una renovación artificial que podría ser acusada de hipocresía y que no satisfaría al hombre sino por un corto espacio de tiempo. No podemos ser ingenuos, pues de lo contrario caeremos en el mismo error juvenil de no querer aprender del pasado, de no aprovechar la experiencia de nuestros predecesores. Profundizar en las causas de la falta de equilibrio y de unidad de vida que se echan en falta en nuestras vidas. Cuando no sabe de quién es la cita es muy socorrido decir que se trata de un proverbio chino. Dice-un-proverbio-chino: el mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años; el segundo mejor momento es hoy… Lo importante no es interpretar el mundo, sino mejorarlo.


Publicado en "Diario de León" el viernes 2 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/mejor-momento_1289066.html

sábado, 27 de octubre de 2018

El impuesto sobre las hipotecas.

La Sección Segunda de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo ha dictado sentencia sobre el recurso de casación interpuesto por la Empresa Municipal de la Vivienda de Rivas Vaciamadrid contra la sentencia de la Sala de lo Contencioso-Administrativo (Sección Cuarta) del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad de Madrid de fecha 19 de junio de 2017, sobre liquidación del impuesto sobre actos jurídicos documentados de una escritura pública de formalización de préstamo hipotecario, sentencia que se casa y anula. También estima el recurso contencioso-administrativo interpuesto por esta misma Empresa contra la resolución del Tribunal Económico-Regional de Madrid de fecha 31 de mayo de 2016, que desestimó la reclamación económico-administrativa deducida frente al acuerdo de la Oficina Técnica de la Inspección de los Tributos de la Comunidad de Madrid que practicó la liquidación correspondiente al impuesto sobre actos jurídicos documentados, respecto de la escritura de constitución del préstamo con garantía hipotecaria, declarando la nulidad de tales resoluciones (de la Oficina y del TEAR) por su disconformidad con el ordenamiento jurídico. Y, por último, anula el número 2 del artículo 68 del reglamento del impuesto sobre transmisiones patrimoniales y actos jurídicos documentados, aprobado por Real Decreto 828/1995, de 25 de mayo, por cuanto que la expresión que contiene (“cuando se trate de escrituras de constitución de préstamo con garantía se considerará adquirente al prestatario”) es contraria a la ley.

En síntesis, el Tribunal Supremo fija como nuevo criterio interpretativo que, en estos casos, el sujeto pasivo en el impuesto sobre actos jurídicos documentados es el acreedor hipotecario, no el prestatario. Y destaca que tal decisión supone acoger un criterio contrario al sostenido por la jurisprudencia de esta Sala hasta la fecha, pero entiende que debe corregirla porque considera que el obligado al pago del tributo en estos casos es el acreedor hipotecario, sujeto en cuyo interés se documenta en instrumento público el préstamo que ha concedido y la hipoteca que se ha constituido en garantía de su devolución.

El hecho de ser la hipoteca un derecho real de constitución registral la sitúa, claramente, como negocio principal a efectos tributarios en las escrituras públicas en las que se documentan préstamos con garantía hipotecaria, pues el único extremo que hace que el citado acto jurídico complejo se someta al impuesto sobre actos jurídicos documentados es que el mismo es inscribible, siendo así que, en los dos negocios que integran aquel acto, solo la hipoteca lo es. El Tribunal Supremo reconoce que nos encontramos ante un negocio complejo con dificultades para determinar con seguridad quién sea la persona del “adquirente”. Lo resuelve a través de la figura del “interesado”. Desde esta perspectiva, según el criterio del Tribunal Supremo, no cabe la menor duda de que el beneficiario no es otro que el acreedor hipotecario, pues él (y solo él) está legitimado para ejercitar las acciones (privilegiadas) que el ordenamiento ofrece a los titulares de los derechos inscritos. Solo a él le interesa la inscripción de la hipoteca (el elemento determinante de la sujeción al impuesto que analizamos), pues ésta carece de eficacia alguna sin la incorporación del título al Registro de la Propiedad.

Por otra parte, en relación con la cuestión relativa al sujeto pasivo del tributo, la Empresa alegó que exigir el impuesto al deudor hipotecario iría en contra de toda la normativa proteccionista de los deudores hipotecarios que existe a nivel de la Unión Europea, a cuyo efecto menciona la sentencia de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo de 23 de diciembre de 2015 que consideró que la entidad prestamista no queda al margen de los tributos que pudieran devengarse con motivo de la operación mercantil, sino que, al menos en lo que respecta al impuesto sobre actos jurídicos documentados, será sujeto pasivo en lo que se refiere a la constitución del derecho y, en todo caso, la expedición de las copias, actas y testimonios que interese, de manera que una cláusula en la que se traslade el tributo a la otra parte contratante resulta abusiva. Además, en mi opinión, la protección del prestatario, especialmente si es consumidor, es considerado por el artículo 51 de nuestra Constitución como un principio rector de la política social y económica. El consumidor se halla en una situación de inferioridad respecto al profesional, tanto en la capacidad de negociación como en la información que maneja cada una de las partes (“asimetría informativa”), lo que le lleva a adherirse a las condiciones redactadas por el profesional, sin poder influir en el contenido de éstas: auténticas “lentejas” …

Bien, pero qué hacer si me encuentro en esta situación: solicitar la devolución. Ahora bien, tengamos en cuenta que, en ocasiones, algunos bancos actúan con displicencia o prepotencia ante las reclamaciones de sus clientes, no las responden o lo hacen a través de una carta tipo en la que te agradecen y dicen que-lo-van-a-ver… Distinta es la atención y el trato cuando la reclamación se presenta, mediante asistencia letrada, advirtiendo de que en caso de no recibirse respuesta satisfactoria trasladará su escrito al Departamento de Conducta de Mercado y Reclamaciones del Banco de España o se presentará una demanda ante los tribunales de justicia. En estos casos, suelen correr y volar, llaman al cliente e intentan un acuerdo antes de que se abra el correspondiente expediente administrativo o se inicie el proceso judicial. Los asesoramientos de “cuñados” y de “lo-leí-en-internet” suelen terminar mal, muy mal. Sólo un abogado puede ofrecer, en estos casos, un asesoramiento rápido y eficaz, profesional. Así que: mejor con su abogado.

Publicado en "Diario de León" el jueves 25 de octubre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/impuesto-hipotecas_1286995.html

domingo, 21 de octubre de 2018

El menosprecio de lo cualitativo.

El hombre actual se siente terriblemente angustiado e insatisfecho en su panorama de pantallas, múltiples pantallas. Porque estos artilugios, que nacieron engendrados por él para ser sus servidores y, en todo caso sus amigos, se están volviendo -cada vez más- sus enemigos. ¿No os habéis fijado en lo fácil que nos resulta a los hombres de este tiempo no escucharnos? En una reunión, cuando empieza uno a contar cualquier cosa, fracasa pronto porque alguien se centra en su teléfono móvil. Es dificilísimo poder mantener una conversación atenta y tranquila. La conversación como medio de formación: hay mucha gente que no sabe que existe esta opción de mejora personal. Comunicar: hablar, compartir nuestras experiencias, aprender del otro. Los instrumentos de comunicación pueden, sin duda, ayudar mucho a la unidad de los hombres; sin embargo, el error y la falta de buena voluntad pueden producir el efecto contrario: menor entendimiento entre los hombres y mayores disensiones, que engendran innumerables males.

Hoy, gracias al avance de la tecnología, contamos en nuestra sociedad con esos poderosos medios de comunicación que sirven para estructurar una nueva forma de vida. Mientras que durante siglos eran precisos decenios para que se operase un cambio importante en la forma de pensar y de actuar de los hombres, en nuestro tiempo apenas son precisos unos meses para que se realice una auténtica revolución en el pensamiento: cualquier descubrimiento, cualquier nueva teoría seductora, nos son servidas, inmediatamente, a domicilio. Los medios de comunicación social tienen aspectos positivos indudables: son una conquista de la inteligencia humana. Contribuyen a que conozcamos mejor a los demás hombres, afianzan nuestra unión y amistad: nos hacen solidarios en las alegrías y en las penas. Reducen, en definitiva, las distancias de nuestro planeta. Los medios de comunicación facilitan el diálogo entre los hombres y facilitan la comprensión de sus puntos de vista y de sus problemas; por otra parte, facilitan el levantamiento de las barreras que se oponen a esa comprensión: el localismo, la intransigencia, el aislamiento, etc. 

Por último, son un magnífico instrumento de promoción del hombre, de su cultura, de su desarrollo integral, dado que permiten una amplia difusión a todos los ambientes. Precisamente por esto, por su amplia y profunda penetración en todos los ambientes, su repercusión es digna de tenerse en cuenta. Para destacar esta relevancia en la sociedad actual, basta destacar el hecho de que, algunos grupos, especialmente muchos jóvenes, encuentran en los medios de comunicación su única fuente de formación y de educación. La gran desgracia de muchos jóvenes de hoy es que -faltos de una enseñanza digna de este nombre- no se saben expresar. No son sordos, sino mudos, incapaces de aprehender, con la ayuda de un vocabulario preciso y variado, de una sintaxis clara y segura, los matices de pensamiento y de sentimiento que, por consiguiente, se les escapan… Ésta es una de las tragedias de nuestra época. 

La juventud no suele ser conservadora. Ni puede ni tiene por qué serlo, entre otras razones porque -en la mayoría de los casos- todavía no ha tenido oportunidad de hacer nada que merezca la pena ser conservado. El joven de nuestro tiempo es el más acosado de la historia por los datos, las opiniones y juicios de valor puestos en circulación. La libertad no consiste en hacer cuanto a cada uno le apetezca, pues la libertad, en tal caso, se identificaría con la ley del más fuerte, que impondría sus antojos a los más débiles. El error consiste en suponer que la libertad está en la facultad de escoger, cuando no está sino en la facultad de querer, la cual supone la facultad de entender. La reintegración de los valores espirituales en su lugar es, en efecto, el problema crítico de nuestro tiempo. Mientras -cada uno- no resuelva este asunto no podrá explicarse el porqué de la amargura, de la soledad y del vacío que se encuentra en un mundo frecuentemente egocentrista y subjetivo. 

No voy, pues, a rechazar el viejo espíritu porque sea viejo; ni puedo adorar las nuevas prácticas, las costumbres modernas, sólo porque estén de moda. En toda sociedad hay problemas básicos, cuestiones radicales, que cabe orientar en un sentido o en otro, y de cuya orientación depende que el futuro inmediato tenga un cariz u otro, un horizonte despejado o una faz torva, un camino real o una vereda llena de zarzales, propicia a todas las emboscadas y a todas las sorpresas. Las formas pueden ser mucho más que unos formalismos vacíos e inútiles, que un estorbo que no merece la pena respetar y que es mejor arrojarlo por la borda. Las formas son, en muchas ocasiones, a manera de recipientes que encierran muy ricas realidades. En el plano personal, la educación supone el desarrollo armónico de las cualidades físicas, morales e intelectuales, que lleva al hombre a adquirir gradualmente un pleno sentido de su responsabilidad. El desprecio de las formas revela a menudo falta de finura espiritual e incluso virtudes cívicas muy respetables, como la urbanidad y la corrección, sin las cuales resulta ingrata la convivencia humana. El menosprecio de lo cualitativo.


Publicado en "Diario de León" el sábado 20 de octubre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/menosprecio-cualitativo_1285719.html

jueves, 11 de octubre de 2018

Hablar mucho, decir poco.

Buenos-días-Raúl-por-favor-un-café. Mientras tanto miro a la televisión y veo a un charlatán de nuestro tiempo con aspiración de prócer. Le pregunto al paisano de al lado ¿qué ha dicho?: “hablar mucho, decir poco”. Me hizo pensar. Prisa y superficialidad son caracteres visibles de nuestro tiempo. Una realidad con la que hay que aprender a convivir. Pertenece al estilo de las generaciones actuales vivir con prisa y sin profundidad. Quizá no corramos el peligro de convertirnos en esclavos, pero corremos el peligro de convertirnos en autómatas. Se busca la velocidad porque se tiene prisa. Hay dos modos de tener prisa: uno consiste en tener prisa por acabar o lograr alguna cosa, otro en tener prisa porque sí. La prisa en este segundo caso consiste en vivir la vida con ritmo acelerado. No se busca nada, sino que se huye de algo. Con frecuencia se huye del instante presente que no gusta, que no satisface porque se siente hueco, vacío. Una conciencia herida cuando no tiene presentes los deberes. También una conciencia triste, desalentada, porque están presentes los deberes como metas imposibles. Esto es también una forma de dolor. Hay estrés en una vida sin deberes que nos lleva a la inercia o a la vacuidad. Y hay estrés en una vida en la que los deberes están presentes, pero se tiene la impresión de que uno es incapaz de vivirlos.

La ansiedad y la agitación interior -el estrés- como un peligro que nos acecha y como una de las formas de nuestra debilidad. Una intimidad desasosegada, agitada o ansiosa es indicio de un estado íntimo de escasa fortaleza. Me refiero no a la fatiga que puede resultar proporcionada al trabajo, sino a ese otro agobio, a esa otra fatiga y a ese otro cansancio -estrés- que padecemos y que no tiene relación con nuestro esfuerzo, sino que tiene alguna otra causa diferente. A veces creemos que la fortaleza es energía del carácter o del temperamento, una cierta vehemencia combativa. No, un hombre sereno no es un hombre apático o un hombre sin convicciones. Muchas veces reconocemos la presencia sorprendente de un agobio y una fatiga de extraño origen, porque no corresponde ni a los días de máximo trabajo ni, a primera vista, a los de máxima preocupación. Sería interesante que pudiéramos saber la razón de que sintamos estos sorprendentes desfallecimientos. Sorprendentes por la desproporción que pudiera haber, o falta de la relación incluso, entre la causa y el efecto. Nos sentimos, pues, solos. Esto significa un acentuado y permanente desgaste. Muchas veces nos pasa que unos días de descanso o cambio de actividad no remedian el desgaste del vivir humano. Quizá nos convendría pensar si el vivir apresurado, sin serenidad, el estar dominados por el nerviosismo, la dolorosa impresión de que la vida está transcurriendo sin que nosotros tengamos las riendas, como si fuésemos sacudidos por circunstancias desbocadas, puede quizá tener relación con que a nuestra vida le falte verdadero fundamento.

Todo el mundo dice cosas parecidas, esto no es ninguna novedad. Todo el mundo está bastante de acuerdo en que estamos viviendo una existencia impersonal, en que, al hombre, cada vez más, le resulta difícil tomar decisiones que puedan comprometer su existencia o signifique, por lo menos, un enriquecimiento personal en su vida. Porque ese difuso desorden que nos rodea termina haciendo que se embote en nosotros la sensibilidad para lo humano, la sensibilidad para la justicia. Como dice mi amigo Mariano, las grandes verdades están unidas al acontecer pequeño. A veces, se está tan absorbido por el trabajo que se descuida una actividad fundamental en nuestras vidas: escuchar y aprender de las personas con quienes convivimos. Hablar, relajadamente, sin un tema fijo, perder-el-tiempo en conversar es enriquecedor y abre nuevos horizontes. Dedicar tiempo a construir relaciones, especialmente, con nuestra pareja, con nuestros hijos y con nuestros amigos: las personas no abrimos nuestra intimidad a quienes tienen puesta su cabeza en la acción o en el paso siguiente. Las relaciones superficiales no permiten sino amistades superficiales, relaciones de ocasión, amores superficiales. 

La relación entrañable parte ya en las mismas entrañas. Y jamás es tarde para intentarla, para poner los medios. También en el trabajo. Las organizaciones son casi unánimes al afirmar que su principal capital son las personas que forman parte de ellas, si bien encuentran serias dificultades para llevarlo a la práctica. Muy pocas organizaciones logran motivar de modo sostenido a sus empleados, integrarlos en los procesos continuos de mejora y decisión, y liberar sus capacidades creativas. Trabajar en equipo es imprescindible para aprovechar los conocimientos y habilidades de todos los colaboradores. 

Sin orden es imposible ser feliz. Sin responsabilidad, privada y pública, no puede existir lo que llamamos civilización. Creo en la esperanza humana de un mundo mejor: en la fuerza creadora de la libertad. Vivimos en un tiempo de redescubrimiento y actualización de verdades. Afortunadamente el hombre no es como un río, que no puede volverse atrás. De ahí la importancia de educar en libertad, enseñando a cada uno a llevar el timón de su vida en la dirección correcta: hacia la felicidad de una vida plena, con la actitud necesaria para orientar su vida al servicio de los demás.

Publicado en "Diario de León" el jueves 11 de octubre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/hablar-mucho-decir-poco_1283536.html

viernes, 5 de octubre de 2018

El lenguaje oculto de las encuestas.

Los fines de semana suelen ser tiempo de encuestas, y más en un año tan preelectoral. Así que paciencia con los artesanos del arte de predecir. Dos comentarios: uno, quien-paga-manda; y dos, repasemos quién acertó y quién no -y por cuánta diferencia- en las encuestas previas, por ejemplo, en las últimas elecciones generales. En el año 1986, año en que los españoles dijeron sí al ingreso de España en la OTAN, los publicistas acuñaron la expresión “efecto calzoncillo” para designar una curiosa perversión de las encuestas (y corregir así sus correspondientes estudios de mercado): los consumidores nunca dicen la verdad sobre sus hábitos de higiene, su sexualidad o sus predilecciones políticas. “¿Cuántas veces se cambia usted de calzoncillos?” “Todos los días”, responde con "seguridad" el-españolito-de-a-pie.  Pues eso, cada vez que hay elecciones, en mayor o menor medida, vuelve a funcionar el “efecto calzoncillo”. Los gurús de la demoscopia lo suelen tener en cuenta al hacer sus previsiones. Hay votantes -dicen- que incluso después de haber depositado sus papeletas mienten sobre el partido elegido, en las encuestas a pie de urna o israelitas.

Pensando sobre este asunto me acordé del libro de Huff “Cómo mentir con estadísticas”. Darrel Huff (1913-2001) fue un prolífico escritor estadounidense que también trabajó como editor en algunas revistas. En 1954 publicó su mayor éxito, “Cómo mentir con estadísticas”, traducido a más de veinte lenguas y que se ha convertido en uno de los libros más vendidos sobre estos asuntos. Lo he vuelto a releer y, en efecto, este libro es un manual sobre cómo se pueden utilizar las estadísticas -las encuestas- para engañar. Lo que este libro, escrito con ingenio y humor, nos ofrece es un curso de sentido común para aprender a descubrir los ardides con que cada día pretenden engañarnos, manipulando cifras y gráficas, los medios de comunicación, los políticos, la publicidad… Lo que aquí se nos cuenta -el lenguaje secreto de las estadísticas- aunque pueda resultar divertido conviene tomárselo en serio, porque, como nos dice el autor, “los desaprensivos ya conocen estos trucos; los hombres honrados deben aprenderlos en defensa propia”. El “efecto calzoncillo” o el lenguaje oculto de las encuestas.

Un país marcha bien cuando los partidos son por lo menos -en cierta medida- intercambiables, cuando coinciden en una amplia zona, y difieren en cuestiones que no afectan a la idea misma del país y de su proyecto global. Una mayoría razonable y no polarizada, que desea vivir y convivir. Quizá por mis ideas sobre lo humano, la polarización me produce repugnancia, sea cual sea su origen, y he intentado no caer en ella. Se piensa, antes que en las personas y en su verdadera condición, en los rótulos o etiquetas; de esta manera, las conductas se automatizan, y en lugar de depender de lo que se ve, de lo existente, responden a un estímulo, en gran parte nominal, y se disparan. Una nomenclatura que deforma la realidad, que la falsea. Con resultado múltiple: acentua la oposición, elimina en el vocabulario político lo que no es ni una cosa ni otra, y que es precisamente la mayoría; introduce un lenguaje peyorativo que suscita la hostilidad y corta puentes para el arreglo y la convivencia. Creo que las consecuencias están siendo más graves de lo que, en un primer instante, pudo parecer. El sueño de la razón produce monstruos; el de la distancia también los produce. Los extremistas suponen un freno para la convivencia.

La ignorancia es mucho más destructora de lo que se piensa. El cambio político ha sido consecuencia de ciertas variaciones previas de lo social, que algunos políticos avisados aprovechan. La ignorancia histórica es la causa de un incalculable número de errores y de la mayor parte de los abatimientos y desánimos; por eso la fomentan los que quieren desmoralizar a los pueblos y dejarlos indefensos y manejables. Lo único verdaderamente grave es la tentación de responder a la intolerancia con intolerancia, de copiar al adversario haciéndose como él, dándole de este modo una victoria gratuita. El único peligro verdadero que corre la democracia es que los demócratas dejen de serlo.

Llevamos decenios oyendo la monótona cantinela de los “errores” y “fracasos” del liberalismo. Pero dígase si alguna forma de convivencia ha tenido -a pesar de sus miserias- menos fracasos y más éxitos que el liberalismo; dígase si no son los países que le han permanecido sustancialmente fieles aquellos en que se ha unido más regularmente la prosperidad y la dignidad, los que nunca se han sumido en la catástrofe ni en la abyección. No puede sorprender que el liberalismo sea frecuentemente odiado: lo aborrecen y temen todos los que desprecian al hombre. Yo quiero, como el que más, cambiar: pero no por cualquier cosa. Quiero otra cosa, pero no otra cosa cualquiera: quiero un cambio a mejor.

Publicado en "Diario de León" el martes 2 de octubre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/lenguaje-oculto-encuestas_1281109.html