El trabajo ya no es como antes.
Ni como fue hace diez años, y ni mucho menos como fue hace cuarenta o cincuenta
años. Cuando estudiamos en el colegio o en la universidad, nos enseñaron algo
que ya no se usa. Es como si hubiéramos aprendido a bailar el pasodoble. Ya no
hay trabajos para toda la vida. Nadie puede esperar permanecer siempre en el
mismo cargo ni siquiera en el mismo sector. Las empresas no pueden garantizar
el trabajo a sus colaboradores durante toda su vida laboral. Cada vez será más
común tener tres o cuatro profesiones a lo largo de nuestra vida. Los títulos
que uno haya logrado en su juventud son cada vez menos importantes, se
deprecian rápidamente, no garantizan nada.
Para enfrentar esta nueva
situación debemos mejorar cada uno, formándonos continuamente. Cambiando
nuestra forma de aprender. No se trata sólo de adquirir nuevos conocimientos
sino de aprender a buscar o a adquirir la información o los conocimientos que
necesitemos, y a asimilarlos rápido y bien. Concentrarse en adquirir destrezas
o habilidades, antes que conocimientos. Aprender idiomas, varios, que ya hoy
valen más que muchos títulos profesionales. Adquirir una suficiente disposición
a cambiar siempre, aprender a no tenerle miedo a los cambios. Esto es
fundamental. Imaginación, curiosidad, perseverancia, apertura y energía.
Transformarnos en conocedores rigurosos de nuestras fortalezas y debilidades.
Conocer y comunicar con convicción las cosas que sabemos hacer bien.
Hablar de trabajo es ir al
corazón de la sociedad moderna, a su estímulo más profundo, a sus
contradicciones culturales más íntimas. Hablar de trabajo es recorrer la
historia de la cultura occidental, su origen y su desarrollo. Hoy está muy
extendida una concepción alienada del trabajo, considerado como una mercancía,
en donde el hombre, en lugar de ser el sujeto libre y responsable del trabajo,
está esclavizado a él. Para superar esta situación, algunos tienen puesta su
esperanza en la sociedad altamente tecnologizada y telematizada, que ofrece
posibilidades inverosímiles e inimaginables de creatividad. Sin embargo, los
nuevos escenarios en los que el trabajo tiende a desarrollarse no bastan por sí
solos para asegurar la auténtica y libre creatividad del trabajador.
La creatividad en el trabajo es
una realidad pluridimensional que tiene relación, simultáneamente, con los
niveles biológico, psicológico social, económico y cultural, y que incluso
penetra en el mundo de los valores últimos. No es suficiente una actividad más
libre e incondicionada gracias a la disponibilidad de instrumentos técnicos
cada vez más perfeccionados. Es necesario que el hombre sea sujeto -más que
objeto- del trabajo, es decir, que pueda expresar su creatividad en una
relación social motivada y culturalmente orientada. El factor relacional es un
elemento decisivo para una reconsideración del significado del trabajo. El
trabajo, concebido como relación social, puede ayudar al trabajador a expresar
lo mejor de sí mismo y a asumir tareas y responsabilidades con un fuerte
contenido de inventiva y de espíritu emprendedor. Es necesario, por tanto, organizar mejor el
trabajo, delegando las responsabilidades y reconociendo a todos la utilidad del
trabajo realizado. Trabajar en equipo.
Cuando se emprende un proyecto
personal que implica cierto riesgo, el peor de todos los miedos es el miedo al
fracaso. Evidentemente, el que nada emprende no se arriesga a sufrir fracaso
alguno, pero tampoco conocerá el éxito soñado. El momento ideal no existe. Para
algunos es la excusa perfecta (de apariencia seria y racional) para no decidir.
El éxito no llega por arte de magia, sino que es el resultado de un esfuerzo
perseverante, una actitud mental positiva y estar plenamente convencido de su
logro. Todos los que han triunfado, en primer lugar, creyeron que podían
hacerlo.
Por otra parte, es necesario
también fomentar una cultura del servicio que motive a la persona a
proporcionar bienes y prestaciones a favor de los demás. En otras palabras, es
necesario garantizar al trabajador el máximo de la libertad y responsabilidad
personales junto con una profunda motivación que estimule su iniciativa. La
vocación profesional debe ser concebida no ya como un instrumento de éxito o de
búsqueda superficial de un nivel de vida, sino como la realización de uno mismo
en la plena integración humana. Buscamos la felicidad en cosas externas y
construimos la vida en torno a realidades que se encuentran fuera de nosotros.
Nos olvidamos de construir nuestro interior, que es como los pies sobre los que
se apoya toda nuestra existencia.
Muchas de estas reflexiones me
las ha inspirado la lectura del libro de René Mena y de, mi amigo, Pablo
Zubieta: “Felicidad Profesional, logra la mejor versión de ti”. Argumentan que
la felicidad será la recompensa para quienes emprenden diariamente el camino
por ser, o tratar de ser, los mejores en lo que les gusta hacer. Este libro
presenta ideas claras y ordenadas para lograr la felicidad profesional. Uno se
identifica en sus muchos ejemplos y encuentra que, en el fondo, la única
respuesta válida a preguntas como ¿para qué trabajar mucho? y ¿para qué
esforzarse por ser mejor cada día?: es “para ser feliz”. Alcanzar la felicidad
profesional no es un camino fácil, pero tampoco es imposible. Eso sí, es un camino
que, como recuerdan Mena y Zubieta, bien vale la vida.
Publicado en "Diario de León" el domingo 18 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/felicidad-profesional_1293302.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario