Publicado en "Diario de León" el lunes 23 de diciembre del 2019: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/educacion-de-calidad/201912231317231970649.html
Hoy, en España, la casi totalidad de los ciudadanos saben
leer y escribir lo que supone un logro inimaginable hace un siglo. Sin embargo,
eso no basta en las relaciones económicas y sociales de nuestro tiempo. Muchas
personas no son capaces de seguir instrucciones escritas, tienen dificultades
para comprender lo que leen y no son capaces de extraer mínimas consecuencias
analíticas. Son los llamados "analfabetos funcionales". Para una economía
que sólo pretenda producir y exportar materias primas, esta cuestión tiene poca
importancia. En cambio, la microelectrónica, biotecnología, telecomunicaciones,
etc., todas ellas son industrias basadas en la capacidad intelectual de las
personas y, por ello, se pueden instalar en cualquier lugar del mundo…. El
conocimiento y las habilidades son la más importante (si no la única) fuente de
ventaja comparativa sostenible en el largo plazo. Por tanto, el esfuerzo por
una educación de calidad es una prioridad.
Pero, en general, la realidad es otra cosa. Los exámenes
siguen siendo hoy, dueños y señores de la universidad. La clase sólo es un mero
anuncio de lo que se llevará al examen. La única variante posible de esta
conversación es si el examen escrito será o no en forma de test. Además, el
estudiante continúa erre-que-erre con la vieja reivindicación de “una
asignatura, un libro”. Una de las principales preocupaciones del estudiante es
enterarse de cuál es “el libro” de cada profesor. Y, a falta de éste, aspirará
a contar, al menos, con unos apuntes que le sirvan de sucedáneo. Muchos
estudiantes no saben leer, ni parece importarles. Leer poco, clarito, en
castellano y a poder ser en letra grande. El déficit de lectura y el progresivo
aumento de la formación audiovisual va haciendo estragos.
Desde que se publican, los rankings de universidades han
estado envueltos en polémicas. Se los ha acusado de elitistas, de poco
transparentes y de no prestar atención a la calidad de la educación que se
imparte. No es sencillo ponerle un número a todo lo que representa una
universidad. No hay consenso ni sobre qué debe medirse ni sobre cómo hacerlo.
Desde hace años, rectores, responsables políticos y expertos vienen dando
vueltas a un nuevo sistema que garantice unos recursos estables y viables para
el funcionamiento de las instituciones de enseñanza superior, pero la cuestión
está lejos de estar resuelta. Una ecuación imposible: en España, una de las
mayores tasas de acceso a la universidad de toda la Unión Europea, una de las tasas
más bajas de matrícula, impuestos bajos y prácticamente ninguna selección de
entrada a las facultades.
La realidad es que no hemos sabido crear un modelo
homologable con el de los países de nuestro entorno. El despropósito en el que
se ha convertido nuestro modelo de organización territorial ha llevado a la
multiplicación innecesaria tanto de universidades (más de ochenta, entre
públicas y privadas) como de titulaciones. El criterio -en mi opinión- debería ser
el contrario: racionalizar el número de centros, cerrando muchos de los que tienen
aulas casi vacías, y reducir la oferta de carreras para evitar grados
excéntricos y dotar al resto de unos contenidos de mayor calidad y
especialización. Si algo ha sido dañino en nuestro país es el trazado partidista
de las distintas reformas educativas, más orientadas a imponer el propio modelo
que a orientar la educación durante largos periodos de tiempo, varias
generaciones. Las enormes carencias de nuestro sistema universitario: una triste
realidad que no puede achacarse a una sola causa pero que representa uno de los
fracasos más dramáticos de nuestro país. ¿Hay solución? Dicen que mientras-haya-vida-hay-esperanza…:
un acuerdo con amplia base social y política a favor de una educación de
calidad. Eso sí: Vamos tarde, muy tarde.
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