Publicado en "Diario de León" el domingo 5 de enero del 2020: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/expatriarse/202001051103161973794.html
Casi todo el mundo afirma que
irse a otro país es una oportunidad que no hay que desaprovechar, pero, a la
hora de la verdad, pocos están dispuestos a dar un paso al frente. Que si una
nueva vida, mayores responsabilidades, más “calidad de vida” (en muchos casos
sólo quiere decir más dinero). La familia no siempre es fácilmente
trasplantable y hay que conocer, antes, los riesgos. De recordarte las ventajas
siempre se encarga alguien; de los riesgos no tanto. Un cambio de país no es la
divertida aventura de meter muebles en un contenedor y niños en un avión y, al
día siguiente, como si no hubiera pasado nada. Son demasiadas cosas las que
cambian, a veces el idioma, la cultura, los amigos, el entorno, el colegio, la
familia… Ponerse-en-el-lugar-de-los-otros. Por ejemplo, de los hijos. Llegar a
un colegio en otro país suele ser terrible. Y al regresar el problema es el
contrario. En definitiva, aprender a adaptarse.
Y qué decir de cuando el cónyuge,
no pocas veces, va algo forzado porque ha tenido que dejar su propio trabajo.
Eso dificulta la integración, ya de por sí compleja. ¿Y si él o ella no quiere
moverse? ¿Adiós oportunidad o quizá la solución sea vivir cada uno en un sitio?:
malo, malo… Incluso pueden emerger problemas de pareja latentes y venirse todo
abajo. La decisión de un traslado ha de tomarse conjuntamente por los cónyuges,
de forma muy meditada. Un asunto todavía sin resolver: el asunto de las
carreras duales. Ya sabes, aquello de sorber y soplar al mismo tiempo. El viejo
esquema de directivo con esposa dispuesta a seguirle a donde sea es, desde hace
años, parte del pasado. Lo normal es que ella también trabaje, muchas veces,
cada vez más, con un buen trabajo, igual o mejor que el de él. No siempre es
ella la que deja el trabajo. Es un asunto de pareja y como tal debe resolverse:
uno de los dos debe renunciar a su carrera o modificarla. No siempre se tienen
todas las soluciones a todos los problemas.
La movilidad es un plus en la
carrera profesional y una prueba que mide la solidez de la familia. No siempre
es fácil. A un amigo la maravillosa promoción de su carrera profesional le
costó el divorcio. Su empresa le propuso irse a México como director general de
una empresa del grupo. Su mujer tuvo que dejar el trabajo. No fue fácil
acostumbrarse al nuevo entorno. Los problemas conyugales se multiplicaron hasta
el punto de que ella decidió volverse a España con su hijo. Él regresó cinco
años después y su hijo prácticamente le había olvidado. Con el tiempo consiguió
reconstruir los lazos, con su hijo… Tres años después le ofrecieron otro puesto
en el exterior y, aunque era más cerca, Londres, no aceptó. En detrimento de su
carrera no quiso volver a poner en peligro su familia.
La integración es fácil para el
profesional porque mucho de ésta se produce a través de su trabajo, pero el
otro y los hijos lo pueden pasar muy mal al verse en la obligación de crear
nuevas relaciones sociales partiendo de cero, con barreras idiomáticas y
culturales. Si del traslado derivan problemas conyugales es porque ya existían
previamente. Si hay una buena relación de pareja la unidad se refuerza, al
existir un objetivo común que hay que enfrentar. En cualquier caso, la clave
del éxito pasa por estar cerca de la familia, sobre todo en el periodo inicial.
Que se imbuyan rápidamente de la cultura local, que hagan amigos nativos y
viajen para aprender las costumbres. Que sean positivos y aprovechen la
oportunidad de disfrutar de las cosas buenas de ese país, ya que el choque
cultural puede hacer que sólo se fijen en lo negativo. Que aprecien en lo que
vale la educación internacional que recibirán los hijos y los conocimientos de
otras lenguas y formas de ser. En muchos casos, viviendo una experiencia de
expatriación, la familia se vuelve como una piña, las nuevas experiencias se
viven en común. Se aprende mucho.
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