Me contó un amigo que trabaja en una filial de una empresa alemana, que, a las pocas semanas de ser contratado, se quedó durante tres días seguidos después de la hora. Al tercer día, el director general se apareció en su oficina y le dijo: “Si mañana te veo de nuevo, estás despedido”. Nunca más…
La administración eficaz del tiempo es, cada vez más, un recurso esencial. Y hace años que los horarios empezaron a ser cuestionados.
¿Acaso no es suficiente una jornada de ocho horas?
A pesar de la cantidad de horas que se dedican, en general, se trabaja mal.
La impuntualidad, el smartphone y las interminables reuniones sin objetivos claros son algunos de los principales motivos de ineficiencia.
Las causas de un cotidiano horario sin fin radican en una mala planificación de tareas y en la falta de intensidad.
Pero esto no es todo. Las consecuencias negativas saltan a la vista: disminución de la calidad de vida de los empleados y aumento de los costes de la organización. Porque, aunque no se paguen horas extras, el estrés repercute siempre en el estado de resultados.
Para poner fin a esta situación es necesario cambiar la cultura empresarial.
Todavía está mal visto el que se va “antes de la hora”. Hay muchas compañías donde los ejecutivos “hacen méritos” si se quedan hasta tarde y son tachados de “flojos” si se van antes que sus compañeros.
La lucha por cambiar de costumbres es todo un tema.
Hasta hace poco, por ejemplo, algunas empresas tenían una fuerte cultura de “trabajo duro”: sus colaboradores se quedaban en la oficina hasta altas horas de la noche. Y, algunas, han mejorado el sistema para manejar el tiempo con más eficiencia. Hoy su lema es el trabajo inteligente. Sin embargo, el cambio es difícil: mucha gente aún tiene interiorizado el concepto que regía antes y sigue trabajando doce horas diarias. O más...
Una persona no puede trabajar excesivamente y bien.
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