Cuando somos jóvenes, nuestros ideales gozan de un especial protagonismo, sentimos un impulso que nos lleva a hacer cosas. Aunque sólo sea testimonialmente, no importa.
Éramos menos calculadores.
Sin darnos cuenta, poco a poco, podemos perder la capacidad crítica, el afán por mejorar a nosotros (siempre primero...) y a nuestro entorno.
Nos volvemos más comprensivos con la mayoría de las situaciones. Procuramos no destacar. Que nadie nos pueda señalar con el dedo, el maldito qué dirán…
En nuestro ambiente siempre habrá cosas que se puedan hacer mejor. Y, lo que nosotros no hagamos, nadie lo hará por nosotros.
Está de moda intentar comprar tiempo, qué ingenuidad… Eso, hasta hoy, es imposible… Hay gente que está obsesionada con que, al menos, no se le note el paso de los años…
Sin embargo la vejez del espíritu si se puede combatir con éxito, sin necesidad de grandes gastos en tratamientos que requieren de bisturí, ni de liposucciones…Esto si tiene remedio y depende únicamente de nosotros mismos.
Como decía la señora Eustasia “hijo, las personas no cambiamos sólo mejoramos o empeoramos...”.
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