Publicado en "Diario de León" el lunes 21 de septiembre del 2020: https://www.diariodeleon.es/articulo/tribunas/es-libertad/202009211144072046595.html
Los datos son como cifras, es decir, el único lenguaje que, en esta época nuestra de confusión de lenguas, sigue siendo accesible a todos, a las gentes más sencillas como a las mentes más formadas. Algunos dicen que la pandemia no existe, que el COVID es una-especie-de-gripe, solo que un poco más virulenta. No es verdad. El COVID mata. Y es cierto que, a veces, las mascarillas y guardar la distancia social suponen una molestia: pero contribuyen a salvar vidas.
La libertad no consiste en hacer cuanto a cada uno le
apetezca, pues la libertad, en tal caso, se identificaría con la ley del más
fuerte, que impondría sus antojos a los más débiles. El respeto a la
libertad de los demás no es nunca indiferencia, sino consecuencia del amor, que
sabe valorar a cada hombre en su concreta realidad. El amor al prójimo no es
algo que esté de moda. Quizás no lo ha estado nunca. Pero el individualismo de
nuestra sociedad agudiza esa carencia y nos hace ignorar que los demás son
prójimo.
La existencia de una sociedad
hostil y peligrosa es hoy algo evidente. Los comportamientos agresivos son hoy
cada vez más frecuentes y cada vez más descarados. Una sociedad donde han
adquirido tan gigantesco desarrollo todo tipo de sistemas de seguridad es una sociedad
que necesita protegerse de sí misma continuamente, donde nada se puede dejar
sin defensa, donde nada está seguro. Pero esa agresividad se manifiesta también
cuando alguien me impide mi capricho o simplemente opina sobre mis ocurrencias.
No hay tolerancia social hacia los demás. El respeto por las personas, las
cosas y las instituciones han perdido terreno.
El comportamiento humano debe
también su origen a las concepciones y actitudes morales en las que se educa. La
soledad y el individualismo producen una acentuada introspección en las
personas. El relativismo de la verdad y de la norma ha hecho que nuestra
cultura armonice todas las contradicciones teóricas y prácticas: no existe un
modelo último al que referirse para decir qué vale y qué no vale, qué es bueno
y qué es malo, qué es lícito y qué es ilícito. Reduce las verdades
universalmente admitidas a simples acuerdos entre los individuos de una
sociedad. Las normas se las da cada uno a sí mismo, y así se entiende la
libertad…
Este modo de pensar que recusa la
dependencia de una instancia distinta que no sea mi deseo momentáneo, forma
parte de la incultura moral de nuestra sociedad. Tomarse muy en serio, o
apreciar mi particular punto de vista más que a la verdad o más que a la
libertad de otro, tiene otro nombre: fanatismo. El fanático, como su propio
nombre indica, se encierra en el “fanum”, es decir, en el templo del yo,
al cual rinde culto exclusivo y absoluto. Nuestra sociedad es cruel. Olvida que
los demás son prójimo. Cuando esto sucede, la sociedad entera se deshumaniza.
La revolución pendiente que erradique
esta situación es un problema de educación moral individual, que nos devuelva a
los hombres un sentido del deber ser del que hoy, mayoritariamente, carecemos. Podemos
contribuir a edificar un mundo más humano, y más libre, si enriquecemos a los
demás con nuestros actos libres. Y uno de esos actos es el de pensar. Nadie
piensa por mí, y lo que yo pienso siempre encierra una novedad que incrementa
la riqueza de los demás. Pensar mirando a la realidad con atención, y
escuchando lo que los demás han pensado: así comienza el acercamiento de cada
uno a la verdad, y así empieza también el progreso hacia una sociedad más
humana. Las ideas dirigen el mundo. En efecto, la realidad resulta de la
encarnación de una idea. Cada hecho corresponde a un efecto, resultado de una
voluntad unida a la reflexión. No hay acción sin pensamiento.