@MendozayDiaz

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sábado, 22 de febrero de 2020

Genealogía de Occidente.

Publicado en "Diario de León" el viernes 21 de febrero del 2020:https://www.diariodeleon.es/articulo/tribunas/genealogia-de-occidente/202002210950441988959.html

Occidente ha empezado a perder la fe en sus propias tradiciones y valores culturales. En el curso de poco más de una generación ha perdido su posición de orientador del mundo, hallándose actualmente bajo la amenaza de una desintegración. Ha sido tan grande el cambio que ha sufrido en la situación mundial que es difícil encontrar su paralelo en el curso de la historia. En comparación con él, los mayores cambios acaecidos en la historia de la cultura antigua, tales como la decadencia de la cultura helénica en el siglo II antes de Jesucristo, o la decadencia del Imperio Romano en los siglos IV y V de nuestra era, fueron relativamente graduales y mucho más limitados en sus efectos.

Occidente, una sociedad de pueblos unidos por una tradición espiritual común. El principio unitario no es geográfico, ni racial, ni político: es un principio espiritual que se ha impuesto por encima de toda la diversidad de pueblos y culturas que se han agrupado alrededor de una fe común, transformándose en una nueva comunidad con valores morales y cultura intelectual comunes. Durante siglos, hasta las revoluciones del siglo XVIII, Occidente fue identificado con la Cristiandad: la posesión de la fe cristiana que era considerada como presupuesto indispensable para la adquisición de los que ahora llamamos derechos políticos. Una nueva concepción de la personalidad humana y una crítica moral de la vida. 

Sobre este asunto acabo de leer un libro con un título precioso, inspirador: “Genealogía de Occidente. Claves históricas del mundo actual” de Jaume Aurell, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Navarra, a quien he tenido la suerte de escuchar en un seminario organizado por AEDOS y el Instituto de Empresa y Humanismo. Un libro de historia que invita a reflexionar, y a dialogar. Un gran esfuerzo de sistematización y claridad expositiva. La historia de nuestra cultura occidental abarca más de tres mil años…

Valores morales como el humanismo ejercieron su mayor influencia en la forma de vivir y pensar. La base esencial sobre la que se fundamentan los derechos democráticos es que todo ser humano es inviolable; y que nadie, ningún estado, ninguna autoridad, ninguna persona, puede decidir que la vida de otro es una vida inútil, sin valor, eliminable. Uno puede afirmar que una persona está viviendo en condiciones indignas, y luego empeñarse en remediar esas condiciones. Esto es humanitario. Lo que no se puede hacer, en nombre del humanitarismo, es afirmar que una persona no es digna de vivir, aunque tenga que vivir en condiciones indignas. Esto no es humanitario, sino totalitario. Cuando se hacen este tipo de afirmaciones se ha terminado el humanismo.

Nuestros gobiernos occidentales suelen ser sinceros en su preocupación por el bien de sus ciudadanos. Su reto está en saber en qué consiste este bien y qué exigencias tiene. No se está logrando el bien común -únicamente- porque el producto interior bruto o la renta per cápita vayan en aumento, o porque los servicios funcionen eficazmente. Se está logrando el bien común cuando un gobierno crea y defiende las condiciones para que los hombres puedan vivir como hombres; y esto exige proteger a todo lo que favorezca la dignidad humana y frenar a aquellos que quieran degradar o explotar a los demás, sea en lo económico o en lo moral.

Occidente no es un espacio geográfico, es una delimitación cultural. Se pueden construir mundos mentales ajenos al universo real, jugar con ideas que no responden a las cosas existentes. Pero, atención: detrás de este fraude está la agenda oculta de abandonar nuestra genealogía. Defender a Occidente es defender nuestra identidad política y cultural.

viernes, 14 de febrero de 2020

Llevarse el módem.


Jóvenes (niños…) y redes sociales. Un tema recurrente, de actualidad, de impacto en la educación de nuestros hijos. Hace unas semanas desayunábamos con la noticia de unos padres de Australia que, ante la negativa de sus hijos a acompañarlos en unos días de vacaciones, tomaron la extravagante decisión de llevarse el módem para intentar que así ellos también descansaran, “desconectaran” … Y, días después, con las declaraciones de una experta policía en asuntos de ciberseguridad que ha afirmado que “si los padres vieran lo que yo veo todos los días, no darían móviles a sus hijos”. Cuando comenzó a extenderse el uso de las redes sociales entre los jóvenes, asistí a una conferencia donde nos preguntaban a los padres con hijos adolescentes sobre cuál era la hora en la que nosotros pensábamos que internet estaba en su máximo pico de consumo. Unos dijeron que la una de la tarde, en plena actividad empresarial; o quizá sobre las diez de la noche cuando muchas personas, al final del día, revisan sus mensajes, sus redes, etc. No, nos decía el conferenciante: la red está colapsada, de lunes a viernes, sobre las dos de la madrugada… No me lo podía creer. ¡Pero si a esa hora se supone que la mayoría de la gente, y más en invierno, estamos durmiendo…! Pues-parece-que-no. Y quizá por ello, el conferenciante, previendo nuestra posible incredulidad, nos proyectó información detallada de consumos, facilitada por las compañías de telecomunicaciones. 

Las dos de la madrugada… Ahora me explico muchas cosas. Por qué a algunos adolescentes les cuesta tanto madrugar, por qué comentan los profesores que es cada vez más común que muchos jóvenes se queden dormidos en clase… Claro, cómo no, si están hasta las tantas y una conectados a internet bien sea en las redes sociales o viendo lo que vean, cómo van a estar suficientemente descansados para enfrentar un nuevo día. Definitivamente somos padres, formados en el siglo pasado, quienes tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos, que son de otro siglo. Nuestros hijos son “nativos digitales”. ¿Qué quiere decir esto? No entienden la vida de otra manera. Es su manera de aprender, de relacionarse. Ellos no han nacido con el concepto de “filtro”. Tu preguntabas, te recomendaban un buen libro, o te informaban mediante una conversación. Ellos no, ellos encuentran respuestas a todas sus preguntas en internet. Además, buscan su identidad real en las redes sociales donde las identidades pueden ser falsas y, para ellos, sin embargo, son “los” modelos. Sus relaciones sociales son, en muchos casos, virtuales no personales. Hablan, se enamoran, se pelean, se reconcilian… Ventajas para ellos: nadie me da la “chapa”, es mi zona de confort, mi entorno seguro. No tengo que aguantar las preguntas de mis padres: “¿por qué me preguntas?” “¿para qué me preguntas?”.

¿Qué hacer? Según los expertos, los temas claves para promover el uso seguro y responsable de internet entre los menores son: privacidad, virus y fraudes y las consecuencias de un uso excesivo. Concretando y dependiendo de la edad. Con los más pequeños: acompañar, prestar atención a lo que hace mientras está conectado; supervisar, acompañarle durante la búsqueda y su aprendizaje, elegir contenidos apropiados a su edad. Con los más mayores: dialogar sobre el uso de internet y el comportamiento seguro y responsable. Crear un clima de confianza y respeto mutuo. Que se sienta cómodo solicitando tu ayuda. Dialoga, interésate por lo que hace en línea, conoce su actividad en redes sociales. Enséñale a pensar sobre lo que encuentra en línea. Y, muy importante: sé el mejor ejemplo. Busca la desconexión, fomenta la comunicación familiar. El lado bueno de este tipo de situaciones es que empezamos a tomar conciencia del efecto invasor de internet en nuestras vidas. Lo que es un medio maravilloso y potente de información, diversión, comunicación, educación y aprendizaje va camino de transformarse en un monstruo tentacular que invade sin ningún tipo de reparo tertulias, relaciones y reuniones. Conviene tener momentos de desconexión real, total. Como, por ejemplo, en las comidas familiares, que tienen una gran importancia: ahí es donde se transmiten las buenas prácticas, los valores, la cultura. Que-no-cunda-el-pánico. Afortunadamente, en éste, como en tantos otros asuntos, hay buenas experiencias documentadas. Pero si en nuestro caso no resultaran, siempre quedará llevarse-el-módem…

lunes, 3 de febrero de 2020

Educar.

Publicado en "Diario de León" el viernes 31 de enero del 2020: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/educar/202001310929431982323.html

Una vida social sin pautas de comportamiento es insoportable. No me gusta generalizar, pero es evidente que ya son varias las generaciones que, desde niños, fueron educados en la espontaneidad, privados de pautas por las que regirse, que les ha causado una desorientación. Nadie-quiere-imponer-nada-a-nadie. Y, así, han crecido con pocas normas y modales. La educación cívica de los españoles. Cada vez más asilvestrados. El tuteo ha arrinconado a la palabra usted hasta convertirla en un arcaísmo. Ceder el paso o el sitio en el autobús lleva camino de convertirse en una extravagancia. Los rituales y las formas, también en el vestir, son expresión del valor que se concede a valores, símbolos y sentimientos.

El deterioro de la vida familiar y las nuevas tecnologías ponen en riesgo una buena educación. Muchos niños pasan muchas horas solos en casa o dedican demasiado tiempo a actividades extraescolares. Hay que reivindicar más tiempo para ellos. Huérfanos-de-padres-vivos: conciliar familia y trabajo. El gran papel que todavía tiene la familia en la sociedad española. La educación está mal, nos solemos quejar. Y tú como padre, como madre, ¿qué estás haciendo o, al menos, intentando hacer? Porque de lo que tu hagas, del resultado de tu intento -de tu esfuerzo- dependerá, en cierto modo, el impacto social de tus acciones (u omisiones): servicio-educativo-común. Los primeros modelos de identidad somos los padres. Solo la familia es capaz de producir amor de forma continuada. Y educar es amar.

La buena educación es algo más que lograr que los niños no coman mirando al móvil, gesticulen con los cubiertos o dejen libres los asientos a los mayores. La buena educación es mucho más que las buenas maneras, pequeñas reglas de urbanidad en el comportamiento que facilitan la convivencia. Educar es enseñar a pensar, enseñar a vivir. La capacidad que tiene el ser humano para pensar en cosas que le superan: la ciencia, las matemáticas, el arte, la religión. Muestra el dinamismo ascendente de la inteligencia humana. La vida es incompleta, provisional, interminable: siempre por hacer. Por ello, es muy importante fomentar la reflexión de los niños sobre sus vidas y sobre la condición humana, que se les ayude a responder a aquellas inquietudes o problemas que no obtienen una-respuesta-científica. Los principios y valores designan nuestra última realidad, nuestras verdades más íntimas y decisivas. La felicidad es un resultado. Es la consecuencia de lo que cada uno ha ido haciendo con su vida. Amar y trabajar conjugan el verbo ser feliz. Decisiones centrales: qué quiero ser, mis principios y valores para funcionar en la vida y con quiénes quiero compartirla. Las personas buscamos la compañía de otras para llevar mejor la existencia. La familia viene impuesta por la genética. A los amigos -y a la pareja- los elegimos. Y uno se retrata en sus amigos… y en su pareja.

A la escuela se le atribuyen funciones propias de la familia. Una sociedad inculta, desarraigada, manipulada, poco crítica, tiene todas las papeletas para acabar como sociedad desalmada. Mientras no nos decidamos a afrontar los retos de nuestro sistema educativo, éste responderá más a intereses de partido que a los de la sociedad a la que tiene la obligación de servir. La ciencia, la cultura y la educación deberían ser cuestión de Estado, es decir, estar por encima de la disputa política, no depender de los cambios de legislatura. Hay un exceso ambigüedad a la hora de apoyar a la familia con algo más que buenas palabras. Es necesario un retorno hacia la familia. A veces parece a punto de perderse, pero siempre rebrota porque en ella se encuentran las dimensiones esenciales para el conocimiento y la solución de los problemas.

martes, 7 de enero de 2020

Expatriarse.


Publicado en "Diario de León" el domingo 5 de enero del 2020: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/expatriarse/202001051103161973794.html

Casi todo el mundo afirma que irse a otro país es una oportunidad que no hay que desaprovechar, pero, a la hora de la verdad, pocos están dispuestos a dar un paso al frente. Que si una nueva vida, mayores responsabilidades, más “calidad de vida” (en muchos casos sólo quiere decir más dinero). La familia no siempre es fácilmente trasplantable y hay que conocer, antes, los riesgos. De recordarte las ventajas siempre se encarga alguien; de los riesgos no tanto. Un cambio de país no es la divertida aventura de meter muebles en un contenedor y niños en un avión y, al día siguiente, como si no hubiera pasado nada. Son demasiadas cosas las que cambian, a veces el idioma, la cultura, los amigos, el entorno, el colegio, la familia… Ponerse-en-el-lugar-de-los-otros. Por ejemplo, de los hijos. Llegar a un colegio en otro país suele ser terrible. Y al regresar el problema es el contrario. En definitiva, aprender a adaptarse.

Y qué decir de cuando el cónyuge, no pocas veces, va algo forzado porque ha tenido que dejar su propio trabajo. Eso dificulta la integración, ya de por sí compleja. ¿Y si él o ella no quiere moverse? ¿Adiós oportunidad o quizá la solución sea vivir cada uno en un sitio?: malo, malo… Incluso pueden emerger problemas de pareja latentes y venirse todo abajo. La decisión de un traslado ha de tomarse conjuntamente por los cónyuges, de forma muy meditada. Un asunto todavía sin resolver: el asunto de las carreras duales. Ya sabes, aquello de sorber y soplar al mismo tiempo. El viejo esquema de directivo con esposa dispuesta a seguirle a donde sea es, desde hace años, parte del pasado. Lo normal es que ella también trabaje, muchas veces, cada vez más, con un buen trabajo, igual o mejor que el de él. No siempre es ella la que deja el trabajo. Es un asunto de pareja y como tal debe resolverse: uno de los dos debe renunciar a su carrera o modificarla. No siempre se tienen todas las soluciones a todos los problemas.

La movilidad es un plus en la carrera profesional y una prueba que mide la solidez de la familia. No siempre es fácil. A un amigo la maravillosa promoción de su carrera profesional le costó el divorcio. Su empresa le propuso irse a México como director general de una empresa del grupo. Su mujer tuvo que dejar el trabajo. No fue fácil acostumbrarse al nuevo entorno. Los problemas conyugales se multiplicaron hasta el punto de que ella decidió volverse a España con su hijo. Él regresó cinco años después y su hijo prácticamente le había olvidado. Con el tiempo consiguió reconstruir los lazos, con su hijo… Tres años después le ofrecieron otro puesto en el exterior y, aunque era más cerca, Londres, no aceptó. En detrimento de su carrera no quiso volver a poner en peligro su familia.

La integración es fácil para el profesional porque mucho de ésta se produce a través de su trabajo, pero el otro y los hijos lo pueden pasar muy mal al verse en la obligación de crear nuevas relaciones sociales partiendo de cero, con barreras idiomáticas y culturales. Si del traslado derivan problemas conyugales es porque ya existían previamente. Si hay una buena relación de pareja la unidad se refuerza, al existir un objetivo común que hay que enfrentar. En cualquier caso, la clave del éxito pasa por estar cerca de la familia, sobre todo en el periodo inicial. Que se imbuyan rápidamente de la cultura local, que hagan amigos nativos y viajen para aprender las costumbres. Que sean positivos y aprovechen la oportunidad de disfrutar de las cosas buenas de ese país, ya que el choque cultural puede hacer que sólo se fijen en lo negativo. Que aprecien en lo que vale la educación internacional que recibirán los hijos y los conocimientos de otras lenguas y formas de ser. En muchos casos, viviendo una experiencia de expatriación, la familia se vuelve como una piña, las nuevas experiencias se viven en común. Se aprende mucho.

jueves, 26 de diciembre de 2019

Educación de calidad.

Publicado en "Diario de León" el lunes 23 de diciembre del 2019: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/educacion-de-calidad/201912231317231970649.html

Hoy, en España, la casi totalidad de los ciudadanos saben leer y escribir lo que supone un logro inimaginable hace un siglo. Sin embargo, eso no basta en las relaciones económicas y sociales de nuestro tiempo. Muchas personas no son capaces de seguir instrucciones escritas, tienen dificultades para comprender lo que leen y no son capaces de extraer mínimas consecuencias analíticas. Son los llamados "analfabetos funcionales". Para una economía que sólo pretenda producir y exportar materias primas, esta cuestión tiene poca importancia. En cambio, la microelectrónica, biotecnología, telecomunicaciones, etc., todas ellas son industrias basadas en la capacidad intelectual de las personas y, por ello, se pueden instalar en cualquier lugar del mundo…. El conocimiento y las habilidades son la más importante (si no la única) fuente de ventaja comparativa sostenible en el largo plazo. Por tanto, el esfuerzo por una educación de calidad es una prioridad.

Pero, en general, la realidad es otra cosa. Los exámenes siguen siendo hoy, dueños y señores de la universidad. La clase sólo es un mero anuncio de lo que se llevará al examen. La única variante posible de esta conversación es si el examen escrito será o no en forma de test. Además, el estudiante continúa erre-que-erre con la vieja reivindicación de “una asignatura, un libro”. Una de las principales preocupaciones del estudiante es enterarse de cuál es “el libro” de cada profesor. Y, a falta de éste, aspirará a contar, al menos, con unos apuntes que le sirvan de sucedáneo. Muchos estudiantes no saben leer, ni parece importarles. Leer poco, clarito, en castellano y a poder ser en letra grande. El déficit de lectura y el progresivo aumento de la formación audiovisual va haciendo estragos. 

Desde que se publican, los rankings de universidades han estado envueltos en polémicas. Se los ha acusado de elitistas, de poco transparentes y de no prestar atención a la calidad de la educación que se imparte. No es sencillo ponerle un número a todo lo que representa una universidad. No hay consenso ni sobre qué debe medirse ni sobre cómo hacerlo. Desde hace años, rectores, responsables políticos y expertos vienen dando vueltas a un nuevo sistema que garantice unos recursos estables y viables para el funcionamiento de las instituciones de enseñanza superior, pero la cuestión está lejos de estar resuelta. Una ecuación imposible: en España, una de las mayores tasas de acceso a la universidad de toda la Unión Europea, una de las tasas más bajas de matrícula, impuestos bajos y prácticamente ninguna selección de entrada a las facultades. 

La realidad es que no hemos sabido crear un modelo homologable con el de los países de nuestro entorno. El despropósito en el que se ha convertido nuestro modelo de organización territorial ha llevado a la multiplicación innecesaria tanto de universidades (más de ochenta, entre públicas y privadas) como de titulaciones. El criterio -en mi opinión- debería ser el contrario: racionalizar el número de centros, cerrando muchos de los que tienen aulas casi vacías, y reducir la oferta de carreras para evitar grados excéntricos y dotar al resto de unos contenidos de mayor calidad y especialización. Si algo ha sido dañino en nuestro país es el trazado partidista de las distintas reformas educativas, más orientadas a imponer el propio modelo que a orientar la educación durante largos periodos de tiempo, varias generaciones. Las enormes carencias de nuestro sistema universitario: una triste realidad que no puede achacarse a una sola causa pero que representa uno de los fracasos más dramáticos de nuestro país. ¿Hay solución? Dicen que mientras-haya-vida-hay-esperanza…: un acuerdo con amplia base social y política a favor de una educación de calidad. Eso sí: Vamos tarde, muy tarde.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Fidelidad y felicidad.

Publicado en "Diario de León" el viernes 13 de diciembre del 2019: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/fidelidad-y-felicidad/201912131021101967339.html

Todos queremos ser felices. Ahora bien: la existencia humana tiene reglas y, si no se observan, el resultado puede ser la pérdida de la felicidad o la incapacidad para ser feliz. Como algunas personas desconocen estas leyes, la ignorancia es la causa de que muchas veces no las consideren. Pero las reglas siguen en vigor; y, más temprano que tarde, se pagan las consecuencias de habérselas saltado. En muchos casos, la ignorancia puede resultar muy gravosa. Así ocurre, por ejemplo, con la fidelidad en el matrimonio.

El matrimonio parece estar en declive. Sin embargo, uno encuentra muchas excepciones: tantos matrimonios felices que son, a la vez, hogares dichosos. Hay que aprender a amar. Esa lección requiere tiempo, y puede resultar incluso más dura cuando uno progresa. Pero si se persevera, se aprende. A fin de cuentas, es así como enfocamos otros aspectos importantes de la vida: un negocio o una profesión, por ejemplo. Para salir adelante como médico o abogado, es preciso estudiar durante años en una universidad o en una escuela especializada y, después de sacar un título, hay que seguir formándose. Incluso entonces, tras años de constante esfuerzo, tal vez no se logra el éxito profesional esperado.

Aunque el matrimonio puede hacer felices a las personas, no lo consigue sin esfuerzo. La felicidad no se gana fácilmente; exige lucha. La felicidad fácil habitualmente no es duradera. Por tanto, un matrimonio feliz sin esfuerzo es una quimera. Un marido o una mujer no son bienes que se adquieren, como se puede adquirir un coche. Te buscas un modelo que te guste, fácil de usar, y que requiera el mínimo esfuerzo para su mantenimiento; luego lo cambias en cuanto se hace un poco viejo o las piezas comienzan a fallar…

La felicidad en el matrimonio exige esfuerzo. La felicidad no es posible -ni dentro del matrimonio, ni fuera de él- para quien está empeñado en recibir más de lo que da. El amor conyugal no fallece a causa de las riñas entre marido y mujer, sino por no saber repararlas. Lo que mata el amor es la incapacidad de perdonar y de pedir perdón. Las disputas que se reparan -aunque sean grandes- no destruyen el amor: pueden incluso cimentarlo. Las que no se solucionan -aunque sean pequeñas- poco a poco van envenenando la vida matrimonial y pueden llegar a hacerla intolerable. Y la persona no aprenderá a amar si no vence su egoísmo. Esto exige esfuerzo y lucha constantes, con los altibajos correspondientes.

La persona que se empeñe en exigir una perfecta felicidad en el matrimonio necesariamente quedará defraudada. Los matrimonios no duran porque los cónyuges se complementen perfectamente, porque nunca disienten, porque jamás hayan tenido dificultad de entenderse: no. Los matrimonios duran porque marido y mujer se empeñan en ello, porque aprenden a entenderse. Es fácil sentirse enamorado; permanecer en el amor es mucho más difícil. El amor auténtico debe amar a la otra persona con sus defectos: querer a esa persona tal como realmente es. Y esto no es fácil. El amor que esté dispuesto tan solo a amar a una persona inexistente no es tal. A veces nos resulta difícil descubrir los puntos buenos de los demás. Muchas veces, incluso, parece que tenemos mayor facilidad para ver los defectos que para apreciar sus virtudes. Aprender a convivir. Esforzarse. El marido o la mujer que reaccione así ya está mejorando como persona. El matrimonio es una unión de dos personas corrientes, llenas por tanto de defectos.

Pero la fidelidad en el matrimonio no sirve tan sólo para proteger el amor de los esposos; está encaminada también -y de modo singular- a proteger el amor para los hijos: a impedir que el ambiente de amor que les hace falta para su desarrollo y felicidad se vea hecho añicos por la debilidad de uno o de ambos esposos, por egoísmo o sencillamente por irreflexión. Que los hijos tienen derecho a la fidelidad de sus padres es una verdad que conviene recordar, con frecuencia.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

One of us.

Publicado en "Diario de León" el sábado 30 de noviembre del 2019: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/one-of-us/201911301356371963060.html

Europa vive hoy una verdadera crisis cultural y social, caracterizada por una fuerte pérdida de identidad espiritual, por la renuncia a crear una sociedad solidaria, por la desesperación y violencia crecientes y por la difusión de una ética utilitarista, que sirve, preferentemente, al poderoso. Es una crisis de la verdad. Huimos de la verdad como de la peste en casi todos los ámbitos de la vida. Hay una prevalencia de la mentira sobre la verdad porque la mentira, por su propia naturaleza, es más cómoda que la verdad. Hoy avanzamos orgullosamente hacia atrás: retrocedemos. La tragedia que está viviendo Europa es que ha olvidado sus raíces, que la hicieron creadora y difusora de los derechos humanos en todo el mundo. Lo primero que se pudre del pescado es su cabeza; en las personas, también: la cultura orienta nuestro modo de actuar en política y economía.

Se nos dice que los derechos humanos no tienen su fundamento en unas exigencias naturales permanentes del ser humano, sino que son fruto del consenso que se produce en un momento histórico determinado. Se consolida así la pintoresca idea de que en la democracia nada es verdad ni mentira; incluso sugerir que algo pueda ser verdadero se convertiría en una inmediata amenaza a la democracia. La esclavitud desapareció no porque todo el mundo estuviera de acuerdo con ello, sino, porque en un momento dado, una serie de personas que estaban en minoría -los abolicionistas- lucharon para conseguir que desapareciera. Democracia significa partir de la verdad de la dignidad humana; partir de que es verdad que el hombre tiene una dignidad, que obliga a que sus relaciones políticas se organicen de tal manera que no se le impongan normas sin que él intervenga en su elaboración. 

Hace unas semanas, en Santiago de Compostela, tuvo lugar una nueva reunión de la plataforma cultural europea “One of us” (“Uno de nosotros”) que tiene como objetivo impulsar una Europa basada en la defensa de la dignidad humana. Una cita que ha reunido a ciento cincuenta intelectuales de más de veinte países de la Unión Europea y a la que tuve el honor se asistir. Un lujo escuchar a los principales referentes de esta organización como Jaime Mayor Oreja o los profesores Rémi Brague e Ignacio Sánchez Cámara. O tener la oportunidad de dialogar con el catedrático de Filosofía del Derecho, Francisco José Contreras a quien, desde hace años, sigo a través de sus libros: inspiradores.

Desde el primer momento me llamó la atención que “One of us” se trata de una iniciativa en positivo. No va contra nada ni contra nadie sino a favor del bien y de la verdad. Valores que Europa ha ido extraviando. La defensa de los clásicos valores y principios europeos, especialmente, la dignidad de la persona y el valor de la vida. Defender aquello que creemos bueno y verdadero, aunque, en ocasiones, suponga remar a contracorriente de la opinión mayoritaria. Estoy encantado de colaborar con un observatorio europeo de la promoción y tutela de la dignidad humana. Un auténtico privilegio. Una viva preocupación por el respeto de los derechos humanos y un decidido rechazo ante sus violaciones. La esperanza en el futuro constituye el estímulo más fuerte para una actividad social en servicio de la mejor libertad. El progreso debe ser concebido como el paso de condiciones menos humanas a condiciones más humanas.
Inevitablemente las polémicas en torno a los derechos humanos reenvían a los códigos éticos que laten detrás. Los problemas jurídicos siempre encierran una valoración ética. Una Europa con rostro humano. La gran verdad de la dignidad humana nos impone hoy una exigencia ineludible: revitalizar el debate democrático con propuestas fundamentadas, que incluyan aquellos elementos éticos sin los que nuestra convivencia sólo puede seguir llamándose “humana” cerrando los ojos a buena parte de la realidad. Con un cambio de actitud: de una reactiva a una activa. Tomar protagonismo, en positivo. Sin complejos.