Publicado en "Diario de León" el martes 22 de octubre del 2019: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/digame-como/201910220931291950303.html
La política y los políticos. Se constata un sentimiento de desconfianza hacia esa tarea y hacia los que a ella se dedican. Esa visión negativa y pesimista no se halla, por desgracia, totalmente desprovista de fundamento. Existe, en efecto, una acepción peyorativa de la política que la concibe, sobre todo, como arte del engaño y del fingimiento. Falta una mejor tradición y conciencia de servicio público; y este vacío, en ya demasiadas ocasiones y por demasiados años, vienen a llenarlo gentes que hacen de la actividad política el pedestal de su propio encumbramiento y un instrumento al servicio de sus intereses particulares, o de los de su cuadrilla.
Los líderes tratan de presentarse con valores carismáticos para hacerse atractivos y reducen a los partidos a meros apéndices de su persona. Así, la función de un partido político no es proporcionar soluciones para los diferentes problemas sino llevar a sus dirigentes al ejercicio del poder a través de estudiadas estrategias orientadas a engatusar a las masas. Las campañas electorales no son serenas confrontaciones racionales para explicar a los votantes qué programas pueden y deben llevarse a cabo, invitándolos a que escojan, sino vocingleras concentraciones en que se descalifica al adversario por todos los medios posibles sin que sea posible descubrir en las intervenciones un plan racional, estructurado y completo. Un simple juego de votos para determinar qué políticos van a disponer del respaldo de la mayoría. Pero, en el fondo, el gobierno lo ejercen oligarquías muy cerradas, en forma de partidos, que acuden a los ciudadanos para obtener su voto no con razonamientos sino apelando a sus sentimientos: en cualquier campaña política sus expertos organizadores saben muy bien que lo importante es inspirar el temor a una posible victoria del otro.
Ningún político, cualquiera que sea el partido al que pertenezca, tiene derecho a enmascarar su rostro, a aparecer como no es, a recurrir a la estrategia de la mentira. El ciudadano tiene derecho a una sincera definición de posiciones, de principios ideológicos y también de criterios frente a los problemas concretos: dígame cómo. Así podrá juzgar con conocimiento de causa y se creará el clima necesario para que se forme una sana y responsable opinión pública.
Hay muchas políticas por mejorar (“reformar”). Somos campeones en fracaso escolar, no tenemos ni una sola universidad española entre las cien mejores del mundo. Nuestra electricidad, combustibles y comisiones bancarias están entre las más caras de la Unión Europea. La deuda pública española que se ha incrementado hasta cifras históricas, en los últimos años, se ha utilizado fundamentalmente para rescatar comunidades autónomas, ayuntamientos y cajas de ahorro desgobernadas y arruinadas por los de siempre. El problema de la natalidad es acuciante y su resolución poco tiene que ver con factores ideológicos o partidistas, sino con una concepción responsable del futuro. La familia no es un asunto “estrictamente” privado. La negativa de muchas familias a tener hijos hace tambalear los fundamentos de nuestro estado del bienestar. Por tanto, urge impulsar las políticas de apoyo a la familia con incentivos económicos y con medidas que favorezcan –realmente- la tan proclamada conciliación laboral. El derrumbe de nuestra pirámide poblacional es el derrumbe de nuestro modelo de sociedad. Aquí está la gravedad y la urgencia.
La base de la ciudadanía democrática es la igualdad en libertad. Luchar contra las tiranías que pisotean la democracia formal, así como contra la miseria y la ignorancia que imposibilitan la democracia material: regenerar la democracia, reivindicar el patriotismo y defender la igualdad entre españoles. Hacer política de otra manera, respetando al adversario, escuchando, dando argumentos, tratando de convencer, dando al otro la oportunidad de convencerte. El respeto al otro está en la base de la misma democracia. En fin, una política, nueva, buena, “con mayúscula”. La buena educación ciudadana no se desarrolla naturalmente, hay que fomentarla. Está de moda descalificar la actividad política. Debemos valorarla y colaborar, en la medida de nuestras posibilidades, para que ésta mejore. ¿Cómo? Por ejemplo, ejerciendo con una mayor responsabilidad nuestro derecho al voto. Ahora es el momento.