@MendozayDiaz

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jueves, 13 de diciembre de 2018

86.400

Aprovechar el tiempo es clave. A veces, nuestros sueños, nuestras ilusiones, se quedan sólo en proyectos. Esperamos que se cumplan, pero no nos esforzamos lo suficiente para hacerlos realidad. Como si el simple paso del tiempo nos los fuera a regalar. La vida no funciona así. El tiempo es el recurso más valioso y escaso con el que contamos. Y, en ocasiones, nos comportamos como si ignoráramos esta verdad fundamental. 

Aprovechar el tiempo es básico. Y se puede aprender, hay experiencia documentada -buenas prácticas- y técnicas probadas. Lograr que nuestros sueños dejen de ser proyectos y se transformen en realidades, pasa por administrar nuestro tiempo con inteligencia y con intensidad. Parafraseando a no recuerdo quién: El único lugar donde el éxito va antes que el trabajo es en el diccionario…

Muchos dirigentes se comportan como aquel leñador del cuento que se desesperaba golpeando el tronco del árbol. Cuando le preguntaban por qué no podía parar un poco explicaba que la culpa la tenía su hacha, ya no tenía filo. Y cuando le preguntaban por qué no la afilaba, el leñador respondía que no tenía tiempo porque tenía que seguir golpeando el tronco.... Lo más importante cuando uno se siente en conflicto con su tiempo es tener bien claro qué quiere en la vida. Lo demás, viene solo. No hay forma de organizar una agenda cuando uno no está en orden consigo.

Las horas de trabajo no son siempre productivas, pero tampoco son horas muertas. Solemos perder el tiempo, y lo peor es que cuando terminamos el día sentimos que el trabajo sigue ahí... Por ello el sentimiento de frustración que habitualmente se produce cuando consideramos el (des) aprovechamiento de nuestro tiempo. El desbordamiento es tal, que tenemos la sensación de hacer mucho, pero a la vez no estar haciendo nada, o, mejor dicho: todo a medias; son muchas las obligaciones que impiden no poder centrarse en una sola. Sufrimos una preocupante dispersión en nuestras actividades diarias. Y los tiempos prolongados de concentración suelen ser escasos y poco intensos. Hay asuntos que no se pueden atender en quince minutos... Por eso se recurre al tiempo de ocio, robando momentos a la familia y al descanso. El resultado todos lo conocemos: el estrés.

Probablemente la clave está en la perspectiva con que se miren los problemas a resolver en el trabajo. Aprender a relativizar, el mejor camino para alcanzar la visión global que necesitamos para encontrar la objetividad que requiere cualquier planificación. Sólo así es posible establecer prioridades en la actividad diaria. Es frecuente que sumergidos en el agobio nos preocupemos más de lo urgente que de lo importante. No siempre es fácil mantener la cabeza fría, por eso conviene fijar estrategias y objetivos a largo plazo que nos marquen la senda de la que no conviene desviarse. Se trata de valorar el tiempo, de administrarlo bien. De lo contrario, se comienzan mil cosas antes de terminar una.

Identifiquemos los famosos "ladrones de tiempo" (los que más nos afecten a nosotros) como reuniones, visitas, interrupciones varias, internet... que nos acechan y que no son tan fáciles de contener. A veces combatirlos resulta complejo y frustrante. No podemos tirar el ordenador por la ventana, ni quemar los papeles ni -menos- "eliminar" a cada persona que nos interrumpa. Reflexionemos acerca de nosotros mismos y de nuestro trabajo. Cada uno pierde o desaprovecha el tiempo a su propia manera, y sólo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, salir del caos.

El aprovechamiento del tiempo es clave en nuestra vida. Nos falta tiempo, decimos. Es cierto. Mis amigos saben que me apasiona este tema: la importancia de luchar por aprovechar intensamente los 86.400 segundos que nos regala cada día. Sin embargo, a veces, esta carencia de tiempo se transforma en la justificación para no resolver asuntos pendientes, para no estar con la familia, para omitir todo tipo de actividades que no estén directamente relacionadas con el propio trabajo. Un caso típico es el poco o nulo tiempo que muchas personas dedican a la lectura. Es común oír "yo sólo tengo tiempo para leer el periódico", "suelo leer, pero en vacaciones", etc. Sin embargo, me sorprende que quienes dicen tener tan poco tiempo para leer hablen con todo detalle de-las-series-de-moda... 

La ausencia de lecturas se manifiesta en vocabulario pobre, en deficiente redacción, en graves errores ortográficos y sintácticos. Y, claramente, en tener limitados temas de conversación. La lectura es una forma efectiva para mejorar nuestra capacidad de comprensión y ser más competentes en nuestra expresión oral y escrita. Pero, sobre todo, leer es fundamental para nuestro desarrollo como personas.

Como dicen los economistas el tiempo es un bien escaso. Quizá el más escaso de todos, y desde luego de los pocos que no se pueden comprar. El tiempo es breve. El manejo efectivo del tiempo es un factor clave para que una persona viva una vida digna de tal nombre. Una óptima gestión del tiempo aumenta la capacidad de hacer más cosas, y mejor. Y, muy importante, disminuye tensiones innecesarias en la vorágine actual. Suele ocurrir que, en el dinamismo de nuestras vidas, tengamos una lista interminable de tareas y no sepamos por dónde empezar. Interesarse por el buen uso del tiempo no es sólo una moda sino una necesidad.

Publicado en "Locus Appellationis", Blog Informativo del Colegio de Abogados de León: https://www.ical.es/locus-appellationis/articulo/todos/12/86400/66

domingo, 21 de octubre de 2018

El menosprecio de lo cualitativo.

El hombre actual se siente terriblemente angustiado e insatisfecho en su panorama de pantallas, múltiples pantallas. Porque estos artilugios, que nacieron engendrados por él para ser sus servidores y, en todo caso sus amigos, se están volviendo -cada vez más- sus enemigos. ¿No os habéis fijado en lo fácil que nos resulta a los hombres de este tiempo no escucharnos? En una reunión, cuando empieza uno a contar cualquier cosa, fracasa pronto porque alguien se centra en su teléfono móvil. Es dificilísimo poder mantener una conversación atenta y tranquila. La conversación como medio de formación: hay mucha gente que no sabe que existe esta opción de mejora personal. Comunicar: hablar, compartir nuestras experiencias, aprender del otro. Los instrumentos de comunicación pueden, sin duda, ayudar mucho a la unidad de los hombres; sin embargo, el error y la falta de buena voluntad pueden producir el efecto contrario: menor entendimiento entre los hombres y mayores disensiones, que engendran innumerables males.

Hoy, gracias al avance de la tecnología, contamos en nuestra sociedad con esos poderosos medios de comunicación que sirven para estructurar una nueva forma de vida. Mientras que durante siglos eran precisos decenios para que se operase un cambio importante en la forma de pensar y de actuar de los hombres, en nuestro tiempo apenas son precisos unos meses para que se realice una auténtica revolución en el pensamiento: cualquier descubrimiento, cualquier nueva teoría seductora, nos son servidas, inmediatamente, a domicilio. Los medios de comunicación social tienen aspectos positivos indudables: son una conquista de la inteligencia humana. Contribuyen a que conozcamos mejor a los demás hombres, afianzan nuestra unión y amistad: nos hacen solidarios en las alegrías y en las penas. Reducen, en definitiva, las distancias de nuestro planeta. Los medios de comunicación facilitan el diálogo entre los hombres y facilitan la comprensión de sus puntos de vista y de sus problemas; por otra parte, facilitan el levantamiento de las barreras que se oponen a esa comprensión: el localismo, la intransigencia, el aislamiento, etc. 

Por último, son un magnífico instrumento de promoción del hombre, de su cultura, de su desarrollo integral, dado que permiten una amplia difusión a todos los ambientes. Precisamente por esto, por su amplia y profunda penetración en todos los ambientes, su repercusión es digna de tenerse en cuenta. Para destacar esta relevancia en la sociedad actual, basta destacar el hecho de que, algunos grupos, especialmente muchos jóvenes, encuentran en los medios de comunicación su única fuente de formación y de educación. La gran desgracia de muchos jóvenes de hoy es que -faltos de una enseñanza digna de este nombre- no se saben expresar. No son sordos, sino mudos, incapaces de aprehender, con la ayuda de un vocabulario preciso y variado, de una sintaxis clara y segura, los matices de pensamiento y de sentimiento que, por consiguiente, se les escapan… Ésta es una de las tragedias de nuestra época. 

La juventud no suele ser conservadora. Ni puede ni tiene por qué serlo, entre otras razones porque -en la mayoría de los casos- todavía no ha tenido oportunidad de hacer nada que merezca la pena ser conservado. El joven de nuestro tiempo es el más acosado de la historia por los datos, las opiniones y juicios de valor puestos en circulación. La libertad no consiste en hacer cuanto a cada uno le apetezca, pues la libertad, en tal caso, se identificaría con la ley del más fuerte, que impondría sus antojos a los más débiles. El error consiste en suponer que la libertad está en la facultad de escoger, cuando no está sino en la facultad de querer, la cual supone la facultad de entender. La reintegración de los valores espirituales en su lugar es, en efecto, el problema crítico de nuestro tiempo. Mientras -cada uno- no resuelva este asunto no podrá explicarse el porqué de la amargura, de la soledad y del vacío que se encuentra en un mundo frecuentemente egocentrista y subjetivo. 

No voy, pues, a rechazar el viejo espíritu porque sea viejo; ni puedo adorar las nuevas prácticas, las costumbres modernas, sólo porque estén de moda. En toda sociedad hay problemas básicos, cuestiones radicales, que cabe orientar en un sentido o en otro, y de cuya orientación depende que el futuro inmediato tenga un cariz u otro, un horizonte despejado o una faz torva, un camino real o una vereda llena de zarzales, propicia a todas las emboscadas y a todas las sorpresas. Las formas pueden ser mucho más que unos formalismos vacíos e inútiles, que un estorbo que no merece la pena respetar y que es mejor arrojarlo por la borda. Las formas son, en muchas ocasiones, a manera de recipientes que encierran muy ricas realidades. En el plano personal, la educación supone el desarrollo armónico de las cualidades físicas, morales e intelectuales, que lleva al hombre a adquirir gradualmente un pleno sentido de su responsabilidad. El desprecio de las formas revela a menudo falta de finura espiritual e incluso virtudes cívicas muy respetables, como la urbanidad y la corrección, sin las cuales resulta ingrata la convivencia humana. El menosprecio de lo cualitativo.


Publicado en "Diario de León" el sábado 20 de octubre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/menosprecio-cualitativo_1285719.html

jueves, 11 de octubre de 2018

Hablar mucho, decir poco.

Buenos-días-Raúl-por-favor-un-café. Mientras tanto miro a la televisión y veo a un charlatán de nuestro tiempo con aspiración de prócer. Le pregunto al paisano de al lado ¿qué ha dicho?: “hablar mucho, decir poco”. Me hizo pensar. Prisa y superficialidad son caracteres visibles de nuestro tiempo. Una realidad con la que hay que aprender a convivir. Pertenece al estilo de las generaciones actuales vivir con prisa y sin profundidad. Quizá no corramos el peligro de convertirnos en esclavos, pero corremos el peligro de convertirnos en autómatas. Se busca la velocidad porque se tiene prisa. Hay dos modos de tener prisa: uno consiste en tener prisa por acabar o lograr alguna cosa, otro en tener prisa porque sí. La prisa en este segundo caso consiste en vivir la vida con ritmo acelerado. No se busca nada, sino que se huye de algo. Con frecuencia se huye del instante presente que no gusta, que no satisface porque se siente hueco, vacío. Una conciencia herida cuando no tiene presentes los deberes. También una conciencia triste, desalentada, porque están presentes los deberes como metas imposibles. Esto es también una forma de dolor. Hay estrés en una vida sin deberes que nos lleva a la inercia o a la vacuidad. Y hay estrés en una vida en la que los deberes están presentes, pero se tiene la impresión de que uno es incapaz de vivirlos.

La ansiedad y la agitación interior -el estrés- como un peligro que nos acecha y como una de las formas de nuestra debilidad. Una intimidad desasosegada, agitada o ansiosa es indicio de un estado íntimo de escasa fortaleza. Me refiero no a la fatiga que puede resultar proporcionada al trabajo, sino a ese otro agobio, a esa otra fatiga y a ese otro cansancio -estrés- que padecemos y que no tiene relación con nuestro esfuerzo, sino que tiene alguna otra causa diferente. A veces creemos que la fortaleza es energía del carácter o del temperamento, una cierta vehemencia combativa. No, un hombre sereno no es un hombre apático o un hombre sin convicciones. Muchas veces reconocemos la presencia sorprendente de un agobio y una fatiga de extraño origen, porque no corresponde ni a los días de máximo trabajo ni, a primera vista, a los de máxima preocupación. Sería interesante que pudiéramos saber la razón de que sintamos estos sorprendentes desfallecimientos. Sorprendentes por la desproporción que pudiera haber, o falta de la relación incluso, entre la causa y el efecto. Nos sentimos, pues, solos. Esto significa un acentuado y permanente desgaste. Muchas veces nos pasa que unos días de descanso o cambio de actividad no remedian el desgaste del vivir humano. Quizá nos convendría pensar si el vivir apresurado, sin serenidad, el estar dominados por el nerviosismo, la dolorosa impresión de que la vida está transcurriendo sin que nosotros tengamos las riendas, como si fuésemos sacudidos por circunstancias desbocadas, puede quizá tener relación con que a nuestra vida le falte verdadero fundamento.

Todo el mundo dice cosas parecidas, esto no es ninguna novedad. Todo el mundo está bastante de acuerdo en que estamos viviendo una existencia impersonal, en que, al hombre, cada vez más, le resulta difícil tomar decisiones que puedan comprometer su existencia o signifique, por lo menos, un enriquecimiento personal en su vida. Porque ese difuso desorden que nos rodea termina haciendo que se embote en nosotros la sensibilidad para lo humano, la sensibilidad para la justicia. Como dice mi amigo Mariano, las grandes verdades están unidas al acontecer pequeño. A veces, se está tan absorbido por el trabajo que se descuida una actividad fundamental en nuestras vidas: escuchar y aprender de las personas con quienes convivimos. Hablar, relajadamente, sin un tema fijo, perder-el-tiempo en conversar es enriquecedor y abre nuevos horizontes. Dedicar tiempo a construir relaciones, especialmente, con nuestra pareja, con nuestros hijos y con nuestros amigos: las personas no abrimos nuestra intimidad a quienes tienen puesta su cabeza en la acción o en el paso siguiente. Las relaciones superficiales no permiten sino amistades superficiales, relaciones de ocasión, amores superficiales. 

La relación entrañable parte ya en las mismas entrañas. Y jamás es tarde para intentarla, para poner los medios. También en el trabajo. Las organizaciones son casi unánimes al afirmar que su principal capital son las personas que forman parte de ellas, si bien encuentran serias dificultades para llevarlo a la práctica. Muy pocas organizaciones logran motivar de modo sostenido a sus empleados, integrarlos en los procesos continuos de mejora y decisión, y liberar sus capacidades creativas. Trabajar en equipo es imprescindible para aprovechar los conocimientos y habilidades de todos los colaboradores. 

Sin orden es imposible ser feliz. Sin responsabilidad, privada y pública, no puede existir lo que llamamos civilización. Creo en la esperanza humana de un mundo mejor: en la fuerza creadora de la libertad. Vivimos en un tiempo de redescubrimiento y actualización de verdades. Afortunadamente el hombre no es como un río, que no puede volverse atrás. De ahí la importancia de educar en libertad, enseñando a cada uno a llevar el timón de su vida en la dirección correcta: hacia la felicidad de una vida plena, con la actitud necesaria para orientar su vida al servicio de los demás.

Publicado en "Diario de León" el jueves 11 de octubre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/hablar-mucho-decir-poco_1283536.html

lunes, 13 de agosto de 2018

Hora punta...

El intenso calor de estos días ha hecho que se bata el récord de consumo del año en agua y electricidad. Leyendo una noticia sobre este asunto me ha sorprendido conocer que el pico de consumo, concretamente en agua, se está produciendo sobre las cuatro de la madrugada… Como que no tenía esa percepción. No sé, quizás, si me hubieran preguntado, hubiera dicho que, durante la mañana, por ser la hora de plena actividad de familias y empresas, o al caer la tarde cuando mucha gente se ducha para refrescarse… Pero nunca hubiera pensado que a las cuatro de la madrugada. Dicen que, a esta hora, en verano, se registra el pico de consumo, sobre todo, por los sistemas de riego en jardines y la limpieza de las calles.

Hablando de “horas punta” me acordé de que cuando comenzó a extenderse el uso de las redes sociales entre los jóvenes, asistí a una conferencia donde nos preguntaban a los padres con hijos adolescentes sobre cuál era la hora en la que nosotros pensábamos que internet estaba en su máximo pico de consumo… Unos dijeron que las 13’00 horas en plena actividad empresarial, o quizá sobre las 22’00 horas cuando muchas personas, al final del día, revisan sus mensajes… No, nos decía el conferenciante: la red está colapsada, de lunes a viernes, sobre las dos de la madrugada… No me lo podía creer. Jamás lo hubiera pensado. ¡Pero si a esa hora se supone que la mayoría de la gente, y más en invierno, estamos durmiendo…! Pues-parece-que-no. Y quizá por ello, el conferenciante, previendo nuestra posible incredulidad, nos proyectó información detallada de consumos, facilitada por las compañías de telecomunicaciones. Las dos de la madrugada…

Durante mucho tiempo después he estado pensando sobre este asunto. Ahora me explico muchas cosas. Por qué a algunos adolescentes les cuesta tanto madrugar, por qué comentan los profesores que es cada vez más común que muchos jóvenes se queden dormidos en clase, por qué duermen siesta… Claro, cómo no, si están hasta las tantas y una conectados a internet bien sea en las redes sociales o viendo lo que vean, cómo van a estar suficientemente descansados para enfrentar un nuevo día. Definitivamente somos padres, formados en el siglo pasado, quienes tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos que son… de otro siglo. Y claro a uno le decían a-las- diez-en-casa y, una vez dentro, los riesgos quedaban reducidos a la mínima expresión. Pero ahora, es como si –mágicamente- se hubiera modificado la estructura de nuestro edificio y se hubiera abierto una ventana al mundo, con todo lo bueno y lo malo que tiene ese acceso.

El problema no es la “ventana”, sino que muchos padres todavía no tienen plena conciencia de su existencia. “Fulanita tiene muy buenos hábitos, nada más cenar se va a su habitación…Yo le insisto, pero fulanita, hija, relájate, quédate con nosotros a ver la televisión, pero nada, ella siempre se va a su cuarto…”. Un primor de chica… Y a lo mejor lo es, le doy el beneficio de la duda, pero quizá, cada noche, se va puntualmente a su cuarto porque desde allí, se comunica con el mundo sin más límites que los que ella se imponga, a través de esa ventana virtual que han abierto en nuestras casas.

En fin, que hay que estar al día, bien informado, con los ojos y los oídos bien abiertos, con datos y no con percepciones (es-que-yo-creía, es-que-yo-pensaba…); que no importa lo que tu creas sino lo que es. Y hay datos de sobra y numerosas fuentes disponibles para obtenerlos. Después de meses dándole vueltas a lo del pico de consumo a las dos de la madrugada y su impacto en el descanso de mis hijos, y qué hacer para ayudarles a descansar y que así puedan aprovechar mejor sus días, llegué a la conclusión que la mejor manera de facilitar todo esto es durmiendo con el modem…; que sí, tal cual; que cuando me voy a la cama desconecto el modem y lo guardo en uno de los cajones de mi mesita noche, hasta el nuevo día. Y así, como decía la señora Eustasia, “muerto el perro, se acabó la rabia”.


Publicado el domingo, 12 de agosto, en "Diario de León": http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/hora-punta_1269566.html

domingo, 11 de febrero de 2018

El virus de la prisa.

Uno de nuestros enemigos actuales, más insistentes y más tenaces, pudiera ser la ansiedad. La ansiedad y la agitación me parecen muy extendidas, y pueden hacer estragos en la vida de muchos de nosotros. La ansiedad nos lleva a dramatizar un asunto muchas veces trivial, porque vivimos con el alma agitada; y entonces un suceso que no tenía por qué afectarnos, ha llegado a sacudirnos tanto que nos produce una verdadera conmoción personal. De ahí que a veces sea difícil entenderse, porque lo que uno vive con vehemencia es un asunto que para el otro no tiene importancia. Tiene importancia sólo para la persona que está sacudida por su propia ansiedad.

Entre las posibles causas de la ansiedad, de la agitación o del agobio en el que vivimos, quizá esté el impulso acelerado que llevan los acontecimientos y que nos empuja a nosotros. Parece que todo sucede con incontrolable rapidez, y muchas personas tienen cierta dolorosa impresión de extrañeza, de no tener tiempo para poder asimilar la vertiginosidad movediza de los cambios que les envuelven. Pero quizá se pueda decir que lo más doloroso es nuestra impresión de que estas cosas pasan independientemente de nuestra voluntad, de que nosotros estamos subidos a un caballo desbocado y no tenemos fuerzas, o no tenemos habilidad, para poder detener su marcha o para gobernarla recuperando la brida. Quizá una de las razones de nuestra ansiedad que más puede robarnos el sosiego y la serenidad sea nuestra impresión de que algo se ha desbocado independientemente de nuestras posibilidades de rectificación o de control. Entonces podemos venir a parar a un cierto pesimismo. Porque en la situación actual parece como si el hombre tuviera obligación o necesidad de intervenir en todo, y así la angustia se acumula en su alma y el hombre está cada vez más tenso, cada vez con mayores dificultades para el descanso e incluso para el sueño.

A veces llamamos actividad al movimiento; decimos que son activas las personas que se mueven mucho… Quizá no corramos el peligro de convertirnos en esclavos, pero corremos el peligro de convertirnos en autómatas. Sin darnos cuenta, vamos poco a poco siendo gobernados, cada vez más, por decisiones indiferentes a nuestros más importantes intereses. Se llega a pensar que la felicidad es como una ensoñación que no tiene que ver con el vivir ordinario, con el vivir concreto. Porque a veces sucede que relacionamos la felicidad con grandes acontecimientos. Se piensa, por ejemplo, que la felicidad está relacionada con poder adquirir de una manera inesperada, súbita, una gran cantidad de dinero; o tener de pronto un triunfo profesional o familiar deslumbrante. La felicidad no es palabra que tenga que ser sólo escrita con mayúsculas, con caracteres luminosos y deslumbrantes; sino que la felicidad se puede vivir en lo pequeño, en lo repetido, en sencillos trabajos y descubrimientos cotidianos.

La nuestra no es una civilización que facilite la interioridad; peor aún, me atrevería a decir que, en conjunto, es una civilización que combate la interioridad con medios de una potencia inigualable: con la prisa, con la productividad, con las redes sociales, con la velocidad, con la superficialidad. Y ha dado lugar a este tipo de personas obsesionadas, crispadas, apresuradas, sin tiempo; a este tipo de persona que ya no reflexiona porque se nutre de tópicos o de consignas, o porque se ha convertido ya en un robot especializado en cualquier clase de trabajo, o porque simplemente carece de tiempo, de sosiego y hasta de gusto. Atrapados en ese cepo que la sociedad super-desarrollada-de-hoy ha dispuesto tan sagazmente: vivir hacia fuera, no hacia dentro; sustituir el pensamiento por la publicidad, la lectura por las redes sociales, el silencio por el ruido, la intimidad por la exhibición, las ideas por los tópicos y los argumentarios. Es una espantosa miseria la del hombre moderno, un siniestro legado el que recibe la juventud de hoy.

Es probable que, por la velocidad habitual del ajetreo diario que vivimos, haya cosas esenciales que se nos escapan de la conciencia y, sin mala intención, no las advirtamos. Una de ellas es que varios episodios de las personas que conviven con nosotros dependen, en cierto modo, de nosotros, de nuestro comportamiento. Pero tampoco se nos debe escapar que episodios, tal vez claves, de la biografía de seres menos próximos (compañeros de trabajo, por ejemplo) también pasan por nuestras manos. Acciones u omisiones -nuestras- que no han sido indiferentes en esas historias que en un momento han convergido con la historia personal. Un silencio cómplice, una actuación injusta, un mal ejemplo puede dejar marcas, cicatrices... Como también una palabra acertada, una muestra de cariño desinteresado, una mano que se tendió en el momento oportuno, un ejemplo positivo, pueden haber contribuido a hacer de esas vidas algo mejor de lo que hubieran sido.

Publicado en "Diario de León", hoy, domingo 11 de febrero del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/virus-prisa_1226064.html

martes, 26 de diciembre de 2017

Tiempo de Navidad.

Hay una palabra que utilizamos con frecuencia, la palabra “fracaso”, que es una expresión ambigua e imprecisa. ¿Cómo se puede saber cuándo un hombre ha fracasado, o cómo fracasan los hombres? ¿Cómo saber si hay fracasos sin remedio? ¿O cómo saber si no hay algunos fracasos que son el origen de inesperadas victorias, unas victorias sin estrenar todavía? No sabemos cómo sacar de dentro del corazón muchos obstáculos, muchos desengaños, muchas dificultades que parece que van a ahogarnos. La vida de cada uno de nosotros lleva una sobrecarga. Sobrecarga, por ejemplo, de propósitos incumplidos. Cuántas veces nuestra vida hace agua por un cargamento de propósitos que no tuvieron realización. Otras, nuestra vida hace agua porque hemos ido acumulando desengaños de los que no hemos sabido aliviarnos. Muchas veces, se convierte en una pesada carga. Cuántos nerviosismos de hijos contra padres, de padres contra hijos, de mujeres contra maridos, de maridos contra mujeres, se podrían convertir en sosiego y alegría, en calma. Necesitamos más calma para entendernos. Podemos entendernos, podemos ser amigos: podemos querernos.

Cuando se mira al hombre con mirada amistosa se ve que los hombres somos gente herida. Heridas que no se reflejan en el curriculum y, concretamente, algunas de las heridas que más duelen, las interiores. Heridas que no se ven. Heridas que no son asequibles a una mirada cualquiera, superficial. Dentro de nosotros hay una dura batalla, y el enemigo máximo, el más cruel en dañarnos, somos nosotros mismos. Una de las raíces íntimas del agobio y del estrés de los hombres es el desconocimiento de las cosas. No vemos las cosas como son. Nuestra visión de la realidad es una visión ordinariamente parcial, defectuosa. Frecuentemente el hombre vive con el sentimiento íntimo de su soledad, con el sentimiento íntimo de su radical desamparo. ¿Quién comparte de verdad nuestros fracasos? ¿Quién comparte de verdad nuestras dudas? ¿A quién sentimos verdaderamente compenetrado con nuestras perplejidades? ¿Quién nos puede decir cómo somos de verdad? ¿Quién nos puede decir lo que hay en nuestra vida de valioso o, entre las cosas que hacemos, las que tienen auténtico valor? ¿Quién nos podrá decir de verdad cuáles son, entre las cosas que estamos haciendo, las engañosas o ilusorias? Vivimos la sensación, honda íntima, de la soledad en un duro desamparo.

La mayor parte de nuestros dolores íntimos están causados por nosotros mismos, y muchas de las quejas que tenemos contra la vida, si nos examinamos con sinceridad y valentía, nos damos cuenta de que provienen de nuestro estado interior, de que edificamos la vida sobre la arena y estamos acongojándonos por cosas que en su mayor parte no tienen verdadera importancia. A nuestro alrededor hay muchos hombres que necesitan alivio, y sería importante que cada uno de nosotros viese si no se ha acostumbrado tanto a disculparse, a estar atento sólo a sus propias heridas, que tiene ya el hábito de dar un rodeo, el hábito de pasar de largo, tan endurecido, que le parece que a su alrededor no hay hombres necesitados. Cualquiera de nosotros que no encontrase en su camino hombres heridos, debería pensar si no le falta amor. Porque la vida está llena de gente desnuda, desnuda de vestido y desnuda de verdad, desnuda de compañía, desnuda de afecto; la vida está llena de gente herida; herida por desengaños, herida por la traición, herida por su propio difícil corazón.

A veces tenemos la impresión de que amar es hacer cosas grandes, caer en la cuenta de graves problemas. Esta intuición, este presentimiento, puede, algunas veces, hacernos costosa la tarea de aplicarnos a vivir el camino que nos conduciría hasta el amor y hasta la verdad. Habría que hacer enormes esfuerzos, emplearse en tareas agotadoras, porque siempre estamos pensando que lo importante es lo portentoso. La realidad del amor y la verdad están, en la práctica, relacionadas con cosas pequeñas, con cosas cotidianas, con cosas que llenan el quehacer cotidiano. Un día corriente, quizá, sólo podemos ofrecer una sonrisa auténticamente leal desde lo más hondo; o tal vez escuchar a alguien que tiene ganas de contar algo, y escucharle hasta el final; o hablar con alguien que piensa de una manera diferente a la nuestra, y tener en cuenta sus puntos de vista, quizá valiosos, con respeto.

A veces se percibe en mucha gente la impresión de que los días navideños son días de lirismo y de encanto, pero de un lirismo y encanto de poco calado, un lirismo y un encanto a los que falta la verdad que cimiente toda esa formidable poesía y todo ese encanto atrayente. Por eso creo que preparar el ambiente, aceptar el tiempo que nos invita a renacer, es estrenar ojos, estrenar oídos para acercarnos al niño que nace… Feliz Navidad.


Publicado en "Diario de León" el sábado 23 de diciembre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/tiempo-navidad_1213788.html

lunes, 11 de diciembre de 2017

Ser padres, no entrenadores.

En nuestra sociedad hay un alarmante incremento de la agresividad que se ha trasladado al deporte y, muy especialmente, al fútbol. Es casi una rutina -cada jornada- meterse con el árbitro, con el rival, con el padre del rival, con el entrenador… Las conductas violentas, lamentablemente, no sólo ocurren en el fútbol, pero es el deporte más popular y tiene un gran impacto social. Es de sobra conocido que hay quienes acuden a los estadios a desatar sus instintos de confrontación, sus frustraciones primarias. La pasión mal entendida convierte a los padres en auténticos “hooligans”, en hinchas de comportamiento violento y agresivo, capaces de pegarse o insultar en partidos de niños, en los partidos de sus hijos… Momentos vergonzosos que, lejos de ofrecer a los chavales una sana educación deportiva, muestran la peor lección y la imagen más bochornosa que un hijo puede recibir de su padre: “una pelea entre padres suspende un partido entre niños de 5 años”, “un árbitro de 16 años, agredido por un padre de un alevín”, “uno de los padres que se peleó en un partido de juveniles puede perder un ojo” … 

Al final son los niños quienes pierden: por encontrar malos ejemplos por parte de quienes son sus referentes (sus padres), y, también, porque, a veces, se les sanciona por las acciones de sus padres. Es básico recordar, insistir, que los padres educamos a nuestros hijos con el ejemplo, no con charlas… La actitud respetuosa de las familias resulta clave para evitar la violencia en el deporte infantil. Por ello es importante orientarlas sobre la actitud que deben tener cuando sus hijos practican algún deporte. Y aplaudir -y apoyar- el esfuerzo que están realizando las escuelas de padres para crear un espacio común de diálogo para todas aquellas personas que quieran ser mejores padres. 

Prevenir la violencia en el fútbol base. Prevenir las actitudes agresivas. Lo que entendemos por violencia no se limita únicamente a agresiones físicas, sino que el proceso empieza mucho antes. Hay tres formas distintas de agredir: verbal, psicológica y físicamente. La violencia verbal se produce en el momento en el que se amenaza o critica faltando el respeto e insultando a rivales, equipo arbitral, técnicos, miembros del equipo o, incluso, a nuestros propios hijos. La violencia psicológica es más sutil que la verbal, pero muy habitual, y consiste en menospreciar o insultar a otros en presencia de nuestros hijos, ridiculizándolos cuando no nos ha gustado su actuación, justificar la violencia como una respuesta válida, no intervenir en la prevención de un conflicto, mantener una actitud pasiva ante situaciones que aconsejan y exigen un claro compromiso… La violencia física es el final del camino iniciado con agresiones más sutiles. Es la menos común de las tres, aunque la más visible y la que más impacto tiene: la psicológica no suele salir en los medios de comunicación, pero, quizá, es la más perjudicial para la educación de nuestros hijos.

Todo vale y hemos dejado de lado que un niño juega al fútbol para jugar, para divertirse y, aun sin saberlo, para aprender unos valores que luego le serán muy útiles en su día a día, porque al fin y al cabo el deporte es una escuela de vida. Se puede, y se debe, enseñar a competir y esforzarse siendo honesto y respetuoso. No vale todo. Intentar reconducir las actividades deportivas a los valores que les son propios. Evitar conflictos y encontrar soluciones. El deporte es una buena escuela para la transmisión de los valores que ayudan a las personas a desenvolverse en un mundo adulto, laboral y social. Los padres debemos colaborar para que nuestros hijos descubran valores como el trabajo en equipo, el esfuerzo, el juego limpio, la puntualidad, la generosidad, el saber perder, etc. que tanto bien le harán en su vida… Pedirles que hagan trampas para ganar o incitarles a vengarse de algún rival, nada más lejos de una buena transmisión de valores: al contrario. 

Los valores son cosas buenas que tenemos las personas y que se van aprendiendo con el tiempo, a través de modelos apropiados, de ejemplos a seguir. El deporte es un contexto único para que esos valores se desarrollen y se fortalezcan. Una gran aportación a la formación del carácter de nuestros hijos. De ahí la importancia de colaborar con el trabajo que están realizando las escuelas de padres. Intentar encauzar la pasión de los niños y padres por el deporte hacia valores-dignos-de-tal-nombre en el terreno de juego. Conseguir que los padres se planteen si están actuando bien, si su actitud está ayudando a su hijo… En caso de que no sea así, tomar conciencia es el primer paso para mejorar. Los padres tenemos que “estar ahí”, acompañándolos: como padres, no como entrenadores. Los padres no somos ni entrenadores, ni árbitros: somos padres.

Publicado en "Diario de León" el domingo 1o de diciembre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/ser-padres-no-entrenadores_1210353.html

miércoles, 18 de octubre de 2017

La vida es bella.

Cada vez más frecuente: matrimonios -aparentemente- consolidados que dan “sorpresas”. En ocasiones, el motivo es que se ignora la verdadera naturaleza de la relación. El matrimonio no es un contrato de servicios sexuales. Suena un poco burdo, grosero. Matrimonio es unidad de vida y amor. El matrimonio es promesa de amor y no sólo pacto o convenio. Hoy en día es frecuente una versión débil y pactista del amor, que consiste en renunciar a que no se pueda interrumpir. Este modo de vivirlo se traduce en el abandono de las promesas: nadie quiere comprometer su elección futura, porque se entiende el amor como convenio, y se espera que siempre de beneficios.

Cuidar los pequeños detalles, todos los días. En la vida familiar hay que poner en juego todas las energías. Un descuido puede ser percibido como una falta de amor o una deslealtad: “si no se acuerda de llamar es que no me quiere”, “que no haya hecho tal cosa es que no le importo”, etc. Los juicios sobre terceras personas suelen ser más condescendientes; frente a la pareja, muchas veces, se es demasiado exigente, severo. Es muy conveniente actualizar el compromiso: cada noche tendría que poder contestar -afirmativamente- a estas dos preguntas: ¿He sabido manifestar mi afecto a mi esposa (o a mi esposo)? ¿Lo ha notado?...

Cuando el amor matrimonial madura, configura un “nosotros” que torna la biografía individual en co-biografía. Este “nosotros” implica la instauración de una obra común, que es esencialmente el bien de los cónyuges y la apertura de la intimidad conyugal a los hijos, es decir, la familia. El matrimonio compromete a integrar la propia biografía en un proyecto común, a fusionar la trayectoria personal en la trayectoria matrimonial. De no ser así, acaba convirtiéndose en una intimidad que se auto complace, en dos egoísmos que conviven.

Es conocida la afición japonesa por el pescado crudo, por el famoso “sushi”. Pues bien, para que los peces se mantengan frescos desde que son capturados hasta llegar a puerto, los grandes buques pesqueros japoneses introducen en los depósitos pequeños tiburones que, lógicamente, se comen unos cuantos peces, pero a los demás los mantienen alerta durante todo el trayecto. Llegan al destino como recién pescados en alta mar. Las dificultades, grandes o pequeñas, nos pondrán a prueba muchas veces. Puede que incluso lleguen a hacernos tambalear. No obstante, si sabemos superarlas nos harán más fuertes, más capaces, más decididos.

Sin orden es imposible ser feliz. Los expertos en orientación familiar hablan de una herramienta eficaz: la agenda. La agenda recoge no sólo los compromisos profesionales, las citas a las que nos convocan, sino también aquellos tiempos que fijamos nosotros mismos para sacar adelante nuestra familia y nuestra vida personal. Si el tiempo de la familia está anotado en el mismo lugar que las reuniones “importantes”, seguro que no pasará inadvertido. Si no, quedará sepultado por las mil urgencias de cada día. Si un cliente quiere quedar a las siete y media de ese día, pero está prevista la vuelta a casa para esa hora, se le puede decir que tenemos otra reunión, lo cual es rigurosamente cierto, y quedar a otra hora u otro día. Si hay que concertar una llamada, es preferible pedir que se llame en horario de trabajo (y quizá apagar el teléfono móvil a partir de cierta hora en casa).

A veces pienso que nuestro caminar por la existencia se parece al del equilibrista, que no tiene que fijar los ojos en los pies ni en lo alto, sino mirar hacia delante, entre la cuerda y la meta. La felicidad tiene mucho que ver con el equilibrio. No encontrarás una persona feliz que no sea alegre. La relación entrañable parte ya en las mismas entrañas. Y jamás es tarde para intentarla, para poner los medios. “La vida es bella”: ese padre que tiene que recrear la vida de su hijo y es capaz, en las condiciones más inhóspitas y crueles, de convertir un campo de concentración en una aventura familiar divertida, en donde el duro entorno es usado como punto de referencia del juego. Transforma, por amor a su hijo, lo más aberrante y hostil en una comedia encantadora, donde sólo los adultos conocen la dura realidad que está detrás de la apariencia visible. Los padres debemos dar a nuestros hijos el ejemplo de un amor continuado. O, al menos, intentarlo.


lunes, 18 de septiembre de 2017

El trabajo "de mamá".

“Todas las familias felices se parecen; mientras que cada familia infeliz lo es a su manera”. Así comienza una de las mejores novelas de todos los tiempos: “Ana Karenina”. Fue escrita hace más de cien años por León Tolstoi, un gran novelista ruso que supo llegar a las entrañas más profundas de los sentimientos humanos. Tolstoi pensaba que hay muchas maneras de ser desgraciados, pero una sola de ser felices. Yo, por el contrario, creo que todas las personas infelices se parecen y que cada cual es feliz a su manera. Todas las personas infelices se parecen, tienen algo en común: no han sabido superar el egoísmo. La barrera que nos separa de la felicidad siempre es la misma: nosotros mismos. En cambio, cada uno es feliz a su manera. Es lo que cantaba Frank Sinatra en aquella mítica canción que precisamente se titulaba “My way”, “A mi manera”. Hay tantas maneras de ser feliz como personas, porque la felicidad es el sentimiento más íntimo e intransferible.

La infelicidad de muchas personas se resume en que no han encontrado una razón a su vida. Para algunas personas la vida no tiene sentido. Mejor dicho, piensan que el único sentido de la vida es que ésta no tiene sentido, que hay que vivirla sin más. No vale la pena, por lo tanto, hacerse preguntas profundas, porque simplemente no tienen respuesta. Personas que viven medio dormidas, que no encuentran sentido a su vida o que lo buscan en cosas equivocadas. No es extraño que piensen que la vida no tiene sentido, porque encontrarlo no es fácil. Parece algo evidente, pero hay muchas personas adultas que no han madurado, que no han dado ese paso tan fundamental, que siguen echando balones fuera, que siguen culpando a los demás de lo que les pasa, que no son capaces de asumir responsabilidades. Uno no puede madurar hasta que no acepta que es el responsable de su vida, hasta que no deja de echar las culpas a otro de lo que le ocurre, hasta que no asume que sólo él o ella, y nadie más, responde de sus actos.

Aunque lo parezca, la realidad no es inamovible por la sencilla razón de que nosotros pertenecemos a ella. Por lo tanto, si nosotros cambiamos, la realidad tiene que cambiar también. La cuestión está en aprender a influir en la realidad para que ella no nos influya negativamente. Aquella frase clásica que dice serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que sí puedo y sabiduría para distinguir la diferencia. La mayoría de las recomendaciones tienen una cosa en común: para ser felices tenemos que salir de nosotros mismos. Una manera en que se puede aportar un sentido a la vida es dedicarse a amar a los demás, dedicarse a la comunidad que nos rodea y dedicarse a crear algo que nos proporcione un objetivo y un sentido.

Ser feliz se parece a regresar al hogar. Todavía hay hombres que cuando se involucran en las tareas domésticas, y en la educación de los hijos, lo hacen con la conciencia de estar actuando como suplentes, ya que la responsabilidad titular del cuidado de los hijos corresponde a la madre, a la que ellos ocasional y graciosamente “ayudan” …. Un padre debe responsabilizarse en cuanto padre y no como una madre “de segunda categoría”. Qué triste que un padre no inculque en sus hijos el valor del trabajo “improductivo”, en el sentido de mal pagado y no siempre agradecido, pero generoso y abnegado de la madre. Unas dedicadas en exclusiva al trabajo en el hogar y, otras, la mayoría, compatibilizándolo con sus trabajos profesionales. Conciliando o, al menos, intentándolo. Como le escuché hace años a un orientador familiar: las madres cocinan para que otros coman, limpian para que otros ensucien, ordenan para que otros desordenen, reparan para que otros estropeen, organizan para que otros desorganicen, entretienen para que otros no se aburran, cuidan para que otros no enfermen, dan compañía, seguridad, cariño; enseñan a trabajar, enseñan a vivir…Y todo eso para que, en algunos casos, el cretino de su hijo, preguntado sobre en qué trabaja su padre diga (por ejemplo): “trabaja en un supermercado”; y sobre su madre (dedicada al trabajo en casa) diga: “no trabaja en nada…”.

Tenemos la responsabilidad de valorar, ante nuestros hijos, con gestos claros, explícitos, el trabajo doméstico, independientemente de cuál de los padres lo realice, porque es tarea de ambos. Como en tantas cosas de la vida el mejor gesto es el ejemplo, encargándonos de tareas concretas. Por ejemplo, limpiando un baño que, además, no es tarea exclusiva de papá o mamá: los hijos también tienen que responsabilizarse a través de sus propios encargos en la casa. Si no lo hacemos, los hijos entenderán que servir por cariño, hacer amable la vida a los demás, hacer compañía, preocuparse por algo que no sea uno mismo, es un desperdicio improductivo muy distinto -inferior- al del trabajo fuera del hogar.



Publicado en "Diario de León el domingo 17 de septiembre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/trabajo-de-mama_1188626.html

martes, 5 de septiembre de 2017

La suerte de vivir en León.

Tengo la suerte de vivir y trabajar cerca del río Bernesga a su paso por la ciudad de León. Seis, ocho, diez veces al día lo cruzo, en un sentido u en otro. A distintas horas, con luces diversas. Me encanta el Paseo de La Condesa con sus castaños, ahora anticipándonos sus frutos, ofreciéndonos la sombra que tanto se agradece en esta época del año. Hace meses que disfruto con las fotos de Andrés Martínez Trapiello: magníficas, de los rincones más entrañables y pintorescos de nuestra ciudad. Tomadas, habitualmente, a primera hora, cuando sale a pasear con Tosca; y publicadas en su Facebook, casi todos los días.

Hoy, temprano, crucé el Bernesga por la pasarela a ras del río. Me paré y miré las aguas tan cristalinas, la vegetación a ambas orillas. Paisanos pescando. Caminando, otros más rápido. Solos o acompañados. Todos disfrutando del paseo. Más allá, el puente de San Marcos. Si las piedras hablaran. Por allí han pasado y pasan, cada día, miles de peregrinos haciendo el camino. Durante más de veinte años, por razones de mi trabajo, he vivido en varias ciudades, en Europa y en América. No es presunción, quiero decir que sé de lo que estoy hablando: cuánta gente anhela disfrutar de lo que disfrutamos quienes tenemos la suerte de vivir en León. Cerca de la Pulchra Leonina, de San Isidoro, de la Plaza Mayor, de nuestros parques y jardines (¿cuándo fue la última vez que diste una vuelta por el parque de Quevedo?). No es común. Es cierto que falta mantenimiento (mucho), que la limpieza deja mucho que desear (en mi opinión, una de las prioridades de nuestra ciudad). Pero no toda la responsabilidad es de nuestras autoridades municipales: hay conciudadanos que no colaboran, que abusan. Esos mamarrachos que rayan las paredes con frases o dibujos absurdos. Por favor, no les llamen grafiteros, que eso los eleva, pareciera que les otorga una categoría de artistas que no merecen. Me enfado cuando paso por la orilla este del río y veo destrozadas las figuras de madera que con tanta gracia y singularidad embellecían el paisaje y eran juego y agrado para los más pequeños y sus acompañantes. Algún hijo-de-su-madre no tenía mejor cosa que hacer que arrancarles las crines a los caballitos, las patas a los cocodrilos y los cuernos a las vaquitas.


O cada año, por San Juan, al ver cómo la generación-más-preparada-de-nuestra-historia (no sé si reír o llorar) deja las orillas de nuestro Bernesga después del llamado botellón. Los mismos angelitos que durante el año te miran feo si te equivocas al depositar en una papelera una botella en el lugar del papel o donde la basura orgánica. Hipócritas. Nos molestamos cuando un perro defeca y su dueño no lo recoge, pero nada decimos cuando esos miles de bárbaros defecan y más junto al río, en las calles y en-los-portales-de-los-edificios-cercanos… O solicitamos a las administraciones más campañas para prevenir a los adolescentes de los males del alcohol y de las drogas, y, sin embargo, en esas “fiestas” son miles los menores de edad que, ante la pasividad de sus padres y autoridades, se ponen hasta el chongo. En fin, no quiero enturbiar el sentido de mis palabras, pero es que me duele que se ponga en peligro algo que quiero y valoro, ante la tibieza de propios y extraños.

León es una ciudad muy agradable para vivir. Y no sólo por su historia, por sus monumentos. León es una forma de vivir, de relacionarse, de convivir. Un estilo de vida. Lo triste es que, a medio plazo, incluso a corto, es probable que esta calidad de vida no sea sostenible porque los indicadores dicen que somos los primeros en ancianos, en bajas de larga duración, en pérdida de población o en menor crecimiento económico. Ante esta situación es inútil lamentarse. Lo que hay que hacer es actuar, democráticamente. Si León, durante las últimas décadas, ha dejado de ser lo que era -o lo que quisimos que fuera- en favor de ciudades como Burgos, Valladolid, Palencia… Pues es muy sencillo, como nuestros políticos no han hecho bien su trabajo: que pase el siguiente. Que-más-vale-malo-conocido-que-bueno-por-conocer. ¡A otro perro con ese hueso! Ese cuento ya nos lo conocemos: se llama voto del miedo y estamos sufriendo sus consecuencias. Afortunadamente, cada cierto tiempo, tenemos la posibilidad de elegir a los representantes que, según nuestro criterio, mejor van a defender los intereses de León o que, al menos, lo van a intentar. A su manera, ¡viva la libertad! Y, si no lo hacemos, para solaz de los actuales, daremos por bueno ese refrán que dice que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece.

Publicado en "Diario de León" el domingo 3 de septiembre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/suerte-vivir-leon_1185341.html

miércoles, 26 de julio de 2017

Vivir hacia dentro.

Hay un tipo de personas que dan la impresión de estar anestesiados, u ocupados en cosas inútiles o buscando cualquiera de los modos de evasión más a su alcance (alcohol, sexo, drogas o teorías). Habitualmente se trata de gente joven que pretende encontrarse a sí misma en la búsqueda de experiencias nuevas, o intenta afirmarse en actitudes de rebeldía o exasperación, y que, a veces, producen inmensa tristeza, sobre todo cuando a los veinte años -y aun antes- han agotado todas las experiencias y han perdido todas las ilusiones, convertidos en viejos prematuros, con una vida estéril que no sirve para nada porque no sirve a nadie.

Esta civilización que estamos viviendo, en medio de muchas cosas excelentes, resultado de aportaciones pacientemente acumuladas, cribadas y perfeccionadas por muchas generaciones, no tiene como característica el sosiego que incita a la reflexión. No es una civilización que facilite la interioridad; peor aún, me atrevería a decir que, en conjunto, es una civilización que combate la interioridad con medios de una potencia inigualable: con la prisa, con la productividad, con las redes sociales, con la velocidad, con la superficialidad. Y ha dado lugar a este tipo de personas obsesionadas, crispadas, apresuradas, sin tiempo; a este tipo de persona que ya no reflexiona porque se nutre de tópicos o de consignas, o porque se ha convertido ya en un robot especializado en cualquier clase de trabajo, o porque simplemente carece de tiempo, de sosiego y hasta de gusto. Atrapados en ese cepo que la sociedad super-desarrollada-de-hoy ha dispuesto tan sagazmente: vivir hacia fuera, no hacia dentro; sustituir el pensamiento por la publicidad, la lectura por las redes sociales, el silencio por el ruido, la intimidad por la exhibición, las ideas por los tópicos y los argumentarios. Es una espantosa miseria la del hombre moderno, un siniestro legado el que recibe la juventud de hoy.

Hoy el hombre en general, y una parte de la juventud en particular, han destruido las murallas que le defendían y aseguraban su integridad frente a las fuerzas destructoras. Han destruido los “mitos”, han terminado con los “tabús”. Y, en realidad, lo que han destruido, lo que han aniquilado, es la verdad en nombre de la libertad, y para ser “libre” la han sustituido por ilusiones, sueños, optimistas visiones del porvenir, teorías tan brillantes como carentes de fundamento. Hace mucho tiempo que se está edificando sobre arcilla sistema tras sistema, teoría tras teoría. Sólo impresiones, sentimientos, opiniones, teorías, emociones, hipótesis e inestabilidad, todo fluyendo. No hay justicia sin unos principios verdaderos válidos para todos.

Hoy se están empleando palabras grandes y sonoras, pero muchas veces lo que encubren es hediondo. Faltan grandes ideales, metas de gran altura y ambición. Uno acaba vacío y cansado de tanto cambio efímero y de tanto esfuerzo inútil. De estar constantemente elaborando teorías que sustituyan a las que acaban de caducar, y al final todo es un gigantesco artificio, una especie de juego convencional en el que todo son hipótesis provisionales en sucesiva bancarrota. El hombre es libre, pero no es independiente. La limitación y la dependencia son connaturales al hombre por el mero hecho de serlo. Si todo hombre está vinculado a algo, o a alguien, la calidad de la libertad depende de la calidad del vínculo que, al atarle, da la referencia de la elección que el hombre hace. No se dice que un animal, o una planta o una piedra, sean seres libres, aunque, por ejemplo, un perro pueda ir a una parte u otra, o una planta crezca libremente. Y una persona sí puede pensar, reflexionar, conocer, querer; y las personas sí son responsables.


Las estructuras no hacen más que reflejar lo que los hombres llevamos dentro: nuestro concepto del mundo, de las cosas, de nuestras relaciones, de la existencia misma. No nos engañemos. Si un problema se plantea bien, hay muchas probabilidades de que se resuelva bien; pero si se plantea mal, sería un milagro encontrar como resultado una solución adecuada. Si queremos mejorar el mundo, éste que tan injusto encontramos, lo primero que hace falta es que nosotros mismos mejoremos; y luchemos por arrancar de nuestro propio interior la injusticia y el egoísmo, la ley del mínimo esfuerzo y la soberbia, la ira; en fin, todos estos criterios tan de hoy y que tan profundamente se nos han metido dentro. En vez de juzgar a los demás, pero jamás entrar en juicio consigo mismo; acusar a los demás, pero evitar, por todos los medios, contemplar el propio mundo interior, no sea que uno tenga que ocuparse, con urgencia, de sí mismo porque se encuentre tan mal como la sociedad que quiere cambiar.

Publicado en "Diario de León" el martes 25 de julio del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/vivir-dentro_1176721.html

domingo, 16 de julio de 2017

Detrás de los números hay personas.

Cáritas Diocesana de León ha presentado su Memoria de Actividades 2016 que recoge las acciones desarrolladas a través de sus programas a favor de las personas excluidas. Leerla me ha llevado, con facilidad, a reflexionar sobre la aguda crisis que estamos padeciendo; sobre el sufrimiento de muchas personas, especialmente las más desprotegidas. 

Crisis es la palabra que envuelve tantos y tan variados problemas característicos de la situación económica y social de estos últimos años. La gente-de-a-pie la siente como una amenaza que pende sobre la estabilidad de sus puestos de trabajo, así como en los recortes salariales, los expedientes de regulación de empleo o el paro. La vemos y padecemos en la regulación de las pensiones y el recorte o desaparición de ayudas sociales. Muchos empresarios, sobre todo pequeños y medianos, la sufren en la dificultad para acceder al crédito o en la disminución de sus pedidos. Estos hechos son realmente graves. No podemos esconder la cabeza frente a los que está ocurriendo, ni mucho menos, mirar para otro lado frente al sufrimiento de tantas personas. Estas situaciones manifiestan las carencias de fondo de nuestro modelo económico y social. Y, más allá de la economía y de la política, implica igualmente cuestionarnos nuestra forma de vivir. 

La actual crisis está directamente relacionada con la tendencia predominante de confiar el funcionamiento del mercado financiero a su capacidad de autorregulación. Esta tendencia nos ha conducido a la desregulación, privatización y liberalización de los mercados financieros. En tal situación de autorregulación, los mercados financieros han tenido graves fallos, que evidencia una profunda quiebra ética. Uno de los resultados ha sido la producción de “burbujas” que acabaron por contaminar y reventar todo el sistema. Otro fenómeno inquietante ha sido la importancia creciente del sector financiero en el conjunto de la economía. Si bien el sistema financiero juega un papel clave e insustituible, su crecimiento exagerado no ha guardado relación con el conjunto de la economía. Esta creciente separación entre industria financiera y economía real ha de ser profundamente examinada y evaluada a la luz de la crisis. La innovación financiera ha avanzado notablemente, colaborando así a la mejora de la economía; sin embargo, hay que distinguir con claridad este factor positivo de los perniciosos efectos causados por ciertas prácticas de “ingeniería financiera” sin las que probablemente la crisis, de producirse, habría sido mucho menos virulenta. Enloquecidos por el objetivo inmediato de perseguir resultados a corto plazo, se han dejado de lado dimensiones propias de las finanzas como favorecer el empleo de los recursos ahorrados allí donde favorecen la economía real, el bienestar de las personas.


La crisis ha evidenciado el progresivo distanciamiento entre la llamada “economía financiera” y la denominada “economía real”. Sus consecuencias han resultado desastrosas al haberse desencadenado una espiral de causas y efectos: colapso financiero, parón industrial e inmobiliario, sequía de inversiones en bienes y equipos, alto y rápido incremento del desempleo, fuerte contracción del consumo, brusca caída de los ingresos fiscales, déficits presupuestarios inasumibles y, como consecuencia, una diferencia creciente entre los recursos disponibles y las medidas necesarias de protección social. Esta cadena, aparentemente “técnica”, tiene, sin embargo, un final trágico para muchas personas y familias que han perdido su trabajo y sus ingresos, ven con angustia la disminución e incluso desaparición de ayudas sociales, resultan expulsadas del sistema económico y corren el riesgo de serlo del sistema social.

Curiosamente, para salir de la crisis los gobiernos tuvieron que rescatar a los mercados e instituciones financieras de su auto-debacle. Mediante una ingente inyección de dinero público. De la noche a la mañana, el principio “cuanto menos gobierno, mejor” fue sustituido por “los gobiernos deben actuar urgente y decididamente para evitar un desastre”. Es obvio que las cuestiones que tal paradoja plantea son de profundo calado financiero, económico, político y ético: es necesario refundar el sistema financiero internacional sobre nuevas bases. La economía no es éticamente neutra. Es una actividad humana y, como tal, debe ser articulada e institucionalizada. 

En fin, no niego lo que de beneficioso y necesario tiene el mercado; sin embargo, opino, que no es cierto que lo mejor para el interés general sea dejar que el mecanismo del mercado obre con entera libertad sin ninguna interferencia de ningún tipo. Nunca ha existido ningún mercado tan libre ni perfecto, ni podrá existir, por la sencilla razón de que los mercados están operados por personas y grupos, sujetos a sus propias debilidades e intereses, Aunque sólo fuera por esto, el recto juego del mercado debe ser garantizado por los poderes públicos, que deben impedir toda práctica lesiva para el interés general. Detrás de esos números hay personas concretas, con historias de angustias y tragedias. Y no olvidemos que cuando se comete un error en cuestión de derechos, el error no se llama error, sino se llama injusticia.

Publicado en "Diario de León" el viernes 14 de julio del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/detras-numeros-hay-personas_1174449.html

lunes, 10 de julio de 2017

Cláusulas nulas por abusivas.

Todo comenzó con las hipotecas subprime, que en los Estados Unidos eran aquéllas en las que el prestatario contaba con antecedentes de impago, retrasos o no constaba su capacidad de pago por no haber pedido créditos en el pasado; la cuota de amortización era elevada respecto al salario, o la proporción del préstamo era muy alta con relación al valor de la vivienda. Las consecuencias de la toxicidad de este tipo de “préstamos” se extendió a España a través de la titulización de los créditos: un sistema de financiación para las entidades de crédito a través de una compleja cesión de los derechos de cobro sobre su cartera de préstamos hipotecarios. Así la crisis se contagió desde el mundo financiero al económico quedando atrás la actividad típica bancaria y las reglas más elementales del “arte de prestar”. Los problemas surgieron cuando la banca comercial se contaminó con malas prácticas de la banca de inversión, cuyos directivos no contaban con la paciencia para percibir sus beneficios según se amortizara el préstamo hipotecario, pues lo que pretendían es “maximizar beneficios”, es decir, ganar mucho dinero, como sea, lo más rápido posible, cuanto antes: aquí-te-pillo, aquí-te-mato. 

Contratar una hipoteca es una de las decisiones financieras más importantes en la vida de una persona, ya que implica un compromiso financiero que puede durar décadas. En nuestro país, según datos del Banco de España, aproximadamente el 97% de los préstamos hipotecarios concedidos por las entidades de crédito eran a tipo variable. De los préstamos a tipo variable, un tercio, aproximadamente, contaba con la cláusula suelo, lo que impedía a los prestatarios beneficiarse plenamente de la bajada del índice de referencia más extendido, el Euribor a un año. La cláusula suelo es lícita en términos generales, como ha admitido el Tribunal Supremo: para limitar los efectos de las eventuales oscilaciones del interés de referencia, pueden estipularse limitaciones al alza -las denominadas cláusulas techo- y a la baja -las llamadas cláusulas suelo-, que operan como topes máximo y mínimo de los intereses a pagar por el prestatario. Ahora bien debe cumplir con el siguiente requisito: la exigencia de que una cláusula contractual deba redactarse de manera clara y comprensible es una obligación no sólo de que la cláusula considerada sea clara y comprensible gramaticalmente para el consumidor, sino también de que el contrato exponga de manera transparente el funcionamiento concreto del mecanismo de forma que el consumidor pueda evaluar, basándose en criterios precisos y comprensibles, las consecuencias económicas derivadas a su cargo. Es decir, garantizar el consentimiento informado del consumidor.


La protección del prestatario, especialmente si es consumidor, es considerado por el artículo 51 de nuestra Constitución como un principio rector de la política social y económica. El consumidor se halla en una situación de inferioridad respecto al profesional, tanto en la capacidad de negociación como en la información que maneja cada una de las partes (“asimetría informativa”), lo que le lleva a adherirse a las condiciones redactadas por el profesional, sin poder influir en el contenido de éstas: auténticas “lentejas” … Ya la sentencia del Tribunal Supremo de 9 de mayo del 2013 exigía que el cliente conociera, antes de la celebración del contrato, la cláusula suelo y el efecto que durante la ejecución del contrato pudiera tener sobre el coste real del crédito, para que pudiera adoptar la decisión de contratar con pleno conocimiento de causa. La sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, de 21 de diciembre del 2016, a mayores, determina que lo que es nulo lo es a todos los efectos, por lo que la situación debe quedar íntegramente restaurada, como si la cláusula suelo no hubiera existido. Consecuencia inmediata de esta sentencia es el Real Decreto-Ley 1/2017, de 20 de enero, de medias urgentes de protección de consumidores en materia de cláusulas suelo: un procedimiento para la resolución extrajudicial de las posibles diferencias entre las entidades y sus clientes. Recibida la reclamación, la entidad de crédito deberá efectuar un cálculo de la cantidad a devolver y remitirle una comunicación al consumidor desglosando dicho cálculo; en ese desglose la entidad de crédito deberá incluir necesariamente las cantidades que correspondan en concepto de intereses. En el caso de que la entidad considere que la devolución no es procedente, comunicará las razones en que se motiva su decisión, en cuyo caso se dará por concluido el procedimiento extrajudicial.

El plazo máximo para que el consumidor y la entidad lleguen a un acuerdo y se ponga a disposición del primero la cantidad a devolver es de tres meses a contar desde la presentación de la reclamación. Se entiende que el procedimiento extrajudicial ha concluido sin acuerdo y que el consumidor puede adoptar las medidas que estime oportunas -por ejemplo, presentar una demanda- si la entidad de crédito rechaza expresamente la solicitud del consumidor, si finaliza el plazo de tres meses sin comunicación alguna por parte de la entidad de crédito al consumidor reclamante, si el consumidor no está de acuerdo con el cálculo de la cantidad a devolver efectuado por la entidad de crédito o rechaza la cantidad ofrecida, o si transcurrido el plazo de tres meses no se ha puesto a disposición del consumidor de modo efectivo la cantidad ofrecida.

En fin, llegó el día. La mayoría de los afectados presentaron sus reclamaciones durante los meses de febrero y marzo y, por tanto, en estos días se está cumpliendo el plazo de tres meses. A partir de ahora la vía judicial es el siguiente paso. En el Derecho Civil español la regla general es la nulidad con derecho a restitución íntegra. Si algo es nulo, lo ha sido desde siempre y no debe producir ningún efecto. Después de lo sufrido con las preferentes, las subordinadas, las cláusulas suelo es casi milagroso que algunas entidades financieras todavía tengan clientes.

Publicado, ayer, 9 de julio del 2017, en "Diario de "León": http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/clausulas-nulas-abusivas_1173329.html

jueves, 27 de abril de 2017

Comer en familia.

Llevamos un ritmo de vida tan ajetreado que estamos perdiendo costumbres tan buenas como las comidas en familia. Pensar que, entre semana, padres e hijos podamos comer juntos nos parece una idea imposible. Es clara la influencia positiva de estos momentos de intimidad familiar sobre el desarrollo de los hijos y las relaciones entre los miembros de la familia, especialmente para los adolescentes. Hábitos tan saludables como el comer en familia o la sobremesa no están suficientemente valorados. Es cierto que, en algunos casos, nuestras actividades exigen largos desplazamientos, horarios difíciles, etc., que hacen muy difícil reunir a la familia a diario.


Quizá si conociéramos sus beneficios, nos esforzaríamos más por pasar juntos cuantos más momentos mejor. La comida en familia nos permite comer saludablemente, contarnos unos a otros cómo nos ha ido el día, escucharnos a los demás y estrechar los lazos familiares. Especialmente con nuestros hijos adolescentes, estos momentos pueden ser definitivos para crear un clima de comunicación y de confianza con ellos. Los padres también somos responsables de preparar a nuestros hijos para la vida social, personas que se distingan por su trato agradable. Por sus buenas maneras. Imprescindible para su futura relación con los clientes. Las buenas maneras en la mesa es un tema de interés para muchas organizaciones, empresas.

Comer en familia también enseña a mantener una conversación, a escuchar y a contar. Además, y esto es especialmente relevante, las comidas son ocasiones naturales para asimilar la historia y los valores de la familia, y a aplicar estos valores en la vida cotidiana, con las contrariedades y oportunidades del día a día. Estar atento a las necesidades de los demás, levantar el ánimo con una anécdota divertida, generosidad para dejar a otro la mejor porción de postre… Tanto los mayores como los pequeños ayudan a preparar la comida, a quitar la mesa, a fregar los platos, a servir a los demás. La comida familiar nutre necesidades biológicas y sociales básicas. Nos permite realizar aquello en que consiste ser una familia: cuidamos unos de otros, compartimos cosas, recorremos junto el camino de la vida. Los recuerdos más significativos de nuestra infancia suelen ser –o no- el cariño mutuo, el compartir, el pasar el tiempo juntos. Quizá a diario no sea posible, pero hemos de intentar reservar, al menos, todas las cenas y los fines de semana. Comer juntos no lo es todo para la intimidad y el bienestar familiar, pero sin duda es una parte importante. Hace cincuenta años también había padres con extensos horarios de trabajo, que viajaban mucho, y madres que trabajaban fuera de casa. Y ya entonces también había quienes tenían la costumbre de tomar algo antes de volver a casa…

Una norma básica para que una comida familiar sea digna de tal nombre: sin intrusos, sin televisión, sin teléfonos… sin distracciones electrónicas. La comida familiar es sin duda el entorno ideal para aprender a comportarse en la mesa. Desde pequeños los niños aprenderán de sus padres e irán adquiriendo el hábito de las buenas maneras. Cosas tan elementales como qué cantidad es razonable servirse o en qué consiste una comida equilibrada, a hacer pausas para participar en la conversación, comer de todo… También una protección natural contra la obesidad, la anorexia y otros trastornos alimentarios, hoy tan de moda. Comer en familia también enseña a los niños a mantener una conversación, a escuchar, a contar. También es una fuente de aprendizaje de vocabulario y cultura general.

A las tradicionales causas sobre por qué cada vez es más difícil comer juntos hay que añadir el excesivo número de actividades extra escolares de los hijos: artes marciales, letón, natación sincronizada, oboe… La verdad es que también hay algo, o mucho, de comodidad. Y, por supuesto, no todos estamos dispuestos a reconocerlo. Prefiero comer cerca de la oficina, tomarme una copa con los compañeros y llegar a casa cuando los niños estén dormidos… En fin, son tan pequeños. Ya les dedicaré tiempo cuando sean mayores… La cohesión familiar está en peligro, pero, fundamentalmente, por peligros internos, por nosotros, por nuestra comodidad y egoísmo. En bastantes casos no hay diferencias entre algunas familias y compañeros de piso. No nos escudemos en la política social de algunas autoridades, la influencia de los medios de comunicación u otras lindezas… ¿Haces todo lo posible por comer, al menos, varios días con tu familia? ¿Te compensa el esfuerzo, lo tienes claro? Empecemos por aquí.

Publicado en "Diario de León", hoy, jueves 27 de abril del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/comer-familia_1156181.html