Tengo
la suerte de vivir y trabajar cerca del río Bernesga a su paso por la ciudad de
León. Seis, ocho, diez veces al día lo cruzo, en un sentido u en otro. A
distintas horas, con luces diversas. Me encanta el Paseo de La Condesa con sus
castaños, ahora anticipándonos sus frutos, ofreciéndonos la sombra que tanto se
agradece en esta época del año. Hace meses que disfruto con las fotos de Andrés
Martínez Trapiello: magníficas, de los rincones más entrañables y pintorescos
de nuestra ciudad. Tomadas, habitualmente, a primera hora, cuando sale a pasear
con Tosca; y publicadas en su Facebook, casi todos los días.
Hoy,
temprano, crucé el Bernesga por la pasarela a ras del río. Me paré y miré las
aguas tan cristalinas, la vegetación a ambas orillas. Paisanos pescando. Caminando,
otros más rápido. Solos o acompañados. Todos disfrutando del paseo. Más allá, el
puente de San Marcos. Si las piedras hablaran. Por allí han pasado y pasan,
cada día, miles de peregrinos haciendo el camino. Durante más de veinte años,
por razones de mi trabajo, he vivido en varias ciudades, en Europa y en América.
No es presunción, quiero decir que sé de lo que estoy hablando: cuánta gente
anhela disfrutar de lo que disfrutamos quienes tenemos la suerte de vivir en León.
Cerca de la Pulchra Leonina, de San Isidoro, de la Plaza Mayor, de nuestros
parques y jardines (¿cuándo fue la última vez que diste una vuelta por el
parque de Quevedo?). No es común. Es cierto que falta mantenimiento (mucho),
que la limpieza deja mucho que desear (en mi opinión, una de las prioridades de
nuestra ciudad). Pero no toda la responsabilidad es de nuestras autoridades
municipales: hay conciudadanos que no colaboran, que abusan. Esos mamarrachos
que rayan las paredes con frases o dibujos absurdos. Por favor, no les llamen
grafiteros, que eso los eleva, pareciera que les otorga una categoría de
artistas que no merecen. Me enfado cuando paso por la orilla este del río y veo
destrozadas las figuras de madera que con tanta gracia y singularidad
embellecían el paisaje y eran juego y agrado para los más pequeños y sus
acompañantes. Algún hijo-de-su-madre no tenía mejor cosa que hacer que
arrancarles las crines a los caballitos, las patas a los cocodrilos y los
cuernos a las vaquitas.
O
cada año, por San Juan, al ver cómo la
generación-más-preparada-de-nuestra-historia (no sé si reír o llorar) deja las
orillas de nuestro Bernesga después del llamado botellón. Los mismos angelitos
que durante el año te miran feo si te equivocas al depositar en una papelera
una botella en el lugar del papel o donde la basura orgánica. Hipócritas. Nos
molestamos cuando un perro defeca y su dueño no lo recoge, pero nada decimos cuando
esos miles de bárbaros defecan y más junto al río, en las calles y en-los-portales-de-los-edificios-cercanos…
O solicitamos a las administraciones más campañas para prevenir a los adolescentes
de los males del alcohol y de las drogas, y, sin embargo, en esas “fiestas” son
miles los menores de edad que, ante la pasividad de sus padres y autoridades,
se ponen hasta el chongo. En fin, no quiero enturbiar el sentido de mis palabras,
pero es que me duele que se ponga en peligro algo que quiero y valoro, ante la
tibieza de propios y extraños.
León
es una ciudad muy agradable para vivir. Y no sólo por su historia, por sus
monumentos. León es una forma de vivir, de relacionarse, de convivir. Un estilo
de vida. Lo triste es que, a medio plazo, incluso a corto, es probable que esta
calidad de vida no sea sostenible porque los indicadores dicen que somos los
primeros en ancianos, en bajas de larga duración, en pérdida de población o en
menor crecimiento económico. Ante esta situación es inútil lamentarse. Lo que
hay que hacer es actuar, democráticamente. Si León, durante las últimas décadas,
ha dejado de ser lo que era -o lo que quisimos que fuera- en favor de ciudades
como Burgos, Valladolid, Palencia… Pues es muy sencillo, como nuestros
políticos no han hecho bien su trabajo: que pase el siguiente. Que-más-vale-malo-conocido-que-bueno-por-conocer.
¡A otro perro con ese hueso! Ese cuento ya nos lo conocemos: se llama voto del
miedo y estamos sufriendo sus consecuencias. Afortunadamente, cada cierto
tiempo, tenemos la posibilidad de elegir a los representantes que, según
nuestro criterio, mejor van a defender los intereses de León o que, al menos,
lo van a intentar. A su manera, ¡viva la libertad! Y, si no lo hacemos, para
solaz de los actuales, daremos por bueno ese refrán que dice que cada pueblo
tiene los gobernantes que se merece.
Publicado en "Diario de León" el domingo 3 de septiembre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/suerte-vivir-leon_1185341.html
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