En los tiempos que corren preguntarse si muchos protagonistas de la economía y de la política actúan sin principios ni valores, sin normas éticas y morales, puede parecer una estupidez… Su ausencia, en muchas ocasiones, es demasiado evidente.
Toda organización debiera contar con una declaración de sus principios y valores, expresada con tal claridad que no fuera necesaria ningún tipo de interpretación.
Para definir el rumbo de una organización es preciso distinguir lo pasajero y efímero de lo perdurable y trascendente.
Por ello es preciso sustentar el desarrollo en bases sólidas.
El compromiso en torno a esos principios y valores resulta crucial si queremos disfrutar de una cultura sólida que es mucho más que palabrería barata en forma de frases ingeniosas y grandilocuentes que, a veces, se obliga a los colaboradores a repetir como papagayos.
Utilizar los principios y valores como guía de nuestro trabajo supone un desarrollo tanto para la organización como para las personas.
En tiempos de crisis, nos ayudan a superarlas y a aprender, a fortalecernos en la adversidad.
Sin valores asentados, sin culturas solventes, se puede subsistir. Pero, a la menor crisis, vamos a salir debilitados, desgastados, empobrecidos…
Uno de estos principios y valores es la confianza en las personas con quienes trabajamos.
Y se suele concretar en la delegación.
Delegación y control son palabras afines y complementarias.
La delegación es fácil de entender pero difícil de practicar.
Algunos consideran que si delegan pierden estatus y poder…Otros no delegan porque desconfían de los demás.
De la verdadera delegación nace el compromiso, la motivación y las mejores prácticas en dirección de personas.
Lo importante no es el cuánto sino el cómo. A mejor delegación, más responsabilidad y mejor servicio al cliente.
Quienes saben delegar tienen más tiempo para pensar en los próximos pasos de la organización, en la estrategia. A veces, quienes más se quejan de no tener tiempo para pensar son quienes no quieren o no saben delegar. No confían en sus colaboradores.
En un entorno cambiante, de cuestionamiento de modelos, es el mejor momento para conocer y fomentar las ventajas competitivas implícitas en la participación, en la responsabilidad, y, sobre todo, en la confianza en las personas con quienes trabajamos.