Publicado en "Diario de León" el domingo 26 de mayo del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/silencio-educacion_1338236.html
Las circunstancias actuales del mundo parecen haber dejado de lado esta recomendación. La vida de hoy exige al hombre mucho movimiento, muchas palabras, ir, venir, tratar, volver, hablar, hacer. Hay una idea entrañable vivida en la tradición occidental que vuelve a aparecer en las técnicas actuales de formación del hombre: la idea del silencio. Es una de las técnicas más difíciles. Es tan duro tener nuestros labios cerrados… Con el nombre de silencio entendemos aquí generalmente una prudente discreción en el uso de la palabra, de manera que uno calle cuando no deba hablar, y hable cuando no deba callar. Hablar lo justo y necesario; ni una palabra superflua. De aquí que el silencio no signifique ausencia de comunicación o ausencia de palabra, sino ausencia de palabra vana. El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.
El lenguaje expresa fielmente la ética de las formas. Hay un “lenguaje del vestido”, como hay un lenguaje del desaliño. Una juventud que, por sistema, se disfraza de granuja, más pronto o más tarde tendrá costumbres de granuja... Hay una historia. Tenemos numerosos y, para algunos, célebres predecesores. Los cínicos: los hippies de la Antigüedad. No les repugnaba copular en público (de ahí el sobrenombre de “cínico”: cunos, perro). El amor sin belleza no es más que sexo, y el dinero sin las formas no siembra más que odio. La avispa que ha nacido proveída de un buen aguijón piensa -y es una reacción lógica- que puede clavarlo donde le guste. Sin embargo, aprenderá que hay cosas en las que el aguijón no entra; otras, que se dejan penetrar suavemente; otras, en fin, que al permitir la entrada del aguijón acaban con la vida de la propietaria de esa arma pequeña y, en el fondo, inofensiva. Un joven tiene muchas veces, salvando las distancias, las mismas experiencias que una avispa.
Las palabras, como signos de las cosas, lo que hacen es evocar en nosotros las cosas mismas de las cuales son signos las palabras. Si la palabra, en lugar de aclarar el mensaje de las cosas, entorpece la posesión directa de la verdad, entonces sobra, está de más. La esencia de la actividad educativa carga su acento precisamente en la palabra como signo que expresa el concepto interior. La palabra al servicio de la idea.
El colegio complementa la formación que, primera y fundamentalmente, ha de darse en casa. Los padres son siempre los principales educadores de sus hijos. En los últimos tiempos se está generalizando la tendencia a resignar esta ineludible responsabilidad de la educación de los hijos al colegio, o a la universidad, en su caso, considerándolos como los principales, si no únicos, educadores de la juventud. Es verdad que muchas de estas buenas maneras pertenecen a un pasado en el que respetábamos la blancura de las paredes y, para las expansiones gráficas, utilizábamos las pizarras; en el que tratábamos de que nuestro lenguaje se distinguiera del tabernario y estuviera a la altura de-lo-que-se-esperaba-de-nosotros. Tiempos en que la corrección debía ser silenciosa, esto es, que debía recibirla el alumno sin proferir palabra, sin gritar, sin quejarse, sin murmurar; pues de lo contrario, manifestaría que no la recibe voluntaria ni respetuosamente.
La corrupción de la lengua es uno de los factores más eficaces de corrupción social. El profesor ha de mirar no lo que a él le conviene, sino lo que le conviene al alumno. Al profesor corresponde una orientación altruista en la que, vuelto de espaldas a su propio yo, se entregue al perfeccionamiento de los demás. Son el silencio, la vigilancia y la prudencia de un profesor los que establecen el orden en una clase y no los gritos y, muchos menos, las actitudes agresivas. Muchos profesores, y también muchos padres, sabemos que una mirada es en ocasiones más eficaz que cualquier palabra.