Toda
organización debiera contar con una declaración de sus principios y valores,
expresada con tal claridad que no fuera necesaria ningún tipo de
interpretación. Para definir el rumbo de una organización es preciso distinguir
lo pasajero y efímero de lo perdurable y trascendente. Por ello es preciso
sustentar el desarrollo en bases sólidas. El compromiso en torno a esos
principios y valores resulta crucial si queremos disfrutar de una cultura sólida
que es mucho más que palabrería barata en forma de frases ingeniosas y
grandilocuentes que, a veces, se obliga a los colaboradores a repetir como
papagayos. Utilizar los principios y valores como guía de nuestro trabajo
supone un desarrollo tanto para la organización como para las personas. En
tiempos de crisis, nos ayudan a superarlas y a aprender, a fortalecernos en la
adversidad. Sin valores asentados, sin culturas solventes, se puede subsistir;
pero, a la menor crisis, vamos a salir debilitados, desgastados, empobrecidos.
La famosa frase: quien tiene un para qué siempre suele encontrar un cómo…
Sobre
este asunto recomiendo el libro del profesor Lorenzo Bermejo Muñoz: “El
gobierno de las instituciones universitarias. Un enfoque orientado a la misión”.
Propone un modelo de gobierno orientado a la implantación efectiva de su
misión, alineada a su identidad y a la naturaleza de dichas instituciones;
pero, en general, sus propuestas son aplicables a cualquier tipo de
organización. De él se derivan, para quienes tienen la responsabilidad de
gobernarlas, una serie de recomendaciones a nivel estratégico y operativo, y la
necesidad de ejercer un liderazgo que aliente e incentive, en las personas que
las integran, el adecuado esquema de motivaciones para que sus decisiones y
acciones tengan a la misión como referencia. Podría definirse la misión como el
“para qué” de cada organización. Una guía para la actuación de los empleados y
un elemento de evaluación respecto a su adhesión. La misión es una herramienta
útil para formular e implementar una estrategia. La misión ayudará a no perder
el foco. Establece un marco de referencia. Representa el compromiso de la
organización con unos fines determinados. Una-especie-de-pegamento-cultural.
Uno
de los mejores medios para lograr nuestros fines es promoviendo la confianza en
las personas con quienes trabajamos. Si una organización quiere desarrollarse,
la confianza tiene que ser algo más que un tema de conversación, tiene que ser
el centro de todas sus actividades. Las organizaciones no pueden convertirse en
junglas en las que sólo sobreviven los más fuertes, en las que diariamente hay
que vivir preparado para la batalla. De la misma manera que una gran confianza
reduce los conflictos entre los colaboradores, aumenta la productividad y
estimula el crecimiento, unos bajos niveles de confianza afectan negativamente
a las relaciones, impiden la innovación y entorpecen el proceso de toma de
decisiones. Los colaboradores de las organizaciones en las que hay un bajo
nivel de confianza trabajan normalmente en condiciones de mucho estrés, dedican
una buena parte de su tiempo a cubrirse las espaldas, justificando decisiones
del pasado y realizando cazas de brujas o buscando cabezas de turco cuando algo
no funciona. Esto les impide centrarse en el trabajo, y hace imposible que haya
un intercambio de ideas que dé como resultado soluciones innovadoras. La
confianza en las organizaciones es como el amor en la pareja, une a las
personas y las hace más fuertes. Permite ser uno mismo y defender las opiniones
sin preocuparse por el rechazo. Cuando se vive la confianza en cualquier
relación, la convivencia siempre es mejor.
La
confianza es uno de los valores más importantes para el buen funcionamiento de
cualquier organización. Y se suele concretar en la delegación. Delegación y
control son palabras afines y complementarias. La delegación es fácil de entender,
pero difícil de practicar. Algunos consideran que si delegan pierden estatus y
poder…Otros no delegan porque desconfían de los demás. De la verdadera
delegación nace el compromiso, la motivación y las mejores prácticas en
dirección de personas. Lo importante no es el cuánto sino el cómo. A mejor
delegación, más responsabilidad y mejor servicio al cliente. Quienes saben
delegar tienen más tiempo para pensar en los próximos pasos de la organización,
en la estrategia. A veces, quienes más se quejan de no tener tiempo para pensar
son quienes no quieren o no saben delegar. No confían en sus colaboradores.
La
función directiva es una tarea esencial en el seno de cualquier organización,
independientemente del objeto al que se dedique. Tanto es así que, si una
organización no funciona, lo primero que cabe pensar es que quienes tiene la
responsabilidad directiva no cumplen de manera adecuada con su función, que es
garantizar su buen funcionamiento. La calidad de un directivo depende de la
cantidad de poder que necesita ejercer para que sus órdenes sean efectivamente
cumplidas. O lo que es lo mismo, no necesitará ejercer el poder para su acción
directiva, cuanto mayor sea la autoridad otorgada por las personas a las que
gobierna y dirige. El liderazgo es un factor vital en la implantación efectiva
de una misión por parte de quienes las gobiernan y dirigen. En un entorno cambiante,
de cuestionamiento de modelos, es el mejor momento para conocer y fomentar las
ventajas competitivas implícitas en la participación, en la responsabilidad, y,
sobre todo, en la confianza en las personas con quienes trabajamos.
Publicado en "Diario de León" el martes 27 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/tener_1295485.html