@MendozayDiaz

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martes, 5 de junio de 2018

Delitos en las redes sociales.

Mostrar alegría por la muerte de un personaje público, desear el fallecimiento de alguien, o el peor de los destinos, por sus ideas, por sus gustos; amenazar, más o menos veladamente, a una persona, con un mal más o menos concreto; defender diferentes formas de violencia por razón de etnia, religión o género; incitar a realizar actos violentos o injustos contra otros; mostrar imágenes desagradables, ofensivas o violentas y burlarse de quienes son humillados en ellas; transmitir ideas extremistas y defender ideologías intolerantes. Ninguna de estas conductas es originaria ni exclusiva de las redes sociales, pero así lo parece, dada su proliferación en alguna de ellas, la exagerada alarma social que ha generado y el número de resoluciones judiciales que las han enjuiciado en los últimos años. Por ejemplo, sólo los procesos judiciales por delitos de terrorismo relacionados con internet y las redes sociales han aumentado significativamente en España en los últimos años, pasándose de apenas un par de resoluciones en 2010 a más de 35 en 2016. Todo un tema que me dado para pensar, sobre todo, después de leer el libro “Cometer delitos en 140 caracteres. El Derecho penal ante el odio y la radicalización en internet”, una obra colectiva dirigida por Fernando Miró, catedrático de Derecho penal de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

Es verdad que Internet en general, y las redes sociales en particular, desempeñan un importante papel de difusión de mensajes extremistas y de odio. También lo es que, por ejemplo, Twitter se haya convertido en un medio muy claramente enfocado hacia la crítica política e ideológica. Preocupación tanto por la potencial proliferación en el ciberespacio de contenidos que niegan valores esenciales para la convivencia social, como por la tendencia consistente en pretender enmudecer, por medio del Derecho penal, dichas expresiones y mensajes por su supuesta potencial capacidad para causar daños o por su carácter ofensivo para los demás. Tan peligroso es para una sociedad democrática la difusión del odio y el extremismo como la uniformidad de pensamiento y el silenciamiento del debate público. Es-para-ayer la actualización del significado de la libertad de expresión en la era de las redes sociales y, en particular, no caer en la tentación de utilizar el sistema penal para acallar el debate político o las opiniones desagradables o intolerantes.

La libertad de expresión, especialmente aquella que tiene que ver con la expresión de ideas políticas, no es un derecho cualquiera sino uno de los que fundamenta nuestro Estado Social y Democrático de Derecho (“derechos fundamentales”), y solo una afectación de la dignidad personal debería permitir la intervención del Derecho penal. Así, por ejemplo, la libertad ideológica o de expresión no pueden ofrecer cobijo a la exteriorización de expresiones que encierran un injustificable desprecio hacia las víctimas del terrorismo, hasta conllevar su humillación. No se trata de penalizar el chiste de mal gusto, sino que una de las facetas de la humillación consiste en la burla, que no se recrea con chistes macabros con un sujeto pasivo indeterminado, sino bien concreto y referido a unas personas a quien se identifica con su nombre y apellidos. Se persiguen conductas especialmente perversas como es la injuria o humillación a las víctimas, incrementando el padecimiento moral de ellas o de sus familiares y ahondando en la herida que abrió el atentado terrorista.

La diversidad cultural inherente a las actuales sociedades multiculturales es tanto fuente de riqueza como de conflictos sociales. Es un hecho innegable, en efecto, que la coexistencia de diferentes comunidades con divergentes visiones del mundo, enfrentadas tradiciones culturales y religiosas y diferentes prácticas y costumbres, constituye en ocasiones un foco de importantes tensiones en la convivencia. Un Estado liberal y democrático no puede imponer a sus ciudadanos ninguna convicción determinada, y en consecuencia pueden pensar y tener las motivaciones que quieran. El Estado le deja creer libremente, pero, en contrapartida, le exige que-se-comporte- conforme-a-Derecho. La libertad de expresión debe amparar no sólo las ideas recibidas favorablemente o consideradas inofensivas o indiferentes, sino también las que hieren, chocan o inquietan: así lo exige el pluralismo y la tolerancia, principios básicos en una sociedad democrática. No podemos castigar la mera expresión de una ideología política, aunque ésta sea antidemocrática. El discurso del odio está sirviendo para justificar restricciones al derecho a la libre expresión y a la libertad ideológica. El Tribunal Supremo se ha mostrado crítico con el propio concepto de discurso del odio al que ha calificado de “equívoca locución”. Opinión-de-un-opinante: considero incompatibles estos preceptos con la libertad de expresión, no sólo porque ideas u opiniones puedan ser criminalizadas según cómo se las interprete, sino porque la indeterminación de que puedan -o no- ser objeto de persecución penal disuade respecto al ejercicio legítimo de algunos derechos fundamentales.

Importante: la lucha contra el discurso del odio no puede quedarse en el terreno estrictamente jurídico. Todos los ciudadanos debemos asumir nuestra responsabilidad siendo tolerantes frente a aquellas ideas y opiniones que nos parecen equivocadas y/o injustas; estando dispuestos a hacer uso de nuestra libertad de expresión para combatirlas argumentalmente; y, finalmente, con compromiso cívico en la lucha contra la impunidad verbal. Importancia de exigir la verdad y el respeto a cualquier persona, que se traduce -en todo caso- en evitar el insulto gratuito en sus más variadas manifestaciones. Toda persona debe responsabilizarse de aquello que afirma.

Publicado en "Diario de León" el domingo 3 de junio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/delitos-redes-sociales_1253801.html

martes, 15 de mayo de 2018

La prueba de la llave.

Era estudiante universitario cuando leí por primera vez un libro del abogado y escritor José Luís Olaizola, “La guerra del general Escobar”, Premio Planeta 1983. El coronel de la Guardia Civil Antonio Escobar, hombre de convicciones religiosas, consiguió con su decidida actuación el 19 de julio de 1936 que no prosperase la sublevación militar en Barcelona. Optó por la libertad de actuar conforme a su conciencia y al juramento prestado al Gobierno legalmente constituido. A través de esta obra, el autor nos da una visión infrecuente de los años de nuestra Guerra, vividos sin partidismo ni ideologías por un militar que en la España de ese momento eligió, ante la incomprensión de muchos, una incómoda postura, porque creía que su puesto era aquél.  

He vuelto a reencontrarme con Olaizola en un libro que acaba de publicar, “Elogio del matrimonio”, en el que nos cuenta las vivencias de su largo -más de sesenta años- y fructífero matrimonio. Pero no solo las suyas, también las de numerosos personajes: escritores, editores, toreros, hasta reyes, gente de la más diversa condición, que han compartido con él entrañables y divertidas anécdotas sobre el amor. En uno de los capítulos cuenta que, según un médico amigo suyo, el signo patognomónico de que un matrimonio, una familia, funciona bien es la reacción ante el ruido de la llave en la puerta de entrada. Conviene aclarar que signo patognomónico es el que define, en Medicina, la existencia de una enfermedad. Pues bien, en una familia podemos comprobar la calidad de nuestra convivencia analizando cómo reaccionan nuestros seres queridos cuando oyen que estamos abriendo la puerta de casa: ¿se alegran? ¿salen a recibirte con besos y abrazos? ¿se ponen nerviosos? ¿se esconden?... Da para pensar.

En la vida familiar hay que poner en juego todas las energías. Un descuido puede ser percibido como una falta de amor: “si no se acuerda de llamar es que no me quiere”, “que no haga aquello que le he pedido significa que no le importo”, etc. Los juicios sobre terceras personas suelen ser más moderados; frente al cónyuge se es muy exigente. Cuando el amor matrimonial madura, configura un “nosotros” que torna la biografía individual en co–biografía. El matrimonio compromete a integrar la propia biografía en un proyecto común, a fusionar la trayectoria personal en la trayectoria matrimonial. De no ser así, acaba convirtiéndose en una intimidad que se auto complace, en dos egoísmos que conviven.

Consiste en evitar todo lo que pudiera enfriar ese amor. El sentido de esa “negación” es eminentemente positivo: se trata de que el amor conyugal crezca. Las manifestaciones de confianza que se tienen con el propio cónyuge se deben evitar con otras personas. Por ejemplo, no hablar de los problemas personales que se hablan con el propio cónyuge, ni escucharlos admitiendo confidencias íntimas que pueden crear lazos, ni buscar en esas otras personas la “comprensión” que no se encuentra en el cónyuge, etc. En este punto es fácil ser ingenuos, olvidando que a veces cualquier otra mujer o cualquier otro hombre está en mejores condiciones que el propio cónyuge para presentar “intermitentemente” su cara amable.

Hace falta ser pacientes para poder convivir, para sobrellevarnos y para que el sobrellevarnos sea profundidad en la convivencia, en la participación de la vida. Entonces, la tarea del vivir en familia, por ejemplo, no se convierte en un reproche... ¡Porque a veces ocurre que cada uno está viendo los defectos de los demás, clavando la atención en ellos y aludiendo a ellos con frecuencia!

En el hogar es donde podemos ejercitar hondamente la virtud de la comprensión. Comprender. A veces los padres no piensan en sus hijos en concreto, sino en cómo deben ser los hijos. Y los hijos tiene delante una imagen, como un esquema, que no son sus padres, sino cómo deberían ser sus padres. Mundos diversos que están viviendo juntos, y puede ocurrir que falte la alegría porque falta la comprensión. De ahí, muchas veces, los sobresaltos de la vida familiar. Una pregunta es interpretada como una indirecta o una condena. Una observación cualquiera es tomada como alusión a un posible defecto personal.

Desde hace años asistimos al vaciamiento del matrimonio como institución jurídica y social. Hoy ya casi no se habla de los fines: el bien de los esposos, los hijos, su educación… Para mucha gente el matrimonio sólo interesa como medio para pagar menos impuestos y cobrar la pensión de viudedad. Amor puede significar tantas cosas... Es una palabra que ha sido tan maltratada. Sin embargo, a pesar de todo, el hogar -de hecho- es el lugar en el que se puede lograr que las personas nos sintamos bien con atenciones a veces muy sencillas. Para ello nada mejor que la actualización diaria del compromiso. Cada noche tendría que poder contestar afirmativamente a estas dos preguntas: ¿he sabido manifestar mi afecto a mi esposa, a mis hijos? ¿lo han notado…? Y reflexionar, periódicamente, sobre “la prueba de la llave”.

Publicado en "Diario de León" el domingo 13 de mayo del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/prueba-llave_1248620.html

martes, 26 de diciembre de 2017

Tiempo de Navidad.

Hay una palabra que utilizamos con frecuencia, la palabra “fracaso”, que es una expresión ambigua e imprecisa. ¿Cómo se puede saber cuándo un hombre ha fracasado, o cómo fracasan los hombres? ¿Cómo saber si hay fracasos sin remedio? ¿O cómo saber si no hay algunos fracasos que son el origen de inesperadas victorias, unas victorias sin estrenar todavía? No sabemos cómo sacar de dentro del corazón muchos obstáculos, muchos desengaños, muchas dificultades que parece que van a ahogarnos. La vida de cada uno de nosotros lleva una sobrecarga. Sobrecarga, por ejemplo, de propósitos incumplidos. Cuántas veces nuestra vida hace agua por un cargamento de propósitos que no tuvieron realización. Otras, nuestra vida hace agua porque hemos ido acumulando desengaños de los que no hemos sabido aliviarnos. Muchas veces, se convierte en una pesada carga. Cuántos nerviosismos de hijos contra padres, de padres contra hijos, de mujeres contra maridos, de maridos contra mujeres, se podrían convertir en sosiego y alegría, en calma. Necesitamos más calma para entendernos. Podemos entendernos, podemos ser amigos: podemos querernos.

Cuando se mira al hombre con mirada amistosa se ve que los hombres somos gente herida. Heridas que no se reflejan en el curriculum y, concretamente, algunas de las heridas que más duelen, las interiores. Heridas que no se ven. Heridas que no son asequibles a una mirada cualquiera, superficial. Dentro de nosotros hay una dura batalla, y el enemigo máximo, el más cruel en dañarnos, somos nosotros mismos. Una de las raíces íntimas del agobio y del estrés de los hombres es el desconocimiento de las cosas. No vemos las cosas como son. Nuestra visión de la realidad es una visión ordinariamente parcial, defectuosa. Frecuentemente el hombre vive con el sentimiento íntimo de su soledad, con el sentimiento íntimo de su radical desamparo. ¿Quién comparte de verdad nuestros fracasos? ¿Quién comparte de verdad nuestras dudas? ¿A quién sentimos verdaderamente compenetrado con nuestras perplejidades? ¿Quién nos puede decir cómo somos de verdad? ¿Quién nos puede decir lo que hay en nuestra vida de valioso o, entre las cosas que hacemos, las que tienen auténtico valor? ¿Quién nos podrá decir de verdad cuáles son, entre las cosas que estamos haciendo, las engañosas o ilusorias? Vivimos la sensación, honda íntima, de la soledad en un duro desamparo.

La mayor parte de nuestros dolores íntimos están causados por nosotros mismos, y muchas de las quejas que tenemos contra la vida, si nos examinamos con sinceridad y valentía, nos damos cuenta de que provienen de nuestro estado interior, de que edificamos la vida sobre la arena y estamos acongojándonos por cosas que en su mayor parte no tienen verdadera importancia. A nuestro alrededor hay muchos hombres que necesitan alivio, y sería importante que cada uno de nosotros viese si no se ha acostumbrado tanto a disculparse, a estar atento sólo a sus propias heridas, que tiene ya el hábito de dar un rodeo, el hábito de pasar de largo, tan endurecido, que le parece que a su alrededor no hay hombres necesitados. Cualquiera de nosotros que no encontrase en su camino hombres heridos, debería pensar si no le falta amor. Porque la vida está llena de gente desnuda, desnuda de vestido y desnuda de verdad, desnuda de compañía, desnuda de afecto; la vida está llena de gente herida; herida por desengaños, herida por la traición, herida por su propio difícil corazón.

A veces tenemos la impresión de que amar es hacer cosas grandes, caer en la cuenta de graves problemas. Esta intuición, este presentimiento, puede, algunas veces, hacernos costosa la tarea de aplicarnos a vivir el camino que nos conduciría hasta el amor y hasta la verdad. Habría que hacer enormes esfuerzos, emplearse en tareas agotadoras, porque siempre estamos pensando que lo importante es lo portentoso. La realidad del amor y la verdad están, en la práctica, relacionadas con cosas pequeñas, con cosas cotidianas, con cosas que llenan el quehacer cotidiano. Un día corriente, quizá, sólo podemos ofrecer una sonrisa auténticamente leal desde lo más hondo; o tal vez escuchar a alguien que tiene ganas de contar algo, y escucharle hasta el final; o hablar con alguien que piensa de una manera diferente a la nuestra, y tener en cuenta sus puntos de vista, quizá valiosos, con respeto.

A veces se percibe en mucha gente la impresión de que los días navideños son días de lirismo y de encanto, pero de un lirismo y encanto de poco calado, un lirismo y un encanto a los que falta la verdad que cimiente toda esa formidable poesía y todo ese encanto atrayente. Por eso creo que preparar el ambiente, aceptar el tiempo que nos invita a renacer, es estrenar ojos, estrenar oídos para acercarnos al niño que nace… Feliz Navidad.


Publicado en "Diario de León" el sábado 23 de diciembre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/tiempo-navidad_1213788.html

sábado, 18 de noviembre de 2017

Andar en bicicleta.

Hace algún tiempo, La Sra. Eustasia (qué pozo de sabiduría…) me contó que una vecina, que caminaba por La Condesa, se encontró con que se le venía encima un chico joven montado en una bicicleta, y cómo el chico atropelló a la mujer y cayeron los dos al suelo. Y la mujer le dijo al chico: "¡Pero hombre...! ¿Es que no sabes tocar el timbre?". Y el chico le dijo: "¡Tocar el timbre, sí sé; lo que no sé es andar en bicicleta...!". Estos días recordaba esta anécdota pensando en la facilidad que tenemos las personas para olvidar lo más importante. Creo que esta breve y jugosa historia nos podría servir para enfocar nuestra vida: no vaya a ser que uno esté atento a lo accesorio y no esté preocupado de lo más importante.

Uno de los peligros que actualmente nos amenaza con más insistencia es el que terminemos dando más valor a las cosas que a las personas. Que las cosas se nos presenten cada vez con nuevos atractivos, y que, sin embargo, las personas vayan quedando en una creciente oscuridad, borrosas y sin fisonomía precisa. Podemos descubrirlo, en cada uno de nosotros, si, aunque sea involuntariamente, nos hemos ido acostumbrando a medir a los demás, por ejemplo, por el dinero. Medimos las cosas por su precio. Y me parece que se está extendiendo también esa manera simplista y cómoda de ir poniendo etiquetas a las personas. De esta forma se podría pensar que muchos signos externos de riqueza son certeza de valía humana. Éste es un peligro que nos acecha a todos y que puede hacer incluso que se consideren como “valiosas” a personas únicamente porque han llegado a alcanzar logros económicos importantes. Y también que muchos se desanimen porque su "cotización" -esta palabra es una palabra quizá dura, pero hay que utilizarla para tener en cuenta que con este criterio se mide a veces a las personas- es una cotización baja, que les permite hacerse muy pocas ilusiones. Me parece que este criterio, que se ha extendido y se extiende mucho, es un criterio gravemente injusto, simplista, que hace que importantes cualidades de las personas queden olvidadas.

Las apariencias engañan. Nos encontramos, en ocasiones, con personas de apariencia común, de cualidades normales, que son perseverantes en la amistad, en el trabajo, gentes que viven en una constante e ininterrumpida lealtad, gentes que, a su alrededor, contagian alegría, serenidad; su vida se muestra a los demás como una luz, como una claridad, como un estímulo. Y, por el contrario, conocemos también gentes con grandes cualidades, de condiciones distinguidas, y que, sin embargo, dan la impresión de vidas descentradas, sobresaltadas, de vidas a las que falta un cierto hervor…

Hemos ido perdiendo la noción de lo que es valioso, y así estamos con frecuencia entretenidos y absorbidos en cuestiones que tienen una importancia muy secundaria, preocupados por la ausencia de algunos bienes materiales, y no sentimos el dolor, por ejemplo, de que nos falte capacidad para amar. No es raro encontrar situaciones en las que estamos lamentando la falta, no sé, del último modelo del "smart phone" de moda, por ejemplo, y no estemos, en cambio, echando en falta a los amigos. Todo esto corresponde a un modo de vivir, insisto, un poco impersonal. Parece que se está perdiendo la señal que podría ser para el hombre la presencia de los demás, el valor de la amistad. Parece que el hombre se ha ido, poco a poco, convirtiendo en mercancía para el hombre. A lo mejor, existe un poco de amistad, pero pensando en que quizá, más adelante, hará falta echar mano de esa amistad. Eso ya no es amistad...

A veces, estamos lejos de las realidades que podrían ser alimento de nuestro vivir mejor, como, por ejemplo, el contacto real con las personas para cultivar la amistad desinteresada, prestándoles atención por sí mismas, no como medios ni como instrumentos. Vivir con los demás, compartiendo, disfrutando: juntos. Todas estas cosas son energizantes. Pero no, todo esto nos queda lejos; y, mientras, estamos a veces divertidos, entretenidos en cuestiones de muy escaso alcance. Podemos empezar a construir una existencia distinta. Ahora. Hoy es siempre todavía.

Publicado en "Diario de León", el viernes 17 de noviembre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/andar-bicicleta_1204376.html

domingo, 29 de octubre de 2017

Abogados escuchando a abogados.

Lo vengo diciendo desde que los cumplí: pertenecer al exclusivo “Club de los 50” tiene ventajas, muchas ventajas.... Una de ellas es la facilidad para expresar las convicciones sin complejos, sin inhibiciones ni respetos humanos. Al grano: ser abogado no es cualquier profesión. De entrada, la profesión de abogado es la única profesión a la que se hace mención expresa en el texto de nuestra Constitución. ¿A qué no lo sabías…? Y, además, pido perdón por la petulancia, se hace referencia a ella nada más y nada menos que hasta cuatro veces distintas. No una, que ya sería suficiente honor, ni dos, ni tres: sino en cuatro ocasiones. Y, lo más importante, el servicio que los abogados prestamos a nuestros conciudadanos: materializamos el derecho a la tutela judicial efectiva, a pesar de los asesoramientos de “cuñados” y de “lo-leí-en-internet”, que suelen terminar mal, muy mal. Sólo un abogado puede ofrecer un asesoramiento digno de tal denominación: profesional.

Los colegios profesionales son unos grandes desconocidos y no sólo para la sociedad a la que sirven sino también, y eso no deja de ser sorprendente y preocupante, para sus propios colegiados. De vez en cuando nos desayunamos con la noticia que desde Bruselas alguien está impulsando su pronta desaparición, pero, en mi opinión, eso afortunadamente no ha ocurrido. Pienso que las bondades de la liberalización son claramente cuestionables. Pero ése es un tema, quizá, para otro día. 


Estoy orgulloso de mi colegio profesional: el Ilustre Colegio de Abogados de León. El pasado martes organizó un debate entre los candidatos a Decano que, hoy, elegiremos todos los colegiados. Un debate que se celebró en las instalaciones de la institución y que se retransmitió en directo a través de las redes sociales para quienes no pudieran o no quisieran asistir. Abogados escuchando a abogados. Orgulloso de mis compañeros: un edificante ejemplo para nuestra sociedad. El futuro no está, se hace. Y lo hacemos las personas.

En una época en la que parece que no queda nada por inventar, las organizaciones que se distinguen por sus buenas prácticas recurren al intercambio de información, al diálogo, al debate, para ponerse al día y desarrollar nuevas ideas que van más allá de la pura retórica. Compartir para ganar. A veces, olvidamos el valor de la comunicación directa, franca y oportuna, del trato humano, del respeto mutuo, del sentido de equipo. Nos apoyamos, demasiado, en la tecnología y cada vez menos en el potencial de una buena conversación, de un buen debate, de tener la oportunidad de sentir la emoción, los sentimientos de nuestros compañeros.

Hacer las cosas de otra manera, debatiendo, defendiendo ideas, proyectos, puntos de vista, respetando al adversario, escuchando, dando argumentos, tratando de convencer, dando al otro la oportunidad de convencerte. El respeto al otro está en la base de la misma democracia. La Abogacía es una profesión pionera en el uso de la comunicación como herramienta para alcanzar el consenso entre partes en conflicto ya que los abogados, mayoritariamente, llevamos siglos promoviendo la cultura del acuerdo.

Me alegró que el debate contara con la presencia de muchos de los alumnos del Máster de Acceso a la Abogacía de la Universidad de León. Afortunadamente hay jóvenes que están tan ocupados en formarse, en cumplir su propio quehacer, que no tienen tiempo de resolver los problemas del universo porque todo el que tienen disponible lo necesitan para mejorarse a sí mismos. 

En fin, en un tiempo en que se está perdiendo el honor por servir, mi reconocimiento al Decano saliente, D. José Luís Gorgojo Del Pozo, por la labor realizada en años complicados, cargados de conflictos institucionales. Ha sido una autoridad visible y accesible. Ha dedicado su tiempo -lo más valioso que tenemos- a sus compañeros, a intentar hacer del Colegio de Abogados de León un lugar de encuentro. Ésa parece ser la función que el mundo moderno deja para los buenos dirigentes: la de procurar que las personas se conozcan, se ayuden, colaboren y trabajen en equipo.

Publicado en "Diario de León" el viernes 27 de octubre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/abogados-escuchando-abogados_1199066.html

miércoles, 18 de octubre de 2017

La vida es bella.

Cada vez más frecuente: matrimonios -aparentemente- consolidados que dan “sorpresas”. En ocasiones, el motivo es que se ignora la verdadera naturaleza de la relación. El matrimonio no es un contrato de servicios sexuales. Suena un poco burdo, grosero. Matrimonio es unidad de vida y amor. El matrimonio es promesa de amor y no sólo pacto o convenio. Hoy en día es frecuente una versión débil y pactista del amor, que consiste en renunciar a que no se pueda interrumpir. Este modo de vivirlo se traduce en el abandono de las promesas: nadie quiere comprometer su elección futura, porque se entiende el amor como convenio, y se espera que siempre de beneficios.

Cuidar los pequeños detalles, todos los días. En la vida familiar hay que poner en juego todas las energías. Un descuido puede ser percibido como una falta de amor o una deslealtad: “si no se acuerda de llamar es que no me quiere”, “que no haya hecho tal cosa es que no le importo”, etc. Los juicios sobre terceras personas suelen ser más condescendientes; frente a la pareja, muchas veces, se es demasiado exigente, severo. Es muy conveniente actualizar el compromiso: cada noche tendría que poder contestar -afirmativamente- a estas dos preguntas: ¿He sabido manifestar mi afecto a mi esposa (o a mi esposo)? ¿Lo ha notado?...

Cuando el amor matrimonial madura, configura un “nosotros” que torna la biografía individual en co-biografía. Este “nosotros” implica la instauración de una obra común, que es esencialmente el bien de los cónyuges y la apertura de la intimidad conyugal a los hijos, es decir, la familia. El matrimonio compromete a integrar la propia biografía en un proyecto común, a fusionar la trayectoria personal en la trayectoria matrimonial. De no ser así, acaba convirtiéndose en una intimidad que se auto complace, en dos egoísmos que conviven.

Es conocida la afición japonesa por el pescado crudo, por el famoso “sushi”. Pues bien, para que los peces se mantengan frescos desde que son capturados hasta llegar a puerto, los grandes buques pesqueros japoneses introducen en los depósitos pequeños tiburones que, lógicamente, se comen unos cuantos peces, pero a los demás los mantienen alerta durante todo el trayecto. Llegan al destino como recién pescados en alta mar. Las dificultades, grandes o pequeñas, nos pondrán a prueba muchas veces. Puede que incluso lleguen a hacernos tambalear. No obstante, si sabemos superarlas nos harán más fuertes, más capaces, más decididos.

Sin orden es imposible ser feliz. Los expertos en orientación familiar hablan de una herramienta eficaz: la agenda. La agenda recoge no sólo los compromisos profesionales, las citas a las que nos convocan, sino también aquellos tiempos que fijamos nosotros mismos para sacar adelante nuestra familia y nuestra vida personal. Si el tiempo de la familia está anotado en el mismo lugar que las reuniones “importantes”, seguro que no pasará inadvertido. Si no, quedará sepultado por las mil urgencias de cada día. Si un cliente quiere quedar a las siete y media de ese día, pero está prevista la vuelta a casa para esa hora, se le puede decir que tenemos otra reunión, lo cual es rigurosamente cierto, y quedar a otra hora u otro día. Si hay que concertar una llamada, es preferible pedir que se llame en horario de trabajo (y quizá apagar el teléfono móvil a partir de cierta hora en casa).

A veces pienso que nuestro caminar por la existencia se parece al del equilibrista, que no tiene que fijar los ojos en los pies ni en lo alto, sino mirar hacia delante, entre la cuerda y la meta. La felicidad tiene mucho que ver con el equilibrio. No encontrarás una persona feliz que no sea alegre. La relación entrañable parte ya en las mismas entrañas. Y jamás es tarde para intentarla, para poner los medios. “La vida es bella”: ese padre que tiene que recrear la vida de su hijo y es capaz, en las condiciones más inhóspitas y crueles, de convertir un campo de concentración en una aventura familiar divertida, en donde el duro entorno es usado como punto de referencia del juego. Transforma, por amor a su hijo, lo más aberrante y hostil en una comedia encantadora, donde sólo los adultos conocen la dura realidad que está detrás de la apariencia visible. Los padres debemos dar a nuestros hijos el ejemplo de un amor continuado. O, al menos, intentarlo.


jueves, 24 de agosto de 2017

Quiere a tus hijos.

Vivir bajo el mismo techo no es sinónimo de convivir, de participar en la vida del otro, de atenderla como se atiende un negocio importante. Y la situación puede llegar a ser cruel: desconocidos de la misma sangre, bajo el mismo techo y que se supone unidos por el valor del afecto… al frigorífico en común (y siempre que esté lleno), como solía añadir con sarcasmo mi amigo Mario cuando hablábamos de estos temas de matrimonio y familia. Somos los padres los que tenemos que anticiparnos y tomar la iniciativa. Y nada mejor que a través de una conversación entre padres e hijos, que es uno de los fundamentos de la convivencia familiar. A través del lenguaje nos podemos aproximar a su intimidad, a lo que les sucede por dentro, a la vez que se les abre y se da a conocer la propia intimidad. Sin este intercambio fluido las relaciones serán siempre frías y la educación se restringirá a lo normativo, sin la calidez del afecto. Eso sí, la conversación en familia no puede sustituir a la personal, más íntima y que tiene en cuenta las particularidades y la afectividad de cada uno. Dialogar a solas es, antes que nada, para unos padres, disponer atentamente los oídos y atar la lengua, es decir, saber escuchar.

Los mil pequeños asuntos cotidianos son la vida de cada día, es decir, la vida misma, que transcurre habitualmente a través de detalles mínimos que pueden parecer insignificantes, pero que van configurando el carácter, las actitudes y el modo de ser de los hijos. Y el tiempo para educar y compartir con los hijos es un tiempo que sólo cuando ya ha pasado se echa en falta… Y pasa, lo aseguro, con una velocidad asombrosa e inadvertida: se descubre con nostalgia, con tristeza, cuando ya no se tiene. Insisto: hay que rescatar la hora de la comida, todos juntos en torno a la mesa común. Alimentarse es una necesidad biológica. Los animales comen en cualquier parte y les da lo mismo hacerlo solos o en rebaño. Para los seres humanos comer juntos en familia no solo cumple con la necesidad de sentirnos acompañados: la mesa común ofrece un momento especialmente privilegiado para la comunicación. Es un momento clave para demostrarnos que todos nos interesamos por lo de todos, que ninguno nos es indiferente. Es, en la vida de familia, donde cada hijo modela los rasgos de su carácter y el sentido que dará a su vida. El modo del ser del padre y de la madre (con conciencia o sin ella, queriéndolo o no) graba a fuego lento a toda la familia.

Pareciera que hoy los padres sentimos “temor” de nuestros hijos, en el sentido de que no nos atrevemos a “enfrentarnos” con los adolescentes, y así abdicamos de nuestra responsabilidad. Dice un amigo (de mi edad) que somos otra generación perdida; en nuestro caso, porque antes nos mandaban nuestros padres y, ahora, nos mandan nuestros hijos. Para la tranquilidad del momento, siempre será más fácil conceder, dar el gusto o esquivar el disgusto; así se logrará una aparente paz o un espejismo de armonía. Pero la permisividad o el desentenderse del problema no equivale a solucionarlo. Los padres no debemos callar por cansancio ni menos por comodidad. El cansancio es legítimo, pero el egoísmo no. Ante conductas equivocadas de los hijos, los padres, a veces, solemos reaccionar también equivocadamente, con actitudes que nos distancian de ellos, como hacerles sentir que ha disminuido nuestro cariño. La tentación del desánimo y el desaliento -aunque comprensible- no favorece la solución de los problemas de los hijos o con los hijos, porque se puede caer en ese estado de desesperanza en que todo parece un callejón sin salida. No se trata de pasarlas por alto ni de confiar en que el-tiempo-todo-lo-cura, si se esconde la cabeza al problema: hay que corregir. Pero el modo de corregir es tan clave como la corrección misma. Padres que procuran que la vida familiar sea acogedora, pero que se atreven a corregir y a exigir con fortaleza y con cariño, porque no temen servirles con el ejercicio de su autoridad moral, porque quieren a sus hijos.

Publicado en "Diario de León" el miércoles 23 de agosto del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/quiere-tus-hijos_1182959.html

miércoles, 23 de agosto de 2017

Con docilidad de rebaño.

Vivimos desbordados por una cantidad de información inútil que no sólo nos hace perder un tiempo precioso, sino que nos llena de datos que, muchas veces, son inservibles, y de preocupaciones inquietantes que nos distraen en nuestros quehaceres. Es importante tener el suficiente espíritu crítico para separar la noticia del comentario, y el dato de la interpretación. Y estar alerta con algunos tertulianos, con poses de intelectual, que ponen su talento al servicio de lo-que-la-masa-demanda, diciéndole, en cierto modo, lo que quiere oír a cambio de una cierta notoriedad y, en ocasiones, de atractivas ganancias materiales. Y así, muchas veces, nos reconocemos repitiendo lo que acabamos de leer en las redes sociales o escuchar al último tertuliano de moda.

Es evidente que en nombre de la libertad de expresión no se puede hacer, por ejemplo, apología del terrorismo: va contra la naturaleza de las cosas porque hace daño al individuo y a la sociedad, y por tanto ya no es libertad, sino abuso o extralimitación de la libertad. Las cosas son como son independientemente de la subjetiva apreciación de cada uno. Si lo que uno opina está de acuerdo con la realidad, muy bien; si no lo está, mal asunto. Ante preguntas que se refieren a verdades, si uno sabe, dará las respuestas adecuadas; si no sabe, y además no se calla, probablemente dirá tonterías. Existen verdades objetivas, y si mi verdad no está de acuerdo con la realidad, no es tal verdad, aunque sea mía: es un error. Lo que uno opine carece de importancia, porque la opinión no modifica la realidad; lo importante es que uno conozca la verdad, lo que es. No se trata de opiniones sino de conocimiento.

Estamos en una época en que se utiliza con frecuencia un lenguaje poco preciso, excesivamente ambiguo. Lo que está claro no necesita interpretación de ninguna especie. Por lo general, un lenguaje confuso sólo suele expresar una mente confusa. El lenguaje es siempre, queriendo o sin querer, la manifestación del pensamiento. La oscuridad del lenguaje no da profundidad al pensamiento; más bien pone de manifiesto la pobreza de un pensamiento que recurre a la oscuridad para disimular su superficialidad. Y, además, desorienta, a mucha gente. Hoy cada uno tiende a construir como si nadie hubiese hecho ni dicho nada antes. Teorizar al margen de la experiencia. Se ignora que las inquietudes y los más profundos intereses del hombre de hoy son los de todos los tiempos. Algunas de las modas del momento son muy artificiales, muy débiles, expresiones de una estética más que de un modo de pensar. Se construyen mundos mentales ajenos al universo real, jugando con ideas que no responden a las cosas existentes.

Parece ser que hoy el fenómeno de la masificación, de la despersonalización del individuo, del hombre, está generalmente reconocido, a juzgar por los cada vez más numerosos estudios que lo dan por hecho incuestionable. La masa no es propiamente un conjunto de hombres que sabe lo que quiere y a dónde va, o que está organizada con vistas a la consecución de un fin conocido, y que conscientemente obedece las indicaciones de los que están al frente. Cuando un hombre se despersonaliza integrándose en una masa se deja conducir por emociones, por la pasión, y no se da mucha cuenta de lo que hace o del alcance que su acción puede tener. Masa que no piensa y que, con docilidad de rebaño, colabora activamente, de modo lento, pero seguro, en la propagación de teorías, sugerencias, modas y costumbres que están destruyendo los valores de nuestra civilización. 


Quizá ello explique cómo unos pocos puedan lograr tan enorme influencia en el ambiente imponiendo sus gustos, sus intereses, sus ideas, sus juicios, hasta su noción del bien y del mal. Su poder les viene, sobre todo, del conformismo pasivo de la masa que coopera con ellos sin pensar, sin reaccionar. Qué razón tenía mi amigo Mariano cuando recordaba que “lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada”.

Publicado en "Diario de León" el domingo 20 de agosto del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/docilidad-rebano-uiere-tus-hijos_1182289.html

martes, 15 de agosto de 2017

Sonreír.

Las buenas maneras y las formas son mucho más esenciales, significativas y necesarias de lo que se cree. La buena educación sirve precisamente para corregir las reacciones instintivas de la naturaleza humana. Las buenas maneras son manifestaciones externas de respeto hacia la humanidad de los demás. He leído “Sonreír. Amabilidad y buen humor en la vida cotidiana” de Carlo De Marchi. Un libro delicioso, que te invita a pensar. Se puede leer, despacito, saboreándolo, en un par de tardes de verano. Ser amable es más difícil que ser inteligente. Esta afirmación tiene una cierta explicación racional: la inteligencia es un don, la amabilidad una elección. Necesitamos un nuevo humanismo en nuestra sociedad. Promover cualidades sociales como la amabilidad, la cortesía, la cordialidad, la gentileza, la delicadeza, aprender a sonreír. Nada que ver con la afectación, esa especie de ficción benévola y superficial, motivada no pocas veces por el deseo de alcanzar un objetivo pragmático. Ni con el-pelota-de-turno que, por ejemplo, en el trabajo, adula al jefe, le ríe las cuchufletas, etc.

Las relaciones humanas son una necesidad y, sin ellas, la vida no es vivible. A menudo nos referimos a las buenas maneras como cosas de otros tiempos… Sin embargo, hoy, tienen un éxito creciente los cursos que enseñan algunas formas elementales de cortesía, de buen tono, por ejemplo, en la mesa, ya que muchas veces no se enseñan ni en la familia ni en el colegio. El arte de usar los modos, los comportamientos adecuados a cada circunstancia. Lo que llamamos como elegancia, cortesía, buena educación, o con muchas otras expresiones con las que se indican las buenas maneras. No se trata de hipocresías, formalidades ni caricaturas, sino del modelo del humanismo clásico y cristiano de quien no se considera diferente a ninguno de sus semejantes, ni juzga indiferente nada relacionado con otra persona. Hay estudios que concluyen que de esta capacidad para ser amable depende una buena parte del éxito personal. 

Ser amables no quiere decir que tengamos que estar de acuerdo con todos en todo. Tratar bien a una persona no significa decirle siempre que sí, ni mucho menos elogiarla cuando no lo merece. Habitualmente en el trabajo es frecuente que se tenga que decir que no. Lo que suele ocurrir es que de las diez maneras que hay para decir no, solemos escoger la más antipática. Disentir de manera cordial no es una contradicción. Recibir una corrección sobre un comportamiento equivocado del que no me he dado cuenta es un regalo impagable. Aprender el arte del debate: disentir, dialogar contradecir, rebatir con amabilidad. No hay dogmas en las cosas temporales. Un objeto que a uno parece cóncavo, parecerá convexo a los que estén situados en una perspectiva distinta.

Nuestros gestos y palabras no son puras formalidades sin significado. Expresan siempre algo de intimidad de la persona que los realiza. Un gesto que es particularmente significativo es la sonrisa. Alguien dijo algo así como la sonrisa es la línea más corta para unir a dos personas. Gran verdad. Un comportamiento cordial con los demás, con cada persona, por el simple hecho de ser personas. El adjetivo cordial es particularmente significativo porque añade el matiz de implicación del corazón, es decir, de lo más íntimo que existe en la esfera de una persona. Hacer sentir a las personas con quienes convivimos que se les tiene en cuenta y se les aprecia como personas. Para vivir así hace falta luchar. Una lucha decidida contra la tendencia que todos tenemos a “que nos dejen en paz”, a estar encerrados en nosotros mismos, en nuestro propio yo. A ver a los demás como potenciales perturbadores de mi paz personal. El valor esencial, lo importante, no es la autonomía de cada uno como individuo, sino la interdependencia de las personas, que por sí mismas no consiguen ser plenamente ellas mismas. La sonrisa es un gesto fundamental con el que se manifiesta la apertura hacia los demás. 

Esto no sólo es religión. Marco Tulio Cicerón, unos cincuenta años antes del nacimiento de Jesucristo, dijo aquello de que “la justicia es la disposición del alma que da a cada uno lo suyo y tutela con generosidad la convivencia social de los hombres; a ella van unidas la piedad, la bondad, la generosidad, la benignidad, la afabilidad y todas las demás de este género”. Es humanismo, que amplía el habitual concepto de justicia y no lo limita únicamente a los comportamientos codificados y exigibles legalmente. La justicia establece que se dé a cada uno lo suyo, que no es igual que dar a todos lo mismo. El igualitarismo utópico ha sido -y es- fuente de las más grandes injusticias. Como dice mi amigo Mariano, únicamente con la justicia no se resolverán nunca los grandes problemas de la humanidad. La sonrisa genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de integración, favorece la construcción de una base social firme.

Publicado, en "Diario de León", el lunes 14 de agosto del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/sonreir_1180958.html

lunes, 24 de julio de 2017

Aprender a ser amable.

Creo que, si preguntáramos, la respuesta sería casi unánime: el mundo necesita amabilidad. Siendo amables seremos capaces de transformarlo en un lugar más feliz en el que vivir; y, si no feliz, al menos, más agradable. La amabilidad es el hábito de tratar a las personas con deferencia y respeto por el hecho de ser personas. 

Para ser amable no hay que inscribirse en ninguna organización, es tan fácil como decidir que se quiere ser amable y comenzar a serlo. Se puede aprender a ser amable. No esconde secretos mágicos, ni siquiera es complicado. Tan solo exige prestar atención a las cosas que se hacen y cómo se hacen.


No debiera pasar un solo día sin que encontráramos una ocasión de ser amable. No hay amabilidad si no es particular. Vamos, que no se es amable “en general”; se es amable particularmente, con alguien. La amabilidad se concreta en la paciencia, la solicitud (“eso” qué-es-lo-que-es: ser solícito es prestar pequeños servicios antes de que te los pidan), el espíritu de servicio y la cortesía. La manera de saludar, la hospitalidad, las muestras de comprensión… 

La amabilidad es una manifestación de confianza en los demás. A nuestra pobre naturaleza humana le cuesta lograr el arte de soportar a los demás. Algunos creen que descubrir defectos es señal de sabiduría, pero nada requiere tan poca inteligencia. Los defectos ajenos no nos llamarían tanto la atención si nos dedicáramos a examinar los nuestros. Pocas veces medimos los defectos ajenos y los propios con el mismo rasero. A veces perdemos el tiempo proponiéndonos hacer mejores a los demás cuando hay tantas cosas en nuestra vida que necesitan ser corregidas, mejoradas. Nosotros primero: basta con ocuparnos de lo nuestro. Amabilidad es la mirada que se fija en el-cómo-sí e ignora el-cómo-no. A veces es más fácil soportar, con paciencia, a los demás que ilusionarnos con que cambien costumbres, formas de ser, adquiridas durante toda una vida. Procura pensar por qué la gente hace lo que hace: es mucho más provechoso que la crítica y fomenta la comprensión, la tolerancia y la amabilidad.

Los gestos amables cuestan menos cuanto más frecuentes son. Cuestan poco y rinden mucho. Una de las maneras más sencillas de ganarse a alguien es recordar cómo se llama y hacerle sentir que te importa. Vale la pena el esfuerzo de grabar el nombre de los demás: vecinos, compañeros de trabajo, el cajero del supermercado, alumnos… Hay veces que no apetece. Entonces toca sobreponerse a las emociones, por difícil que nos resulte. Y no es ninguna hipocresía dejarse regir por la voluntad en vez de por los sentimientos. Una sonrisa puede hacer mucho bien. Es uno de los medios de que dispone la naturaleza para hacer felices a los demás. Cuesta poco y hace mucho: enriquece a quien la recibe sin hacer más pobre a quien la ofrece.

Es más fácil ser educado y atento con los extraños que con quienes convivimos habitualmente. No hay mayor fuente de conflicto que el mal uso de la lengua. Probablemente no sea tan malo golpear a alguien o privarle de todos sus bienes como mermar la buena opinión que se tenga de él, porque es propio de la naturaleza del hombre aferrarse a su honor con más tenacidad que a cualquier otro bien natural. Las discusiones causan buena parte de la infelicidad, especialmente, en las familias. La situación se complica cuando aumentamos el volumen de nuestra voz en vez de esforzarnos por mejorar nuestros argumentos. Hablar es gratis, pero, como habitualmente sucede con lo que no nos cuesta, al final, puede salirnos caro. En inglés la expresión to hold one’s peace, conservar la paz, significa guardar silencio. Tenemos una boca y dos oídos, lo que indica una proporción de dos a uno, que debiera valer también para el hablar y el escuchar. Como dice mi amigo Mariano, cuando no se pueda hablar bien de alguien, lo mejor es callarse.

Nadie se basta a sí mismo. Esta necesidad mutua debe llevarnos a sentir agradecimiento y aprecio por el trabajo de todos aquellos que nos presten un servicio. Me despierto y enciendo la luz, abro un grifo y sale agua, bajo por unas escaleras limpias, camino por unas calles seguras. Detrás hay gente -personas como tú y como yo- que nos sirven con su trabajo. No hay nadie que se sienta tan seguro de sí mismo siempre y hasta el punto de que no necesite nunca una palabra de reconocimiento, una palmada en la espalda o un comentario amable. El simple hecho de que nos digan que estamos haciendo un buen trabajo nos anima a hacerlo mejor. El reconocimiento más insignificante puede tener un efecto multiplicador. Como la doble recompensa de las palabras amables: te hacen feliz a ti y hacen felices a los demás.

Publicado en "Diario de León" el viernes 21 de julio del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/aprender-ser-amable_1175938.html

miércoles, 31 de mayo de 2017

Estudiantes que estudien.

La universidad fue, durante años, el reducto de esperanza de lo que tarde o temprano habría de venir. Hoy, y desde hace décadas, se ha convertido en un producto-de-primera-necesidad. Y, periódicamente, cuestionada porque -dicen- “no sirve para nada”… Las urgencias de nuestra sociedad han sustituido el pensar por el hacer: “¿qué sentido tiene financiar una institución dedicada al pensamiento en una sociedad que no tiene tiempo para pensar porque tiene mucho que hacer?”.

La universidad ha de convertirse en el lugar donde se aprenda a ejercer un modo de ser. La mentalidad universitaria no se puede impartir. No es un saber técnico que se pueda endosar mediante instrucciones o reglamentos. La enseñanza es un contagio; se trata de contagiar una afición y, para eso, es imprescindible, ante todo, tenerla. La clave está en que el profesor transmita al alumno esa sensación de que lo que hace también lo haría gratis, porque le gusta. A la hora de la verdad, la educación tiene como protagonista al profesor. “Personalizar” la enseñanza no es llegar a una relación profesor-alumno que permita al primero adivinar los pensamientos del segundo, o viceversa; supone establecer una relación que permita plantear el trabajo como un esfuerzo conjunto, que sitúe a cada alumno no sólo más cerca del profesor, sino -sobre todo- en una relación más personal con los demás alumnos.

Pero, en general, la realidad es otra cosa… Los exámenes siguen siendo hoy, dueños y señores de la universidad. La clase sólo es un mero anuncio de lo que se llevará al examen. La única variante posible de esta conversación es si el examen escrito será o no en forma de test…Además, el estudiante continúa erre-que-erre con la vieja reivindicación de “una asignatura, un libro”. Una de las principales preocupaciones del estudiante es enterarse de cuál es “el libro” de cada profesor. Y, a falta de éste, aspirará a contar, al menos, con unos apuntes que le sirvan de sucedáneo (“¿Puede usted repetir?”). Parece, pues, que, a algunos estudiantes, el único “saber” que realmente les interesa es el saber a qué atenerse…Muchos estudiantes no saben leer, ni parece importarles. Leer poco, clarito, en castellano y a poder ser en letra grande. El déficit de lectura y el progresivo aumento de la formación audiovisual va haciendo estragos. 

A la universidad sigue llegando todo hijo de vecino, sea cual sea su capacidad intelectual. Pero el resultado final, si no es justo, es al menos igualitario: todos los que entraron reciben una titulación, en muchos casos, insuficiente para trabajar. Lo de menos es cómo funcione el servicio, lo importante, eso sí, es que sea ¨público”. Pero esta derivada da para otra reflexión. El único modo eficaz de garantizar que ningún talento quede fuera, es, por lo visto, que no quede fuera nadie… Si todo el mundo es bueno para entrar en la universidad, todo el mundo será bueno para seguir en ella hasta terminar una carrera. Todo parece resuelto: el modelo garantiza la igualdad de acceso (nada de selectividad) y la igualdad de salida (nada de cursos o asignaturas selectivos). Sin embargo, en nuestra universidad existe, por supuesto, selectividad a pesar del tabú imperante. Y, en mi opinión, tal selectividad es injusta e irracional. No hay trabajo para todos. Y dado que los títulos no seleccionan, la selección se impondrá por otros criterios, “el día después”, a través de las relaciones familiares o políticas. 

Los motivos que aconsejan una selección del alumnado son, al menos, estos: Uno, falta de capacidad de todos los ciudadanos para poder asumir el nivel de exigencia que a enseñanza “superior” lleva consigo. Dos, falta de capacidad de los centros para albergar a todos los peticionarios, sin renunciar a llevar a cabo en su integridad la tarea que justifica dicha demanda. Y tres, falta de capacidad de la sociedad, para ofrecer a todos los titulados el puesto profesional a que su formación prometía encaminarles, ocasionando así frustraciones personales y derroche de recursos.

Por último, urge favorecer que el estudiante sea capaz de dar sentido profesional a su trabajo, y que -con sus derechos- se sienta comprometido a asumir sus responsabilidades cívicas. Todavía se sigue escuchando aquello de si tu hijo estudia o trabaja… Se entiende que estudiar no es trabajar, ni ser estudiante asumir hábitos y responsabilidades profesionales. La verdad, y lo afirmo con tristeza (pensando en su bien), algunos viven en una especie de minoría de edad hibernada. Un ejemplo: el trabajador que acude a la huelga asume un claro sacrificio: pierde su correspondiente salario, le cuesta dinero. Esto garantiza que este derecho fundamental se ejerza con responsabilidad y prudencia. Sin embargo, el estudiante que aclama en asamblea la propuesta de una huelga, no se juega un colín. De hecho, está utilizando como pintoresco medio de protesta las vacaciones pagadas. El derecho de huelga ejercicio en esas condiciones es, cuando menos, curioso… Y otro ejemplo más: la ingeniería académica construye puentes por delante o por detrás mientras los trabajadores-de-verdad siguen faenando. Si algún profesor insinuara que dará por explicada la correspondiente parte del programa, será acusado de recurrir a intolerables represalias “fascistas”. 

Conceptualmente, la calificación de la enseñanza universitaria como “enseñanza superior” marca un salto cualitativo respecto a los estudios “medios”: profesor y alumnos acuden a clase, con la lección bien leída, dispuestos a abrir un diálogo crítico -capaz de aumentar la comprensión de lo ya estudiado- a descubrir problemas ocultos bajo las soluciones hasta ahora conocidas y a abrir posibles nuevas vías de enfoque. A la enseñanza superior se le supone un nuevo modo de trabajar. Visto lo visto, este tipo de enseñanza superior no es más que una enseñanza “posterior”. Mejor llamar a las cosas por su nombre.

Publicado en "Diario de León", hoy, miércoles 31 de mayo del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/estudiantes-estudien_1164318.html

jueves, 27 de abril de 2017

Comer en familia.

Llevamos un ritmo de vida tan ajetreado que estamos perdiendo costumbres tan buenas como las comidas en familia. Pensar que, entre semana, padres e hijos podamos comer juntos nos parece una idea imposible. Es clara la influencia positiva de estos momentos de intimidad familiar sobre el desarrollo de los hijos y las relaciones entre los miembros de la familia, especialmente para los adolescentes. Hábitos tan saludables como el comer en familia o la sobremesa no están suficientemente valorados. Es cierto que, en algunos casos, nuestras actividades exigen largos desplazamientos, horarios difíciles, etc., que hacen muy difícil reunir a la familia a diario.


Quizá si conociéramos sus beneficios, nos esforzaríamos más por pasar juntos cuantos más momentos mejor. La comida en familia nos permite comer saludablemente, contarnos unos a otros cómo nos ha ido el día, escucharnos a los demás y estrechar los lazos familiares. Especialmente con nuestros hijos adolescentes, estos momentos pueden ser definitivos para crear un clima de comunicación y de confianza con ellos. Los padres también somos responsables de preparar a nuestros hijos para la vida social, personas que se distingan por su trato agradable. Por sus buenas maneras. Imprescindible para su futura relación con los clientes. Las buenas maneras en la mesa es un tema de interés para muchas organizaciones, empresas.

Comer en familia también enseña a mantener una conversación, a escuchar y a contar. Además, y esto es especialmente relevante, las comidas son ocasiones naturales para asimilar la historia y los valores de la familia, y a aplicar estos valores en la vida cotidiana, con las contrariedades y oportunidades del día a día. Estar atento a las necesidades de los demás, levantar el ánimo con una anécdota divertida, generosidad para dejar a otro la mejor porción de postre… Tanto los mayores como los pequeños ayudan a preparar la comida, a quitar la mesa, a fregar los platos, a servir a los demás. La comida familiar nutre necesidades biológicas y sociales básicas. Nos permite realizar aquello en que consiste ser una familia: cuidamos unos de otros, compartimos cosas, recorremos junto el camino de la vida. Los recuerdos más significativos de nuestra infancia suelen ser –o no- el cariño mutuo, el compartir, el pasar el tiempo juntos. Quizá a diario no sea posible, pero hemos de intentar reservar, al menos, todas las cenas y los fines de semana. Comer juntos no lo es todo para la intimidad y el bienestar familiar, pero sin duda es una parte importante. Hace cincuenta años también había padres con extensos horarios de trabajo, que viajaban mucho, y madres que trabajaban fuera de casa. Y ya entonces también había quienes tenían la costumbre de tomar algo antes de volver a casa…

Una norma básica para que una comida familiar sea digna de tal nombre: sin intrusos, sin televisión, sin teléfonos… sin distracciones electrónicas. La comida familiar es sin duda el entorno ideal para aprender a comportarse en la mesa. Desde pequeños los niños aprenderán de sus padres e irán adquiriendo el hábito de las buenas maneras. Cosas tan elementales como qué cantidad es razonable servirse o en qué consiste una comida equilibrada, a hacer pausas para participar en la conversación, comer de todo… También una protección natural contra la obesidad, la anorexia y otros trastornos alimentarios, hoy tan de moda. Comer en familia también enseña a los niños a mantener una conversación, a escuchar, a contar. También es una fuente de aprendizaje de vocabulario y cultura general.

A las tradicionales causas sobre por qué cada vez es más difícil comer juntos hay que añadir el excesivo número de actividades extra escolares de los hijos: artes marciales, letón, natación sincronizada, oboe… La verdad es que también hay algo, o mucho, de comodidad. Y, por supuesto, no todos estamos dispuestos a reconocerlo. Prefiero comer cerca de la oficina, tomarme una copa con los compañeros y llegar a casa cuando los niños estén dormidos… En fin, son tan pequeños. Ya les dedicaré tiempo cuando sean mayores… La cohesión familiar está en peligro, pero, fundamentalmente, por peligros internos, por nosotros, por nuestra comodidad y egoísmo. En bastantes casos no hay diferencias entre algunas familias y compañeros de piso. No nos escudemos en la política social de algunas autoridades, la influencia de los medios de comunicación u otras lindezas… ¿Haces todo lo posible por comer, al menos, varios días con tu familia? ¿Te compensa el esfuerzo, lo tienes claro? Empecemos por aquí.

Publicado en "Diario de León", hoy, jueves 27 de abril del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/comer-familia_1156181.html

jueves, 6 de abril de 2017

La educación digital de los hijos.

La Federación de Castilla y León de Fútbol ha impulsado la puesta en marcha de escuelas de padres para prevenir la violencia en el fútbol base. Lamentablemente, algunas de estas situaciones tienen su origen en los propios padres de los jugadores como cuando someten a una enorme presión a sus hijos, o el comportamiento excesivamente violento (verbal y físico) para árbitros, entrenadores, jugadores o, incluso, hacia otros padres. Los padres no deben ser un elemento desequilibrante en el proceso de iniciación deportiva de sus hijos. Por el contrario, deben ser los verdaderos inductores del ambiente que propicie el desarrollo integral de sus hijos brindando su apoyo y comprensión.

El Club Atlético Reino de León, desde sus inicios, ha programado diversas actividades dirigidas a los padres de sus jugadores que desearan formarse en la difícil y, a la vez, apasionante tarea de formar y educar a sus hijos. Así, surgió su “Escuela de Padres” con periódicas charlas-coloquio que pretenden contribuir a cubrir vacíos de información, aclarar ideas imprecisas, ofrecer consejos prácticos, proponer actividades padre-hijo que favorezcan la comunicación entre ellos, etc. En definitiva, abrir un espacio común de diálogo para todas aquellas personas que quieran -al menos, intentarlo- ser mejores padres. El miércoles 22 de marzo me invitaron a que les hablara sobre el rol de los padres en la educación digital de sus hijos y fue una experiencia muy interesante, sobre todo, porque tuve una oportunidad para compartir experiencias en un asunto clave para la educación de nuestros hijos.

Nos encontramos ante la integración creciente -e imparable- del uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TICS) como herramientas de apoyo al proceso de enseñanza y aprendizaje de los alumnos. Algunos profesores ya están trabajando en ello. Es clave que los padres también nos formemos. Los profesores sólo cubren el horario escolar. Los padres lo somos 24 horas. Es necesaria nuestra urgente -vamos tarde- incorporación a este proceso, de tal manera que nuestra colaboración resulte eficaz. Es fundamental para el éxito de este proceso. Ello requiere que los padres tomemos conciencia de nuestra necesaria “alfabetización digital”. Por ignorancia, el uso de las TICS es percibida, muchas veces, como una amenaza. Y así surgen las dificultades, los problemas.


Nuestros hijos son “nativos digitales”. ¿Qué quiere decir esto? No entienden la vida de otra manera. Es su manera de aprender, de relacionarse. Nuestros hijos son tecnófilos. Ellos no han nacido con el concepto de “filtro”. Tu preguntabas, te recomendaban un buen libro, o te informaban mediante una conversación. Ellos no, ellos encuentran respuestas a todas sus preguntas en internet. Además, buscan su identidad real en las redes sociales donde las identidades pueden ser falsas y, para ellos, sin embargo, son “los” modelos. Ya no sólo son sus padres. Ahora compiten, por ejemplo, con los “youtubers”. Sus relaciones sociales son, en muchos casos, virtuales no personales. Hablan, se enamoran, se pelean, se reconcilian… Ventajas para ellos: nadie me da la “chapa”, es mi zona de confort, mi entorno seguro. No tengo que aguantar las preguntas de mis padres: “¿por qué me preguntas?” “¿para qué me preguntas?”.

Recordad como era la adolescencia, por ejemplo, hace 40 años: vida social en la calle de nuestro barrio, consulta de libros en la biblioteca pública, la enciclopedia en casa, fotos, posters, folletos, imaginación…Y siempre bajo la supervisión de nuestros mayores, de nuestra gente. Las nuevas tecnologías son un universo de posibilidades que, bien administrado, nos hacen más fácil la aventura de vivir. Pensad en lo que supone una tableta conectada a la red: videos, acceso a bibliotecas, a cursos (muchas veces gratuitos) de idiomas, de la universidad de Harvard…

La mayoría de los padres con hijos menores de edad desconocen el mundo virtual en el que viven sus hijos. Han oído hablar y seguro que, mayoritariamente, utilizan Wasap, Facebook, Instagram y, en menor medida, Twitter. Y también, seguramente, casi ninguno utilice Snapchat y, es más, ni siquiera sepa lo que es… Y esto sería un problema porque, precisamente, ésta es la red más utilizada por los menores de estas edades. ¿Por qué? Pues porque las publicaciones sólo se pueden visualizar durante unos segundos, no se pueden guardar: no dejan huella.

¿Qué hacer? Según los expertos, los temas claves para promover el uso seguro y responsable de internet entre los menores son “netiqueta”, privacidad, virus y fraudes y las consecuencias de un uso excesivo. Y concretando y dependiendo de la edad. Con los más pequeños: acompañar, prestar atención a lo que hace mientras está conectado; supervisar, acompañarle durante la búsqueda y su aprendizaje, elegir contenidos apropiados a su edad. Con los más mayores: dialogar sobre el uso de internet y el comportamiento seguro y responsable. Crear un clima de confianza y respeto mutuo. Que se sienta cómodo solicitando tu ayuda. Dialoga, interésate por lo que hace en línea, conoce su actividad en redes sociales. Enséñale a pensar sobre lo que encuentra en línea.

Y, muy importante: sé el mejor ejemplo. Busca la desconexión, fomenta la comunicación familiar. Existen ya iniciativas en algunos países europeos para regular las horas de conexión a internet. El lado bueno de este tipo de propuestas es que empezamos a tomar conciencia del efecto invasor de internet en nuestras vidas. Lo que es un medio maravilloso y potente de información, diversión, comunicación, educación o aprendizaje va camino de transformarse en un monstruo tentacular que invade sin ningún tipo de reparo tertulias, relaciones y reuniones. Conviene tener momento de desconexión real, total. Como, por ejemplo, en las comidas familiares, que tienen una gran importancia: ahí es donde se transmiten las buenas prácticas, los valores, la cultura.

Publicado, en "Diario de Léon", el martes 4 de abril del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/educacion-digital-hijos_1150695.html

domingo, 26 de marzo de 2017

Hablar del agua no te moja.

"Las palabras convencen, el ejemplo arrastra", "se puede engañar a una persona muchas veces, engañar a muchas personas algunas veces, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo". Estos dos refranes sintetizan el valor, la consecuencia y la falta de coherencia de nuestro actuar. Las palabras pueden ser bonitas, pero si no se respaldan con hechos, de nada sirven. Esta verdad la podemos y debemos aplicar en nuestra vida. En la convivencia con nuestros hijos es quizá donde nuestra falta de coherencia se manifiesta de manera más viva; a veces nuestros hijos pequeños ponen en evidencia nuestras flaquezas con alguna pregunta inocente... En nuestra relación de pareja, la manera más clara de ver nuestra falta de coherencia es preguntarnos ante cada circunstancia: "¿me gustaría que esto me lo hicieran o dijeran a mí?".

En lo profesional esta realidad se empieza a expandir en la medida que uno vaya asumiendo mayores responsabilidades: lo que hacemos o dejamos de hacer es visto por más personas y afecta a más personas. Ya no estamos expuestos a-la-pregunta-inocente de un hijo, pero no por ello nuestras faltas de coherencia se notan menos. Una empresa es una cadena donde tanto los buenos como los malos ejemplos tienen por lo general un efecto en cascada.  Cada vez que el ámbito de influencia se amplía, la falta de coherencia se hace más evidente. Quizá donde esto se nota más es en el ámbito político donde se ofrece y promete con demasiada ligereza. Ya hace tiempo que la mayoría de las encuestas revelan la mala consideración social que, en general, tienen los políticos. Claramente la percepción de la mayoría de los ciudadanos es que las promesas no van acompañadas de hechos.

Nuestra falta de coherencia, en el fondo, no es sino una forma de engaño, la cual podrá ser intencionada o inconsciente pero no por ello deja de ser un engaño...Una parte de la solución a este problema está en esforzarnos por actuar de forma coherente. Pero también, como afectados por las incoherencias de otros, nos corresponde corregirles para darles la oportunidad de mejorar. Para lograr buenos cambios se requiere una adecuada dirección de personas. Los dirigentes más efectivos son aquellas personas capaces de desarrollar una visión de futuro para la organización y, además, hacerla realidad. Formular una visión de futuro en una empresa significa clarificar en dónde queremos estar en cuanto a segmentos de mercado a atender, líneas de productos y servicios, tecnologías, capacidades que nos distinguirán de otros, estilo de personas…También es útil preguntarse “dónde no se quiere estar”. Nos ayuda a clarificar posiciones.

Vivimos en un tiempo donde los cambios sociales, políticos y económicos son frecuentes. Los cambios, en muchas organizaciones, son constantes. Unas personas se incorporan, otras se desvinculan, nuevas tecnologías, nuevas leyes, nuevos competidores. Quizá uno de los cambios más complejos para una organización sea mantener una estructura de acuerdo a su nivel de actividad económica. Los frecuentes vaivenes suelen traer consigo ajustes en los equipos de personas. Y las personas necesitamos una mínima estabilidad para realizar nuestro trabajo.

Los análisis para llegar a una propuesta incluyen la visión de futuro de la organización, la situación actual, las personas y el presupuesto disponible. Es muy recomendable contar con un especialista externo ya que estas modificaciones afectan a la estructura de poder y es complejo trabajar la propuesta con los afectados. En la práctica, este tipo de decisiones se suelen postergar. Y, si estos cambios no se realizan con rapidez, a veces, el remedio es peor que la enfermedad ya que los cambios en proceso agregan más inestabilidad a la situación general de cambios que se vive. Casi siempre, en estas situaciones, entre las personas, se genera una gran incertidumbre cuando se esperan cambios, pero estos no llegan. La incertidumbre se puede convertir en frustración o desánimo si no se gestionan bien las comunicaciones y se da rienda suelta a las filtraciones, chismes, fantasías… Postergar las decisiones de cambio suele ser más dañino que realizarlas aceleradamente.


Punta Arenas se encuentra en el extremo sur de la República de Chile. Varias veces tuve la suerte de visitar esta singular ciudad, por motivos de trabajo. Aunque tiene un clima inhóspito, sin embargo, la ciudad tiene su encanto y una historia novelable. Hasta la apertura del Canal de Panamá fue el principal puerto de comunicación entre los océanos Pacífico y Atlántico, a través del Estrecho de Magallanes. Hoy es el centro comercial y turístico más importante del extremo austral de Sudamérica. Imágenes de grandes transatlánticos que navegan junto a los pingüinos son habituales. En este entorno escuché la siguiente historia: “Treinta pingüinos están sobre ese iceberg que flota en medio del océano. Uno decide tirarse al agua. ¿Cuántos quedan? ¿Veintinueve?... Te equivocaste. Quedan los mismos treinta porque no es lo mismo decidir hacer algo que hacerlo”. O dicho con otras palabras: hablar-del-agua-no-te-moja, es necesario tirarse a la piscina. Este recuerdo me sirve para tener presente la importancia de actuar, de hacer, de emprender, de no caer en la parálisis por un excesivo análisis.

Publicado en "Diario de León" hoy, domingo, 26 de marzo del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/hablar-agua-no-moja_1148390.html