Publicado en "Diario de León" el lunes 24 de junio del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/fabular_1344735.html
La doctrina de la soberanía del
pueblo, de la bondad natural del hombre, de la división de poderes son hoy en
la vida política y social de Occidente dogmas intocables, además de algunos
otros. ¿A qué se reduce la democracia, la forma de gobierno presuntamente mejor
y éticamente obligada? La democracia pretende asegurar la libertad de todos los
ciudadanos con el argumento de que, al ser soberanos y decidir mediante el
voto, tan sólo se obedecen a sí mismos. Pero vamos, poco a poco, siendo
gobernados cada vez más por decisiones indiferentes a nuestros más importantes
intereses. Lo que actualmente se denomina democracia es un sistema en el que
unas oligarquías aspirantes recurren, cada cuatro años, a una votación para
que, entre manipulaciones varias, se resuelva quién va a detentar el poder. El
desgobierno de la sociedad acontece cuando la ley no es una ordenación de la
razón, sino producto de la voluntad.
La investigación sobre los
niveles de calidad democrática de un país exige múltiples enfoques, que pueden abarcar
desde el control del proceso electoral hasta la discusión sobre el grado de
desarrollo económico y atribución de condiciones dignas de vida a los
ciudadanos. No valdrá proponer una tras otras nuevas fórmulas montadas en el
aire. No será bueno, ni conducirá a nada firme, contraponer palabras a
palabras, pelear por etiquetas, concentrar nuestras fuerzas en la discusión
sutil de matices o bizantinos adjetivos. Tengo intolerancia a la verdura hervida y a la gente que me
hace perder el tiempo. El futuro no existe. Sólo el presente más inmediato
tiene el peso específico de lo real. Me gusta la filosofía porque me ayuda a
comprender mejor la realidad; en la filosofía siempre hay un propósito de
desvelamiento de la causa última.
Cabe entender la limitación de
mandatos como un intento de dar respuesta a la sensación de que el
representante se ha convertido en un verdadero profesional de la política que,
como dijera Max Weber, ha pasado de vivir para la política a vivir de la
política. Son perceptibles déficits de cualificación en determinados cargos
públicos, tanto de orden político como de dirección administrativa. La pérdida
de la referencia del mérito y capacidad para el ejercicio, en general, de todos
los cargos públicos. Sin embargo, es necesario encontrar un equilibrio entre el
rechazo a la profesionalización de la política y el riesgo de caer en el puro
“amateurismo”. Determinar qué sea la calidad democrática en un sistema
constitucional y con qué criterios medirla. La idea de buen gobierno,
analizando referencias ideales y reales que se expresan a través de
procedimientos, contenidos y resultados. Me temo, sin embargo, que sean
demasiados los políticos que pasan por alto estas nociones primarias, y que
quieren hacer pensamiento como quien escribe un wasap… No son auténticos: se niegan a sí mismos para entregarse
a-la-gente. Viven de criterios ajenos, carecen de sustancia afirmativa propia.
Su mente es vehicular, traslaticia e indeterminada.
A Camilo José Cela le preguntaron en una entrevista si
mentía alguna vez y contestó rotundamente: “¡Jamás!”. Pero presionado
hábilmente por el entrevistador acabó por admitir que, aunque no mentía, lo que
sí hacía en ocasiones era fabular. Y “fabular”, según el diccionario de la Real
Academia Española, es disimular una verdad mediante una ficción artificiosa, es
decir, algo muy parecido a mentir. Desconfío de quienes dicen yo-siempre-digo-lo-que-pienso,
porque esos suelen ser los más mentirosos de todos. Si fuéramos por ahí diciendo
lo que pensamos la vida sería insoportable y, concretamente, las relaciones en
la familia y en el trabajo, un infierno. También en los partidos políticos… A
mí me parece muy bien decir lo que pensamos cuando esto es agradable o persigue
un resultado; de lo contrario, es preferible callarse o recurrir a “fabular”.
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