@MendozayDiaz

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martes, 5 de mayo de 2020

Cansancios y egoísmos.


Una sociedad permisiva que educa a los niños en sus derechos, pero no en sus deberes. Nadie quiere hacerse cargo de esta situación. Los padres echan la culpa a los profesores, los profesores a los padres… ¿Soluciones? Desde pequeños hay que enseñarles a vivir en sociedad. Es esencial formar en la empatía, ponerse en el lugar de los otros. Educarles en sus derechos, pero también en sus deberes. Siendo tolerantes, pero marcando reglas, ejerciendo control y diciendo “no” cuando sea necesario. Paciencia, paciencia, paciencia. Utilizando el razonamiento, explicando las consecuencias que la propia conducta tendrá para los demás. Acrecentando su capacidad de diferir las gratificaciones, de tolerar frustraciones, de controlar los impulsos, de relacionarse con los otros.

Aunque la educación comienza al nacer y dura toda la vida, es en la franja de quince años que van desde los tres años de un niño a los dieciocho de un joven, cuando se adquieren los hábitos de conducta que podríamos llamar valores. Son los años de mayor dependencia familiar, los de la escolarización obligatoria, primaria y secundaria, aquellos en los que los amigos entran en escena, los años en los que tienen menor defensa frente a la influencia del entorno. Un adolescente tiene todos los días cuatro educadores en su horario: la familia, el colegio, los amigos y las redes sociales. Hay una tendencia actual a enseñar unos valores mínimos aceptables por todos. Son positivos, pero no por ellos dejan de ser mínimos: tolerancia, la bondad del diálogo, de la paz, del respeto al medio ambiente. Pero aquí no se agotan los mensajes educativos, y las familias son las que tienen mayor responsabilidad en transmitir aquellos valores que saben harán felices a los jóvenes. La felicidad no procede de hacer lo que uno quiere, sino lo que uno debe.

Demasiados niños consentidos –digámoslo claro, son niños maleducados-, sin normas, sin límites, que imponen sus deseos ante unos padres que no saben –o no les interesa porque quieren vivir tranquilos- decir no. El cansancio es legítimo, el egoísmo no. Su dureza crece si no se le ponen límites. Eluden responsabilidades. Echan la culpa a los demás de las consecuencias de sus actos. Niños agresivos que quieren imponer su idea o su deseo por la fuerza. Niños que no viven hábitos básicos de alimentación, sueño, descanso, orden…Se ve lo que él quiere en la televisión, se entra y se sale si así a él le interesa, se come a gusto de sus apetencias. Cualquier cambio que implique su pérdida de poder conlleva tensiones en la vida familiar. Son una bomba de tiempo. Es-que-tú-no-sabes-cómo-se-pone. Por más que le digo “no”, sigue con sus rabietas y enfados… No te preocupes, la maduración requiere tiempo. Pero no cedas. Si le has dicho que hoy no juega con la videoconsola, no cedas. No le va a pasar nada malo, al contrario, le estás ayudando madurar, a aceptar el no. “Te dejo, pero te callas”: la próxima vez gritará más y peor…Ceder a sus caprichos con tal de que se calle, dejarle ver un programa de televisión con tal de que se calle, no es el camino para educar bien a tu hijo. Es que estoy muy cansado y lo único que quiero es que se calle y nos deje en paz… Comprensible, pero piensa en su bien. Otra vez: el cansancio es legítimo, el egoísmo no.

Si a vuestro niño le consentís caprichos, contestaciones, malos modos, imposiciones, porque estáis cansados, porque no le dais demasiada importancia, porque-tampoco-es-para-tanto, es todavía pequeño, ya-habrá-tiempo o porque tenéis miedo a que se traumatice si le corregís seriamente: estáis equivocados. Alguien os lo tenía que decir. Con respeto y con cariño, pero también con claridad: estáis equivocados. Con esta actitud le estáis ayudando a ser un adolescente agresivo y maltratador. En definitiva, se convertirá en un hijo desafiante que terminará imponiendo su propia ley, y lo que es peor, no será feliz.

domingo, 26 de abril de 2020

Gracias al coronavirus.


Si, tal cual: gracias al coronavirus. Porque padecer y superar la enfermedad está siendo una experiencia positiva para mi vida. Los días, las noches, durante semanas, son especialmente largos postrado en la cama de un hospital, dan para mucho. He sido testigo de historias de humanidad. De trabajo en equipo, de momentos de estrés, de tensión, del personal sanitario, de cómo se movilizan ante una urgencia, de cómo sufren la muerte de un paciente, de cómo se apoyan… He oído cómo morían otros enfermos de habitaciones próximas, y también de compañeros de habitación. La pregunta, inevitable, es “¿por qué él y no yo?” Aquí está una de las claves. Tengo un buen amigo al que le gusta recordar que, para un cristiano, la alegría tiene las raíces en forma de cruz. Esto, para un cristiano, es obvio. Pero, después de lo vivido, pienso, que, para cualquier persona, independientemente de sus creencias religiosas, también. Descubrir que, en el dolor, el sufrimiento, el absurdo de estos días está el germen de una vida mejor, estoy convencido, depende la recuperación de cada uno.

Un episodio me ha marcado especialmente. Aproximadamente a la mitad de mi tratamiento, cuando ya había superado la etapa más crítica, llegó a la habitación un nuevo compañero. Un anciano, Rufino, así se llamaba, de unos noventa años, me dijeron las enfermeras. De cabello blanco, ojos claros, respiraba lentamente y con dificultad. Estaba agonizando. Estuvimos juntos un día y medio. Durante ese tiempo intenté estar a la altura, acompañando a un hombre que iba a entregar su vida, postrado en la cama de un hospital, solo, junto a un desconocido. Hasta el último momento mantuvo sus ojos abiertos. No sé si tenía esposa o hijos, pero, yo quería estar a la altura en el sentido de acompañarle con la dignidad, con el respeto, que requería el momento, como hubiera querido él, su familia. Me ha marcado profundamente.

Mi familia. Cuánto he sufrido pensando en su sufrimiento por saber que estaba gravemente enfermo y solo en la habitación de un hospital. Incertidumbre, miedo, impotencia. A veces -muchas veces- no poder estar con ellos, no poder abrazarles, se me hacía insoportable…También he pensado en el dolor de tantas otras familias que no han podido acompañar a sus seres queridos en el momento de su muerte o el día de su entierro, como, por ejemplo, la familia de Rufino, mi compañero de habitación. La familia, el amor de una familia, es una realidad cotidiana que quizá por ello, para muchos de nosotros, y en muchas circunstancias, ha pasado -tantas veces- injustamente inadvertida y no suficientemente valorada, cuidada. Otra de las cosas buenas de este proceso es que nos está ayudando a rescatar el valor, la grandeza de la familia: volver a la familia.

Lo que nos espera el día después es algo parecido a una posguerra. Un proceso de reconstrucción económica, pero, sobre todo, personal, humana; en el sentido de que va a poner a prueba la actitud, el fondo de cada uno de nosotros. Lo que para muchos serán amenazas para algunos serán auténticas oportunidades. Ya lo están siendo. Conozco universitarios que llevan años intentando terminar su carrera, pero, por sus circunstancias, por sus obligaciones familiares, porque estudian y trabajan, no han tenido el tiempo. Ahora, confinados, están dedicando doce horas al día a preparar las asignaturas pendientes. Y también conozco a otros, que, en una situación similar, únicamente preguntan sobre si se dará un aprobado general a los matriculados, como dicen que van a hacer en Italia.

La lucha contra el coronavirus tiene un componente político que, para nada, es ahora lo más importante pero que conviene apuntar de cara a analizarlo en el futuro. Este virus no se ha propagado por casualidad; estamos ante un caso claro de guerra bacteriológica. Las causas y sus responsables, estoy convencido, no se conocerán hasta pasados muchos años, como el asesinato de Kennedy, los atentados de las Torres Gemelas y otros hechos históricos, todavía, sin resolver.

¿Qué valoraré, cuando todo esto acabe y volvamos a la normalidad? Comulgar. Ir andando desde los juzgados hasta la facultad de Derecho, uno de los paseos más hermosos de los que uno puede disfrutar en nuestro querido León. Y tomar -en compañía de amigos- un café servido con la profesionalidad y simpatía de Raúl, el camarero de mi cafetería favorita.

sábado, 22 de febrero de 2020

Profesor Asociado de Derecho de la Unión Europea.


Hemos comenzado un nuevo curso del área de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de León. Un honor formar parte de este equipo como profesor asociado de Derecho de la Unión Europea.

Genealogía de Occidente.

Publicado en "Diario de León" el viernes 21 de febrero del 2020:https://www.diariodeleon.es/articulo/tribunas/genealogia-de-occidente/202002210950441988959.html

Occidente ha empezado a perder la fe en sus propias tradiciones y valores culturales. En el curso de poco más de una generación ha perdido su posición de orientador del mundo, hallándose actualmente bajo la amenaza de una desintegración. Ha sido tan grande el cambio que ha sufrido en la situación mundial que es difícil encontrar su paralelo en el curso de la historia. En comparación con él, los mayores cambios acaecidos en la historia de la cultura antigua, tales como la decadencia de la cultura helénica en el siglo II antes de Jesucristo, o la decadencia del Imperio Romano en los siglos IV y V de nuestra era, fueron relativamente graduales y mucho más limitados en sus efectos.

Occidente, una sociedad de pueblos unidos por una tradición espiritual común. El principio unitario no es geográfico, ni racial, ni político: es un principio espiritual que se ha impuesto por encima de toda la diversidad de pueblos y culturas que se han agrupado alrededor de una fe común, transformándose en una nueva comunidad con valores morales y cultura intelectual comunes. Durante siglos, hasta las revoluciones del siglo XVIII, Occidente fue identificado con la Cristiandad: la posesión de la fe cristiana que era considerada como presupuesto indispensable para la adquisición de los que ahora llamamos derechos políticos. Una nueva concepción de la personalidad humana y una crítica moral de la vida. 

Sobre este asunto acabo de leer un libro con un título precioso, inspirador: “Genealogía de Occidente. Claves históricas del mundo actual” de Jaume Aurell, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Navarra, a quien he tenido la suerte de escuchar en un seminario organizado por AEDOS y el Instituto de Empresa y Humanismo. Un libro de historia que invita a reflexionar, y a dialogar. Un gran esfuerzo de sistematización y claridad expositiva. La historia de nuestra cultura occidental abarca más de tres mil años…

Valores morales como el humanismo ejercieron su mayor influencia en la forma de vivir y pensar. La base esencial sobre la que se fundamentan los derechos democráticos es que todo ser humano es inviolable; y que nadie, ningún estado, ninguna autoridad, ninguna persona, puede decidir que la vida de otro es una vida inútil, sin valor, eliminable. Uno puede afirmar que una persona está viviendo en condiciones indignas, y luego empeñarse en remediar esas condiciones. Esto es humanitario. Lo que no se puede hacer, en nombre del humanitarismo, es afirmar que una persona no es digna de vivir, aunque tenga que vivir en condiciones indignas. Esto no es humanitario, sino totalitario. Cuando se hacen este tipo de afirmaciones se ha terminado el humanismo.

Nuestros gobiernos occidentales suelen ser sinceros en su preocupación por el bien de sus ciudadanos. Su reto está en saber en qué consiste este bien y qué exigencias tiene. No se está logrando el bien común -únicamente- porque el producto interior bruto o la renta per cápita vayan en aumento, o porque los servicios funcionen eficazmente. Se está logrando el bien común cuando un gobierno crea y defiende las condiciones para que los hombres puedan vivir como hombres; y esto exige proteger a todo lo que favorezca la dignidad humana y frenar a aquellos que quieran degradar o explotar a los demás, sea en lo económico o en lo moral.

Occidente no es un espacio geográfico, es una delimitación cultural. Se pueden construir mundos mentales ajenos al universo real, jugar con ideas que no responden a las cosas existentes. Pero, atención: detrás de este fraude está la agenda oculta de abandonar nuestra genealogía. Defender a Occidente es defender nuestra identidad política y cultural.

viernes, 14 de febrero de 2020

Llevarse el módem.


Jóvenes (niños…) y redes sociales. Un tema recurrente, de actualidad, de impacto en la educación de nuestros hijos. Hace unas semanas desayunábamos con la noticia de unos padres de Australia que, ante la negativa de sus hijos a acompañarlos en unos días de vacaciones, tomaron la extravagante decisión de llevarse el módem para intentar que así ellos también descansaran, “desconectaran” … Y, días después, con las declaraciones de una experta policía en asuntos de ciberseguridad que ha afirmado que “si los padres vieran lo que yo veo todos los días, no darían móviles a sus hijos”. Cuando comenzó a extenderse el uso de las redes sociales entre los jóvenes, asistí a una conferencia donde nos preguntaban a los padres con hijos adolescentes sobre cuál era la hora en la que nosotros pensábamos que internet estaba en su máximo pico de consumo. Unos dijeron que la una de la tarde, en plena actividad empresarial; o quizá sobre las diez de la noche cuando muchas personas, al final del día, revisan sus mensajes, sus redes, etc. No, nos decía el conferenciante: la red está colapsada, de lunes a viernes, sobre las dos de la madrugada… No me lo podía creer. ¡Pero si a esa hora se supone que la mayoría de la gente, y más en invierno, estamos durmiendo…! Pues-parece-que-no. Y quizá por ello, el conferenciante, previendo nuestra posible incredulidad, nos proyectó información detallada de consumos, facilitada por las compañías de telecomunicaciones. 

Las dos de la madrugada… Ahora me explico muchas cosas. Por qué a algunos adolescentes les cuesta tanto madrugar, por qué comentan los profesores que es cada vez más común que muchos jóvenes se queden dormidos en clase… Claro, cómo no, si están hasta las tantas y una conectados a internet bien sea en las redes sociales o viendo lo que vean, cómo van a estar suficientemente descansados para enfrentar un nuevo día. Definitivamente somos padres, formados en el siglo pasado, quienes tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos, que son de otro siglo. Nuestros hijos son “nativos digitales”. ¿Qué quiere decir esto? No entienden la vida de otra manera. Es su manera de aprender, de relacionarse. Ellos no han nacido con el concepto de “filtro”. Tu preguntabas, te recomendaban un buen libro, o te informaban mediante una conversación. Ellos no, ellos encuentran respuestas a todas sus preguntas en internet. Además, buscan su identidad real en las redes sociales donde las identidades pueden ser falsas y, para ellos, sin embargo, son “los” modelos. Sus relaciones sociales son, en muchos casos, virtuales no personales. Hablan, se enamoran, se pelean, se reconcilian… Ventajas para ellos: nadie me da la “chapa”, es mi zona de confort, mi entorno seguro. No tengo que aguantar las preguntas de mis padres: “¿por qué me preguntas?” “¿para qué me preguntas?”.

¿Qué hacer? Según los expertos, los temas claves para promover el uso seguro y responsable de internet entre los menores son: privacidad, virus y fraudes y las consecuencias de un uso excesivo. Concretando y dependiendo de la edad. Con los más pequeños: acompañar, prestar atención a lo que hace mientras está conectado; supervisar, acompañarle durante la búsqueda y su aprendizaje, elegir contenidos apropiados a su edad. Con los más mayores: dialogar sobre el uso de internet y el comportamiento seguro y responsable. Crear un clima de confianza y respeto mutuo. Que se sienta cómodo solicitando tu ayuda. Dialoga, interésate por lo que hace en línea, conoce su actividad en redes sociales. Enséñale a pensar sobre lo que encuentra en línea. Y, muy importante: sé el mejor ejemplo. Busca la desconexión, fomenta la comunicación familiar. El lado bueno de este tipo de situaciones es que empezamos a tomar conciencia del efecto invasor de internet en nuestras vidas. Lo que es un medio maravilloso y potente de información, diversión, comunicación, educación y aprendizaje va camino de transformarse en un monstruo tentacular que invade sin ningún tipo de reparo tertulias, relaciones y reuniones. Conviene tener momentos de desconexión real, total. Como, por ejemplo, en las comidas familiares, que tienen una gran importancia: ahí es donde se transmiten las buenas prácticas, los valores, la cultura. Que-no-cunda-el-pánico. Afortunadamente, en éste, como en tantos otros asuntos, hay buenas experiencias documentadas. Pero si en nuestro caso no resultaran, siempre quedará llevarse-el-módem…

lunes, 3 de febrero de 2020

Educar.

Publicado en "Diario de León" el viernes 31 de enero del 2020: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/educar/202001310929431982323.html

Una vida social sin pautas de comportamiento es insoportable. No me gusta generalizar, pero es evidente que ya son varias las generaciones que, desde niños, fueron educados en la espontaneidad, privados de pautas por las que regirse, que les ha causado una desorientación. Nadie-quiere-imponer-nada-a-nadie. Y, así, han crecido con pocas normas y modales. La educación cívica de los españoles. Cada vez más asilvestrados. El tuteo ha arrinconado a la palabra usted hasta convertirla en un arcaísmo. Ceder el paso o el sitio en el autobús lleva camino de convertirse en una extravagancia. Los rituales y las formas, también en el vestir, son expresión del valor que se concede a valores, símbolos y sentimientos.

El deterioro de la vida familiar y las nuevas tecnologías ponen en riesgo una buena educación. Muchos niños pasan muchas horas solos en casa o dedican demasiado tiempo a actividades extraescolares. Hay que reivindicar más tiempo para ellos. Huérfanos-de-padres-vivos: conciliar familia y trabajo. El gran papel que todavía tiene la familia en la sociedad española. La educación está mal, nos solemos quejar. Y tú como padre, como madre, ¿qué estás haciendo o, al menos, intentando hacer? Porque de lo que tu hagas, del resultado de tu intento -de tu esfuerzo- dependerá, en cierto modo, el impacto social de tus acciones (u omisiones): servicio-educativo-común. Los primeros modelos de identidad somos los padres. Solo la familia es capaz de producir amor de forma continuada. Y educar es amar.

La buena educación es algo más que lograr que los niños no coman mirando al móvil, gesticulen con los cubiertos o dejen libres los asientos a los mayores. La buena educación es mucho más que las buenas maneras, pequeñas reglas de urbanidad en el comportamiento que facilitan la convivencia. Educar es enseñar a pensar, enseñar a vivir. La capacidad que tiene el ser humano para pensar en cosas que le superan: la ciencia, las matemáticas, el arte, la religión. Muestra el dinamismo ascendente de la inteligencia humana. La vida es incompleta, provisional, interminable: siempre por hacer. Por ello, es muy importante fomentar la reflexión de los niños sobre sus vidas y sobre la condición humana, que se les ayude a responder a aquellas inquietudes o problemas que no obtienen una-respuesta-científica. Los principios y valores designan nuestra última realidad, nuestras verdades más íntimas y decisivas. La felicidad es un resultado. Es la consecuencia de lo que cada uno ha ido haciendo con su vida. Amar y trabajar conjugan el verbo ser feliz. Decisiones centrales: qué quiero ser, mis principios y valores para funcionar en la vida y con quiénes quiero compartirla. Las personas buscamos la compañía de otras para llevar mejor la existencia. La familia viene impuesta por la genética. A los amigos -y a la pareja- los elegimos. Y uno se retrata en sus amigos… y en su pareja.

A la escuela se le atribuyen funciones propias de la familia. Una sociedad inculta, desarraigada, manipulada, poco crítica, tiene todas las papeletas para acabar como sociedad desalmada. Mientras no nos decidamos a afrontar los retos de nuestro sistema educativo, éste responderá más a intereses de partido que a los de la sociedad a la que tiene la obligación de servir. La ciencia, la cultura y la educación deberían ser cuestión de Estado, es decir, estar por encima de la disputa política, no depender de los cambios de legislatura. Hay un exceso ambigüedad a la hora de apoyar a la familia con algo más que buenas palabras. Es necesario un retorno hacia la familia. A veces parece a punto de perderse, pero siempre rebrota porque en ella se encuentran las dimensiones esenciales para el conocimiento y la solución de los problemas.

martes, 7 de enero de 2020

Expatriarse.


Publicado en "Diario de León" el domingo 5 de enero del 2020: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/expatriarse/202001051103161973794.html

Casi todo el mundo afirma que irse a otro país es una oportunidad que no hay que desaprovechar, pero, a la hora de la verdad, pocos están dispuestos a dar un paso al frente. Que si una nueva vida, mayores responsabilidades, más “calidad de vida” (en muchos casos sólo quiere decir más dinero). La familia no siempre es fácilmente trasplantable y hay que conocer, antes, los riesgos. De recordarte las ventajas siempre se encarga alguien; de los riesgos no tanto. Un cambio de país no es la divertida aventura de meter muebles en un contenedor y niños en un avión y, al día siguiente, como si no hubiera pasado nada. Son demasiadas cosas las que cambian, a veces el idioma, la cultura, los amigos, el entorno, el colegio, la familia… Ponerse-en-el-lugar-de-los-otros. Por ejemplo, de los hijos. Llegar a un colegio en otro país suele ser terrible. Y al regresar el problema es el contrario. En definitiva, aprender a adaptarse.

Y qué decir de cuando el cónyuge, no pocas veces, va algo forzado porque ha tenido que dejar su propio trabajo. Eso dificulta la integración, ya de por sí compleja. ¿Y si él o ella no quiere moverse? ¿Adiós oportunidad o quizá la solución sea vivir cada uno en un sitio?: malo, malo… Incluso pueden emerger problemas de pareja latentes y venirse todo abajo. La decisión de un traslado ha de tomarse conjuntamente por los cónyuges, de forma muy meditada. Un asunto todavía sin resolver: el asunto de las carreras duales. Ya sabes, aquello de sorber y soplar al mismo tiempo. El viejo esquema de directivo con esposa dispuesta a seguirle a donde sea es, desde hace años, parte del pasado. Lo normal es que ella también trabaje, muchas veces, cada vez más, con un buen trabajo, igual o mejor que el de él. No siempre es ella la que deja el trabajo. Es un asunto de pareja y como tal debe resolverse: uno de los dos debe renunciar a su carrera o modificarla. No siempre se tienen todas las soluciones a todos los problemas.

La movilidad es un plus en la carrera profesional y una prueba que mide la solidez de la familia. No siempre es fácil. A un amigo la maravillosa promoción de su carrera profesional le costó el divorcio. Su empresa le propuso irse a México como director general de una empresa del grupo. Su mujer tuvo que dejar el trabajo. No fue fácil acostumbrarse al nuevo entorno. Los problemas conyugales se multiplicaron hasta el punto de que ella decidió volverse a España con su hijo. Él regresó cinco años después y su hijo prácticamente le había olvidado. Con el tiempo consiguió reconstruir los lazos, con su hijo… Tres años después le ofrecieron otro puesto en el exterior y, aunque era más cerca, Londres, no aceptó. En detrimento de su carrera no quiso volver a poner en peligro su familia.

La integración es fácil para el profesional porque mucho de ésta se produce a través de su trabajo, pero el otro y los hijos lo pueden pasar muy mal al verse en la obligación de crear nuevas relaciones sociales partiendo de cero, con barreras idiomáticas y culturales. Si del traslado derivan problemas conyugales es porque ya existían previamente. Si hay una buena relación de pareja la unidad se refuerza, al existir un objetivo común que hay que enfrentar. En cualquier caso, la clave del éxito pasa por estar cerca de la familia, sobre todo en el periodo inicial. Que se imbuyan rápidamente de la cultura local, que hagan amigos nativos y viajen para aprender las costumbres. Que sean positivos y aprovechen la oportunidad de disfrutar de las cosas buenas de ese país, ya que el choque cultural puede hacer que sólo se fijen en lo negativo. Que aprecien en lo que vale la educación internacional que recibirán los hijos y los conocimientos de otras lenguas y formas de ser. En muchos casos, viviendo una experiencia de expatriación, la familia se vuelve como una piña, las nuevas experiencias se viven en común. Se aprende mucho.