El cambio aparece como una
constante para todas las organizaciones, habitualmente generado por nuevas
necesidades de las personas y empresas o por cambios legales. La presencia y el
dinamismo de muchos competidores aconsejan que estos cambios sean rápidos y
oportunos. Algunas organizaciones no tienen conciencia de que quien no avanza
retrocede y, por tanto, pudiera peligrar la continuidad de su organización. La
explicación de esta situación suele tener múltiples causas, pero hay una, no
tradicional, que son los malos jefes.
Estos individuos se suelen
caracterizar por valorar excesivamente los estudios formales. Se pasan la vida
en los seminarios de moda y leyendo el material que allí les venden. Dominan el
lenguaje técnico de gestión. Son excelentes para iniciar y permanecer
analizando situaciones que nunca llegan a concretar; por ejemplo, haciendo
largos listados de fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas respecto a
la posición competitiva, sin llegar nunca a definir un plan de acción. Suelen
ser bastante soberbios, muy pagados de sí mismos, se auto citan constantemente
y reaccionan mal cuando se les contradice, no se les celebra sus ocurrencias o,
simplemente, se tiene otra opinión. ¿Identifica usted a algún dirigente de su
organización con estas características? Si es así o peor todavía, si hay
varios, le tengo una mala noticia: con ellos, será difícil mejorar. Sólo caben
dos alternativas: o apoyarlos en su proceso de cambio personal o prescindir de
ellos.
Cada día es más común que en las ofertas de trabajo se
solicite como requisito fundamental para acceder al cargo, el que los
candidatos tengan “espíritu emprendedor”. En el perfil del candidato muchas
veces se señala “indispensable iniciativa personal”, “se requieren
profesionales proactivos” o, simplemente, se demandan competencias como
creatividad, autonomía y capacidad de innovar. Incluso, a veces, estas
habilidades son más importantes que los grados académicos. No es que las
empresas se hayan relajado a la hora de seleccionar personas, sino que se han
dado cuenta de que, en un mundo tan saturado de información, con tal cantidad
de conocimientos por área y con una tecnología que evoluciona tan rápido, es
imposible dar con profesionales capaces de abarcar toda esa información. No hay
carrera que pueda enseñar todo, tendría que durar toda la vida.
Por eso es importante encontrar, más que conocimientos,
actitudes que permitan aprender. Más que especialistas en un determinado
oficio, se necesitan profesionales con inquietudes, capaces de adaptarse a los
cambios, con iniciativa y autónomos. Porque eso es mucho más difícil de enseñar
y, ya con esas cualidades, es más fácil adaptarse a las exigencias de los
distintos trabajos. Es por eso por lo que, en este momento, lo que muchos piden
a los educadores es que se preocupen de fomentar cualidades como el espíritu
emprendedor, la iniciativa, la creatividad, la capacidad de adaptarse a los
cambios. Que la preparación de los alumnos esté más vinculada al desarrollo de
habilidades generales y de valores que a la capacitación en una habilidad o
dominio específico. Desarrollar la iniciativa personal, la creatividad, el
trabajo en equipo y el espíritu emprendedor; reconocer la importancia del
trabajo como forma de contribución al bien común, al desarrollo social y
personal.
Emprender es buscar nuevas soluciones, nuevas alternativas,
nuevas respuestas. En los centros educativos se entregan muchos premios, pero
no es normal que se entregue uno al alumno más creativo. No se trata de
convertir a todos los jóvenes en empresarios en el sentido tradicional de la
palabra, sino en ayudar a los alumnos a ser empresarios de sus propias vidas.
Motivar a los alumnos a que aprendan a través de proyectos, resolviendo
problemas y no repitiendo contenidos. Que construyan la teoría desde la
práctica. Más que enseñar, se busca despertar lo que todos tenemos de
emprendedores. Personas que enseñen a soñar.
Tener un buen jefe es una de las mayores satisfacciones que
una persona puede tener en su vida. Durante muchos años, la mayoría de los
sistemas de mejora de las organizaciones se basaron principalmente en el
estudio formal de sus procesos más que en el análisis del comportamiento de las
personas que participaban en esos procesos. Hoy -afortunadamente- la tendencia
es proponer programas de mejora a partir del estudio detallado del desempeño de
las responsabilidades del colaborador, de su preparación, de su trabajo en
equipo. Una vez más se concluye que lo más importante para que una organización
mejore es contar con gente formada para desarrollar la tarea que se le
encomiende y, también, con una distinguida habilidad para relacionarse
adecuadamente con otras personas: compañeros, clientes y directivos.
Aquí está la explicación de por qué fracasan muchos intentos
de mejora: porque se enfocan únicamente en los procesos formales, en las
estructuras, en los organigramas sin caer en la cuenta de que detrás de cada
uno de esos procesos siempre hay una o varias personas de quien depende el
éxito o el fracaso. El reto de quienes tienen la responsabilidad de dirigir es
conseguir que esas personas quieran y hagan lo que la empresa quiere, y lo
hagan cuándo y cómo la empresa quiere. Libremente, pues, si no, no se lograrán
buenos resultados. Y quien lo logra merece ser llamado “un buen jefe”.
Publicado en "Diario de León" el miércoles 8 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/buen-jefe_1290616.html