Una
vida sin amor es una vida comparativa, es una vida en la que fácilmente se
viene a juzgar o a envidiar. No es ésa la vida del amor. La vida del amor no es
una vida comparativa; vivir el amor es participar; la vida del amor es abrirse
a una actitud de admiración por los demás; no de desdén ni de desprecio, ni de
envidia. Recuperar al hombre: un reto que viene estimulado por las
consecuencias inhumanas de la insolidaridad, de la violencia, de la destrucción
de la naturaleza, de los excesos de la ciencia y de la tecnología y de los
muchos agobios que genera la barbarie. La sociedad es humana por estar
compuesta de hombres de carne y hueso, singulares e íntimos.
Hay
quienes han perdido el hábito de dirigir su vida. Y esto, me parece a mí, es
causa de un terrible desgaste para el hombre. Porque el hombre vive, incluso en
las situaciones en las que parece estar más divertido, preguntándose siempre
sobre sí mismo. Es una pregunta las más de las veces inconsciente, pero
roedora, que nos va desgastando. No tenemos idea clara de cuál es nuestro
verdadero rostro, y por eso en ocasiones nuestro vivir es un vivir como
desconcertado; tenemos la impresión de estar viviendo una rara comedia, y de no
estar situados en el lugar en el que sospechamos que nuestra vida sería una
vida pacífica y creadora. Pero, insisto en ello, por mucha que sea la
preocupación, la vida sigue, se busca el quehacer, la diversión, el placer, la
emoción de cada hora. La vida personal ocupa el primer plano, se afana uno con
la propia intimidad, con las personas queridas, con los proyectos -aunque sea
vea con claridad que no son seguros, que están amenazados más de lo usual en
todos los momentos de la vida-. Se es feliz o infeliz a pesar de todo. Estas
palabras son decisivas, y rarísima vez se tienen en cuenta.
Cada día tiene su afán, suele decirse. Gran
verdad. Cuando se dice que la vida es cotidiana, se suele pensar en su
monotonía, pero se olvida la otra cara de la cuestión: que se vive día-tras-día;
cada día es único, con su mínimo programa, su desenlace, su balance vital, en
que rinde cuentas. La eliminación de esto deshace la verdadera estructura del
vivir, lo deja amorfo, y es la vía por la que penetra el tedio. Porque,
efectivamente, el vivir va creando una serie de circunstancias y necesidades
que hacen que vayamos perdiendo la iniciativa y, con la iniciativa, la libertad
va disminuyendo poco a poco nuestra admirable capacidad de hombres que se
sienten responsables de las cosas. La vida no consiste solo en lo que se hace,
sino también en lo que no se hace; que los proyectos frustrados, interrumpidos
o abandonados forman igualmente parte de la trama de la vida.
No
bastan nueve meses, sino ochenta años para hacer un hombre; ochenta años de sacrificios,
de voluntad, de tantas cosas. Y cuando este hombre está hecho, cuando ya no
queda nada en él de infancia, ni de adolescencia, cuando en verdad es un
hombre, ya no vale sino para morir. El verbo vivir va adquiriendo, desde la primera
niñez hasta la muerte, diversas significaciones; es poco probable que lo
advirtamos, porque es un proceso lento, porque nuestra atención va
primariamente a los hechos, a los acontecimientos, a los cambios de situación. Lo que verdaderamente
importa acontece en un tiempo más o menos dilatado, impreciso, y nunca se
formula en cuanto noticia. No
en el objetivo, sino en el camino que se sigue para conseguirlo, es donde se
muestra la radical diferencia no tan sólo de la actitud inicial, sino incluso
de la finalidad que en realidad se busca. La verdad es la realidad de las cosas. La libertad es fundamental. La
libertad no consiste tanto en poder elegir como en el modo en que elegimos.
Elegir sin coacción exterior. El acto más propio de la libertad es amar, el
querer de verdad. Hacer las
cosas porque-nos-da-la-gana es uno de los mejores motivos para hacerlas.
Expresión más propia de la libertad: hacer las cosas porque queremos hacerlas.
Si,
efectivamente, deseamos una renovación del mundo, la razón y la experiencia de
la vida nos dicen que es preciso que aquella renovación tenga lugar primero en
cada individuo, en la vida interior personal. De lo contrario, querer cambiar y
renovar al hombre entero cambiando y renovando primero su mundo exterior, sería
un cambio superficial, una renovación artificial que podría ser acusada de
hipocresía y que no satisfaría al hombre sino por un corto espacio de tiempo. No
podemos ser ingenuos, pues de lo contrario caeremos en el mismo error juvenil
de no querer aprender del pasado, de no aprovechar la experiencia de nuestros
predecesores. Profundizar en las causas de la falta de
equilibrio y de unidad de vida que se echan en falta en nuestras vidas. Cuando no sabe de quién es la cita
es muy socorrido decir que se trata de un proverbio chino. Dice-un-proverbio-chino:
el mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años; el segundo mejor
momento es hoy… Lo importante no es
interpretar el mundo, sino mejorarlo.
Publicado en "Diario de León" el viernes 2 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/mejor-momento_1289066.html