En España, tenemos que aprender a trabajar más en menos tiempo, porque somos los que más tiempo dedicamos al trabajo y, sin embargo, no estamos en los primeros puestos de productividad.
El valor necesario para ello probablemente sea el del compromiso: ya no basta con que una persona esté motivada para trabajar, sino que también hace falta que lo esté para mejorar.
Otro aspecto a considerar es no confundir trabajo con presencia.
Hoy, gracias a las tecnologías, es posible trabajar desde lugares muy distintos.
Y no olvidemos que, en los procesos de selección, se tienen muy en cuenta los aspectos extra laborales.
Es decir, el curriculum vitae también debe hacer referencia a la vida, no sólo al trabajo.
Familia y trabajo son dos ámbitos de desarrollo humano y profesional que se enriquecen mutuamente, pero no hay que olvidar que el trabajo es instrumental para la familia, y no la familia instrumental para el trabajo.
Ambos, hombre y mujer, tienen que priorizar su hogar como su primera empresa, no sólo en su cabeza y en su corazón, sino también en su agenda diaria.
Si no es así, como el trabajo es más rígido, con objetivos, incentivos o sanciones a corto plazo, y la familia más flexible y comprensiva, al final el deseable equilibrio entre trabajo y familia se quiebra en contra de la familia…
El trabajo es como un gas que se mete en todas las grietas que dejamos en nuestra vida, y que acaba llenándolo todo si no ponemos muros de contención.
Otro factor que contribuye a la situación de confusión actual es el mismo concepto de trabajo.
A veces, se exalta el trabajo remunerado como único indicador de la valía de una persona: tanto cobras, tanto vales.
Es preciso superar esta visión economicista que sólo valora lo que se puede cuantificar y lo que se remunera, y que ha influido en gran medida en la progresiva devaluación de los trabajos domésticos y de cuidado de personas, una cuenta cuyo valor económico de mercado, si se tuviera en cuenta, haría que el PIB de España aumentara en torno a un cuarenta por ciento.
Uno de los requisitos para que una persona trabaje bien es que tenga claro en qué consiste su contribución… Sí, algo tan simple como esto…A veces lo damos por supuesto, y no siempre es así.
La persona debe conocer los detalles de las tareas que debe realizar, cómo relacionarse con el equipo, qué se espera de su trabajo…Esta es la primera y más importante responsabilidad de su jefe directo.
Además, quien tenga la responsabilidad de dirigir personas debe concretar con sus colaboradores objetivos estimulantes, alcanzables, precisos y medibles.
Esta buena práctica facilita que las personas concentren sus energías en lograr los objetivos acordados, trabajen mejor y alcancen un alto desempeño.
Valorar a la persona es otro factor importante.
Esto no significa sólo tratarle con el respeto que merece toda persona, independientemente de su posición jerárquica.
Un colaborador se siente especialmente valorado cuando sus opiniones son escuchadas y consideradas por quien tiene la responsabilidad de tomar las decisiones.
Y también se siente especialmente valorado cuando, en los asuntos de su competencia, se le da libertad para elegir la solución que considere mejor.
Las personas necesitamos a otras personas para nuestro pleno desarrollo.
Esto es así en la empresa y fuera de ella.
En la empresa, esta interrelación, se puede facilitar cuidando las reuniones de trabajo, institucionalizando los momentos de retroalimentación, garantizando la equidad de los sistemas de compensación.
Y sobre todo, cercanía.
Quien tiene la responsabilidad de dirigir tiene que estar visible y ser accesible para sus colaboradores. La rigidez crea distancia.
Una buena comunicación siempre se ve recompensada con mejores resultados.
Las vacaciones de verano son, en general, buenas oportunidades para detenerse, revisar el camino recorrido y definir los próximos pasos. Los de nuestras organizaciones, y los nuestros… Nosotros primero, siempre.
El logro de las metas de las empresas dependen del grado de compromiso de las personas que en ellas colaboran, más allá de la responsabilidad que desempeñen en la organización.
Por tanto, para un directivo es prioritario contar con un equipo de personas, conocedoras de su trabajo, esforzadas en hacerlo bien, con ganas e ilusión por lograr los objetivos. En definitiva, de un equipo de colaboradores.
Una actitud formada en el esfuerzo por hacer las cosas bien supone un buen antídoto para superar los circunstanciales estados de ánimo.
La voluntad se puede entrenar, y eso depende de cada uno de nosotros.
Ese entrenamiento de la voluntad se logra a base de pequeños vencimientos, de pequeños esfuerzos, del logro de metas, que comienzan siendo pequeñas y, una vez educada nuestra voluntad, pueden superar todas las expectativas.
Esforzarnos, insistir en lograr lo que nos cuesta engrandece y fortalece nuestra voluntad. Lo más difícil suele ser el compromiso con lo pequeño, con lo menos importante, con lo que suele pasar inadvertido ante los demás…
Los buenos colaboradores que he conocido (y he tenido la suerte de conocer a muchos) son personas que se preocupan y ocupan de los detalles, de hacer bien las cosas pequeñas, con el mismo interés y esfuerzo con el que atienden los grandes asuntos de sus vidas.
Una voluntad entrenada para hacer las cosas bien se manifiesta en propósitos firmes y un ánimo superior para enfrentar las contrariedades.
Estas son algunas de las diferencias entre un empleado y un colaborador.
Aparentemente es igual, pero no es lo mismo… Ese plus es el que marca la diferencia, y una diferencia que no es menor.
Las organizaciones de alto desempeño se definen por ser organizaciones de colaboradores.
Vivir en León tiene muchas ventajas. Una de ellas es que tiene buenas librerías -como la Librería Universitaria- donde encuentro libros inspiradores.
Ortega y Gasset es uno de mis escritores favoritos desde que en COU (hoy Segundo de Bachiller… yo soy de la “generación EGB”…) leí “La España invertebrada”.
Hijo, nieto, sobrino, primo y hermano de diputados. De familia culta, preocupada por la política pero también por el saber, el arte, la cultura.
Un filósofo que hacía filosofía desde las páginas de los periódicos.
Una original fórmula que dotaba a su pensamiento filosófico de la frescura de la actualidad. Artículos breves, sugestivos, contundentes.
Un estilo literario atractivo, cautivador.
Una especie de pedagogo público, según Ángel Valero Lumbreras, doctor y catedrático de Filosofía, y autor del libro “José Ortega y Gasset, diputado”.
Ortega se inició en la militancia partidista en la primera década del siglo pasado, incorporándose al proyecto reformista de Melquidades Álvarez, una alternativa al régimen bipartidista de la Restauración. Ahí coincidió con Manuel Azaña y Fernando De los Ríos, y los tres se reencontrarían en las Cortes Constituyentes de 1931 pero en organizaciones políticas distintas.
Intentó transformar el viejo liberalismo español en un liberalismo social de matriz socialdemócrata, en línea con el pensamiento de Hermann Cohen, su maestro alemán.
Fundó la Agrupación al Servicio de la República con otros intelectuales no afiliados a partidos políticos como Gregorio Marañón o Ramón Pérez de Ayala. Y así concurrió a las elecciones constituyentes de 1931 siendo elegido diputado por León.
El Profesor Valero, en su libro, se enfoca en el análisis de los siete discursos pronunciados por Ortega durante las sesiones parlamentarias de 1931 y 1932. En ellos, básicamente, reivindica las virtudes republicanas como salida a la crisis de la democracia representativa formal.
Muchos de sus planteamientos todavía hoy son de actualidad como su propuesta de suprimir el Senado que consideraba anacrónico y denominaba, con cierto gracejo, la “quinta pata del carro”...; o el régimen fiscal de las herencias, o su precisa y brillante lección de filosofía y derecho político acerca del significado de federalismo y autonomía.
Sus intervenciones eran verdaderos aldabonazos, llamadas a mantener la autenticidad de la República, lejos de extremismos y radicalismos excluyentes.
Una de sus principales propuestas era regenerar España a través de la educación.
Quizá, para mejor comprender su propuesta, conviene situarla en su contexto.
En esos años, en Barcelona, por ejemplo, ciudad que entonces tenía un millón de habitantes, había sólo un instituto de bachillerato, cuando en Alemania, en una ciudad equivalente, había cuarenta, o en Francia, catorce.
Defendió ideas que entusiasmaban. Ideas claras sobre lo que debía hacerse. Invitaba a pensar en grande.
Para José Ortega y Gasset la política es, ante todo, dibujar atractivos, animadores horizontes de mejoramiento cívico.
Y, además, leer sus discursos ha sido una oportunidad para conocer y aprender nuevas palabras, de saborear, una vez más, la riqueza de nuestra lengua. Ahí van algunas: azacanado, congruo, dintorno, epiceno, hiperestesia, abstrusa, ingurgitar, eutrapelia…
En fin, propuestas políticas, de José Ortega y Gasset, que invitan a mejorar; motivadoras y, todavía hoy, actuales.
Con la que está cayendo, esta lectura me ha resultado muy gratificante, me ha rescatado del asfixiante pesimismo del momento sobre las posibilidades de una auténtica regeneración social.
Y es que, como decía la señora Eustasia, “hijo, el que no se consuela es porque no quiere”.
Hace unos días, el primer ministro británico, David Cameron, propuso universalizar los filtros para menores que ya se incluyen en navegadores y buscadores, y extenderlos a todos los ordenadores de Reino Unido, tengan la edad que tengan sus propietarios.
En la práctica supondrá que los ciudadanos que quieran consumir porno tendrán que solicitarlo explícitamente a su proveedor, es decir, identificarse para que le desactiven el filtro.
Cameron justificó su propuesta como un paso contra la negativa influencia de la pornografía en la formación de los niños, y con el fin de proteger a nuestros menores de los abusos sexuales. Es la respuesta de su gobierno al debate suscitado en el país a raíz de la muerte de dos niños cuyos asesinos eran asiduos a la pornografía infantil.
Estas nuevas medidas contra la pornografía contienen otras modificaciones, como la de hacer una lista de términos pornográficos que no den resultados en buscadores.
Cameron puso un ejemplo: si alguien teclea la palabra niño y la palabra sexo el buscador aconsejará al internauta algo similar a esto, “¿te refieres a educación sexual para niños?”.
Las empresas y organizaciones con intereses económicos en juego ya han comenzado a reaccionar.
Argumentos… tantos como gustos y colores.
Hay empresas de buscadores que proclaman el derecho de sus usuarios a teclear cualquier palabra y aseguró que la propuesta atenta contra los derechos a la intimidad y a la libertad de expresión.
Algún colega al servicio de estos intereses ha afirmado que, si la propuesta de Cameron se concretara en una ley, significaría un serio retroceso a las libertades…
Otros no se andan por las ramas y manifiestan claramente que si se plantearan obstáculos para acceder a páginas webs con contenido adulto (este es el término políticamente correcto con el que se denomina a la pornografía…) puede tener un impacto considerable sobre los beneficios económicos de una industria que es legal… Dinero, dinero, mucho dinero…
No ha faltado quien ha argumentado sobre las dificultades técnicas que conllevaría el desarrollo de estas propuestas.
El mensaje de Cameron ha sido muy claro para estas empresas, ustedes tienen el deber moral de actuar. Si hay obstáculos técnicos para que actúen los motores de búsqueda no deben mantenerse al margen y decir que no se puede. Empleen esos grandes cerebros para ayudar a superar los obstáculos.
Me parecen muy acertadas las propuestas de David Cameron, pero tengo serias dudas de que se lleguen a concretar en una ley. Hay intereses económicos de muchísimos ceros que podrían verse afectados y este tipo de organizaciones son especialistas en cabildear.
Habrá que esperar hasta el otoño.
No suelo escribir sobre los libros que leo.
Cuando lo hago es porque tratan algún asunto histórico, político o social que considero de interés compartir.
Hay veces que la publicación de un libro se convierte en un acontecimiento, y creo que éste es el caso.
Se trata de la segunda novela de un joven escritor suizo, Joël Dicker, con orígenes familiares rusos y franceses.
Una novela policiaca y romántica a tres tiempos -1975, 1998 y 2008- acerca del asesinato de una joven de quince años en la pequeña ciudad de Aurora, en New Hampshire.
En 2008, Marcus Goldman, un joven escritor, visita a su mentor -Harry Quebert, autor de una aclamada novela-, y descubre que éste tuvo una relación secreta con Nola Kellergan.
Poco después, Harry es arrestado, acusado de asesinato, al encontrarse el cadáver de Nola enterrado en su jardín. Marcus comienza a investigar y a escribir un libro sobre el caso. Mientras intenta demostrar la inocencia de Harry, una trama de secretos sale a la luz.
La novela intercala los consejos que Quebert da a Marcus sobre cómo escribir un libro.
No es común que un libro reciba de forma tan unánime y simultánea el favor de público y crítica. Lo de casi siempre, hay libros que gustan a los críticos y no a los lectores, y viceversa…
Esta novela ha sido galardonada con el Premio Goncourt des Lycéens, el gran premio de Novela de la Academia Francesa, y el Premio Lire a la mejor novela en lengua francesa.
Se ha traducido a treinta y cuatro idiomas y ha sido muy comentada en las redes sociales.
El argumento está muy bien pensado y el misterio no se vislumbra antes de tiempo. Cuando parece que ya estamos en pleno desenlace, el autor nos sorprende con un giro magistral.
Es difícil que un libro de casi setecientas páginas atrape como lo hace éste. Un libro para quienes quieran y puedan engancharse durante horas con una historia…Tiene magnetismo, uno quisiera leerlo sin interrupción.
Recomendable. La novela me ha gustado y la considero muy buena. Su autor tiene el listón muy alto para la siguiente.
Me encantó la portada del libro, el óleo de Edward Hopper, “Portrait of Orleans” (1950). Un cuadro costumbrista que enmarca perfectamente el ambiente de la novela. O así me lo imagino.