Nuestra pobreza –miseria, incluso- es de ideas, de falta de profesores motivados y bien formados, comprometidos.
Tenemos orientaciones pedagógicas equivocadas, métodos ineficaces, contradictorios y hasta contraproducentes.
El presupuesto siempre es insuficiente a la hora de hacer más de lo mismo.
Seguiremos así mientras no acabemos con la lucha estéril y letal para España, de conflictos de poder, de partidos, de sindicatos, de religiones, de ideologías que hay en nuestro sistema educativo y que no deja de atentar contra el presente y futuro de nuestra educación.
Mientras tanto el mundo avanza.
La base del conocimiento se duplica cada cuatro años. Según estudios recientes, se estima que en el año 2020 lo hará cada 73 días…
La educación es la principal inversión, e incluso el mejor gasto de un país, pero bien hecha.
Nuestros ciudadanos, no sólo los que se encuentran en edad escolar, sino todos, deberían encontrar en la educación permanente una herramienta para adaptarse y aprovechar los nuevos y dinámicos procesos educativos y de negocios.
Se nos está advirtiendo, por las encuestas y los analistas, que está faltando la enseñanza de la ética, de la moralidad, de la cortesía, la urbanidad y las buenas costumbres.
Los jóvenes, mayoritariamente, están solos, desorientados, apáticos, desmotivados: vacíos…Y, en parte, por la mala educación que estamos entregando entre todos.
Es indispensable que conozcan las obras filosóficas principales, la gran literatura de todos los siglos, el arte y también que comprendan los principios matemáticos, así como el desarrollo histórico de las ideas, de la política y de la sociedad.
Un estudiante formado moral e intelectualmente en las humanidades, y habituado al análisis y a la reflexión, debería ser más “productivo” en cualquier trabajo.
Y, lo más importante, sería mejor persona.
La credibilidad ha pasado a ser uno de los aspectos fundamentales de la relación del individuo con la sociedad.
Se trata, en definitiva, de la confianza que tiene el ser humano en sus semejantes e instituciones con quienes se relaciona.
No se trata del aspecto formal de estas relaciones, que pueden estar reguladas por leyes o por acuerdos privados entre las partes, sino de la convicción íntima de las personas que sus derechos serán respetados y que los compromisos adquiridos se van a cumplir.
La importancia de la credibilidad es mucha.
Desde el punto de vista económico, la falta de credibilidad incrementa los costes. Por ejemplo, la falta de confianza en las personas y en las empresas, lleva a la necesidad de constatar la identidad y solvencia financiera de los clientes, de tal manera, que cada día son más las empresas dedicadas a proveer este servicio.
Si no hay credibilidad en la justicia, se buscan mecanismos de solución alternativos al sistema judicial.
La falta de credibilidad en la política y en los políticos ha llevado a que muchos ciudadanos no tengan interés en participar, ni siquiera votando.
La gente normal ve a los políticos lejos de la realidad; y muchas de sus acciones, aun siendo legales, se perciben como poco éticas. Es el caso de los conflictos de intereses. La falta de una clara regulación de los grupos de presión (que de hecho existen en forma de asesores o relaciones públicas) es el origen de muchos de los desaguisados de actualidad.
La responsabilidad política como asunto de ética no se considera. Las dimisiones son rarísimas y casi nadie asume responsabilidades por la función que desempeña.
En la opinión de la gente, la credibilidad o la falta de ella, se forma lentamente en el tiempo y generalmente no está asociada a un suceso específico, sino a un cúmulo de acontecimientos o detalles que alimentan la confianza o desconfianza.
En fin, ¿pero esto tiene solución…? ¡Claro que sí!: tan sencillo como que cada uno de nosotros sea mejor y cumpla sus promesas y compromisos.
El significativo avance del conocimiento y su energía creativa están aportando fantásticas oportunidades para nuestras organizaciones.
En las últimas décadas hemos observado la relevancia de que todas las personas que forman la empresa desarrollen una inteligencia distinta, complementaria, insustituible: la inteligencia emocional.
Se define como el conjunto de aptitudes personales y sociales que son claves para el éxito de una empresa.
Esta aptitud es una característica de personalidad o conjunto de hábitos que facilitan un desempeño laboral superior.
Y permite diferenciar el capital intelectual de una organización, su reconocimiento como única en el mercado gracias a las aptitudes diferentes de sus colaboradores.
Para desarrollar plenamente esta habilidad hay que entrenarse para reconocer los propios sentimientos y los ajenos. Conocernos y ser capaces de ponernos en el lugar del otro.
Y no es tan fácil como parece. Cada vez tenemos gente más preparada académicamente pero, en muchos casos, con serias incapacidades para trabajar en equipo, para colaborar.
Es importante enfocarse en este punto porque, hoy, todas las organizaciones cuentan con gente con capacidades intelectuales similares pero, sin embargo, la diferencia, la gran diferencia, está en su inteligencia emocional.
Es paradigmático el caso del “directivo” que dirige su equipo únicamente a través de correos electrónicos, y es incapaz de escuchar a sus colaboradores, de comunicarse.
En fin, el futuro no es de las organizaciones que sólo se rodean de gente brillante académicamente sino de aquellas que identifican y desarrollan a personas que, además, se esfuerzan por ser mejores personas.
Está de moda hablar de las múltiples formas –más allá de las obvias- en las que los hombres y las mujeres se diferencian entre sí.
Los lingüistas dicen que las mujeres se comunican de distinta forma que los hombres. Los neurólogos dicen que el cerebro de las mujeres funciona diferente. Hace años, un famoso escritor dijo aquello de que los hombres son de Marte, las mujeres de Venus.
Sin embargo, cuando se trata del interés y la atención a la familia, hombres y mujeres no son tan diferentes. O cada vez menos.
El tiempo que dedican a cuidar de su familia y a los quehaceres domésticos, su reacción ante los conflictos que surgen entre la familia y el trabajo, y la forma en la que buscan conciliarlos se está volviendo tan similar entre hombres y mujeres que los observadores de estos asuntos están gratamente sorprendidos.
La idea de que el hombre es cada vez más sensible y más consciente de las relaciones no es nueva. Sin embargo, los cambios que se vienen observando van más allá de las actitudes. A muchos hombres también les preocupa equilibrar su vida laboral y profesional, algo que antes se creía propio solamente de las mujeres.
Los hombres se están involucrando más en el proceso de crianza de los hijos. Ya traen en su agenda la importancia de pasar más tiempo con ellos, en casa. Están participando más en los quehaceres domésticos.
Estos grandes cambios comienzan a tener consecuencias visibles. A pesar de la crisis e, incluso en los sectores donde predominan los hombres, las organizaciones que no facilitan la conciliación entre la familia y el trabajo comienzan a tener dificultades para reclutar buenos colaboradores.
Habitualmente las personas que se esfuerzan por atender a su familia suelen ser buenos trabajadores.
En fin, es una buena noticia saber que los valores que unen a los hombres y las mujeres son más fuertes que las diferencias que nos separan.
Hoy me tomé un café con un amigo y, como siempre, hablamos de todo, de la familia, del trabajo… Me contó que, en la empresa en la que trabaja, llevan varios meses, casi un año, inmersos en un proceso de reorganización que, en general, tiene muy cansados y molestos, a la mayoría de los empleados.
Para este programa de mejora organizacional, así se comunicó que sería, los dueños han contratado a una consultora de nombre rimbombante, en inglés, "of course!", aunque sus peones son de la zona.
Llevan meses recopilando información, elaborándoles informes, asistiendo a las entrevistas y reuniones que permanentemente convocan. Y pareciera como que no se va a acabar nunca. Son insaciables. Piden y piden…
Además, mientras tanto, tienen que seguir cumpliendo con sus responsabilidades y, a pesar del esfuerzo que todos están realizando, el desenfoque que se ha producido en la organización es mayúsculo. Están más preocupados de aprender a manejar el nuevo sistema que de atender a los clientes…
Como diría la señora Eustasia “esto puede ser el principio del fin…”.
Este tipo de consultoras, de las que otro día escribiré con más extensión, son especialistas en hacer complejo lo sencillo, difícil lo que puede ser fácil.
Después de escuchar a mi amigo, intenté animarle con mis palabras, “no te preocupes no hay mal que cien años dure…”, “no te quejes que tienes trabajo”, “que el que no se consuela es porque no quiere…”; de vuelta a casa, me acordé de una anécdota que sobre este asunto me contó una vez mi sabio profesor.
Don Víctor lo llamaba el caso de la caja vacía.
Ocurrió en una mediana empresa de cosmética. La compañía recibió las quejas de varios consumidores que compraron una caja de jabón y estaba vacía.
Inmediatamente los dueños identificaron que el problema estaba en la cadena que transportaba todas las cajas empaquetadas de jabón al departamento de reparto.
Por alguna razón, muy de vez en cuando, alguna caja de jabón pasaba vacía por la cadena de montaje. Se contrató a una consultora externa y, rápidamente, sus ingenieros recomendaron comprar un costoso y complejo sistema que, en pocas palabras, consistía en una máquina de rayos X, con monitores de alta resolución, manejados por dos técnicos especialistas, y así vigilar, una a una, todas las cajas de jabón que pasaran por la línea para asegurarse de que no fueran vacías.
Una vez que los ingenieros se marcharon, el sistema comenzó a fallar más que escopeta de feria y entre que venían y no venían a repararlo, Juan, que llevaba treinta años trabajando en la cadena de montaje de esa empresa, había ideado su sistema alternativo: en lugar de complejos, costosos y delicados scanners y sistemas informáticos, se fue a la ferretería de su barrio, compró un potente ventilador y lo apuntó hacia la cadena de montaje. Lo encendió y cuando las cajas pasaban por delante del ventilador, las que estaban vacías salían volando…
En la vida de cada uno y, of course!, también en las empresas nos complicamos la vida en exceso…
La mayoría de las situaciones tienen fácil solución y no sé por qué muchas veces elegimos la más complicada, la más compleja, la más cara…
El ejemplo de Juan, este ingenioso colaborador de la cadena de montaje, nos debe servir de fuente de inspiración para esforzarnos por simplificar las soluciones a nuestros problemas, apostar por la sencillez.
En una de mis últimas entradas comentaba que, en este tiempo, muchas organizaciones inician sus procesos de definición y planificación de los objetivos del próximo año.
Observo que, en los últimos años, estos procesos se han estructurado en exceso hasta rozar la rigidez.
Considero que ello no es sano para la vida de las empresas porque una excesiva burocratización puede transformar fácilmente estos procesos (de tanta importancia para el desarrollo de la organización) en una rutina en la que cada colaborador, cada equipo, se limita a cumplir, sólo a cumplir: a rellenar, cuanto antes, el correspondiente formulario, de la forma más somera posible, “para así liberarme y que me dejen trabajar tranquilo…”.
Un plan elaborado así es completamente inútil, no supondrá ninguna guía de acción y, todavía peor, inducirá a decisiones equivocadas.
Por tanto, es crucial que cualquiera que sea la metodología de planificación que se use, se consideren momentos para discutir y analizar nuevas ideas.
Crear espacios que favorezcan la creatividad, en los que cada una de las personas que colaboran con la organización puedan participar efectivamente.
Aprovechar el enorme potencial que suele existir en cada uno de nuestros colaboradores.
Planificar es fácil, lo difícil es integrar en este proceso un número suficiente de ideas interesantes y que sean factibles.
Cuanto mayor sea el número de ideas, mayores serán las posibilidades de elección y mejor será el plan.
Quienes tienen la responsabilidad de dirigir deben impulsar la creatividad en sus organizaciones a través de buenas prácticas como, por ejemplo, que cada colaborador, cada equipo, tengan libertad para elegir cómo lograr sus objetivos.
Es decir, promover y respetar un ámbito en que se pueda ejercitar la propia iniciativa y creatividad teniendo claro qué ( el objetivo) y dentro del marco de referencia que son los valores y las políticas de la empresa.
Esta libertad facilita el ejercicio permanente de la creatividad.
Cuanto más se nos permita ejercitarla, más creativos seremos.
Si durante todo el año se trabaja así, cuando llegue el momento de planificar, de concretar los objetivos y desarrollar los planes del próximo año, es muy probable que contemos con muchas y buenas ideas.
Y, como siempre, gracias a nuestra gente.
Existe un amplio consenso al afirmar que esta crisis se ha producido por una combinación de desenfoques y errores técnicos, y de faltas éticas.
Ello ha puesto de manifiesto tres carencias básicas, que están en el origen de la misma: la de reglas adecuadas para regir el mercado global, especialmente el financiero, la de instituciones con capacidad suficiente para garantizar su buen funcionamiento y, finalmente, la carencia ética, sin la que esta crisis no se habría producido del modo como lo ha hecho.
Una teoría excesivamente permisiva con los mecanismos propios del mercado ha favorecido un relajamiento de las más elementales normas que guían la asunción y evaluación de riesgos; pero, a su vez, esa relajación no ha sido exclusivamente técnica, sino también propiciada por una serie de comportamientos que manifiestan fallos éticos.
Una crisis es siempre una ocasión de revisión y mejora que no puede ser desaprovechada.
En este sentido hay que tener en cuenta dos peligros: el primero, nacido de la inercia, del miedo al cambio y de los intereses particulares en juego, es tratar de volver cuanto antes a la situación anterior, como si nada hubiera pasado.
Este riesgo está mucho más extendido de lo que pensamos y puede limitar en gran medida la oportunidad de mejora.
El segundo riesgo consiste en pensar que la situación puede resolverse únicamente con medidas de política económica, tales como una mejor regulación de los mercados, una revisión de los métodos de evaluación de riesgos, un grado mayor de cobertura por parte de los bancos y, en su caso, las necesarias medidas de ajuste estructural.
Además de que todos nos esforcemos por debatir, encontrar y aplicar las medidas técnicas y políticas necesarias, la crisis actual denota quiebras económicas, éticas, antropológicas y culturales sobre las que es necesario reflexionar en profundidad.
Nuestro mundo, en el que todas las personas buscamos vivir con dignidad y paz, está sometido a mecanismos que generan desigualdades graves entre personas, regiones y países; a una lucha constante por mantener ventajas competitivas frente a otros; al afán de poder económico y político; a una cultura de “suma cero”, en la que no todos salen ganando, sino que unos ganan a cuenta de lo que otros pierden.
Más allá de que se puedan (y deban…) aplicar medidas técnicas y políticas, la superación de los obstáculos mayores se obtendrá gracias a decisiones esencialmente éticas.
En fin, esto, lejos de constituir una visión amarga de la realidad, es un principio básico para construir una mejor sociedad, sobre la base de la solidaridad, del respeto a las personas.
Las personas primero, siempre.