Hace unas lunas leí en “Diario de
León” que “Las cajas vendieron mil millones en preferentes y les costó uno de
multa”. Y continuaba la noticia informando de la comparecencia de D. Julio
Segura Sánchez, ex presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores,
en la comisión de investigación de las cajas que tiene lugar en las Cortes de
Castilla y León. Es otro ejemplo más del negativo papel que algunos políticos
han jugado en los consejos de administración de las antiguas cajas de ahorros.
Los dirigentes autonómicos las utilizaron, muchas veces, como suministro de
dinero con el que financiar sus proyectos, con el resultado que conocemos: la
mayoría han tenido que ser rescatadas por el Estado. La reestructuración del
sector ha costado más de cien mil millones de euros, entre inyecciones de
capital, esquemas de protección de activos y ayudas al banco malo que se quedó
con los inmuebles casi invendibles. Esa cantidad equivale -aproximadamente- al
10% del PIB. Recuerdo haber leído cómo el ex director del Centro Nacional de
Investigaciones Oncológicas, Mariano Barbacid, se lamentaba -con razón-
imaginando lo que se podría haber hecho con ese dinero si se hubiera aplicado a
un plan para fomentar la ciencia.
Las decisiones bancarias tienen
que ir unidas a responsabilidades. La cuestión de fondo es garantizar que las
sanciones a este tipo de irregularidades tengan un real efecto disuasorio. La multa a las grandes
corporaciones suele ser siempre menor que los beneficios que obtuvieron con la
infracción. Mil a uno, en este caso… Un sistema de castigo más eficaz. Proporcionalidad.
Sin
responsabilidad, privada y pública, no puede existir lo que llamamos
civilización. La actual crisis económica pone de manifiesto la diferencia que
existe entre el libre mercado y el capitalismo financiero desregulado. Las
bondades de la liberalización son claramente cuestionables. Los mercados no se
autocorrigen. Esto ha quedado más que demostrado.
Es muy relevante analizar cómo ha quedado
el mapa bancario español. Donde antes había más de cincuenta entidades ahora
van a quedar algo más de diez, y grandes, que son las que se acaban llevando el
grueso del negocio, la banca comercial. Mismo pastel, menos comensales. Tiene
demasiados riesgos un modelo de excesiva centralización, es decir, que vayamos
hacia una situación con solo grandes bancos. La experiencia nos ha demostrado
que la diversidad, la dispersión y el reparto de riesgo son buenos para el
sector bancario. Cuanto más grandes sean los grupos internacionales, mayor será
el riesgo de tener otra gran crisis financiera. Sería preferible un modelo con
un carácter más local, donde cada banco se centrara en su región y esto nos permitiera
tener riesgos más manejables.
Los bancos y las actividades
bancarias se basan en la confianza. Pero mientras que la confianza tarda años
en establecerse, puede desmoronarse abruptamente si la ética de un determinado
banco es débil, si sus valores son pobres y si su comportamiento es decididamente erróneo. La banca es el corazón del sistema en que nos ha tocado vivir. Por eso, hay que revisarlo continuamente, sobre todo cuando las pulsaciones se aceleran. ¿Cómo se siguen vendiendo los productos financieros? ¿Cuál es el comportamiento de los comerciales de la banca de proximidad? ¿Hasta qué punto podemos fiarnos de que nunca más, al menos en España, se volverán a otorgar préstamos a personas que nunca deberían haberlos recibido? ¿O vender al cliente un activo sospechoso y poco comprensible? La crisis de los últimos años ha generado una profunda reforma de la regulación financiera, cuyos objetivos son sumamente razonables: un mejor control de los riesgos en los bancos, un menor contagio de las crisis y, en el caso de que estas se produzcan, mecanismos para hacer frente a las pérdidas sin necesidad de recurrir al dinero de los contribuyentes. Una de las líneas de reforma pendiente es la separación de actividades entre la banca minorista y mayorista, evitando que el dinero de los depositantes financie las actividades
más arriesgadas. El excesivo riesgo de los bancos debe controlarse mediante la regulación de capital y liquidez, así como, sobre todo, una adecuada supervisión.
banco es débil, si sus valores son pobres y si su comportamiento es decididamente erróneo. La banca es el corazón del sistema en que nos ha tocado vivir. Por eso, hay que revisarlo continuamente, sobre todo cuando las pulsaciones se aceleran. ¿Cómo se siguen vendiendo los productos financieros? ¿Cuál es el comportamiento de los comerciales de la banca de proximidad? ¿Hasta qué punto podemos fiarnos de que nunca más, al menos en España, se volverán a otorgar préstamos a personas que nunca deberían haberlos recibido? ¿O vender al cliente un activo sospechoso y poco comprensible? La crisis de los últimos años ha generado una profunda reforma de la regulación financiera, cuyos objetivos son sumamente razonables: un mejor control de los riesgos en los bancos, un menor contagio de las crisis y, en el caso de que estas se produzcan, mecanismos para hacer frente a las pérdidas sin necesidad de recurrir al dinero de los contribuyentes. Una de las líneas de reforma pendiente es la separación de actividades entre la banca minorista y mayorista, evitando que el dinero de los depositantes financie las actividades
más arriesgadas. El excesivo riesgo de los bancos debe controlarse mediante la regulación de capital y liquidez, así como, sobre todo, una adecuada supervisión.
Muchos ciudadanos están hartos. Cómo es posible que,
según informes del Tribunal de Cuentas, varios partidos políticos estén en
quiebra, con la de miles de millones de euros que han recibido. Y lo más
inquietante cómo pretenden gobernar España cuando no saben gobernarse ellos
mismos. Así nos va. Muchos ciudadanos quieren transparencia, saber qué se hace
con su dinero, con el de sus impuestos, en qué se gasta. Se tiene una
generalizada sensación de que cada día se paga más, pero, sin embargo, empeora
la enseñanza, la sanidad y todo aquello que podría ayudar a mejorar la calidad
de vida de las personas. La venta de una –sólo una- de las cajas intervenidas
ocasionó tantas pérdidas como el recorte en educación. Un informe de Cáritas
nos recordaba que ayudar a los hogares sin ingresos costaría unos 2.600
millones de euros, mucho menos de lo que nos está costando salvar a las
empresas de autopistas…. Y eso a mucha gente no nos parece razonable. Hay otras
formas, alternativas, de hacer las cosas. La economía no puede funcionar si el
sistema político no funciona. La política necesita aire fresco y sabio. Y esto
no es cuestión de edades sino de ideas.
Publicado en "Diario de León" el domingo 29 de abril del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/mil-uno_1245198.html