Recuerdo haber leído, hace años, un estudio que decía que, en una escala del 1 al 100, al cambio de trabajo le correspondían 36 unidades de estrés.
Incluso el cambio de responsabilidades dentro de la misma empresa equivalía a 30 unidades.
Para comparar: la muerte del cónyuge vale 100; el desempleo 47, mientras el valor más bajo se lo llevan las vacaciones, con 13 puntos…
Todo cambio, ascenso, reorganización, fusión o modificación sustancial de tareas dentro de la misma empresa también provoca una pérdida de las relaciones establecidas.
Cuando a alguien le dicen “empiezas el lunes” el desafío que tiene ante sí es cómo será recibido por el nuevo grupo.
El estrés se puede manifestar en inseguridad y en un nerviosismo extremo.
Conviene estar prevenido porque este nerviosismo suele generar problemas en la familia.
Durante las primeras semanas posteriores al cambio suele observarse una necesidad suplementaria de afecto y atención. Hay estar preparados porque, además, esa tensión provocará roces con los seres queridos.
Cuando alguien entra en una organización debe conocer la cultura definida e integrarse.
Se le llama contrato psicológico, que es la parte no escrita del acuerdo, y va más allá de sus habilidades profesionales.
A veces nos encontramos con excelentes colaboradores que no se adaptan a la cultura y se tienen que desvincular.
En otras empresas las cosas son distintas. Todos los directivos provienen de sus propias filas y son producto de un desarrollo de carrera institucional.
Otras empresas solucionan el problema de la integración cultural definiendo que ninguna persona puede desempeñar plenamente su posición antes de dos años de permanencia.
Ése es el tiempo que consideran necesario para integrarse al nuevo equipo. Después del primer año se empiezan a evaluar sus resultados. Este sistema permite a la empresa anticiparse a posibles conflictos.
Quienes tienen la responsabilidad de dirigir deben estar muy atentos y compensar, inmediatamente, las pérdidas de apoyo psicológico de los nuevos colaboradores.
Se sugiere tomar conciencia del problema y hablarlo con franqueza.
Cuando estos sentimientos toman la forma de palabras, o se disipan o es más fácil actuar sobre ellos.