Educar
no es una ciencia exacta, una misma medida en dos niños distintos, en familias
distintas, incluso en la misma, tienen efectos diferentes. Entonces ¿esto es
una locura? No, como siempre, la famosa campana de Gauss, hay extremos que se
salen de la zona donde suelen estar la mayoría de los casos. Lo que sí hay es
mucha experiencia, buenas experiencias, documentadas. Pero sin fanatismos. Huyo
como de la peste de esos charlatanes y charlatanas, que angustian a padres
bienintencionados con sus modelos estructurados y cerrados de recetas
educativas. Gente estirada, personajes con voz engolada y ademanes de
superioridad. Perdón por mis prejuicios, pero me producen un cierto, bastante,
repelús. En ocasiones, detrás de sus peroratas hay fuertes intereses
comerciales: venta de métodos, de terapias…. Vendedores disfrazados de
educadores.
Lo
importante es que la educación de un hijo sea compartida por ambos padres, consensuada.
Es preciso trazar un proyecto educativo común ofreciendo al hijo indicaciones
claras y nunca contradictorias. Los padres tendemos a consentir en exceso a nuestros
hijos, especialmente en los primeros años de vida, y esa actitud determina una
gran parte los problemas que empiezan a proliferar cuando llega la
adolescencia. Polvos y lodos, auténticos barrizales en algunos casos. El niño
no debe estar por encima del adulto y deben ser los padres los que fijen los
límites, pero sabiendo cómo hacerlo.
¿Cuál
es el hábito más importante? No me gustan las afirmaciones lapidarias, pero,
quizá sea el orden; pensando en su futuro, en hábitos que le ayuden a ser
eficaz en el estudio y en la vida profesional. Aprender a estudiar muchas veces
es cuestión de orden. Que sepa organizarse y marcarse objetivos en su vida. Que
sepa aprovechar mejor el tiempo y disfrute más de la vida. Aprender a
priorizar: que sepa lo que debe hacerse en cada momento. Que aprenda a ser
puntual y cumplir con sus obligaciones. Orden.
Pero
no nacemos siendo ordenados y, como todo aprendizaje, tiene un momento adecuado
para su adquisición. El orden es fundamental, además es uno de los primeros
hábitos que un niño puede adquirir, entre los dos y los seis años, siendo la
base sobre la que se asientan muchos otros hábitos. Desde pequeños debemos
hacer ver a nuestros hijos que vivimos en un mundo ordenado: existen horarios,
normas y leyes que hacen la vida más sencilla. Pero el orden no es un fin en sí
mismo, nuestra meta no es que el niño sea ordenado, pues caeríamos en el
perfeccionismo. Lo primero que debe aprender un niño es el orden material de
las cosas; luego, ese hábito le permitirá saber organizar su tiempo y ser por
ello más eficaz; y, por último, estos hábitos de orden probablemente
contribuirán a que su vida sea más feliz.
Una
manera muy concreta de ayudar a los niños es implicarlos en el orden del hogar,
a través de los encargos: tirar la basura, meter la ropa en la lavadora,
ordenar los juguetes, los libros, etc. También debemos educarles en el buen uso
de las cosas. Hacerle ver que las cosas bien cuidadas duran más y, por tanto,
es un deber de todos cuidarlas. Enseñarles a forrar un libro o a agotar el
material escolar (lápices, cuadernos…). El aspecto externo que ofrecemos y las
buenas costumbres. Lavarse las manos antes de comer y antes de salir del baño,
distinguir cuando la ropa está sucia, procurar mancharse lo menos posible al
comer. Inculcarle buenas costumbres en la mesa, no estirarse, no hacer ruidos,
no comer con las manos, etc.
Los
niños aprenden por imitación y es mucho más sencillo imitar el desorden que el
orden, pues no implica ningún tipo de esfuerzo. A veces los padres preferimos
hacer nosotros las cosas antes que enfrentarnos a la costosa tarea de educar. Pero
la sobreprotección que les priva del esfuerzo, no les ayuda en absoluto a
mejorar como personas, pues es imposible educar sin exigir. Desde esta edad
debemos acostumbrarle a que recoja cada cosa después de su uso y no toda la
habitación antes de acostarse, pues sino verán que el orden se vive sólo cuando
ya no hay más remedio, es decir, al final del día.
¿Y
cómo sé si lo estoy haciendo bien? Una prueba muy sencilla que podríamos hacer
para comprobar si en nuestra casa hay una preocupación real por el orden y el
cuidado de las cosas consiste en dejar tirado, en el suelo del salón o de algún
lugar de paso obligado y frecuente, alguna cosa de modo bastante visible, por
ejemplo, un pañuelo de papel ya usado… Es importante que esté usado porque así
suele llamar más la atención. Luego tan sólo hay que esperar para ver cuánto
tiempo permanece en el suelo, sin que nadie lo recoja. Si a ninguna persona de
nuestra casa le llama la atención que en el suelo haya un pañuelo de papel
tirado, empecemos a preocuparnos. O mejor seguir “ocupándonos”: educar es
sencillo pero exige esfuerzo, todos los días.
Publicado en "Diario de León" el sábado 24 de marzo del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/educar-no-es-ciencia-exacta_1236729.html