@MendozayDiaz

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miércoles, 15 de mayo de 2013

Reyes Calderón.

Conocí las novelas de Reyes Calderón en una feria del libro en Pamplona, en la Plaza del Castillo. Me gusta leer los escritores locales de allá adonde voy. 

Así me encontré con  “Las lágrimas de Hemingway”, en el otoño del 2005. Recuerdo que me leí la novela casi de un tirón, entre la terraza del café Iruña y mi banco del parque de la Ciudadela. 


Me encantó y en mi siguiente exploración por las librerías busqué y encontré mi segunda novela de Reyes que creo que fue la primera que ella publicó, “Gritos de independencia”.


Enseguida alcanzó la fama con “Los crímenes del número primo” que, en mi opinión, es la más policiaca de todas, aunque mi preferida es “El expediente Canaima”.


En uno de mis viajes a España tomé conciencia de su popularidad (y me alegró mucho) cuando ví sus novelas en el mural de los libros más vendidos en El Corte Inglés.


He leído “El último paciente del doctor Wilson”, “La venganza del asesino par” y ahora “El jurado número 10”.


Sin darme cuenta me convertí en un seguidor, en un fan de Reyes Calderón. 

Disfruto con la lectura de sus novelas y admiro su aprovechamiento del tiempo, su capacidad de trabajo. 


Decana de una facultad de Económicas de una importante universidad como la de Navarra, madre de una familia numerosa (creo que tiene nueve hijos) y, además, tiene tiempo para escribir buenas novelas…¡todo un ejemplo de vida!

“El jurado número 10” ha ganado el Premio Abogados de Novela 2013 convocado por el Consejo General de la Abogacía Española, la Mutualidad de la Abogacía y el Grupo Planeta con la intención de premiar una novela que ayude al lector a profundizar en los conocimientos del mundo de la abogacía y sus ámbitos de actuación, valores, proyección y la trascendencia social de su función.


La leí durante el pasado fin de semana. Interesante, amena y especialmente divertida (creo que ayuda que los personajes y el entorno sean locales); y, en este caso, también divulgativa pues da a conocer cómo funciona el jurado en nuestro sistema judicial. 

Me encantan sus novelas.

sábado, 11 de mayo de 2013

Ser abogado.


En estos días ha sido la Feria del Libro en León. En el establecimiento de la Librería Universitaria me encontré con “El alma de la toga”; y ya su título me resultó tan sugerente, que me lo compré…

D. Ángel Ossorio y Gallardo (1873-1946) tuvo una vida plena de responsabilidades profesionales y políticas. 


Fue Presidente de la Academia de Jurisprudencia y Legislación, y del Ateneo de Madrid. Gobernador de Barcelona y Ministro de Fomento durante el reinado de Alfonso XIII. Diputado en varias legislaturas. En la II República fue Presidente de la comisión que elaboró la Constitución Española de 1931, y Embajador. 


Bien, pues después de una vida tan intensa, poco antes de morir, reconoció a sus amigos, en Buenos Aires (donde se exilió tras la Guerra Civil), que su mayor satisfacción fue ser abogado.


Años antes, en junio de 1919, en el apogeo de  su profesión, escribió “El alma de la toga”. Un libro muy oportuno para quien se inicia en el ejercicio de la abogacía pues está repleto de sabios consejos fundamentados en su experiencia.

A pesar de su brevedad trata muchos asuntos que invitan a pensar. 


Como cuando escribe sobre quién es Abogado, y la diferencia con el Licenciado en Derecho. 


La moral del abogado. Su sensibilidad, su cordialidad; el “desdoblamiento psíquico”. Su independencia.


El mundo nos utiliza y respeta en tanto que tengamos “la condición del amianto”: poder y riqueza, fuerza y hermosura, todas las incitaciones, todos los fuegos de la pasión han de andar entre nuestras manos sin que nos quememos…


Cuando habla sobre el sistema de trabajo, aconseja que antes de coger la pluma hay que estudiar los documentos y consultar libros. Y no confiar nunca en la capacidad de improvisación: el guión escrito es siempre indispensable. 


Aunque considera que todas las horas son buenas para trabajar, recomienda especialmente las primeras de la mañana (desde la seis hasta la diez) porque “antes de las diez de la mañana podemos dar al trabajo nuestras primicias y, después de la diez de la noche, no le concedemos sino nuestros residuos…”.


Partidario del uso de la palabra en la resolución de conflictos: “se adelanta más en media hora de conversación que en medio año de correspondencia”. 


Sobre la oratoria forense hace recomendaciones sencillas pero muy prácticas, muy útiles para el ejercicio de la profesión, como cuando afirma que “la brevedad es el manjar preferido de los jueces…”.


Defiende una oratoria breve, clara, concreta, cortés, amena y  que cuide el léxico.


Leer es esencial, también para un abogado. Cuando no se lee, nos recuerda, “viene el atasco intelectual, la atrofia del gusto, la rutina para discernir y escribir, los tópicos, los envilecimientos del lenguaje…”.


Me sorprende que trate  asuntos que entonces eran de actualidad y que hoy, casi cien años después, lo continúen siendo como la especialización, el trabajo de los jueces (“hay mucha más abnegación y virtud de la que el vulgo supone”), la abogacía y la política, la “defensa de los pobres” (justicia gratuita), la función de los colegios profesionales o la utilización de la toga (“todas las apariencias tienen su íntimo sentido”).


Personalmente me encantó esta frase: “Hay que estudiar, hay que leer, hay que apreciar el pensamiento ajeno, que es tanto como amar la vida, ya que la discurrimos e iluminamos entre todos”.


Recomiendo la lectura de este libro. A mí me ha nutrido con puntos para pensar. Y me he divertido conociendo nuevas palabras como rábula, curialete, fuste, ganapán, petimetre o tresillista…jajaja.


A pesar de los años transcurridos desde su primera edición (1919), mantiene su vigencia y, quizá por eso, “El alma de la toga” es reconocida como un verdadero clásico de la literatura jurídica.

viernes, 12 de abril de 2013

Comunicar es un arte.

Cada vez hay más personas pidiendo ayuda en la calle. Tremenda y creciente realidad. Todo un drama personal y social.

Leer los letreros que escriben estas personas me ayuda a comprender su sufrimiento personal: “tengo hambre”, “no tengo dinero”, “no tengo familia, ayúdeme”, “estoy enfermo…”

Habitualmente al pie del letrero la gente suele dejarles monedas, pocas (la verdad).

Hoy ví uno que me sorprendió… “Soy de Valladolid y me faltan cinco euros para poder comprar el billete de autobús de vuelta a casa”. 

Me sorprendió el mensaje y también que tuviera a rebosar de monedas (incluso billetes…) el recipiente.

Qué ingenio el de este hombre, un auténtico creativo de la comunicación… Ha detectado un tema sensible y siempre actual: la rivalidad entre leoneses y pucelanos (habitantes de Valladolid) es histórica… Igual que sucede en tantos otros lugares del mundo: gaditanos y jerezanos, murcianos y cartageneros, regiomontanos (Monterrey) y chilangos (así son llamados los mexicanos de la capital)…

Y con este tema -secundario- ha despertado el interés del transeúnte y ha logrado su objetivo: ayuda en forma de monedas.

El talento de este hombre me ha recordado una historia que escuché hace tiempo…

Dicen que una vez, había un ciego sentado en la acera, con una gorra a sus pies y un pedazo de madera que, escrito con tiza blanca, decía: “Por favor, ayúdeme, soy ciego".

Un creativo de una agencia de publicidad que pasaba frente a él, se detuvo y observó unas pocas monedas en la gorra. 

Sin pedirle permiso tomó el cartel, le dió la vuelta, tomó una tiza y escribió otro mensaje. 

Volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego y se fue.  

Por la tarde el creativo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna, su gorra estaba llena de billetes y monedas.

El ciego reconoció sus pasos y le preguntó si había sido él quien rescribió su cartel y, sobre todo, qué había puesto.

El publicista le contestó "Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras". Sonrió y siguió su camino. El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía: 

"Hoy es primavera, y no puedo verla".

Cuando no logremos lo que nos proponemos, mejoremos las formas de decir;  y comprobaremos que las cosas pueden resultar de otra manera.

La importancia de no desanimarse y probar a decir o a hacer pero de otra forma.

Definitivamente la comunicación es un arte. 

En Monterrey lo aprendí de mi amigo Pablo Zubieta, excelente profesional y mejor persona, que me acercó al arte de comunicar.

sábado, 30 de marzo de 2013

La señora Eustasia.

Mujer anciana, muy mayor. No sabría calcular cuántos años tenía, pero muchos. 

Mi suegro decía que cuando se mudaron al barrio (en los años sesenta) la señora Eustasia y su marido, ya eran mucho más mayores que los demás matrimonios vecinos.

Salvo en los días de mal tiempo, siempre estaba en su jardín, arreglando sus plantas o sentada en una mecedora, tejiendo o simplemente mirando.

No solía entretenerse hablando con los transeúntes, no era muy sociable, más bien algo seca; pero al paso de cada uno, siempre recitaba algún refrán. 

Recuerdo muchas anécdotas pero hay dos que me gustan especialmente, quizá porque retratan mejor la finura de su estilo de decir.

Mi hijo Enrique (y después por su influencia todos sus hermanos…) era aficionado al fútbol, como se suele decir, desde su más tierna infancia. 

Cuando visitábamos a mis suegros solía salirse a la puerta a jugar a la pelota. 

A la señora Eustasia no le gustaba nada su afición; supongo que porque las voces y los pelotazos perturbaban la tranquilidad a la que estaba acostumbrada. 

Nunca nos decía nada pero con su rostro era suficiente; y cuando la pelota caía en su jardín, a veces, no respondía cuando mis hijos tocaban el timbre para pedirle permiso para pasar a recuperarla. 

En una ocasión, jugando, mi hijo Enrique se cayó y se lesionó una pierna. En el hospital se la escayolaron. 

Regresando a casa iba haciendo sus primeros intentos con las muletas y al pasar por delante de ella, sentada en la mecedora, desde su jardín, suspiró: “tanto va el cántaro a la fuente que, al final, se termina rompiendo”. 

Varios familiares se molestaron por el comentario, a mí -la verdad- me pareció ingenioso. Todavía hoy sonrío al recordarlo. 

Su sentido del humor era  popular, castizo, fino, con una gran carga de “mala onda” como dirían mis amigos mexicanos o de “mala follá” como dicen mis paisanos de Granada. Pero sentido del humor al fin y al cabo.

La segunda anécdota tuvo lugar con motivo de la boda de un buen amigo. Mi mujer y mis siete hijos vinimos desde Monterrey (México) donde entonces vivíamos. 

El día de la ceremonia salimos todos de casa de mis suegros con nuestras mejores galas. Mi mujer y mi hija, guapísimas (como siempre), con elegantes vestidos, complementos y peinados para la ocasión. Nosotros, todos con traje y corbata. 

Pasamos por delante de su casa. Ella estaba podando sus rosales y sin apenas levantar la cabeza dijo: “dentro de cien años, todos calvos…” Jajaja. Qué gracia me hizo y todavía me hace. Jajaja…

Quizá  (como dice alguno de mis hijos) tenga algo idealizada a la señora Eustasia, quizá; pero, para mí, entronca con lo mejor de la sabiduría popular expresada a través de refranes. Con su punto de retranca, sí, pero con mucha enjundia. 

De ella son los dichos que tantas ideas me inspiran cuando tengo que hablar o escribir sobre la educación de los hijos: "niños chicos problemas chicos, niños grandes problemas grandes" o "cuando eran pequeños daban ganas de comérselos y ahora me pregunto por qué no me los habré comido..." Jajaja.

Considero una suerte haberla conocido y lamento no haberla tratado más, pues era un auténtico pozo de sabiduría. Muchas gracias y descanse en paz, señora Eustasia.



martes, 26 de marzo de 2013

No es lo mismo.

Punta Arenas se encuentra en el extremo sur de la República de Chile. Dos veces tuve la suerte de visitarla por motivos de trabajo.


Aunque tiene un clima inhóspito, sin embargo la ciudad tiene su encanto y una historia novelable. 

Hasta la apertura del Canal de Panamá fue el principal puerto de comunicación entre los océanos Pacífico y Atlántico, a través del Estrecho de Magallanes. Hoy es el centro comercial y turístico más importante del extremo austral de Sudamérica. 

Imágenes como ésta de grandes transatlánticos que navegan junto a los pingüinos son habituales.


La segunda vez que fui a Punta Arenas viajé acompañando a Bernardo, buen jefe y mejor amigo. Él era el Director general y yo el Director de Operaciones de la empresa para la que trabajábamos. 

El Gerente de la XII Región…En Chile son muy prácticos y no se complican la vida con el nombre de sus regiones; las denominan con números de norte a sur siendo la primera la que linda con Perú y la duodécima y última, ésta, la más austral. Bien, decía que el Gerente de esta región nos llevó a visitar un parque nacional impresionante. Gigantescos icerbergs, aguas de colores oscuros, pingüinos. 

En este entorno les compartí la siguiente historia:

Treinta pingüinos están sobre ese iceberg que flota en medio del océano.

Uno decide tirarse al agua.

¿Cuántos quedan?

¿Veintinueve?... Te equivocaste.

Quedan los mismos treinta porque no es lo mismo decidir hacer algo que hacerlo.





Durante varios días nos divertimos repitiendo la historia y las nuevas versiones que improvisaba Bernardo. Es un tipo muy divertido. Recordándolo (y han pasado más de diez años) todavía me río a carcajadas evocando sus ocurrencias.

Y, siempre, me sirve para tener presente la importancia de actuar, de hacer, de emprender, de no caer en la parálisis por un excesivo análisis.