@MendozayDiaz

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sábado, 29 de junio de 2019

Huérfanos de padres vivos.

Publicado en "Diario de León" el miércoles 26 de junio del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/huerfanos-padres-vivos_1345192.html

Aprovechar el tiempo es clave. A veces, nuestros sueños, nuestras ilusiones, se quedan sólo en proyectos. Esperamos que se cumplan, pero no nos esforzamos lo suficiente para hacerlos realidad. Como si el simple paso del tiempo nos los fuera a regalar. La vida no funciona así. El tiempo es el recurso más valioso y escaso con el que contamos. Y, en ocasiones, nos comportamos como si ignoráramos esta verdad fundamental. Aprovechar el tiempo es básico. Y se puede aprender, hay experiencia documentada -buenas prácticas- y técnicas probadas. Lograr que nuestros sueños dejen de ser proyectos y se transformen en realidades, pasa por administrar nuestro tiempo con inteligencia y con intensidad. Como dicen los economistas el tiempo es un bien escaso. Quizá el más escaso de todos, y desde luego de los pocos que no se pueden comprar. El tiempo es breve. El manejo efectivo del tiempo es un factor clave para que una persona viva una vida digna de tal nombre. Una óptima gestión del tiempo aumenta la capacidad de hacer más cosas, y mejor. Y, muy importante, disminuye tensiones innecesarias en la vorágine actual. Suele ocurrir que, en el dinamismo de nuestras vidas, tengamos una lista interminable de tareas y no sepamos por dónde empezar. Interesarse por el buen uso del tiempo no es sólo una moda sino una necesidad.

Durante los últimos meses, casi todos los periódicos han publicado en sus suplementos de fin de semana algún artículo o reportaje sobre el aumento de las enfermedades psiquiátricas por exceso de trabajo. Ya no son enfermedades como úlceras, gastritis o cefaleas, sino serios trastornos psicosomáticos como las depresiones. Las causas de este tipo de enfermedades, en muchos casos, se encuentran en la enorme presión social y laboral que se ejerce en los colaboradores de muchas organizaciones. La presión por cumplir los objetivos, por ganar una compensación extraordinaria, la ambición legítima por un ascenso que supondrá un mayor sueldo y reconocimiento social, pretensiones muy legítimas, pueden desequilibrar nuestra vida.

Lo mejor es luchar por mantener un equilibrio entre familia y trabajo. Trabajar en horarios adecuados, intentar llegar a casa a una hora razonable para estar con nuestro cónyuge e hijos, comer con ellos algún día entre semana, aunque suponga para nosotros un esfuerzo por el desplazamiento de ida y vuelta, etc. son algunas buenas prácticas recomendadas por personas con experiencia. Si somos capaces de armonizar un intenso trabajo profesional y una dedicación real a nuestra familia lograremos vivir-una-vida-digna-de-este-nombre y, sin duda, habremos ganado la batalla a depresiones, estrés, afecciones cardiovasculares y otras enfermedades desgraciadamente en aumento.

El tiempo es el recurso más escaso con el que contamos; de tal manera que cómo lo aprovechamos marca la diferencia. Hay quienes piensan que aquellas personas que trabajan muchas horas son los-verdaderos-líderes-de-la-vida... Sin embargo, a veces, resulta chocante observar, por un lado, el éxito de un líder para administrar una empresa y, por otro, su incapacidad para solucionar problemas familiares. En otras palabras, un auténtico líder debiera ejercer con éxito su influencia en todos los ámbitos de su vida; de lo contrario, el desequilibrio en alguno de ellos, irremediablemente, afectará a los otros. Un pensamiento común de la humanidad sobre la familia y la sociedad puede encontrarse ya formulado en la “Antígona” de Sófocles: “Quien es bueno en la familia es también buen ciudadano”. Los mil pequeños asuntos cotidianos son la vida de cada día, es decir, la vida misma, que transcurre habitualmente a través de detalles mínimos que pueden parecer insignificantes, pero que van configurando el carácter, las actitudes y el modo de ser de los hijos. Y el tiempo para educar y compartir con los hijos es un tiempo que sólo cuando ya ha pasado se echa en falta… Hoy-es-siempre-todavía.

lunes, 24 de junio de 2019

Fabular.

Publicado en "Diario de León" el lunes 24 de junio del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/fabular_1344735.html

La doctrina de la soberanía del pueblo, de la bondad natural del hombre, de la división de poderes son hoy en la vida política y social de Occidente dogmas intocables, además de algunos otros. ¿A qué se reduce la democracia, la forma de gobierno presuntamente mejor y éticamente obligada? La democracia pretende asegurar la libertad de todos los ciudadanos con el argumento de que, al ser soberanos y decidir mediante el voto, tan sólo se obedecen a sí mismos. Pero vamos, poco a poco, siendo gobernados cada vez más por decisiones indiferentes a nuestros más importantes intereses. Lo que actualmente se denomina democracia es un sistema en el que unas oligarquías aspirantes recurren, cada cuatro años, a una votación para que, entre manipulaciones varias, se resuelva quién va a detentar el poder. El desgobierno de la sociedad acontece cuando la ley no es una ordenación de la razón, sino producto de la voluntad.

La investigación sobre los niveles de calidad democrática de un país exige múltiples enfoques, que pueden abarcar desde el control del proceso electoral hasta la discusión sobre el grado de desarrollo económico y atribución de condiciones dignas de vida a los ciudadanos. No valdrá proponer una tras otras nuevas fórmulas montadas en el aire. No será bueno, ni conducirá a nada firme, contraponer palabras a palabras, pelear por etiquetas, concentrar nuestras fuerzas en la discusión sutil de matices o bizantinos adjetivos. Tengo intolerancia a la verdura hervida y a la gente que me hace perder el tiempo. El futuro no existe. Sólo el presente más inmediato tiene el peso específico de lo real. Me gusta la filosofía porque me ayuda a comprender mejor la realidad; en la filosofía siempre hay un propósito de desvelamiento de la causa última.

Cabe entender la limitación de mandatos como un intento de dar respuesta a la sensación de que el representante se ha convertido en un verdadero profesional de la política que, como dijera Max Weber, ha pasado de vivir para la política a vivir de la política. Son perceptibles déficits de cualificación en determinados cargos públicos, tanto de orden político como de dirección administrativa. La pérdida de la referencia del mérito y capacidad para el ejercicio, en general, de todos los cargos públicos. Sin embargo, es necesario encontrar un equilibrio entre el rechazo a la profesionalización de la política y el riesgo de caer en el puro “amateurismo”. Determinar qué sea la calidad democrática en un sistema constitucional y con qué criterios medirla. La idea de buen gobierno, analizando referencias ideales y reales que se expresan a través de procedimientos, contenidos y resultados. Me temo, sin embargo, que sean demasiados los políticos que pasan por alto estas nociones primarias, y que quieren hacer pensamiento como quien escribe un wasap… No son auténticos: se niegan a sí mismos para entregarse a-la-gente. Viven de criterios ajenos, carecen de sustancia afirmativa propia. Su mente es vehicular, traslaticia e indeterminada.

A Camilo José Cela le preguntaron en una entrevista si mentía alguna vez y contestó rotundamente: “¡Jamás!”. Pero presionado hábilmente por el entrevistador acabó por admitir que, aunque no mentía, lo que sí hacía en ocasiones era fabular. Y “fabular”, según el diccionario de la Real Academia Española, es disimular una verdad mediante una ficción artificiosa, es decir, algo muy parecido a mentir. Desconfío de quienes dicen yo-siempre-digo-lo-que-pienso, porque esos suelen ser los más mentirosos de todos. Si fuéramos por ahí diciendo lo que pensamos la vida sería insoportable y, concretamente, las relaciones en la familia y en el trabajo, un infierno. También en los partidos políticos… A mí me parece muy bien decir lo que pensamos cuando esto es agradable o persigue un resultado; de lo contrario, es preferible callarse o recurrir a “fabular”.

sábado, 15 de junio de 2019

domingo, 17 de marzo de 2019

Ser feliz.

Para que puedas ser feliz hay un requisito indispensable: querer serlo. Y, claro, el gran enemigo es darse por vencido. La sabiduría de la antigua cultura oriental nos ha legado el siguiente apólogo. Un hombre rico en tierras, en ganados y en ciencia, al verse próximo a la muerte, llamó a sus tres hijos: “-Hijos, estoy acabando mis días. Decidme cada uno cuál es vuestro mayor deseo, que procuraré satisfacerlo. El hijo mayor contestó: -Padre, yo quiero ser rico. -Te dejo -respondió el anciano- todas mis tierras y todos mis rebaños. Tuyos son. Cuida este patrimonio, auméntalo, y serás el hombre más rico de la tierra. El segundo hijo dijo: -Padre, yo quiero ser sabio. -Te dejo todos mis libros y todas mis sentencias. Estúdialas, profundízalas, y serás el hombre más sabio de la tierra. El hijo menor dijo impetuosamente: -Padre, yo quiero ser feliz. -Hijo mío -gimió el padre-, si quieres ser feliz, no puedo dejarte nada. Tú mismo debes encontrar el camino de tu felicidad”.

Los apólogos de la cultura oriental ofrecen siempre un material inagotable de reflexión. Cada persona tiene un tiempo, el de su vida. La personalidad no se forja aparte y luego se ejercita fuera. No-hay-un-yo-sin-un-tú. Y, por otra parte, el tú no es nunca uno solo. La personalidad, para que pueda enriquecerse, debe afrontar la prueba de los “tús”. Hay muchos “humanismos”. Pero yo desconfío de toda etiqueta humanista que no deje claro, en la teoría y en la práctica, el factor insustituible de la libertad personal y de la responsabilidad. Como dice mi amigo Mariano: con libertad y responsabilidad se empieza bien. El paso siguiente se llama trabajo. Una persona normal debe amar y trabajar. La libertad ha de tener siempre un terreno real de ejercicio, de modo que no sea nunca separada de su inmediata consecuencia, que es la responsabilidad. 

La conciencia del valor de cada persona lleva también a otra consecuencia: a destacar más la exigencia de derechos que el cumplimento de las obligaciones. En teoría, la filosofía jurídica dirá que todo derecho lleva anejo de algún modo la obligación; y es cierto. Pero en la práctica se realiza fácilmente la escisión: la posibilidad de mantenerse vitalmente en la exigencia de derechos, silenciando el cumplimiento de obligaciones. Esta posibilidad se comprende no sólo teniendo en cuenta la tendencia natural al bien propio, sino recordando situaciones pasadas en las que primaban el cumplimiento de obligaciones sin la posibilidad de exigir los derechos teóricamente correspondientes. 

Se trata de una de las posibles deformaciones de la conquista positiva de la dignidad de cada persona. La persona se erige en principio y razón de todo; pero no la persona entendida en profundidad -es decir, abierta, para ser completa, al tú y, por tanto, a todos; con obligaciones-, sino la persona entendida como dotada de una especie de infalibilidad social. Esta “infalibilidad social” se convierte en actitud, al afirmarse que todo lo que me parezca conveniente o exigible es conveniente y exigible hasta el punto de que puede ser arrebatado. Se comprende así, me parece, que puedan coexistir una continua predicación de fraternidad y de solidaridad con un real egoísmo personal. La entrega al tú puede hacerse en muchos niveles: en casi todos. Pero difícilmente se llega al último: el de entrega entera del yo. Otra posible deformación del valor de la dignidad de cada persona: la contestación de cualquier autoridad, por el mero hecho de serlo. Si la persona es todo, no hay nada ni nadie por encima de ella.

La sociedad humana está hecha de una multitud de personas libres, cada una de ellas más importante que el universo entero, y ninguna puede ser tratada como una cosa. La autoridad es servicio; la obediencia es servicio. Y ha de haber un perfeccionamiento en los controles que impida que el servicio de autoridad se convierta en tiranía. En otras palabras, la democracia está todavía en mantillas; nos hemos contentado con admitir cuatro slogans manidos y ha faltado una profundización constante en la verdadera dirección. Obligaciones que se traducen en una vida de servicio a la otra parte, conociendo y aceptando libremente y con total responsabilidad las consecuencias que su entrega lleva consigo. En la sociedad humana, por tanto, no todos mandan, porque todos sirven. La revolución que hace falta es, antes que nada, una revolución interior. Para cada uno, su vida será todo lo importante que se quiera. Vivir es elegir entre las diferentes posibilidades que nos ofrece nuestra circunstancia. Hay que estar optando sin cesar. El mundo no es una representación; es una realidad. Y no está terminado, sino haciéndose. Y sólo se le domina en la medida en que se le conoce. La vida suele tener más amarguras que felicidad. La clave está en sacar felicidad de la amargura; sacar felicidad de la felicidad, no tiene ningún valor. Lo difícil, como una vez le escuché decir a mi amigo Urbano González (Urzapa), es hacer como las abejas, que de una cosa amarga como el romero sacan la miel.

Publicado en "Diario de León" el sábado 16 de marzo del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/ser-feliz_1321146.html

jueves, 14 de febrero de 2019

Nostalgia de lo humano.

Las componendas democráticas, la desorientación intelectual y política son hoy, en muchas partes, los verdaderos enemigos de la libertad. El político no sólo necesita principios generales e intemporales, sino también una visión extraordinariamente aguda de los problemas de su época. Me doy cuenta de que esa confusión entre la realidad deformada y la realidad real es frecuente en los últimos tiempos. Las preguntas son muy fáciles. Lo difícil son las respuestas. 

El hombre se ha ido acostumbrando a mirar el bien o el mal de las cosas desde un punto de vista exclusivamente amoral y técnico. Y esta es también la situación de la política. Pero el hombre empieza a sentir la nostalgia de lo humano. Es la ley de su naturaleza, esencialmente moral, que no encuentra un lugar adecuado en una civilización cada vez más mecanizada y que se devora incesantemente a sí misma. Los prodigios de la tecnología son cada vez mayores, y mayor es aún la prodigiosa indiferencia con el que el hombre actual recibe las noticias de los nuevos descubrimientos. Las modas filosóficas pueden servir para una brillante tesis doctoral e incluso para vivir, pero casi nunca son verdad. Durante mi vida he visto pasar y desaparecer una decena de “ismos”. La conciencia es como la piel. Al principio, se muestra delicada como la epidermis de un recién nacido. Perfectamente sensible a cualquier estímulo. Pero si se descuida, si se expone, si se desprecia, acaba endurecida, ajada y vieja, como la piel callosa de las manos de un campesino. Incapaz de sentir si tiene una picadura, un corte o una herida incurable.

No es suficiente votar y opinar, cada uno debe hacer lo que mejor pueda para mejorar las cosas.  Superarse a sí mismo. El hombre virtuoso, dueño de sí mismo. Es precisa una formación que tenga esa trascendencia política y social, y la tenga preparando a todos para la intervención en la vida pública. Asumir una parte de responsabilidad en el desarrollo actual de la sociedad: el desinterés por los asuntos públicos; el fraude fiscal, que repercute sobre la vida moral, el equilibrio social y la economía del país; y la crítica estéril de la autoridad y la defensa egoísta de los privilegios, con perjuicio del interés general. La propiedad privada para nadie constituye un derecho incondicional y absoluto. Nadie puede reservarse para uso exclusivo suyo lo que de la propia necesidad le sobra, en tanto que a los demás falta lo necesario.

El liberalismo no es una mera ideología sino el ambiente indispensable para que todas ellas respiren. La política no es en sí misma un sistema de normas inflexibles que no atienden a las circunstancias de la vida humana y de los hombres; pero no es tampoco una pasional y arbitraria veleta, que se muda a todos los vientos, sin estabilidad y sin firmeza. Aspira a ser de esta suerte la conjunción armónica de lo ideal y lo real, el ensamblaje del caballero y el escudero, la síntesis de Don Quijote y Sancho. Le preguntaré su opinión a Eduardo Aguirre, experto en pensar y escribir sobre ellos.

El pasado ya no está en nuestra mano, aunque en su día lo estuvo; el presente, en cuanto presente, tampoco nos permite hacer simultáneamente dos cosas contradictorias, o hacer una y al mismo tiempo no hacerla. De ahí que la única salida que posee la providencia humana sea el prevenirnos y prepararnos con anticipación para lo porvenir. El hombre sólo tiene en su mano el porvenir, las contingencias, y únicamente puede prevenirlas mirando hacia adelante, porque nada es contingente para el hombre más que lo futuro. Dos dimensiones del tiempo -lo pasado, lo presente- que están ya excluidas de las posibilidades del hombre. Lo que ha sido, ha sido; lo que es, es. ¿Qué le queda entonces por hacer a nuestro vivir? Anticiparse, hacerse dueño de lo que todavía es sustancia lábil y movediza, antes de cristalizar en definitiva forma. Para eso la previsión humana; y ella para la prudencia.

Hasta ahora sólo se ha descubierto un remedio, y aun ese no agrada a todos: dejarse enseñar por los demás, particularmente por los ancianos de verdadera senectud, más encanecidos por la experiencia que por los años, y a quienes ésta les indica el rumbo que suelen tomar las cosas. Dicen que a la hora de la muerte viene la lucidez. Quizá es que a la hora de la lucidez viene la muerte. A estar bien dispuesto para recibir estas lecciones, sin desoírlas por pereza o despreciarlas por soberbia, se llama docilidad. ¡Lástima que las resoluciones más importantes de la nuestra vida -la carrera, el estado- hayan de ser tomadas en la primera edad, destituida de ciencia y experiencia! Intentar cambiar -mejorar- el mundo, poco a poco. Lo que no es normal en estos tiempos de compromisos y cobardías. Mejor realidades que esperanzas. Creo sinceramente que el éxito, muchas veces, huye de quien lo persigue. Con el honor se puede ganar mucho dinero, pero con el dinero no se puede comprar el honor. El éxito sin honor es el mayor de los fracasos. Dichosa vanidad, cómo nos complica la vida.

Publicado en "Diario de León" el miércoles 13 de febrero del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/nostalgia-humano_1313591.html


miércoles, 30 de enero de 2019

Nosotros.

Resulta un espectáculo triste el de tantos matrimonios que comenzaron llenos de ilusiones y que al cabo de un poco tiempo (unos pocos años o quizá unos pocos meses) van languideciendo, para convertirse en una especie de obligada sociedad de dos personas aburridas; así como da gozo contemplar el espectáculo de algunos matrimonios a los que las arrugas, las canas e incluso los achaques de la vejez no han amortiguado la unión íntima entre dos personas que emprendieron el camino de la vida unidos por el amor y que a lo largo del camino el amor se les fue haciendo más intenso.

No es fácil dar recetas que solucionen las situaciones conflictivas en el orden afectivo ni en el social; pero si el marido estuviera siempre dispuesto a comprender los motivos que su mujer tiene para reaccionar de tal modo, y la mujer estuviera siempre dispuesta a hacerse cargo de los motivos que su marido tiene para comportarse de tal o cual manera, el pequeño sacrificio de cada uno vendría a ser como un continuo riego de amor entre los dos. Valdría la pena considerar el valor que tiene en la vida familiar el constante intento de comprenderse unos a otros, el marido a la mujer, la mujer al marido, los padres a los hijos. La condición primera para un influjo eficaz es colocarse en-el-lugar-del-otro: ponerse en su lugar. En el fondo de muchos trastornos psíquicos de los que tanto abundan en la sociedad actual, se encuentra el descontento de la vida, que tiene su origen en una familia constituida por padres insatisfechos, tristes, nerviosos; es decir, por padres que viven una vida decepcionada íntimamente, se cuiden o no de disimularlo.

La vida es corta. Pero es muy ancha. No pueden hacerse muchísimas cosas, pero las que se hacen, pueden hacerse bien. Creo que eso es suficiente para tener una vida plena. Creo que la gente se estanca en la comodidad. Pero lo que ha olvidado es ser feliz. Solo esperan que les toquen buenas cartas. Pero la felicidad está en el camino, en-el-durante, en el juego. No se puede estar esperando toda la vida. Como le gusta recordar a mi amigo Mariano: o encontramos nuestra felicidad en lo cotidiano o no la encontraremos nunca. En Santiago de Chile tuve la suerte de conocer a un señor que celebró sus setenta años de casado y recuerdo como dijo, con esa simpatía que le caracterizaba, que lo más importante para perseverar en el amor era comenzar el día desayunando juntos. O aquel otro matrimonio, a quien también tuve la suerte de conocer, que, en la madurez de la vida, afirmaban que "ahora nos queremos más, mucho más, que cuando éramos novios"… Hace falta ser pacientes para poder convivir, para sobrellevarnos y para que el sobrellevarnos sea profundidad en la convivencia, en la participación de la vida. A veces la sabiduría más necesaria es saber sobrellevarnos, porque entonces el amor crece.

A mí me gusta dar buenas noticias sobre la familia porque para dar las malas se bastan algunos medios que parecen ignorar que la familia es algo natural, próximo, en cuyo seno nacemos, nos desarrollamos y nos amamos. Eso no es una quimera, sino una institución donde nuestros mejores impulsos encuentran adecuada respuesta. A veces dedicamos más tiempo a hablar de los matrimonios rotos en vez de los millones de parejas que viven fielmente su entrega, lo cual no quiere decir que la familia no esté pasando por sus momentos más bajos, pero sería bueno que de vez en cuando se hiciera una referencia a la realidad de que la gente se quiere, que los hijos respetan a los padres y que las parejas que perseveran son más de las que aparecen en la prensa rosa.

He conocido personas interesantes que trabajan en un ambiente de egolatría y vanidades, sometidas a grandes tensiones, y que su refugio es la familia. Prioridad absoluta que en la vida de muchos ha tenido, y sigue teniendo, la familia. La necesidad de estar integrado, el convencimiento de que la familia es la comunidad ideal para que el hombre y la mujer puedan desarrollar sus capacidades de amar y ser amados. A veces calificamos de problemas lo que es el devenir normal de la vida. No hay derecho a que nos quejemos cuando tres partes de la población mundial estarían felices de tener los problemas que tenemos muchos de nosotros… Es más, a veces, los problemas mantienen vivo el matrimonio.

Esta comunidad que instaura el matrimonio, este “nosotros”, es mucho más que la mera convivencia; no es sólo un estar “junto a” o “con” el otro cónyuge. No es suficiente esto para definir la comunidad matrimonial. El “nosotros” que funda el compromiso matrimonial se ubica en un terreno más profundo. El cónyuge no da al otro lo que le corresponde, ni más de lo que le corresponde y ni siquiera más de lo que nunca hubiera podido soñar, porque no es cuestión de cantidades, sino de amor conyugal. El “nosotros” matrimonial está formado por todo lo de ambos, porque todo se pone en común y renace como “lo nuestro”. Del “tú y yo” al “nosotros”.

Publicado en "Diario de León", hoy, 30 de enero del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/nosotros_1310203.html

domingo, 13 de enero de 2019

Realidad y realidad virtual.

Los apólogos de la cultura oriental (“los cuentos chinos”) ofrecen, miles de años después, siempre, un material inagotable de reflexión. Y los chistes de Jaimito, ni digamos… Papá ¿qué diferencia hay entre la realidad y la realidad virtual? A ver, Jaimito, te lo voy a intentar explicar mediante un experimento… Pregúntale a tu hermana si a cambio de un millón de euros para nuestra familia estaría dispuesta a engañar a su novio. Dice que sí. Ahora, lo mismo a tu hermano. Papá, dice que también. Ves, Jaimito, según la realidad virtual ahora tendríamos dos millones de euros; pero, en realidad, solo tenemos a dos sinvergüenzas…

Somos gente muchas veces perdida; y nos cuesta aceptar esta verdad, nos cuesta reconocer que, realmente, con mucha frecuencia, la desolación que sentimos es la desolación del hombre para quien las cosas han perdido su significación; que la extrañeza que sentimos ante otros hombres significa, de una manera cierta, nuestra desorientación íntima, personal. Estamos perdidos. ¿Cuándo ha desaparecido de nuestra vida esa referencia que da sentido a todo? La mayor parte de nuestras tristezas, de nuestros problemas, significan que nos hemos instalado en un lugar que no es el nuestro, en un lugar de comodidad, en un lugar de metas aparentemente fáciles, que van llenando el corazón de amargura, de rutina, de mediocridad…

Una de las cosas que, con más espontaneidad, con menos esfuerzo, de modo más asiduo, buscamos los hombres al actuar es el éxito. Y del éxito tenemos muchas veces un conocimiento superficial y defectuoso. Muchas de nuestras desorientaciones en la vida provienen de tener una noticia apresurada de lo que significa triunfar. Y muchas de las empresas que a veces en la vida nos atraen, nos resultan atractivas precisamente porque nos parece que en la cumbre está eso que llamamos triunfo. La victoria es un asunto final. Esto se ve, por ejemplo, en las competiciones deportivas que tienen tanta semejanza con la vida del hombre: en un partido el triunfo se da al final; puedo haber estado uno de los equipos en situación de derrota pasajera, temporal, y terminar ganando. Y, al revés, puede un equipo haber ido por delante en el marcador y sin embargo terminar perdiendo. El asunto del éxito es final. Se sabe solo al fin.

Por eso, para poder hablar con exactitud de éxito y de triunfo hace falta mirar al fin. Porque muchas veces vivimos atemorizados por miedos. Es verdad que a veces tenemos miedos a cosas verdaderamente temibles, porque son muy graves, y tenemos, por ejemplo, miedo a la guerra. Pero es que en general los hombres, y viene al caso este ejemplo concreto, tenemos miedo a muchas cosas que, quizá, en sí mismas no serían temibles, pero que a nosotros nos asustan: tenemos miedo al qué dirán, a lo que piense la gente de nosotros; tenemos miedo al ridículo; tenemos miedo de caer mal; tenemos miedo a veces de cometer un error al expresarnos, a ser mal interpretados. Tenemos miedo a decir una tontería.

“Progreso” es un concepto estupendo, pero puede significar cosas muy dispares. ¿Progresa una sociedad porque ha logrado fabricar armas atómicas, o porque sus naves espaciales pueden llegar a Marte, o porque sus ciudadanos pueden comunicarse, inmediatamente, con cualquier parte del mundo? Estas son manifestaciones de progreso técnico, pero ¿está progresando el hombre? Ésta es, sin duda, la cuestión fundamental. No puede contestarse a esta pregunta sin asignar una meta al ser humano, porque progreso no significa avanzar en cualquier dirección (un avance en-cualquier- dirección puede comportar un retroceso), sino dirigirse hacia una meta; es decir, hacia un objetivo propuesto conscientemente, porque lograrlo parece que vale la pena. 

Pocas personas, pienso, pondrían reparos a la tesis general de que el objetivo del hombre es la felicidad. La existencia humana tiene reglas; si no se observan, el resultado puede ser su pérdida, o al menos la incapacidad para lograr que sea libre y feliz. Como algunas personas desconocen estas leyes, la ignorancia es la causa de que muchas veces las violen. Pero las reglas siguen en vigor; y se pagan las consecuencias de habérselas saltado. Una corriente eléctrica puede matar, lo mismo que puede hacerlo el veneno. No se trata sólo de leyes de la física o de la química son evidencias que hacen referencia al efecto de realidades físicas o químicas en la vida humana. Son verdades de la existencia: leyes de la vida misma. Si se ignora que un cable de alta tensión es muchas veces mortal, puede tocarse. Si se desconoce que una mezcla química es venenosa, puede beberse. La persona en cuestión será probablemente sincera y no tendrá culpa de su ignorancia; pero ese desconocimiento no la aísla contra la electricidad, y la sinceridad no es antídoto al veneno. La ignorancia puede resultar muy gravosa. Si se realizan ciertas acciones se suceden consecuencias lamentables. El hombre solamente se va a encontrar con la frustración si busca la felicidad donde no se puede hallar; o si busca una felicidad ilimitada donde sólo puede hallarse limitadamente; o si busca la felicidad donde se puede encontrar, pero no de la manera como se puede hallar. La felicidad es el resultado de la entrega generosa a algo o alguien que vale la pena.

Publicado en "Diario de León" el viernes 11 de enero del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/realidad-realidad-virtual_1305509.html

jueves, 3 de enero de 2019

Educar para un tiempo nuevo.

El ideal cultural de una sociedad libre es una condición inevitable para su estabilidad económica social y política. La libertad y la igualdad son conceptos de grueso calibre que, más allá de la encendida o exquisita retórica, no sirven para nada si el hombre no puede aspirar a ellos en igualdad de condiciones con los demás hombres. Sobre todos los sistemas se iza, como una quimera conquistada, la palabra libertad. El mundo es libre, la sociedad es libre, el hombre es libre… ¿Libre de qué? Para alcanzar la plena libertad humana, es preciso dotar al hombre de la única palanca posible para alcanzarla: el dominio de la cultura. Ese dominio que llega cuando, reconstruyendo desde los cimientos mismos de la sociedad, se alcanza una igualdad de oportunidades, sin exclusión alguna.

Las necesidades sociales se suelen concebir de un modo superficial, como producción de bienes y servicios necesarios para el bienestar, y también como capacidad para que unos hombres puedan vivir pacíficamente al lado de otros, sean cualesquiera las creencias o modos de pensar de los vecinos. Productividad y tolerancia pudiéramos decir que son los fines perseguidos por la educación actual. Si no tuviésemos miedo a las palabras, hablaríamos de algo más que de tolerancia, armonía, unión o coincidencia; hablaríamos de amor, dando a esta palabra toda la significación emotiva y toda la significación clásica que tiene, porque el amor es un sentimiento, pero es también una operación activa de la voluntad, es algo que se nos da, pero es algo que hemos de cultivar. Si queremos persuadir, lo conseguiremos mejor a través de sentimientos afectuosos que de discursitos. Cuando el pensamiento se ha pretendido subordinar a la acción, se ha producido una inversión catastrófica en el orden de la vida. En el predominio de la voluntad está la génesis de toda esa febril actividad, esa incontenida ansia de tener, esa vertiginosidad del trabajo, esa precipitación del placer que caracteriza la época presente; de ahí se origina esa adoración y entusiasmo por el éxito, por la fuerza, por la acción; de ahí las luchas por la conquista del poder y del mando. Estrés.

Para ver la gravedad del problema de la formación en la verdad basta con echar una mirada a nuestro alrededor y comprobar que el mundo actual está carcomido por la mentira. Por un lado, las mentiras colectivas, de las que son un buen ejemplo las abundantes ocasiones en que los políticos toman las grandes palabras de justicia, paz, libertad para encubrir con ellas sus ambiciones, no siempre justificables; por otro lado, las mentiras individuales, egoístas, con las que pretendemos descargarnos de responsabilidades o servir nuestros intereses y deseos. Lo tremendo de la mentira es que condena al hombre a vivir en la clandestinidad; el afán del mentiroso es ocultar la realidad al conocimiento de los otros, y ello significa tanto como crearse una valla y un techo que impidan llegar la luz a lo que en realidad existe.

Los padres no pueden considerar cumplidos sus deberes educativos con el envío de sus hijos a-un-buen-colegio. A la institución escolar le compete primordialmente la formación intelectual. Educar, enseñar, transmitir a los niños todo lo mejor que el hombre ha hecho sobre la tierra. Con ritmo creciente a la escuela se atribuye o le confieren obligaciones que antes pertenecían a otras entidades sociales. Ahora la escuela ha tenido que pasar desde la tarea intelectual a la preocupación por las necesidades sociales y aun familiares de sus posibles alumnos. Al maestro se le exigen cometidos cada vez más dispares. Desde su única tarea de enseñar a leer, a escribir, a contar y dar los elementos de las ciencias, o los sistemas científicos según el grado de enseñanza a que se dedicara, ha pasado el maestro a ser el hombre al cual se le pide que prepare a sus alumnos para vivir. Es indeclinable de la familia la que pudiera llamarse formación del carácter. Conviene recordar que un carácter no se valora éticamente sólo por el resultado de las acciones, sino por la orientación o la finalidad que las guía. Autodisciplina como supremo ejercicio de la libertad. La misión de los centros educativos no es “hacer sabios”; es mostrar a los alumnos que se sabe bastante sobre muchísimas cosas, que ellos lo desconocen casi todo, y que hay métodos para, esforzadamente, salir de la ignorancia. También: animarlos a tomarse muy en serio la etapa académica, y valorar la gran oportunidad que la sociedad les brinda. Las buenas escuelas son fruto no tanto de las buenas legislaciones cuanto de los buenos maestros.

El destino depende de uno mismo, de la manera de ser y también de las circunstancias, desde luego. Pero sobre todo de uno mismo. Parece que las vidas se van desarrollando regidas por la casualidad y no es así. El destino es como una cadena de actitudes, de hechos que llevan a una consecuencia final. Parece casual, pero es el resultado de un plan, de un programa inconsciente, en parte, y, en parte, elaborado. Lo mágico de la juventud es no saber en qué consiste verdaderamente la existencia humana. Se pueden transmitir bienes: pero no la experiencia de la vida. Y como cada persona es distinta, se debe educar en libertad, enseñando a cada una a llevar el timón de su vida en la dirección correcta: hacia la felicidad de una vida plena, con la actitud necesaria para orientar su vida en servicio a los demás.

Publicado en "Diario de León", el miércoles 2 de enero del 2019: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/educar-tiempo-nuevo_1303519.html

martes, 25 de diciembre de 2018

La guerra al estrés.

Durante los últimos meses, casi todos los periódicos han publicado en sus suplementos de fin de semana algún artículo o reportaje sobre el aumento de las enfermedades psiquiátricas por exceso de trabajo. Ya no son enfermedades como úlceras, gastritis o cefaleas, sino serios trastornos psicosomáticos como las depresiones. Las causas de este tipo de enfermedades, en muchos casos, se encuentran en la enorme presión social y laboral que se ejerce en los colaboradores de muchas organizaciones. Ahora con la crisis más, pero, antes, también. La presión por cumplir los objetivos, por ganar una compensación extraordinaria, la ambición legítima por un ascenso que supondrá un mayor sueldo y un mayor reconocimiento social, pretensiones muy legítimas, pueden desequilibrar nuestra vida.

Lo mejor es luchar por mantener un equilibrio entre familia y trabajo. Trabajar en horarios adecuados, intentar llegar a casa a una hora razonable para estar con nuestro cónyuge e hijos, comer con ellos algún día entre semana, aunque suponga para nosotros un esfuerzo por el desplazamiento de ida y vuelta, hacer deporte con frecuencia, quedar con nuestros amigos, etc. son algunas buenas prácticas recomendadas por personas con experiencia. Si somos capaces de armonizar un intenso trabajo profesional y una dedicación real a nuestra familia y amigos lograremos vivir-una-vida-digna-de-este-nombre y, sin duda, habremos ganado la batalla a depresiones, estrés, afecciones cardiovasculares y otras enfermedades desgraciadamente en aumento.

En las organizaciones, la guerra al estrés no sólo no ha sido abandonada, sino que se está viendo impulsada con más vigor que nunca. Y con nuevas armas. Si antes primaban las soluciones de grupo como los cursos de empresa, concebidos para que unos cuantos directivos aprendieran a controlar su ansiedad, hoy se combate ese mal con un enfoque más ambicioso. Se trata de actuar sobre el conjunto de la organización para mejorar el clima laboral. ¿Por qué este cambio de enfoque? Básicamente, porque en la sociedad actual, con organizaciones más cambiantes e inestables, el estrés se propaga como una plaga. Una plaga que las organizaciones, responsables en buena parte de este mal, no pueden combatir fácilmente. El estrés, que en las cadenas de montaje o en las grandes oficinas repletas de centenares de amanuenses producía, a lo más, un elevado nivel de ausentismo, hoy, atenta, sobre todo en las empresas de servicio, contra la esencia de estas organizaciones: contra la calidad de su servicio. Y, como consecuencia de ello, se reduce la competitividad y la productividad.

Este mal se ha extendido en la misma media en que las empresas se han ido poblando de puestos y funciones crecientemente sofisticadas. Ya no sólo afecta a las personas que tienen la responsabilidad de dirigir sino también a todos, a los operarios, muy castigados por los procesos de ajustes y reajustes a causa del cambio tecnológico y a la deslocalización. Durante años se pensó que el estrés se podía combatir adecuadamente de modo individual, o en pequeños grupos, pero ésa es una medida insuficiente ya que limitarse sólo a intentar entrenar a algunas personas para que sepan controlar su tensión y su ansiedad es un sistema caro y, en muchos casos, poco eficaz. Las técnicas de autocontrol o relajamiento, además de que no solucionan la raíz del problema que es una organización deficiente, un directivo insufrible, un trabajo mal planificado o unas pésimas relaciones laborales, acaban por olvidarse al cabo de unos pocos meses.

Las buenas prácticas aconsejan, además, el desarrollo de acciones sobre otros presupuestos. Se trata de analizar y, posteriormente, modificar en sentido positivo, la organización y las relaciones que originan una multiplicación de situaciones de estrés negativo entre los colaboradores de una empresa. La palabra clave es clima laboral. A partir del estudio de las deficiencias, se busca crear ese clima laboral que reduzca la tensión y estimule la satisfacción. Es relevante la creación de una cultura de empresa con la que los colaboradores se puedan identificar y que genere un cierto nivel de seguridad psicológica. Otros aspectos a considerar son la fluidez de la comunicación entre las personas, la estructura de la organización, el nivel de satisfacción que produce una tarea y, por supuesto, que las personas estén asignadas a posiciones de acuerdo a sus cualidades y formación.

Finalmente, la búsqueda de este clima laboral parece urgente por varias razones. Por un lado, porque la nueva forma de organización del trabajo y de las empresas (externalizaciones, trabajo temporal, movilidad, competencia interna, cambio continuo de objetivos y funciones, flexibilidad…) es una fuente inagotable de situaciones que generan estrés. Por otro, porque las organizaciones, en un escenario en el que los servicios desempeñan un papel cada vez más protagonista, necesitan encontrar vías que reduzcan la tensión y la ansiedad de sus colaboradores. No olvidemos que el capital básico de una empresa, y especialmente de una empresa de servicios, es su gente.

Publicado en "Diario de León" el lunes 24 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/guerra-estres_1301985.html

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Reconquistar la libertad.

Hace unos días acompañé a mi amigo Miguel Ángel Cercas Rueda en la presentación de su último libro: “A orillas del Bernesga”. Una colección de aforismos de temática variada. Las estaciones del año nos descubren lo que al autor inquieta: la prisa en nuestra sociedad, el uso continuo de las nuevas tecnologías, el valor de la amistad y de la familia, la pretensión de entender todo lo que nos ocurre, la visión que Dios tiene de nosotros, la escritura como forma de vida, la necesidad de ser útiles, el dolor o el amor como sentimiento. Y siempre desde una visión amable que, conjugada con cierta ironía, nos puede provocar una sonrisa. Un libro inspirador, de-los-que-te-hacen-pensar.

Las ilusiones no se destruyen súbitamente: se van perdiendo con lentitud, unas veces por la edad, otras por el desfallecimiento físico, y otras con debilidades morales. El realizar una cosa por-amor-a-la-misma es considerado, en muchísimos casos, como una tontería. La peor decisión de la vida: no ser fiel a uno mismo. La educación, la formación de la persona no es un bien que se consume, es un bien que se comparte. Pienso que la misión del trabajo es principalmente la realización personal y el crear valor a nuestra sociedad, y, en segundo lugar, obtener una remuneración para tener una vida digna. La educación no es la adquisición de conocimientos. Su fin no es el mero saber en cuanto a contenidos. El fin que ha de perseguir es el “entrenamiento intelectual”. Un hábito de la mente que se adquiere para toda la vida.

Sabio es el que sabe sobre el hombre. Los demás saberes, por importantes que sean, pertenecen a un plano distinto. El crespúsculo de la filosofía ha abierto la puerta a la primavera de los brujos. No cabe una moral sin “el otro” ... El "está bien" o el "está mal" sólo cuentan en la medida en que están respaldados por un profundo bagaje de saberes, experiencias y convicciones. Vivir auténticamente no es vivir con arreglo a lo que cada uno es y asumir la culpabilidad y la finitud, sino que es vivir en la verdad de lo que somos y de lo que debemos ser. La vida no se detiene nunca. El desorden no es casi nunca indicio de mayor libertad, sino de ausencia de proyecto. Aprender a vivir no es dejarse llevar, sino hacerse un proyecto y realizarlo esforzadamente. En palabras de mi amigo Fernando, hay que reconquistar la libertad. O, al menos, intentarlo, digo yo.

Algunos amigos me han comentado con bastante unanimidad: excesivo optimismo. O, al menos, sorprendente optimismo. Porque hoy no es común que las gentes escriban con seguridad, dejando atrás deliberadamente los mordiscos de la duda o el razonable temor ante los interrogantes inmediatos de la fiera que nos amenaza. Unos, al reprocharme el tono optimista, sonríen como para dar a entender que lo consideran ingenuidad. Otros, seriamente, me dicen que, aunque bien lo quisieran, no ven las cosas, ni mucho menos, tan propicias. Hay motivos de sobra para mirar con optimismo el porvenir. No comparto la afirmación de que el humanismo es por sí solo el remedio de los problemas colectivos. Mi convicción es otra: que la visión humana de dichos problemas, consustancial a todo humanismo, es una contribución decisiva para su correcta contemplación y remedio. No es suficiente, pero sí necesario. Los enterradores del humanismo no son los técnicos, sino los intelectuales frívolos y mansos. Hemos de construir un mundo, una estructura de mundo, que garantice al hombre la efectiva realización de su condición de ser libre. Hemos de propagar el sentido de la reflexión, del análisis y de la meditación personales. La más luminosa fuente autónoma que poseemos es la razón.

Cualquier concepción sobre el funcionamiento de las organizaciones encuentra su fundamento en una determinada concepción de la persona y del papel que éstas juegan en ellas. No es posible abordar el estudio de una empresa sin enfrentarse al concepto de persona. Es posible ayudar desde fuera a las personas para que mejoren la calidad de sus motivaciones, pero eso solo será posible si la persona quiere mejorarla, ya que si no lo quiere no mejorará. Lo que no se puede imponer desde fuera -afortunadamente- son las intenciones que llevan a actuar a una persona de un modo u otro.

Hace años, tuve la suerte de escuchar a un profesor que, en una de sus clases, sacó de su bolsillo un billete de 100 dólares. Y nos preguntó que quién lo quería... Sorprendidos y alborotados, levantamos las manos... Él dijo: voy a dar este billete a uno de ustedes, pero, antes, déjenme hacer esto... y arrugó el billete. Entonces preguntó: quién lo quiere todavía... Las manos se volvieron a levantar. Bien, dijo, y arrojó el billete de cien dólares al suelo y lo pisoteó con la punta y el tacón de su zapato... Arrugado y sucio, cogió el billete del suelo y nos volvió a preguntar... Nuestras manos se volvieron a levantar. Mis queridos alumnos, ustedes acaban de aprender una valiosa lección. No importa lo que hice con el billete, ustedes todavía lo quieren porque incluso arrugado y sucio, su valor no ha disminuido, sigue siendo un billete de 100 dólares… Cuántas veces, a lo largo de nuestra vida, abatidos por los problemas, arrugados por miedos y violencias, pisoteados por circunstancias...; en esos momentos, sentimos que hemos perdido valor: sin embargo, valemos exactamente lo mismo. Vales por lo que eres. 

Publicado en "Diario de León" el miércoles 19 de diciembre del 2018: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/reconquistar-libertad_1300787.html

jueves, 13 de diciembre de 2018

86.400

Aprovechar el tiempo es clave. A veces, nuestros sueños, nuestras ilusiones, se quedan sólo en proyectos. Esperamos que se cumplan, pero no nos esforzamos lo suficiente para hacerlos realidad. Como si el simple paso del tiempo nos los fuera a regalar. La vida no funciona así. El tiempo es el recurso más valioso y escaso con el que contamos. Y, en ocasiones, nos comportamos como si ignoráramos esta verdad fundamental. 

Aprovechar el tiempo es básico. Y se puede aprender, hay experiencia documentada -buenas prácticas- y técnicas probadas. Lograr que nuestros sueños dejen de ser proyectos y se transformen en realidades, pasa por administrar nuestro tiempo con inteligencia y con intensidad. Parafraseando a no recuerdo quién: El único lugar donde el éxito va antes que el trabajo es en el diccionario…

Muchos dirigentes se comportan como aquel leñador del cuento que se desesperaba golpeando el tronco del árbol. Cuando le preguntaban por qué no podía parar un poco explicaba que la culpa la tenía su hacha, ya no tenía filo. Y cuando le preguntaban por qué no la afilaba, el leñador respondía que no tenía tiempo porque tenía que seguir golpeando el tronco.... Lo más importante cuando uno se siente en conflicto con su tiempo es tener bien claro qué quiere en la vida. Lo demás, viene solo. No hay forma de organizar una agenda cuando uno no está en orden consigo.

Las horas de trabajo no son siempre productivas, pero tampoco son horas muertas. Solemos perder el tiempo, y lo peor es que cuando terminamos el día sentimos que el trabajo sigue ahí... Por ello el sentimiento de frustración que habitualmente se produce cuando consideramos el (des) aprovechamiento de nuestro tiempo. El desbordamiento es tal, que tenemos la sensación de hacer mucho, pero a la vez no estar haciendo nada, o, mejor dicho: todo a medias; son muchas las obligaciones que impiden no poder centrarse en una sola. Sufrimos una preocupante dispersión en nuestras actividades diarias. Y los tiempos prolongados de concentración suelen ser escasos y poco intensos. Hay asuntos que no se pueden atender en quince minutos... Por eso se recurre al tiempo de ocio, robando momentos a la familia y al descanso. El resultado todos lo conocemos: el estrés.

Probablemente la clave está en la perspectiva con que se miren los problemas a resolver en el trabajo. Aprender a relativizar, el mejor camino para alcanzar la visión global que necesitamos para encontrar la objetividad que requiere cualquier planificación. Sólo así es posible establecer prioridades en la actividad diaria. Es frecuente que sumergidos en el agobio nos preocupemos más de lo urgente que de lo importante. No siempre es fácil mantener la cabeza fría, por eso conviene fijar estrategias y objetivos a largo plazo que nos marquen la senda de la que no conviene desviarse. Se trata de valorar el tiempo, de administrarlo bien. De lo contrario, se comienzan mil cosas antes de terminar una.

Identifiquemos los famosos "ladrones de tiempo" (los que más nos afecten a nosotros) como reuniones, visitas, interrupciones varias, internet... que nos acechan y que no son tan fáciles de contener. A veces combatirlos resulta complejo y frustrante. No podemos tirar el ordenador por la ventana, ni quemar los papeles ni -menos- "eliminar" a cada persona que nos interrumpa. Reflexionemos acerca de nosotros mismos y de nuestro trabajo. Cada uno pierde o desaprovecha el tiempo a su propia manera, y sólo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, salir del caos.

El aprovechamiento del tiempo es clave en nuestra vida. Nos falta tiempo, decimos. Es cierto. Mis amigos saben que me apasiona este tema: la importancia de luchar por aprovechar intensamente los 86.400 segundos que nos regala cada día. Sin embargo, a veces, esta carencia de tiempo se transforma en la justificación para no resolver asuntos pendientes, para no estar con la familia, para omitir todo tipo de actividades que no estén directamente relacionadas con el propio trabajo. Un caso típico es el poco o nulo tiempo que muchas personas dedican a la lectura. Es común oír "yo sólo tengo tiempo para leer el periódico", "suelo leer, pero en vacaciones", etc. Sin embargo, me sorprende que quienes dicen tener tan poco tiempo para leer hablen con todo detalle de-las-series-de-moda... 

La ausencia de lecturas se manifiesta en vocabulario pobre, en deficiente redacción, en graves errores ortográficos y sintácticos. Y, claramente, en tener limitados temas de conversación. La lectura es una forma efectiva para mejorar nuestra capacidad de comprensión y ser más competentes en nuestra expresión oral y escrita. Pero, sobre todo, leer es fundamental para nuestro desarrollo como personas.

Como dicen los economistas el tiempo es un bien escaso. Quizá el más escaso de todos, y desde luego de los pocos que no se pueden comprar. El tiempo es breve. El manejo efectivo del tiempo es un factor clave para que una persona viva una vida digna de tal nombre. Una óptima gestión del tiempo aumenta la capacidad de hacer más cosas, y mejor. Y, muy importante, disminuye tensiones innecesarias en la vorágine actual. Suele ocurrir que, en el dinamismo de nuestras vidas, tengamos una lista interminable de tareas y no sepamos por dónde empezar. Interesarse por el buen uso del tiempo no es sólo una moda sino una necesidad.

Publicado en "Locus Appellationis", Blog Informativo del Colegio de Abogados de León: https://www.ical.es/locus-appellationis/articulo/todos/12/86400/66

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Tener un para qué.

Toda organización debiera contar con una declaración de sus principios y valores, expresada con tal claridad que no fuera necesaria ningún tipo de interpretación. Para definir el rumbo de una organización es preciso distinguir lo pasajero y efímero de lo perdurable y trascendente. Por ello es preciso sustentar el desarrollo en bases sólidas. El compromiso en torno a esos principios y valores resulta crucial si queremos disfrutar de una cultura sólida que es mucho más que palabrería barata en forma de frases ingeniosas y grandilocuentes que, a veces, se obliga a los colaboradores a repetir como papagayos. Utilizar los principios y valores como guía de nuestro trabajo supone un desarrollo tanto para la organización como para las personas. En tiempos de crisis, nos ayudan a superarlas y a aprender, a fortalecernos en la adversidad. Sin valores asentados, sin culturas solventes, se puede subsistir; pero, a la menor crisis, vamos a salir debilitados, desgastados, empobrecidos. La famosa frase: quien tiene un para qué siempre suele encontrar un cómo…

Sobre este asunto recomiendo el libro del profesor Lorenzo Bermejo Muñoz: “El gobierno de las instituciones universitarias. Un enfoque orientado a la misión”. Propone un modelo de gobierno orientado a la implantación efectiva de su misión, alineada a su identidad y a la naturaleza de dichas instituciones; pero, en general, sus propuestas son aplicables a cualquier tipo de organización. De él se derivan, para quienes tienen la responsabilidad de gobernarlas, una serie de recomendaciones a nivel estratégico y operativo, y la necesidad de ejercer un liderazgo que aliente e incentive, en las personas que las integran, el adecuado esquema de motivaciones para que sus decisiones y acciones tengan a la misión como referencia. Podría definirse la misión como el “para qué” de cada organización. Una guía para la actuación de los empleados y un elemento de evaluación respecto a su adhesión. La misión es una herramienta útil para formular e implementar una estrategia. La misión ayudará a no perder el foco. Establece un marco de referencia. Representa el compromiso de la organización con unos fines determinados. Una-especie-de-pegamento-cultural.

Uno de los mejores medios para lograr nuestros fines es promoviendo la confianza en las personas con quienes trabajamos. Si una organización quiere desarrollarse, la confianza tiene que ser algo más que un tema de conversación, tiene que ser el centro de todas sus actividades. Las organizaciones no pueden convertirse en junglas en las que sólo sobreviven los más fuertes, en las que diariamente hay que vivir preparado para la batalla. De la misma manera que una gran confianza reduce los conflictos entre los colaboradores, aumenta la productividad y estimula el crecimiento, unos bajos niveles de confianza afectan negativamente a las relaciones, impiden la innovación y entorpecen el proceso de toma de decisiones. Los colaboradores de las organizaciones en las que hay un bajo nivel de confianza trabajan normalmente en condiciones de mucho estrés, dedican una buena parte de su tiempo a cubrirse las espaldas, justificando decisiones del pasado y realizando cazas de brujas o buscando cabezas de turco cuando algo no funciona. Esto les impide centrarse en el trabajo, y hace imposible que haya un intercambio de ideas que dé como resultado soluciones innovadoras. La confianza en las organizaciones es como el amor en la pareja, une a las personas y las hace más fuertes. Permite ser uno mismo y defender las opiniones sin preocuparse por el rechazo. Cuando se vive la confianza en cualquier relación, la convivencia siempre es mejor.

La confianza es uno de los valores más importantes para el buen funcionamiento de cualquier organización. Y se suele concretar en la delegación. Delegación y control son palabras afines y complementarias. La delegación es fácil de entender, pero difícil de practicar. Algunos consideran que si delegan pierden estatus y poder…Otros no delegan porque desconfían de los demás. De la verdadera delegación nace el compromiso, la motivación y las mejores prácticas en dirección de personas. Lo importante no es el cuánto sino el cómo. A mejor delegación, más responsabilidad y mejor servicio al cliente. Quienes saben delegar tienen más tiempo para pensar en los próximos pasos de la organización, en la estrategia. A veces, quienes más se quejan de no tener tiempo para pensar son quienes no quieren o no saben delegar. No confían en sus colaboradores.

La función directiva es una tarea esencial en el seno de cualquier organización, independientemente del objeto al que se dedique. Tanto es así que, si una organización no funciona, lo primero que cabe pensar es que quienes tiene la responsabilidad directiva no cumplen de manera adecuada con su función, que es garantizar su buen funcionamiento. La calidad de un directivo depende de la cantidad de poder que necesita ejercer para que sus órdenes sean efectivamente cumplidas. O lo que es lo mismo, no necesitará ejercer el poder para su acción directiva, cuanto mayor sea la autoridad otorgada por las personas a las que gobierna y dirige. El liderazgo es un factor vital en la implantación efectiva de una misión por parte de quienes las gobiernan y dirigen. En un entorno cambiante, de cuestionamiento de modelos, es el mejor momento para conocer y fomentar las ventajas competitivas implícitas en la participación, en la responsabilidad, y, sobre todo, en la confianza en las personas con quienes trabajamos.

Publicado en "Diario de León" el martes 27 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/tener_1295485.html

lunes, 19 de noviembre de 2018

Felicidad profesional.

El trabajo ya no es como antes. Ni como fue hace diez años, y ni mucho menos como fue hace cuarenta o cincuenta años. Cuando estudiamos en el colegio o en la universidad, nos enseñaron algo que ya no se usa. Es como si hubiéramos aprendido a bailar el pasodoble. Ya no hay trabajos para toda la vida. Nadie puede esperar permanecer siempre en el mismo cargo ni siquiera en el mismo sector. Las empresas no pueden garantizar el trabajo a sus colaboradores durante toda su vida laboral. Cada vez será más común tener tres o cuatro profesiones a lo largo de nuestra vida. Los títulos que uno haya logrado en su juventud son cada vez menos importantes, se deprecian rápidamente, no garantizan nada.

Para enfrentar esta nueva situación debemos mejorar cada uno, formándonos continuamente. Cambiando nuestra forma de aprender. No se trata sólo de adquirir nuevos conocimientos sino de aprender a buscar o a adquirir la información o los conocimientos que necesitemos, y a asimilarlos rápido y bien. Concentrarse en adquirir destrezas o habilidades, antes que conocimientos. Aprender idiomas, varios, que ya hoy valen más que muchos títulos profesionales. Adquirir una suficiente disposición a cambiar siempre, aprender a no tenerle miedo a los cambios. Esto es fundamental. Imaginación, curiosidad, perseverancia, apertura y energía. Transformarnos en conocedores rigurosos de nuestras fortalezas y debilidades. Conocer y comunicar con convicción las cosas que sabemos hacer bien.

Hablar de trabajo es ir al corazón de la sociedad moderna, a su estímulo más profundo, a sus contradicciones culturales más íntimas. Hablar de trabajo es recorrer la historia de la cultura occidental, su origen y su desarrollo. Hoy está muy extendida una concepción alienada del trabajo, considerado como una mercancía, en donde el hombre, en lugar de ser el sujeto libre y responsable del trabajo, está esclavizado a él. Para superar esta situación, algunos tienen puesta su esperanza en la sociedad altamente tecnologizada y telematizada, que ofrece posibilidades inverosímiles e inimaginables de creatividad. Sin embargo, los nuevos escenarios en los que el trabajo tiende a desarrollarse no bastan por sí solos para asegurar la auténtica y libre creatividad del trabajador.

La creatividad en el trabajo es una realidad pluridimensional que tiene relación, simultáneamente, con los niveles biológico, psicológico social, económico y cultural, y que incluso penetra en el mundo de los valores últimos. No es suficiente una actividad más libre e incondicionada gracias a la disponibilidad de instrumentos técnicos cada vez más perfeccionados. Es necesario que el hombre sea sujeto -más que objeto- del trabajo, es decir, que pueda expresar su creatividad en una relación social motivada y culturalmente orientada. El factor relacional es un elemento decisivo para una reconsideración del significado del trabajo. El trabajo, concebido como relación social, puede ayudar al trabajador a expresar lo mejor de sí mismo y a asumir tareas y responsabilidades con un fuerte contenido de inventiva y de espíritu emprendedor.  Es necesario, por tanto, organizar mejor el trabajo, delegando las responsabilidades y reconociendo a todos la utilidad del trabajo realizado. Trabajar en equipo.

Cuando se emprende un proyecto personal que implica cierto riesgo, el peor de todos los miedos es el miedo al fracaso. Evidentemente, el que nada emprende no se arriesga a sufrir fracaso alguno, pero tampoco conocerá el éxito soñado. El momento ideal no existe. Para algunos es la excusa perfecta (de apariencia seria y racional) para no decidir. El éxito no llega por arte de magia, sino que es el resultado de un esfuerzo perseverante, una actitud mental positiva y estar plenamente convencido de su logro. Todos los que han triunfado, en primer lugar, creyeron que podían hacerlo.

Por otra parte, es necesario también fomentar una cultura del servicio que motive a la persona a proporcionar bienes y prestaciones a favor de los demás. En otras palabras, es necesario garantizar al trabajador el máximo de la libertad y responsabilidad personales junto con una profunda motivación que estimule su iniciativa. La vocación profesional debe ser concebida no ya como un instrumento de éxito o de búsqueda superficial de un nivel de vida, sino como la realización de uno mismo en la plena integración humana. Buscamos la felicidad en cosas externas y construimos la vida en torno a realidades que se encuentran fuera de nosotros. Nos olvidamos de construir nuestro interior, que es como los pies sobre los que se apoya toda nuestra existencia.

Muchas de estas reflexiones me las ha inspirado la lectura del libro de René Mena y de, mi amigo, Pablo Zubieta: “Felicidad Profesional, logra la mejor versión de ti”. Argumentan que la felicidad será la recompensa para quienes emprenden diariamente el camino por ser, o tratar de ser, los mejores en lo que les gusta hacer. Este libro presenta ideas claras y ordenadas para lograr la felicidad profesional. Uno se identifica en sus muchos ejemplos y encuentra que, en el fondo, la única respuesta válida a preguntas como ¿para qué trabajar mucho? y ¿para qué esforzarse por ser mejor cada día?: es “para ser feliz”. Alcanzar la felicidad profesional no es un camino fácil, pero tampoco es imposible. Eso sí, es un camino que, como recuerdan Mena y Zubieta, bien vale la vida.

Publicado en "Diario de León" el domingo 18 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/felicidad-profesional_1293302.html

jueves, 15 de noviembre de 2018

Dar buen ejemplo.

El intercambio de bienes y servicios, desde las simples formas del trueque hasta los sofisticados mercados, se sostiene por el respeto a las leyes y por el cumplimiento de nuestros compromisos, en las organizaciones, habitualmente, en forma de contratos. Voluntaria o involuntariamente, todos estamos expuestos a perjudicar a los demás en su persona, en su propiedad, en sus expectativas. Y esto, en lo poco o en lo mucho, en transacciones comerciales o en las mil circunstancias de la vida ordinaria. El restablecimiento de la equidad violada no es solamente un problema jurídico. Es una exigencia de nuestra naturaleza humana ante el mal cometido. En la cultura occidental el tema de la restitución siempre ha sido un componente esencial de la ética que sustenta la convivencia humana. Restituir no está pasado de moda.

El verdadero desarrollo económico se fundamenta en algunas virtudes básicas de sus actores que, a veces, se dan por supuestas. Una de estas virtudes es la honradez. Las transacciones se hacen más atractivas y más viables en la medida en que se tenga la seguridad del cumplimiento de la palabra dada. La honradez tiene que ver con el honor, que se fundamenta en la conciencia de las personas. Porque la falta de honradez afecta, antes que nada, a la propia dignidad. En definitiva, es la persona quien no se permite -a sí misma- no esforzarse por cumplir los propios compromisos. El prestigio es clave en los negocios, y nada mejor que distinguirse por cumplir los acuerdos. No basta con estar atentos a las innovaciones técnicas y descuidar la educación de las personas que colaboran en una empresa común, o si se considera la ética como irrelevante o únicamente un asunto privado. Una práctica tan poco común como valorada por quienes conocen los beneficios de una relación sincera, leal y constructiva, es decir lo que uno piensa a las personas con quienes nos relacionamos, y no lo que ellas quieren escuchar.

La honradez paga buenos dividendos y fortalece la posición de mercado de quien la practica porque le favorece con nuevas y buenas oportunidades de negocio. Los dirigentes deben dar el ejemplo, un buen ejemplo. La ética no se enseña, pero sí hay guías de comportamiento y actitudes que parten del ejemplo de quienes tienen la responsabilidad de dirigir. Si los modelos son malos, cada uno hará de su capa un sayo… La ejemplaridad no es una mera línea de actuación, sino que es una condición necesaria para aplicar cualquier otra. La ejemplaridad es lo que otorga autoridad al líder, siendo, a su vez, la que genera la fuerza del liderazgo. Cuanto mayor sea la autoridad del líder, mayor será su calidad como directivo. La ética no se proclama, se practica. Muchas empresas no tienen reglas escritas. La ética se transmite con buenos ejemplos y buenas prácticas. Colaboradores compensados con justicia. Políticas que faciliten su desarrollo. Buena comunicación: institucionalizar momentos para que tu gente pueda decir -sin miedo a represalias- lo que piensa, se sienta escuchada. Garantizar a los clientes que los productos y servicios no atentan contra su salud y seguridad. Cuidar la calidad. Cobrar precios justos. Evitar el abuso de poder al tratar con empresas proveedoras con menor capacidad de negociación. No aceptar regalos de clientes y proveedores. No recurrir a la compra de voluntades de las autoridades a través de pagos, comisiones o regalos. Cuidar el impacto ecológico de la actividad de la empresa. Etc. etc. y etc. La ética no sólo afecta a lo económico. Sería un reduccionismo. La ética exige reconocer los derechos que todas las personas tenemos por el hecho de ser personas. Son los derechos humanos. 

La ética como una ventaja competitiva a considerar. Existe un amplio consenso al afirmar que las crisis se han producido por una combinación de desenfoques y errores técnicos, y de faltas éticas. Una crisis es siempre una ocasión de revisión y mejora que no puede ser desaprovechada. En este sentido hay que tener en cuenta un peligro, nacido de la inercia, del miedo al cambio y de los intereses particulares en juego: tratar de volver cuanto antes a la situación anterior, como si nada hubiera pasado. Este riesgo está mucho más extendido de lo que pensamos y puede limitar en gran medida la oportunidad de mejora. Nuestro mundo, en el que todas las personas buscamos vivir con dignidad y paz, está sometido a mecanismos que generan desigualdades graves entre personas, regiones y países; a una lucha constante por mantener ventajas competitivas frente a otros; al afán de poder económico y político; a una cultura de “suma cero”, en la que no todos salen ganando, sino que unos ganan a cuenta de lo que otros pierden. Más allá de que se puedan -y deban- aplicar medidas técnicas y políticas, la superación de los obstáculos mayores se obtendrá gracias a decisiones esencialmente éticas. En fin, esto, lejos de constituir una visión amarga de la realidad, es un principio básico para construir una mejor sociedad, sobre la base de la solidaridad, del respeto a las personas. Las personas primero, siempre.

Publicado en "Diario de León" el lunes 12 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/dar-buen-ejemplo_1291641.html

sábado, 3 de noviembre de 2018

El mejor momento.

Una vida sin amor es una vida comparativa, es una vida en la que fácilmente se viene a juzgar o a envidiar. No es ésa la vida del amor. La vida del amor no es una vida comparativa; vivir el amor es participar; la vida del amor es abrirse a una actitud de admiración por los demás; no de desdén ni de desprecio, ni de envidia. Recuperar al hombre: un reto que viene estimulado por las consecuencias inhumanas de la insolidaridad, de la violencia, de la destrucción de la naturaleza, de los excesos de la ciencia y de la tecnología y de los muchos agobios que genera la barbarie. La sociedad es humana por estar compuesta de hombres de carne y hueso, singulares e íntimos.

Hay quienes han perdido el hábito de dirigir su vida. Y esto, me parece a mí, es causa de un terrible desgaste para el hombre. Porque el hombre vive, incluso en las situaciones en las que parece estar más divertido, preguntándose siempre sobre sí mismo. Es una pregunta las más de las veces inconsciente, pero roedora, que nos va desgastando. No tenemos idea clara de cuál es nuestro verdadero rostro, y por eso en ocasiones nuestro vivir es un vivir como desconcertado; tenemos la impresión de estar viviendo una rara comedia, y de no estar situados en el lugar en el que sospechamos que nuestra vida sería una vida pacífica y creadora. Pero, insisto en ello, por mucha que sea la preocupación, la vida sigue, se busca el quehacer, la diversión, el placer, la emoción de cada hora. La vida personal ocupa el primer plano, se afana uno con la propia intimidad, con las personas queridas, con los proyectos -aunque sea vea con claridad que no son seguros, que están amenazados más de lo usual en todos los momentos de la vida-. Se es feliz o infeliz a pesar de todo. Estas palabras son decisivas, y rarísima vez se tienen en cuenta.

Cada día tiene su afán, suele decirse. Gran verdad. Cuando se dice que la vida es cotidiana, se suele pensar en su monotonía, pero se olvida la otra cara de la cuestión: que se vive día-tras-día; cada día es único, con su mínimo programa, su desenlace, su balance vital, en que rinde cuentas. La eliminación de esto deshace la verdadera estructura del vivir, lo deja amorfo, y es la vía por la que penetra el tedio. Porque, efectivamente, el vivir va creando una serie de circunstancias y necesidades que hacen que vayamos perdiendo la iniciativa y, con la iniciativa, la libertad va disminuyendo poco a poco nuestra admirable capacidad de hombres que se sienten responsables de las cosas. La vida no consiste solo en lo que se hace, sino también en lo que no se hace; que los proyectos frustrados, interrumpidos o abandonados forman igualmente parte de la trama de la vida.

No bastan nueve meses, sino ochenta años para hacer un hombre; ochenta años de sacrificios, de voluntad, de tantas cosas. Y cuando este hombre está hecho, cuando ya no queda nada en él de infancia, ni de adolescencia, cuando en verdad es un hombre, ya no vale sino para morir. El verbo vivir va adquiriendo, desde la primera niñez hasta la muerte, diversas significaciones; es poco probable que lo advirtamos, porque es un proceso lento, porque nuestra atención va primariamente a los hechos, a los acontecimientos, a los cambios de situación. Lo que verdaderamente importa acontece en un tiempo más o menos dilatado, impreciso, y nunca se formula en cuanto noticia. No en el objetivo, sino en el camino que se sigue para conseguirlo, es donde se muestra la radical diferencia no tan sólo de la actitud inicial, sino incluso de la finalidad que en realidad se busca. La verdad es la realidad de las cosas. La libertad es fundamental. La libertad no consiste tanto en poder elegir como en el modo en que elegimos. Elegir sin coacción exterior. El acto más propio de la libertad es amar, el querer de verdad. Hacer las cosas porque-nos-da-la-gana es uno de los mejores motivos para hacerlas. Expresión más propia de la libertad: hacer las cosas porque queremos hacerlas.

Si, efectivamente, deseamos una renovación del mundo, la razón y la experiencia de la vida nos dicen que es preciso que aquella renovación tenga lugar primero en cada individuo, en la vida interior personal. De lo contrario, querer cambiar y renovar al hombre entero cambiando y renovando primero su mundo exterior, sería un cambio superficial, una renovación artificial que podría ser acusada de hipocresía y que no satisfaría al hombre sino por un corto espacio de tiempo. No podemos ser ingenuos, pues de lo contrario caeremos en el mismo error juvenil de no querer aprender del pasado, de no aprovechar la experiencia de nuestros predecesores. Profundizar en las causas de la falta de equilibrio y de unidad de vida que se echan en falta en nuestras vidas. Cuando no sabe de quién es la cita es muy socorrido decir que se trata de un proverbio chino. Dice-un-proverbio-chino: el mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años; el segundo mejor momento es hoy… Lo importante no es interpretar el mundo, sino mejorarlo.


Publicado en "Diario de León" el viernes 2 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/mejor-momento_1289066.html