Tres
jóvenes de nuestro tiempo Lucía, Daniel e Izán inician su aventura en el
entorno del Castro de Degaña, en los montes de Fondos de Vega, cerca de Larón,
en el Concejo de Cangas del Narcea, un espacio denominado “La Cabuerca”, un
lugar donde hay restos de explotación de oro por los romanos. Cerca del hoy
Parque Natural de las Fuentes del Narcea.
Caen
en un pozo. Viajando en el tiempo. Tan actual, tan siempre de moda. Otro deseo
permanente, como volar. La suerte de vivir en un entorno donde la Historia, en
cualquier momento, nos sale al encuentro. Descubren que estaban en el monte
Medulium, en Bergidum, cerca de Asturica Augusta, en el año 78, época en que la
explotación de Las Médulas estaba a pleno rendimiento. “Aurum”: oro del
imperio, oro que servía para comprar toda clase de utensilios, para pagar la
tropa y para mantener, en definitiva, tan vasto imperio.
Y
como señala la historiadora Josefina Velasco, autora del prólogo, la habilidad
de Pedro José Villanueva consiste en que, a través de su relato, nos enteramos
de cómo vestían, comían, se divertían trabajaban, en qué casas vivían y cómo se
relacionaban entre sí romanos y lugareños. Los romanos dejaron vivir a los pueblos
a cambio de su trabajo, sus tributos, su sometimiento. Al final, dominador y
dominado aprendieron a vivir unos de otros.
Así,
conocemos las actividades más importantes de una vida en una casa romana, la
del Procurador responsable de la explotación y administración de las minas de
oro de las Médulas. Y sus ropajes. Nos aproximamos a su alimentación a través
de una cena romana que presencian nuestros jóvenes protagonistas, a base de
ricas carnes de cordero, corzo y venado, aves como el faisán y la perdiz, y por
supuesto ricos quesos y dulces, todo ello regado con vino del Bierzo. Costumbres
que contrastan con las de los lugareños que les ofrecen tortas de castañas y
leche de cabra para reponer fuerzas.
Dos
personajes han llamado mi atención. Dientes, el perro alano atigrado. Y el maestro
Efestión, un griego que había sido hecho esclavo en otro tiempo y que ganó su
libertad enseñando a los descendientes de una rica e importante familia romana.
Un sabio, lector de Santiago, uno de los seguidores de un filósofo de la época
llamado Cristo. Y “visionario”: preocupado por canalizar el agua de los montes
del Bierzo para uso agrícola…Toda la vida del valle giraba en torno a la
minería y extracción del oro, pero el maestro sabía que no podía durar
eternamente, en un tiempo en que también la política era difícil de entender,
según el maestro Efestión.
“La
huella de Roma. Oro” no es únicamente una novela histórica, sino que también promueve
valores a través de las peripecias de nuestros jóvenes protagonistas: como el
esfuerzo y el trabajo en equipo que consiguieron unir a los tres amigos. Una
amistad que se había forjado -ante la adversidad- a base de responsabilidad,
lealtad y compañerismo.
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