Hace
unos días dialogaba con unos jóvenes sobre la diferencia que hay entre ver y
mirar, entre oír y escuchar. Cada uno de nosotros está viendo constantemente un
montón de cosas que están sucediendo a nuestro alrededor, y, sin embargo, nos
pasan inadvertidas, como si no sucedieran. Sencillamente, no las miramos, no
ponemos atención en ellas. La atención, pues, es lo que diferencia al oír del
escuchar, el ver del mirar.
Hay
otro modo de atención, el que nace no de la atracción exterior que sobre ella
ejerza un estímulo adecuado, sino del libre querer. Es ese tipo de atención que
se pone cuando algo nos interesa de verdad, independientemente de que nos
atraiga instintivamente o no; es el caso, por ejemplo, del que se empeña en
aprender letón o vietnamita, no porque le divierta saber idiomas o encuentre
entretenido su aprendizaje, sino porque tiene un positivo interés en llegar a
saberlos. Entonces es cuando, verdaderamente, se muestra la autenticidad de la
actitud, en el sentido de que la atención es verdaderamente la manifestación
positiva de un interés real, y no una mera apariencia que no responde a lo que
significa. Un hombre puede hacer mucho por otro. Puede hacerlo casi todo, desde
pensar por él hasta resolverle la vida. Pero hay una cosa, una sola, que nadie
puede hacer por otro: querer. Aquí es donde cada uno se encuentra en absoluta
soledad, donde nadie puede esperar nada de otros porque se trata del acto más
puramente personal, de la más genuina manifestación del yo en lo que tiene de
único.
A
veces, vivimos instalados en la superficialidad. Una superficialidad, me
parece, que en algunos proviene de la convicción de que saben cuánto hay que
saber, razón por la cual no se les ocurre pensar, leer o preguntar nada al
respecto; otros porque, sencillamente, no tienen tiempo, ya que lo emplean todo
en una atención desparramada en asuntos cotidianos, a los que dan importancia
porque son sensibles e inmediatos, y, relegan al último lugar -a ese lugar para
el que nunca queda tiempo- lo único que de verdad tiene importancia.
Superficialidad por vanidosa autosuficiencia, superficialidad por pura
comodidad, por ignorancia.
Somos
unos simples transeúntes que se dirigen a una meta. Esa situación de
provisionalidad que es la vida del hombre es un hecho evidente. Hubo un tiempo
en que no existíamos, y la historia se iba desarrollando como siempre a pesar
de nuestra no existencia. Nadie nos echó de menos, ni nadie podía hacerlo.
Dentro de algún tiempo ya habremos muerto, y tengo la completa seguridad de que
no pasará nada. La vida de la humanidad seguirá más o menos como siempre y,
excepto muy pocas personas, y por muy poco tiempo, nadie nos echará de menos.
Esta temporalidad del hombre es un hecho, no una teoría; un hecho que no
depende de nosotros y que nosotros no podemos modificar. Y este hecho nos lleva
a concluir que no somos unos seres independientes. No dependió de nuestra
voluntad el nacer. Y no depende tampoco de nuestra voluntad la muerte; ésta se
producirá inevitablemente, nos guste o no, queramos o no. Independientemente de
nosotros, y antes de que fuéramos, existe una realidad en la que, al nacer,
fuimos insertados. Una realidad que podemos reconocer, aceptar, negar, ignorar
o combatir, pero de ningún modo eliminar, porque es anterior e independiente de
nuestra voluntad, y está fuera de nuestras posibilidades.
No
es la atención a verdades profundas lo que caracteriza a la gente de nuestro
tiempo; más bien parece lo contrario. Como si su actitud psicológica fuera
precisamente evitar, a fuerza de desparramar la atención en mil cosas
distintas, que con frecuencia son valores insustanciales. En nuestro tiempo
pensar no constituye un objetivo para la mayor parte de la gente. Hay, en su
escala de valores, cosas que consideran mucho más urgentes e inmediatas y,
también, mucho más importantes: el éxito, la eficacia, el dinero, la fama (que
hoy se traduce por notoriedad), el placer, el confort, la política, el poder.
En fin, pensar no está de moda, quizá porque nos hemos creado tantas
necesidades que ya no hay tiempo de pensar. Pero, atención, porque, cuando el
pensamiento está ausente, entonces no hay libertad.
Publicado en "Diario de León" el viernes 28 de julio del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/tiempo-pensar_1177358.html