Acabo de
visitar en Aguilar de Campoo (Palencia) la exposición “Mons Dei” -traduzco para
los que han estudiado secundaria bajo el sistema de la ESO: “La montaña de
Dios”- que profundiza
en el rico significado de la montaña dentro de la tradición simbólica cristiana.
Un magnífico ejemplo de dialogo entre fe y cultura, como suelen ser “Las Edades
del Hombre”. Una oportunidad única de disfrutar de una de las mejores muestras
de turismo cultural de España, avalada por los más de once millones de personas
que han visitado las veintidós ediciones anteriores. Frente a las ocurrencias y
“soluciones” del realismo mágico, Aguilar de Campoo es un ejemplo de
iniciativas para intentar luchar contra la despoblación que asola nuestra
región. Pero eso es harina-de-otro-costal e intentaré -otro día- escribir sobre
ello.
Cuántas
veces perdemos la vida en pensamientos inútiles, vanos, fugaces, pesimistas.
Como cuando se siente dentro del corazón como una especie de lanzada que amarga
la existencia, la impresión de ser gente fracasada, por lo que sea, a pesar de
que se hayan podido realizar las tareas prolongadas de un trabajo
verdaderamente sacrificado; siempre hay en la vida algunas cosas que no marchan
según nuestro deseo, y, fácilmente, se tiene la sensación del fracaso. Si digo
que no hay que renunciar a la felicidad, que no debemos renunciar a ser
felices, es fácil que la gente mayor piense que mis palabras se dirigen a la gente
joven. Porque parece que “lo normal” es que esto sea sólo para gente joven.
Pero muchas veces, si el que escucha es joven, probablemente piense, desde su
inseguridad, desde sus dificultades, que se debe estar hablando a personas
mayores, a personas instaladas en la vida y sin incertidumbres…
Los
hombres, más que hablar, nos dedicamos a repetir. Frecuentemente, entre
nosotros las palabras son puras repeticiones; no nacen de un vivir interior. El
hombre actual (“multi pantalla”) ve, lee, oye cosas, tiene cada vez más
noticias; pero noticias que no se convierten en vida ni le sirven de estímulo,
sino que suelen ser un simple almacenaje en la memoria, para ir repitiendo
asuntos. Quizá se pudiera decir que hay muchos tipos de palabras. Palabras que
solamente nos aturden, o nos fatigan; palabras que, a lo mejor, no hacen otra
cosa que ponernos nerviosos. Pero de vez en cuando, entre la abundancia de
estas palabras, encontramos alguna que tiene una característica como curativa.
De pronto hay una palabra entre las otras que es como una luz, que es como una
claridad, una palabra que, momentáneamente, nos hace levantar la mirada y nos
recoge. Suelen ser palabras que transmiten un contenido de verdad o expresan
alguna realidad de belleza. Pero aún hay otras palabras que son de mayor
importancia que estas últimas. Porque cuando la palabra lleva consigo verdad o
belleza es palabra importante, pero, muchas veces, esas palabras no se dijeron
pensando en nosotros; son el resultado de un descubrimiento, de una pesquisa noble,
de una búsqueda probablemente laboriosa, sincera; pero no tienen el carácter
especial que tiene la palabra más constante para el hombre, que es la palabra
que, además de expresar verdad y belleza, está dicha para él. Cuando uno es,
personalmente, el destinatario de la palabra, la palabra reanima; la palabra
alivia; la palabra da, de alguna forma, consuelo y paz cuando es palabra dicha
para uno mismo, para la situación fatigada o de cansancio, o de pena o de
dolor, o de perplejidad en la que uno se encuentra.
Aprovechar
el tiempo es clave. A veces, nuestros sueños, nuestras ilusiones, se quedan
sólo en proyectos. Esperamos que se cumplan, pero no nos esforzamos lo
suficiente para hacerlos realidad. Como si el simple paso del tiempo nos los
fuera a regalar. La vida no funciona así. El tiempo es el recurso más valioso y
escaso con el que contamos. Y, en ocasiones, nos comportamos como si
ignoráramos esta verdad fundamental. Aprovechar el tiempo es básico. Y se puede
aprender, hay experiencia documentada -buenas prácticas- y técnicas probadas.
Lograr que nuestros sueños dejen de ser proyectos y se transformen en
realidades, pasa por administrar nuestro tiempo con inteligencia y con
intensidad. Identifiquemos los famosos "ladrones de tiempo" (los que
más nos afecten a nosotros) como reuniones, visitas, interrupciones varias, navegar-por-internet...
que nos acechan y que no son tan fáciles de contener. A veces combatirlos
resulta complejo y frustrante. Reflexionemos acerca de nosotros mismos y de
nuestro trabajo. Cada uno pierde o desaprovecha el tiempo a su propia manera, y
sólo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, salir del caos.
Dice mi
amigo Fernando que existe el riesgo de que las tecnologías digitales invadan la
vida familiar, el trabajo. Hace falta que cada uno se forme personalmente para
descubrir, en cada momento, cuál es el uso adecuado, útil, de esas tecnologías.
No las podemos despreciar: simplemente, hay que usarlas bien. Internet tiene
una potencia impresionante y ofrece posibilidades enormes, para informarnos,
para comunicarnos instantáneamente con otros, etcétera. Pero, al mismo tiempo,
existe siempre el riesgo de exponernos a contenidos inútiles, que nos hacen
perder el tiempo, que nos hacen daño. Por tanto, debemos esforzarnos por
desarrollar la capacidad para discernir y usar esos medios exclusivamente
cuando los necesitamos. Es importante transmitir este criterio -sobre todo- a
los jóvenes y, lo más importante, predicar-con-el-ejemplo: intentar vivirlo.
Publicado en "Diario de León" el domingo 17 de junio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/montana-vida_1257142.html