@MendozayDiaz

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martes, 5 de junio de 2018

Delitos en las redes sociales.

Mostrar alegría por la muerte de un personaje público, desear el fallecimiento de alguien, o el peor de los destinos, por sus ideas, por sus gustos; amenazar, más o menos veladamente, a una persona, con un mal más o menos concreto; defender diferentes formas de violencia por razón de etnia, religión o género; incitar a realizar actos violentos o injustos contra otros; mostrar imágenes desagradables, ofensivas o violentas y burlarse de quienes son humillados en ellas; transmitir ideas extremistas y defender ideologías intolerantes. Ninguna de estas conductas es originaria ni exclusiva de las redes sociales, pero así lo parece, dada su proliferación en alguna de ellas, la exagerada alarma social que ha generado y el número de resoluciones judiciales que las han enjuiciado en los últimos años. Por ejemplo, sólo los procesos judiciales por delitos de terrorismo relacionados con internet y las redes sociales han aumentado significativamente en España en los últimos años, pasándose de apenas un par de resoluciones en 2010 a más de 35 en 2016. Todo un tema que me dado para pensar, sobre todo, después de leer el libro “Cometer delitos en 140 caracteres. El Derecho penal ante el odio y la radicalización en internet”, una obra colectiva dirigida por Fernando Miró, catedrático de Derecho penal de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

Es verdad que Internet en general, y las redes sociales en particular, desempeñan un importante papel de difusión de mensajes extremistas y de odio. También lo es que, por ejemplo, Twitter se haya convertido en un medio muy claramente enfocado hacia la crítica política e ideológica. Preocupación tanto por la potencial proliferación en el ciberespacio de contenidos que niegan valores esenciales para la convivencia social, como por la tendencia consistente en pretender enmudecer, por medio del Derecho penal, dichas expresiones y mensajes por su supuesta potencial capacidad para causar daños o por su carácter ofensivo para los demás. Tan peligroso es para una sociedad democrática la difusión del odio y el extremismo como la uniformidad de pensamiento y el silenciamiento del debate público. Es-para-ayer la actualización del significado de la libertad de expresión en la era de las redes sociales y, en particular, no caer en la tentación de utilizar el sistema penal para acallar el debate político o las opiniones desagradables o intolerantes.

La libertad de expresión, especialmente aquella que tiene que ver con la expresión de ideas políticas, no es un derecho cualquiera sino uno de los que fundamenta nuestro Estado Social y Democrático de Derecho (“derechos fundamentales”), y solo una afectación de la dignidad personal debería permitir la intervención del Derecho penal. Así, por ejemplo, la libertad ideológica o de expresión no pueden ofrecer cobijo a la exteriorización de expresiones que encierran un injustificable desprecio hacia las víctimas del terrorismo, hasta conllevar su humillación. No se trata de penalizar el chiste de mal gusto, sino que una de las facetas de la humillación consiste en la burla, que no se recrea con chistes macabros con un sujeto pasivo indeterminado, sino bien concreto y referido a unas personas a quien se identifica con su nombre y apellidos. Se persiguen conductas especialmente perversas como es la injuria o humillación a las víctimas, incrementando el padecimiento moral de ellas o de sus familiares y ahondando en la herida que abrió el atentado terrorista.

La diversidad cultural inherente a las actuales sociedades multiculturales es tanto fuente de riqueza como de conflictos sociales. Es un hecho innegable, en efecto, que la coexistencia de diferentes comunidades con divergentes visiones del mundo, enfrentadas tradiciones culturales y religiosas y diferentes prácticas y costumbres, constituye en ocasiones un foco de importantes tensiones en la convivencia. Un Estado liberal y democrático no puede imponer a sus ciudadanos ninguna convicción determinada, y en consecuencia pueden pensar y tener las motivaciones que quieran. El Estado le deja creer libremente, pero, en contrapartida, le exige que-se-comporte- conforme-a-Derecho. La libertad de expresión debe amparar no sólo las ideas recibidas favorablemente o consideradas inofensivas o indiferentes, sino también las que hieren, chocan o inquietan: así lo exige el pluralismo y la tolerancia, principios básicos en una sociedad democrática. No podemos castigar la mera expresión de una ideología política, aunque ésta sea antidemocrática. El discurso del odio está sirviendo para justificar restricciones al derecho a la libre expresión y a la libertad ideológica. El Tribunal Supremo se ha mostrado crítico con el propio concepto de discurso del odio al que ha calificado de “equívoca locución”. Opinión-de-un-opinante: considero incompatibles estos preceptos con la libertad de expresión, no sólo porque ideas u opiniones puedan ser criminalizadas según cómo se las interprete, sino porque la indeterminación de que puedan -o no- ser objeto de persecución penal disuade respecto al ejercicio legítimo de algunos derechos fundamentales.

Importante: la lucha contra el discurso del odio no puede quedarse en el terreno estrictamente jurídico. Todos los ciudadanos debemos asumir nuestra responsabilidad siendo tolerantes frente a aquellas ideas y opiniones que nos parecen equivocadas y/o injustas; estando dispuestos a hacer uso de nuestra libertad de expresión para combatirlas argumentalmente; y, finalmente, con compromiso cívico en la lucha contra la impunidad verbal. Importancia de exigir la verdad y el respeto a cualquier persona, que se traduce -en todo caso- en evitar el insulto gratuito en sus más variadas manifestaciones. Toda persona debe responsabilizarse de aquello que afirma.

Publicado en "Diario de León" el domingo 3 de junio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/delitos-redes-sociales_1253801.html

domingo, 27 de mayo de 2018

Lo que nos une.

Emmanuel Macron se ha propuesto devolver la sonrisa a una Europa deprimida, avivar la lánguida llama del europeísmo. Su discurso ante el Parlamento Europeo me parece inspirador: no quiere pertenecer a una generación de sonámbulos que ha olvidado su pasado, y alerta sobre los peligros de una especie de guerra civil europea donde nuestras diferencias y egoísmos nacionales parecen más importantes que lo que nos une frente al resto del mundo. 

Europa como forma de vida. Pero he aquí la magia creadora del lenguaje. No es posible delimitar ni geográfica ni históricamente el contenido del sustantivo Europa, pero el adjetivo “europeo” se nos impone con especial fuerza de presencia. Vago, difuso, pero presente, adhiriéndose firmemente a las entretelas del pensamiento. ¿Qué significado tiene ese adjetivo? ¿Existe algo peculiar en el modo de vivir que podamos calificar de “europeo”? La palabra al servicio de la idea. El papel histórico de Europa es el de haber sido germen de todas las grandes ideas que ha producido la civilización occidental, todas las ha ensayado en sí misma. El clasicismo griego, el orden romano, el impulso de los germanos y el espíritu del cristianismo son raíces del tronco común, que llamamos “cultura europea”. La persona empieza a descubrirse en el mundo griego, pero sólo madura a través de la experiencia cristiana. Nunca la dignidad de ser hombre se esclareció de modo tan luminoso. Se descubrió persona, la que tiene derecho a existir por sí misma, sin responder ante nadie en este mundo. Una cultura es una forma de vida.

Pero para que el proceso de unidad de Europa sea fecundo, para que Europa sea una realidad política en marcha, los europeos -y sus representantes- debemos actualizar y unirnos en torno a nuestros valores. El diálogo sobre los valores, uno de los problemas críticos de nuestro tiempo. Hay una subestimación de los valores producida por el sentimiento de que han perdido eficacia. Lo que no cabe es hacer análisis, crítica, política sin apoyarse en valores. El "está bien" o el "está mal" sólo cuentan en la medida en que están respaldados por un profundo bagaje de saberes, experiencias y convicciones. No es un tema menor: en el concepto que se tenga de la naturaleza humana está la raíz, la visión -y posibles soluciones- de los problemas sociales y políticos. El hombre no vive en sociedad por medio de un “contrato”, sino por una exigencia primaria de su modo de ser.
Este asunto es de tal envergadura que no podrá taponarse nunca con buenas palabras, con argumentaciones sutiles, ni siquiera con las más inmejorables intenciones. Es la hora de la buena política. Hombres y mujeres concretos, de carne y hueso. Serenos, valientes y resueltos. En un trance tal, la personalidad egregia tiene función de capitanía. Y su triunfo estará en que sepa sumar a los demás en torno. De ahí que, en última instancia, el secreto del éxito del hombre grande -del líder- esté en su capacidad de ganar colaboraciones. Sumar a todo trance y no dividir. Buscar lo que une antes de fijarse y hurgar en lo que nos separa. Coordinar los esfuerzos afines hasta donde sea posible. Y esto sin ceder en lo esencial, sin pactar alianzas corrosivas, sin traicionar por malicia, por ingenuidad, por error, o por torpeza. Otra rápida consideración. Una empresa cualquiera, de cara al futuro, ha de atender con primordial cariño a quienes en sí mismos son los portadores del porvenir. A los jóvenes. Una máquina que haya de funcionar por un tiempo decente, y más si ha de hacerlo en circunstancias difíciles, no ha de montarse con piezas gastadas, con ruedas mal forjadas en aceros sin temple o melladas por el mordisco del tiempo. He aquí todo un espléndido horizonte de acción individual para quienes sean conscientes de lo difícil, complicado y arduo que es levantar un futuro.
No es tiempo ya de creer que los problemas concretos de la vida de cada país puedan ser resueltos cerrando las puertas al exterior, ni en lo económico y técnico, ni en el campo de las ideas. Europa está en una grave encrucijada: si mantiene la misma mentalidad que en los últimos tiempos, su aventura histórica está tocando a su fin. Si no encuentra otro estilo de pensar, no podrá mantener su estilo de vivir. Las crisis pasadas eran crisis cargadas de esperanzas. La característica esencial de la crisis presente consiste, precisamente, en la ausencia de esperanza. En todo este galimatías, a veces, en nombre de la libertad nos han arrebatado nuestras libertades. El mundo nunca será perfecto, porque el ser humano no lo es. Lo que siempre puede hacerse es tratar de comprender lo más posible y no maltratar a nadie. Por ello es razonable una invitación deliberada al optimismo, a través del redescubrimiento y actualización de verdades. Confiando en la fuerza creadora de la libertad, en la entrega generosa y total de personas audaces. Luces claras en las inteligencias y en las conductas. Lo cierto es que de esta encrucijada no se sale, si se penetra en ella con la moral del vencido. Es necesaria, en el europeo, una nueva aventura del pensamiento.

Publicado en "Diario de León" el sábado 26 de mayo del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/une_1251864.html

martes, 15 de mayo de 2018

La prueba de la llave.

Era estudiante universitario cuando leí por primera vez un libro del abogado y escritor José Luís Olaizola, “La guerra del general Escobar”, Premio Planeta 1983. El coronel de la Guardia Civil Antonio Escobar, hombre de convicciones religiosas, consiguió con su decidida actuación el 19 de julio de 1936 que no prosperase la sublevación militar en Barcelona. Optó por la libertad de actuar conforme a su conciencia y al juramento prestado al Gobierno legalmente constituido. A través de esta obra, el autor nos da una visión infrecuente de los años de nuestra Guerra, vividos sin partidismo ni ideologías por un militar que en la España de ese momento eligió, ante la incomprensión de muchos, una incómoda postura, porque creía que su puesto era aquél.  

He vuelto a reencontrarme con Olaizola en un libro que acaba de publicar, “Elogio del matrimonio”, en el que nos cuenta las vivencias de su largo -más de sesenta años- y fructífero matrimonio. Pero no solo las suyas, también las de numerosos personajes: escritores, editores, toreros, hasta reyes, gente de la más diversa condición, que han compartido con él entrañables y divertidas anécdotas sobre el amor. En uno de los capítulos cuenta que, según un médico amigo suyo, el signo patognomónico de que un matrimonio, una familia, funciona bien es la reacción ante el ruido de la llave en la puerta de entrada. Conviene aclarar que signo patognomónico es el que define, en Medicina, la existencia de una enfermedad. Pues bien, en una familia podemos comprobar la calidad de nuestra convivencia analizando cómo reaccionan nuestros seres queridos cuando oyen que estamos abriendo la puerta de casa: ¿se alegran? ¿salen a recibirte con besos y abrazos? ¿se ponen nerviosos? ¿se esconden?... Da para pensar.

En la vida familiar hay que poner en juego todas las energías. Un descuido puede ser percibido como una falta de amor: “si no se acuerda de llamar es que no me quiere”, “que no haga aquello que le he pedido significa que no le importo”, etc. Los juicios sobre terceras personas suelen ser más moderados; frente al cónyuge se es muy exigente. Cuando el amor matrimonial madura, configura un “nosotros” que torna la biografía individual en co–biografía. El matrimonio compromete a integrar la propia biografía en un proyecto común, a fusionar la trayectoria personal en la trayectoria matrimonial. De no ser así, acaba convirtiéndose en una intimidad que se auto complace, en dos egoísmos que conviven.

Consiste en evitar todo lo que pudiera enfriar ese amor. El sentido de esa “negación” es eminentemente positivo: se trata de que el amor conyugal crezca. Las manifestaciones de confianza que se tienen con el propio cónyuge se deben evitar con otras personas. Por ejemplo, no hablar de los problemas personales que se hablan con el propio cónyuge, ni escucharlos admitiendo confidencias íntimas que pueden crear lazos, ni buscar en esas otras personas la “comprensión” que no se encuentra en el cónyuge, etc. En este punto es fácil ser ingenuos, olvidando que a veces cualquier otra mujer o cualquier otro hombre está en mejores condiciones que el propio cónyuge para presentar “intermitentemente” su cara amable.

Hace falta ser pacientes para poder convivir, para sobrellevarnos y para que el sobrellevarnos sea profundidad en la convivencia, en la participación de la vida. Entonces, la tarea del vivir en familia, por ejemplo, no se convierte en un reproche... ¡Porque a veces ocurre que cada uno está viendo los defectos de los demás, clavando la atención en ellos y aludiendo a ellos con frecuencia!

En el hogar es donde podemos ejercitar hondamente la virtud de la comprensión. Comprender. A veces los padres no piensan en sus hijos en concreto, sino en cómo deben ser los hijos. Y los hijos tiene delante una imagen, como un esquema, que no son sus padres, sino cómo deberían ser sus padres. Mundos diversos que están viviendo juntos, y puede ocurrir que falte la alegría porque falta la comprensión. De ahí, muchas veces, los sobresaltos de la vida familiar. Una pregunta es interpretada como una indirecta o una condena. Una observación cualquiera es tomada como alusión a un posible defecto personal.

Desde hace años asistimos al vaciamiento del matrimonio como institución jurídica y social. Hoy ya casi no se habla de los fines: el bien de los esposos, los hijos, su educación… Para mucha gente el matrimonio sólo interesa como medio para pagar menos impuestos y cobrar la pensión de viudedad. Amor puede significar tantas cosas... Es una palabra que ha sido tan maltratada. Sin embargo, a pesar de todo, el hogar -de hecho- es el lugar en el que se puede lograr que las personas nos sintamos bien con atenciones a veces muy sencillas. Para ello nada mejor que la actualización diaria del compromiso. Cada noche tendría que poder contestar afirmativamente a estas dos preguntas: ¿he sabido manifestar mi afecto a mi esposa, a mis hijos? ¿lo han notado…? Y reflexionar, periódicamente, sobre “la prueba de la llave”.

Publicado en "Diario de León" el domingo 13 de mayo del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/prueba-llave_1248620.html

lunes, 30 de abril de 2018

Mil a uno.


Hace unas lunas leí en “Diario de León” que “Las cajas vendieron mil millones en preferentes y les costó uno de multa”. Y continuaba la noticia informando de la comparecencia de D. Julio Segura Sánchez, ex presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, en la comisión de investigación de las cajas que tiene lugar en las Cortes de Castilla y León. Es otro ejemplo más del negativo papel que algunos políticos han jugado en los consejos de administración de las antiguas cajas de ahorros. Los dirigentes autonómicos las utilizaron, muchas veces, como suministro de dinero con el que financiar sus proyectos, con el resultado que conocemos: la mayoría han tenido que ser rescatadas por el Estado. La reestructuración del sector ha costado más de cien mil millones de euros, entre inyecciones de capital, esquemas de protección de activos y ayudas al banco malo que se quedó con los inmuebles casi invendibles. Esa cantidad equivale -aproximadamente- al 10% del PIB. Recuerdo haber leído cómo el ex director del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, Mariano Barbacid, se lamentaba -con razón- imaginando lo que se podría haber hecho con ese dinero si se hubiera aplicado a un plan para fomentar la ciencia.

Las decisiones bancarias tienen que ir unidas a responsabilidades. La cuestión de fondo es garantizar que las sanciones a este tipo de irregularidades tengan un real efecto disuasorio. La multa a las grandes corporaciones suele ser siempre menor que los beneficios que obtuvieron con la infracción. Mil a uno, en este caso… Un sistema de castigo más eficaz. Proporcionalidad. Sin responsabilidad, privada y pública, no puede existir lo que llamamos civilización. La actual crisis económica pone de manifiesto la diferencia que existe entre el libre mercado y el capitalismo financiero desregulado. Las bondades de la liberalización son claramente cuestionables. Los mercados no se autocorrigen. Esto ha quedado más que demostrado.

Es muy relevante analizar cómo ha quedado el mapa bancario español. Donde antes había más de cincuenta entidades ahora van a quedar algo más de diez, y grandes, que son las que se acaban llevando el grueso del negocio, la banca comercial. Mismo pastel, menos comensales. Tiene demasiados riesgos un modelo de excesiva centralización, es decir, que vayamos hacia una situación con solo grandes bancos. La experiencia nos ha demostrado que la diversidad, la dispersión y el reparto de riesgo son buenos para el sector bancario. Cuanto más grandes sean los grupos internacionales, mayor será el riesgo de tener otra gran crisis financiera. Sería preferible un modelo con un carácter más local, donde cada banco se centrara en su región y esto nos permitiera tener riesgos más manejables.

Los bancos y las actividades bancarias se basan en la confianza. Pero mientras que la confianza tarda años en establecerse, puede desmoronarse abruptamente si la ética de un determinado
banco es débil, si sus valores son pobres y si su comportamiento es decididamente erróneo. La banca es el corazón del sistema en que nos ha tocado vivir. Por eso, hay que revisarlo continuamente, sobre todo cuando las pulsaciones se aceleran. ¿Cómo se siguen vendiendo los productos financieros? ¿Cuál es el comportamiento de los comerciales de la banca de proximidad? ¿Hasta qué punto podemos fiarnos de que nunca más, al menos en España, se volverán a otorgar préstamos a personas que nunca deberían haberlos recibido? ¿O vender al cliente un activo sospechoso y poco comprensible? La crisis de los últimos años ha generado una profunda reforma de la regulación financiera, cuyos objetivos son sumamente razonables: un mejor control de los riesgos en los bancos, un menor contagio de las crisis y, en el caso de que estas se produzcan, mecanismos para hacer frente a las pérdidas sin necesidad de recurrir al dinero de los contribuyentes. Una de las líneas de reforma pendiente es la separación de actividades entre la banca minorista y mayorista, evitando que el dinero de los depositantes financie las actividades
más arriesgadas. El excesivo riesgo de los bancos debe controlarse mediante la regulación de capital y liquidez, así como, sobre todo, una adecuada supervisión.

Muchos ciudadanos están hartos. Cómo es posible que, según informes del Tribunal de Cuentas, varios partidos políticos estén en quiebra, con la de miles de millones de euros que han recibido. Y lo más inquietante cómo pretenden gobernar España cuando no saben gobernarse ellos mismos. Así nos va. Muchos ciudadanos quieren transparencia, saber qué se hace con su dinero, con el de sus impuestos, en qué se gasta. Se tiene una generalizada sensación de que cada día se paga más, pero, sin embargo, empeora la enseñanza, la sanidad y todo aquello que podría ayudar a mejorar la calidad de vida de las personas. La venta de una –sólo una- de las cajas intervenidas ocasionó tantas pérdidas como el recorte en educación. Un informe de Cáritas nos recordaba que ayudar a los hogares sin ingresos costaría unos 2.600 millones de euros, mucho menos de lo que nos está costando salvar a las empresas de autopistas…. Y eso a mucha gente no nos parece razonable. Hay otras formas, alternativas, de hacer las cosas. La economía no puede funcionar si el sistema político no funciona. La política necesita aire fresco y sabio. Y esto no es cuestión de edades sino de ideas.


Publicado en "Diario de León" el domingo 29 de abril del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/mil-uno_1245198.html

Cómo combatir la corrupción.

La experiencia de las sucesivas crisis financieras ha llevado a una práctica generalizada por la que, para evitar graves males sociales y proteger a los ahorradores, en caso de quiebra bancaria se garantizan los depósitos. Esta garantía puede convertirse en un incentivo para adoptar prácticas financieras cada vez más arriesgadas, dado que el sistema acudirá al rescate en caso de quiebra: “si sale bien, gano yo; si sale mal, pagas tú”. España, al borde la quiebra, fue obligada a modificar el artículo 135 de su Constitución para garantizar a los acreedores de deuda pública el pago prioritario del capital e intereses.

Diseño de productos financieros complejos -como las titulizaciones- sobre la base de un producto tan sencillo y de interés social como las hipotecas para acceder a la primera vivienda. Conflictos de interés -por ejemplo- entre las entidades de crédito y las sociedades de tasación, muchas de las cuales estaban participadas total o mayoritariamente por aquéllas. Falta de control de los movimientos y de los complejos productos de la novedosa ingeniería financiera, la ausencia de una adecuada valoración del riesgo, y la búsqueda de beneficios a corto plazo basados en una industria financiera sobredimensionada. Lo que comenzó manifestándose como una crisis financiera y causó graves problemas en el conjunto de la economía, está siendo objeto (todavía hoy) de innumerables análisis acerca de su verdadera naturaleza y alcance. Unos apuntan, razonablemente, a una crisis del modelo de economía, de crecimiento, y de gobierno, de ámbito global. Muchos de ellos señalan las implicaciones éticas, antropológicas y culturales de la crisis. 

Mirando alrededor vemos también el difuso desorden que es la injusticia, y lo que es peor, lo llegamos a mirar con una mirada que se está acostumbrando a aceptar que entre hombre y hombre pueda existir tanta desigualdad. Con gesto relativamente resignado decimos que el camino de la justicia es un camino muy difícil, casi impracticable: lo que podía ser una pasión permanente por la justicia se sofoca dentro de nosotros y se olvida como si fuera la pretensión de algunos locos idealistas. Porque ese difuso desorden que nos rodea termina haciendo que se embote en nosotros la sensibilidad para lo humano, la sensibilidad para la justicia.

Oímos que se dice que hay que formar a los hombres para prepararlos para el “mercado”; que es necesario que el hombre reciba una formación con vistas a su adaptación al mundo de las empresas, a sus procesos de negocio. También se dice que tenemos que acomodar nuestra conducta para someterla a las leyes de la economía. La economía tiene unas leyes de un cierto carácter inexorable, y hace falta que cada uno de nosotros disponga su comportamiento para que ese comportamiento no lesione esas leyes, leyes frecuentemente alejadas de los que podrían ser los verdaderos deseos y las verdaderas necesidades del hombre. Con frecuencia, con mucha frecuencia, nos acostumbramos a estas expresiones, que llevan en sí un desorden.

Una buena parte de nuestros dolores más habituales son dolores del alma. Y provienen probablemente de desórdenes interiores; del desequilibrio, por ejemplo, entre la mente y el corazón, que se da cuando alguien conoce mucho o ha leído mucho sobre el amor y… no ama; cuando alguien ha leído mucho de las espléndidas posibilidades de la amistad y no tiene amigos... Además de ese desequilibrio entre mente y corazón, puede haberlo también entre la inteligencia y la conducta, y también una falta de acuerdo entre la conciencia y la vida. Hoy, en las conversaciones de mucha gente, esta omnipresente el tema de la corrupción, así, en general. Parece una fiesta de nunca acabar: mienten, engañan, roban y roban… Es muy fácil asentir a grandilocuentes propuestas de regeneración ética para tal o cual institución u organización. Y no tanto responsabilizarse de la propia vida, y cuidar el impacto de nuestras acciones en otras personas. Estaremos contribuyendo a la verdadera regeneración si nos esforzamos por mejorar las relaciones con las personas con quienes habitualmente convivimos, luchando por ser más sinceros, más honrados, más responsables, más trabajadores, más serviciales, más cariñosos…Nosotros primero.

Casi siempre que hablamos de ética nos referimos a asuntos actuales de carácter político o económico, o a la ética de los otros… Rara vez a nuestras actividades cotidianas. Ser ético es ser una persona en quien se pueda confiar. Luchar por vivir sin dobleces, sin justificar nuestras acciones cuando sean malas. Al pan, pan, al vino, vino. Ésta es la ética de todos los días, la cotidiana, la que debemos cuidar prioritariamente porque con nuestras pequeñas acciones contribuimos -o no- a generar una cultura de confianza, de respeto a los demás. Una democracia necesita ciudadanos que la defiendan. Menos “indignación” y más ciudadanía. Desde la política se puede contribuir a cambiar aquellas cosas del mundo que se manifiestan radicalmente dañinas para el desarrollo y la dignidad de las personas. Hay muchas políticas por mejorar (“reformar”). Hacer política de otra manera, respetando al adversario, escuchando, dando argumentos, tratando de convencer, dando al otro la oportunidad de convencerte. El respeto al otro está en la base de la misma democracia. En fin, una política, nueva, buena, “con mayúscula”.

Publicado en "Diario de León" el martes 24 de abril del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/combatir-corrupcion_1243918.html

jueves, 5 de abril de 2018

El cuento del pollo.

Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste en que son realmente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada. Detrás de los números hay personas. El desarrollo tecnológico y económico -indispensable para el bienestar personal y colectivo- se vuelven contra el hombre cuando se olvida que éste es medida de las cosas. Así, la desigualdad injusta o la destrucción de la naturaleza son algunos de los frutos actuales más visibles de un desarrollo apartado de su verdadero sentido.

La desigualdad no ha dejado de aumentar durante la crisis y después de la crisis. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres. Las razones son variadas, para todos los gustos y colores: la precariedad del mercado laboral, la deslocalización de las empresas intensivas en empleo, la competencia salarial del exterior, las graves carencias de nuestro sistema educativo o la ausencia de una -real- progresividad del sistema fiscal. Con la excusa de la crisis y la post crisis se ha ido posponiendo la solidaridad hacia los débiles sin cuestionar tanto gasto público innecesario. Visto lo visto es difícil creer que la recuperación económica, por si sola, vaya a revertir la desigualdad incrementada durante la crisis. Mucho diagnóstico y poco pronóstico. Y un exceso de recetas demagógicas, aquéllas -ya se sabe- en las que el remedio es peor que la desigualdad. Hay que garantizar que -efectivamente- los ricos aporten su cuota a la carga fiscal. Personas y territorios.

El ciudadano-de-a-pie está convencido de que el sistema fiscal es injusto y que los ricos no son los que más pagan. La gente está harta -escandalizada- de ver cómo al Bárcenas-de-turno la declaración del IRPF le sale a devolver mientras cualquier ciudadano corriente termina estrujado por un mínimo descuido. Nuestro sistema fiscal debería trasladar la carga tributaria del trabajo (IRPF) y el consumo (IVA) hacia la riqueza y el capital. Hay datos. Insisto: datos, no opiniones. El Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, el impuesto redistributivo por antonomasia y, por tanto, el más solidario, informa, año a año, que más del 80% del importe declarado corresponde a los contribuyentes con bajos ingresos, con menos de 60.000 euros anuales. El impuesto progresivo constituye el más directo y poderoso instrumento para la redistribución de la renta. Aumentando sus tipos marginales y eliminando las deducciones que, mayoritariamente, benefician a quienes más tienen. España debe luchar contra la economía sumergida y el fraude, así como revisar la fiscalidad de las grandes compañías multinacionales. 

Urge mejorar el sistema de financiación autonómica. Una amenaza disfrazada de federalismo es que todas las comunidades autónomas tuvieran su propio sistema de cupo o aportación, similar al régimen foral del País Vasco o Navarra. Así lo advierte un reciente informe en el que se proyecta qué ocurriría si se generalizara el sistema de concierto. La solidaridad regional desaparecería, las distancias entre las regiones ricas y pobres se incrementarían. Para muestra-sólo-un-botón: si todas las comunidades tuvieran cupo, un extremeño recibiría la mitad de financiación que un madrileño, y un canario ocho veces menos. El empeoramiento de los servicios públicos en sanidad, educación y servicios sociales sería inmediato. Sería decir adiós a la solidaridad fiscal que busca distribuir con equidad la riqueza entre todos los ciudadanos españoles. 

A bombo y platillo los voceros oficiales acaban de anunciar que la economía recuperó el año pasado su máximo pre crisis y el PIB per cápita supero el nivel que no había vuelto a alcanzar desde 2008. Leyendo esta noticia me acordé, una vez más, del “cuento de pollo” … Si tú te comes un pollo y yo no me como ninguno, de media, nos hemos comido medio pollo cada uno. Y así surge el concepto del “pollo estadístico”, muy similar al de realidad y realidad virtual, pero, de ello, escribiré otro día. Este tipo de “estadística” es una sutil y frecuente manipulación. En fin, a lo que voy: igual que cuando decimos que dos personas comen medio pollo de media, para entender la situación real tenemos que aclarar que una come un pollo y otra ninguno, cuando decimos que el conjunto de España es más rico -cuidadín- debemos explicar esa información, porque no es oro todo lo que reluce.

Nuestras dificultades actuales son el resultado de políticas erróneas. La economía puede seguir su tendencia al alza, pero los problemas de fondo no dan margen al optimismo. Durante las últimas décadas, unos y otros, periódicamente, nos han insistido en las virtudes de las desregulaciones. Y que, en todo caso, se trataba de una materia sólo apta para los científicos de la economía donde las ideas y la política no debían inmiscuirse…Hoy sabemos que eso nos es así. Una cosa es una economía de mercado y otra, muy distinta, una sociedad de mercado. Ciertamente, no puede haber libertades personales y políticas si no hay también libertad de mercado. Pero una economía de mercado no se identifica con un grosero capitalismo, ni exige la desaparición del Estado social, ni del poder moderador del estado sobre el mercado. Cuando esto se hace, pasamos de la economía de mercado a la sociedad de mercado, en la que todo –hasta las personas- pasan a estar en venta, y el descarte de vidas humanas se convierte en un inevitable efecto colateral del sistema.

Publicado en "Diario de León" el miércoles 4 de abril del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/cuento-pollo_1239236.html