Era estudiante
universitario cuando leí por primera vez un libro del abogado y escritor José
Luís Olaizola, “La guerra del general Escobar”, Premio Planeta 1983. El coronel
de la Guardia Civil Antonio Escobar, hombre de convicciones religiosas,
consiguió con su decidida actuación el 19 de julio de 1936 que no prosperase la
sublevación militar en Barcelona. Optó por la libertad de actuar conforme a su
conciencia y al juramento prestado al Gobierno legalmente constituido. A través
de esta obra, el autor nos da una visión infrecuente de los años de nuestra Guerra,
vividos sin partidismo ni ideologías por un militar que en la España de ese
momento eligió, ante la incomprensión de muchos, una incómoda postura, porque
creía que su puesto era aquél.
He vuelto a reencontrarme
con Olaizola en un libro que acaba de publicar, “Elogio del matrimonio”, en el
que nos cuenta las vivencias de su largo -más de sesenta años- y fructífero
matrimonio. Pero no solo las suyas, también las de numerosos personajes:
escritores, editores, toreros, hasta reyes, gente de la más diversa condición,
que han compartido con él entrañables y divertidas anécdotas sobre el amor. En
uno de los capítulos cuenta que, según un médico amigo suyo, el signo
patognomónico de que un matrimonio, una familia, funciona bien es la reacción
ante el ruido de la llave en la puerta de entrada. Conviene aclarar que signo
patognomónico es el que define, en Medicina, la existencia de una enfermedad.
Pues bien, en una familia podemos comprobar la calidad de nuestra convivencia
analizando cómo reaccionan nuestros seres queridos cuando oyen que estamos
abriendo la puerta de casa: ¿se alegran? ¿salen a recibirte con besos y
abrazos? ¿se ponen nerviosos? ¿se esconden?... Da para pensar.
En la vida familiar hay que
poner en juego todas las energías. Un descuido puede ser percibido como una
falta de amor: “si no se acuerda de llamar es que no me quiere”, “que no haga
aquello que le he pedido significa que no le importo”, etc. Los juicios sobre
terceras personas suelen ser más moderados; frente al cónyuge se es muy
exigente. Cuando el amor matrimonial madura, configura un “nosotros” que torna
la biografía individual en co–biografía. El matrimonio compromete a integrar la
propia biografía en un proyecto común, a fusionar la trayectoria personal en la
trayectoria matrimonial. De no ser así, acaba convirtiéndose en una intimidad
que se auto complace, en dos egoísmos que conviven.
Consiste en evitar todo lo
que pudiera enfriar ese amor. El sentido de esa “negación” es eminentemente
positivo: se trata de que el amor conyugal crezca. Las manifestaciones de
confianza que se tienen con el propio cónyuge se deben evitar con otras
personas. Por ejemplo, no hablar de los problemas personales que se hablan con
el propio cónyuge, ni escucharlos admitiendo confidencias íntimas que pueden
crear lazos, ni buscar en esas otras personas la “comprensión” que no se
encuentra en el cónyuge, etc. En este punto es fácil ser ingenuos, olvidando
que a veces cualquier otra mujer o cualquier otro hombre está en mejores
condiciones que el propio cónyuge para presentar “intermitentemente” su cara
amable.
Hace falta ser pacientes
para poder convivir, para sobrellevarnos y para que el sobrellevarnos sea
profundidad en la convivencia, en la participación de la vida. Entonces, la
tarea del vivir en familia, por ejemplo, no se convierte en un reproche...
¡Porque a veces ocurre que cada uno está viendo los defectos de los demás,
clavando la atención en ellos y aludiendo a ellos con frecuencia!
En el hogar es donde
podemos ejercitar hondamente la virtud de la comprensión. Comprender. A veces
los padres no piensan en sus hijos en concreto, sino en cómo deben ser los
hijos. Y los hijos tiene delante una imagen, como un esquema, que no son sus
padres, sino cómo deberían ser sus padres. Mundos diversos que están viviendo
juntos, y puede ocurrir que falte la alegría porque falta la comprensión. De
ahí, muchas veces, los sobresaltos de la vida familiar. Una pregunta es
interpretada como una indirecta o una condena. Una observación cualquiera es
tomada como alusión a un posible defecto personal.
Desde hace años asistimos
al vaciamiento del matrimonio como institución jurídica y social. Hoy ya casi
no se habla de los fines: el bien de los esposos, los hijos, su educación… Para
mucha gente el matrimonio sólo interesa como medio para pagar menos impuestos y
cobrar la pensión de viudedad. Amor puede significar tantas cosas... Es una
palabra que ha sido tan maltratada. Sin embargo, a pesar de todo, el hogar -de
hecho- es el lugar en el que se puede lograr que las personas nos sintamos bien
con atenciones a veces muy sencillas. Para ello nada mejor que la actualización
diaria del compromiso. Cada noche tendría que poder contestar afirmativamente a
estas dos preguntas: ¿he sabido manifestar mi afecto a mi esposa, a mis hijos?
¿lo han notado…? Y reflexionar, periódicamente, sobre “la prueba de la llave”.
Publicado en "Diario de León" el domingo 13 de mayo del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/prueba-llave_1248620.html