@MendozayDiaz

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jueves, 18 de abril de 2013

El deporte como escuela de competencias directivas.


Si digo que practicar deporte ayuda a desarrollar virtudes, no digo nada nuevo. Como diría la señora Eustasia eso, hijo, es más antiguo que el hilo negro…

El deporte no sólo es una forma de hacer ejercicio o de evitar el estrés, sino una escuela de competencias directivas. Tesón, esfuerzo, empuje y buena conducta, entre muchas otras.




Hacer deporte denota facilidad para la vida social y hábitos saludables. 

Es mejor contar con alguien que realiza actividad física porque cuida de su bienestar. Indica disciplina y lucha contra la apatía. 

No define un proceso de selección pero puede ser un factor relevante.

Que una persona haya sido un buen alumno en la universidad no implica que sea un buen profesional, aunque señala que es estudioso y responsable. 

Algo parecido sucede con el deporte: revela una faceta de la personalidad. Hay quien dice que, en la práctica de un deporte, sale “el verdadero yo”: el limpio, el agresivo, el perseverante…el tramposo.

Los directivos de hoy deben tener un espíritu más colaborativo que solitario e independiente. 

El baloncesto o el rugby, por ejemplo, son formativos porque ayudan a desarrollar la cooperación, la competitividad y a tolerar las diferencias. 

Facilitan aprender a moverse con otros. El rugby, además, tiene una particularidad: si bien es más sufrido que el fútbol, cuenta con el llamado “tercer tiempo”, donde los contrincantes, que en la cancha se comportan como rivales, se reúnen como amigos.

Las prácticas individuales también tienen su interés, a pesar de no desarrollar tanto el trabajo en equipo. El golf, por ejemplo, es estrategia. 

El deporte es un indicio más de talento directivo pero, afortunadamente, no es el único… Si fuera así, las empresas estarían llenas sólo de figuras atléticas y sería el fin de quienes tenemos sobrepeso….. La realidad muestra que, aunque se tiende a valorar a los directivos que hacen deporte, más de un campeón de la vida sedentaria dirige con éxito importantes empresas.

Como decía la señora Eustasia, quien no se consuela es porque no quiere…

domingo, 7 de abril de 2013

El estrés repercute siempre en el estado de resultados.

Me contó un amigo que trabaja en una filial de una empresa alemana, que, a las pocas semanas de ser contratado, se quedó durante tres días seguidos después de la hora. Al tercer día, el director general se apareció en su oficina y le dijo: “Si mañana te veo de nuevo, estás despedido”. Nunca más… 

La administración eficaz del tiempo es, cada vez más, un recurso esencial. Y hace años que los horarios empezaron a ser cuestionados. 

¿Acaso no es suficiente una jornada de ocho horas?

A pesar de la cantidad de horas que se dedican, en general, se trabaja mal. 

La impuntualidad, el smartphone y las interminables reuniones sin objetivos claros son algunos de los principales motivos de ineficiencia. 

Las causas de un cotidiano horario sin fin radican en una mala planificación de tareas y en la falta de intensidad. 

Pero esto no es todo. Las consecuencias negativas saltan a la vista: disminución de la calidad de vida de los empleados y aumento de los costes de la organización. Porque, aunque no se paguen horas extras, el estrés repercute siempre en el estado de resultados.

Para poner fin a esta situación es necesario cambiar la cultura empresarial. 

Todavía está mal visto el que se va “antes de la hora”. Hay muchas compañías donde los ejecutivos “hacen méritos” si se quedan hasta tarde y son tachados de “flojos” si se van antes que sus compañeros.

La lucha por cambiar de costumbres es todo un tema. 

Hasta hace poco, por ejemplo, algunas empresas tenían una fuerte cultura de “trabajo duro”: sus colaboradores se quedaban en la oficina hasta altas horas de la noche. Y, algunas, han mejorado el sistema para manejar el tiempo con más eficiencia. Hoy su lema es el trabajo inteligente. Sin embargo, el cambio es difícil: mucha gente aún tiene interiorizado el concepto que regía antes y sigue trabajando doce horas diarias. O más...

Una persona no puede trabajar excesivamente y bien.