@MendozayDiaz

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domingo, 24 de mayo de 2020

miércoles, 6 de mayo de 2020

Hoy en "La 8 Bierzo".


Hoy, a partir de las 21'30 horas, estaré con Maria De Miguel en su programa de televisión Magazine para hablar de mi historia como enfermo de coronavirus.

martes, 5 de mayo de 2020

Cansancios y egoísmos.


Una sociedad permisiva que educa a los niños en sus derechos, pero no en sus deberes. Nadie quiere hacerse cargo de esta situación. Los padres echan la culpa a los profesores, los profesores a los padres… ¿Soluciones? Desde pequeños hay que enseñarles a vivir en sociedad. Es esencial formar en la empatía, ponerse en el lugar de los otros. Educarles en sus derechos, pero también en sus deberes. Siendo tolerantes, pero marcando reglas, ejerciendo control y diciendo “no” cuando sea necesario. Paciencia, paciencia, paciencia. Utilizando el razonamiento, explicando las consecuencias que la propia conducta tendrá para los demás. Acrecentando su capacidad de diferir las gratificaciones, de tolerar frustraciones, de controlar los impulsos, de relacionarse con los otros.

Aunque la educación comienza al nacer y dura toda la vida, es en la franja de quince años que van desde los tres años de un niño a los dieciocho de un joven, cuando se adquieren los hábitos de conducta que podríamos llamar valores. Son los años de mayor dependencia familiar, los de la escolarización obligatoria, primaria y secundaria, aquellos en los que los amigos entran en escena, los años en los que tienen menor defensa frente a la influencia del entorno. Un adolescente tiene todos los días cuatro educadores en su horario: la familia, el colegio, los amigos y las redes sociales. Hay una tendencia actual a enseñar unos valores mínimos aceptables por todos. Son positivos, pero no por ellos dejan de ser mínimos: tolerancia, la bondad del diálogo, de la paz, del respeto al medio ambiente. Pero aquí no se agotan los mensajes educativos, y las familias son las que tienen mayor responsabilidad en transmitir aquellos valores que saben harán felices a los jóvenes. La felicidad no procede de hacer lo que uno quiere, sino lo que uno debe.

Demasiados niños consentidos –digámoslo claro, son niños maleducados-, sin normas, sin límites, que imponen sus deseos ante unos padres que no saben –o no les interesa porque quieren vivir tranquilos- decir no. El cansancio es legítimo, el egoísmo no. Su dureza crece si no se le ponen límites. Eluden responsabilidades. Echan la culpa a los demás de las consecuencias de sus actos. Niños agresivos que quieren imponer su idea o su deseo por la fuerza. Niños que no viven hábitos básicos de alimentación, sueño, descanso, orden…Se ve lo que él quiere en la televisión, se entra y se sale si así a él le interesa, se come a gusto de sus apetencias. Cualquier cambio que implique su pérdida de poder conlleva tensiones en la vida familiar. Son una bomba de tiempo. Es-que-tú-no-sabes-cómo-se-pone. Por más que le digo “no”, sigue con sus rabietas y enfados… No te preocupes, la maduración requiere tiempo. Pero no cedas. Si le has dicho que hoy no juega con la videoconsola, no cedas. No le va a pasar nada malo, al contrario, le estás ayudando madurar, a aceptar el no. “Te dejo, pero te callas”: la próxima vez gritará más y peor…Ceder a sus caprichos con tal de que se calle, dejarle ver un programa de televisión con tal de que se calle, no es el camino para educar bien a tu hijo. Es que estoy muy cansado y lo único que quiero es que se calle y nos deje en paz… Comprensible, pero piensa en su bien. Otra vez: el cansancio es legítimo, el egoísmo no.

Si a vuestro niño le consentís caprichos, contestaciones, malos modos, imposiciones, porque estáis cansados, porque no le dais demasiada importancia, porque-tampoco-es-para-tanto, es todavía pequeño, ya-habrá-tiempo o porque tenéis miedo a que se traumatice si le corregís seriamente: estáis equivocados. Alguien os lo tenía que decir. Con respeto y con cariño, pero también con claridad: estáis equivocados. Con esta actitud le estáis ayudando a ser un adolescente agresivo y maltratador. En definitiva, se convertirá en un hijo desafiante que terminará imponiendo su propia ley, y lo que es peor, no será feliz.

domingo, 26 de abril de 2020

Gracias al coronavirus.


Si, tal cual: gracias al coronavirus. Porque padecer y superar la enfermedad está siendo una experiencia positiva para mi vida. Los días, las noches, durante semanas, son especialmente largos postrado en la cama de un hospital, dan para mucho. He sido testigo de historias de humanidad. De trabajo en equipo, de momentos de estrés, de tensión, del personal sanitario, de cómo se movilizan ante una urgencia, de cómo sufren la muerte de un paciente, de cómo se apoyan… He oído cómo morían otros enfermos de habitaciones próximas, y también de compañeros de habitación. La pregunta, inevitable, es “¿por qué él y no yo?” Aquí está una de las claves. Tengo un buen amigo al que le gusta recordar que, para un cristiano, la alegría tiene las raíces en forma de cruz. Esto, para un cristiano, es obvio. Pero, después de lo vivido, pienso, que, para cualquier persona, independientemente de sus creencias religiosas, también. Descubrir que, en el dolor, el sufrimiento, el absurdo de estos días está el germen de una vida mejor, estoy convencido, depende la recuperación de cada uno.

Un episodio me ha marcado especialmente. Aproximadamente a la mitad de mi tratamiento, cuando ya había superado la etapa más crítica, llegó a la habitación un nuevo compañero. Un anciano, Rufino, así se llamaba, de unos noventa años, me dijeron las enfermeras. De cabello blanco, ojos claros, respiraba lentamente y con dificultad. Estaba agonizando. Estuvimos juntos un día y medio. Durante ese tiempo intenté estar a la altura, acompañando a un hombre que iba a entregar su vida, postrado en la cama de un hospital, solo, junto a un desconocido. Hasta el último momento mantuvo sus ojos abiertos. No sé si tenía esposa o hijos, pero, yo quería estar a la altura en el sentido de acompañarle con la dignidad, con el respeto, que requería el momento, como hubiera querido él, su familia. Me ha marcado profundamente.

Mi familia. Cuánto he sufrido pensando en su sufrimiento por saber que estaba gravemente enfermo y solo en la habitación de un hospital. Incertidumbre, miedo, impotencia. A veces -muchas veces- no poder estar con ellos, no poder abrazarles, se me hacía insoportable…También he pensado en el dolor de tantas otras familias que no han podido acompañar a sus seres queridos en el momento de su muerte o el día de su entierro, como, por ejemplo, la familia de Rufino, mi compañero de habitación. La familia, el amor de una familia, es una realidad cotidiana que quizá por ello, para muchos de nosotros, y en muchas circunstancias, ha pasado -tantas veces- injustamente inadvertida y no suficientemente valorada, cuidada. Otra de las cosas buenas de este proceso es que nos está ayudando a rescatar el valor, la grandeza de la familia: volver a la familia.

Lo que nos espera el día después es algo parecido a una posguerra. Un proceso de reconstrucción económica, pero, sobre todo, personal, humana; en el sentido de que va a poner a prueba la actitud, el fondo de cada uno de nosotros. Lo que para muchos serán amenazas para algunos serán auténticas oportunidades. Ya lo están siendo. Conozco universitarios que llevan años intentando terminar su carrera, pero, por sus circunstancias, por sus obligaciones familiares, porque estudian y trabajan, no han tenido el tiempo. Ahora, confinados, están dedicando doce horas al día a preparar las asignaturas pendientes. Y también conozco a otros, que, en una situación similar, únicamente preguntan sobre si se dará un aprobado general a los matriculados, como dicen que van a hacer en Italia.

La lucha contra el coronavirus tiene un componente político que, para nada, es ahora lo más importante pero que conviene apuntar de cara a analizarlo en el futuro. Este virus no se ha propagado por casualidad; estamos ante un caso claro de guerra bacteriológica. Las causas y sus responsables, estoy convencido, no se conocerán hasta pasados muchos años, como el asesinato de Kennedy, los atentados de las Torres Gemelas y otros hechos históricos, todavía, sin resolver.

¿Qué valoraré, cuando todo esto acabe y volvamos a la normalidad? Comulgar. Ir andando desde los juzgados hasta la facultad de Derecho, uno de los paseos más hermosos de los que uno puede disfrutar en nuestro querido León. Y tomar -en compañía de amigos- un café servido con la profesionalidad y simpatía de Raúl, el camarero de mi cafetería favorita.

sábado, 22 de febrero de 2020

Profesor Asociado de Derecho de la Unión Europea.


Hemos comenzado un nuevo curso del área de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de León. Un honor formar parte de este equipo como profesor asociado de Derecho de la Unión Europea.

Genealogía de Occidente.

Publicado en "Diario de León" el viernes 21 de febrero del 2020:https://www.diariodeleon.es/articulo/tribunas/genealogia-de-occidente/202002210950441988959.html

Occidente ha empezado a perder la fe en sus propias tradiciones y valores culturales. En el curso de poco más de una generación ha perdido su posición de orientador del mundo, hallándose actualmente bajo la amenaza de una desintegración. Ha sido tan grande el cambio que ha sufrido en la situación mundial que es difícil encontrar su paralelo en el curso de la historia. En comparación con él, los mayores cambios acaecidos en la historia de la cultura antigua, tales como la decadencia de la cultura helénica en el siglo II antes de Jesucristo, o la decadencia del Imperio Romano en los siglos IV y V de nuestra era, fueron relativamente graduales y mucho más limitados en sus efectos.

Occidente, una sociedad de pueblos unidos por una tradición espiritual común. El principio unitario no es geográfico, ni racial, ni político: es un principio espiritual que se ha impuesto por encima de toda la diversidad de pueblos y culturas que se han agrupado alrededor de una fe común, transformándose en una nueva comunidad con valores morales y cultura intelectual comunes. Durante siglos, hasta las revoluciones del siglo XVIII, Occidente fue identificado con la Cristiandad: la posesión de la fe cristiana que era considerada como presupuesto indispensable para la adquisición de los que ahora llamamos derechos políticos. Una nueva concepción de la personalidad humana y una crítica moral de la vida. 

Sobre este asunto acabo de leer un libro con un título precioso, inspirador: “Genealogía de Occidente. Claves históricas del mundo actual” de Jaume Aurell, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Navarra, a quien he tenido la suerte de escuchar en un seminario organizado por AEDOS y el Instituto de Empresa y Humanismo. Un libro de historia que invita a reflexionar, y a dialogar. Un gran esfuerzo de sistematización y claridad expositiva. La historia de nuestra cultura occidental abarca más de tres mil años…

Valores morales como el humanismo ejercieron su mayor influencia en la forma de vivir y pensar. La base esencial sobre la que se fundamentan los derechos democráticos es que todo ser humano es inviolable; y que nadie, ningún estado, ninguna autoridad, ninguna persona, puede decidir que la vida de otro es una vida inútil, sin valor, eliminable. Uno puede afirmar que una persona está viviendo en condiciones indignas, y luego empeñarse en remediar esas condiciones. Esto es humanitario. Lo que no se puede hacer, en nombre del humanitarismo, es afirmar que una persona no es digna de vivir, aunque tenga que vivir en condiciones indignas. Esto no es humanitario, sino totalitario. Cuando se hacen este tipo de afirmaciones se ha terminado el humanismo.

Nuestros gobiernos occidentales suelen ser sinceros en su preocupación por el bien de sus ciudadanos. Su reto está en saber en qué consiste este bien y qué exigencias tiene. No se está logrando el bien común -únicamente- porque el producto interior bruto o la renta per cápita vayan en aumento, o porque los servicios funcionen eficazmente. Se está logrando el bien común cuando un gobierno crea y defiende las condiciones para que los hombres puedan vivir como hombres; y esto exige proteger a todo lo que favorezca la dignidad humana y frenar a aquellos que quieran degradar o explotar a los demás, sea en lo económico o en lo moral.

Occidente no es un espacio geográfico, es una delimitación cultural. Se pueden construir mundos mentales ajenos al universo real, jugar con ideas que no responden a las cosas existentes. Pero, atención: detrás de este fraude está la agenda oculta de abandonar nuestra genealogía. Defender a Occidente es defender nuestra identidad política y cultural.

viernes, 14 de febrero de 2020

Llevarse el módem.


Jóvenes (niños…) y redes sociales. Un tema recurrente, de actualidad, de impacto en la educación de nuestros hijos. Hace unas semanas desayunábamos con la noticia de unos padres de Australia que, ante la negativa de sus hijos a acompañarlos en unos días de vacaciones, tomaron la extravagante decisión de llevarse el módem para intentar que así ellos también descansaran, “desconectaran” … Y, días después, con las declaraciones de una experta policía en asuntos de ciberseguridad que ha afirmado que “si los padres vieran lo que yo veo todos los días, no darían móviles a sus hijos”. Cuando comenzó a extenderse el uso de las redes sociales entre los jóvenes, asistí a una conferencia donde nos preguntaban a los padres con hijos adolescentes sobre cuál era la hora en la que nosotros pensábamos que internet estaba en su máximo pico de consumo. Unos dijeron que la una de la tarde, en plena actividad empresarial; o quizá sobre las diez de la noche cuando muchas personas, al final del día, revisan sus mensajes, sus redes, etc. No, nos decía el conferenciante: la red está colapsada, de lunes a viernes, sobre las dos de la madrugada… No me lo podía creer. ¡Pero si a esa hora se supone que la mayoría de la gente, y más en invierno, estamos durmiendo…! Pues-parece-que-no. Y quizá por ello, el conferenciante, previendo nuestra posible incredulidad, nos proyectó información detallada de consumos, facilitada por las compañías de telecomunicaciones. 

Las dos de la madrugada… Ahora me explico muchas cosas. Por qué a algunos adolescentes les cuesta tanto madrugar, por qué comentan los profesores que es cada vez más común que muchos jóvenes se queden dormidos en clase… Claro, cómo no, si están hasta las tantas y una conectados a internet bien sea en las redes sociales o viendo lo que vean, cómo van a estar suficientemente descansados para enfrentar un nuevo día. Definitivamente somos padres, formados en el siglo pasado, quienes tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos, que son de otro siglo. Nuestros hijos son “nativos digitales”. ¿Qué quiere decir esto? No entienden la vida de otra manera. Es su manera de aprender, de relacionarse. Ellos no han nacido con el concepto de “filtro”. Tu preguntabas, te recomendaban un buen libro, o te informaban mediante una conversación. Ellos no, ellos encuentran respuestas a todas sus preguntas en internet. Además, buscan su identidad real en las redes sociales donde las identidades pueden ser falsas y, para ellos, sin embargo, son “los” modelos. Sus relaciones sociales son, en muchos casos, virtuales no personales. Hablan, se enamoran, se pelean, se reconcilian… Ventajas para ellos: nadie me da la “chapa”, es mi zona de confort, mi entorno seguro. No tengo que aguantar las preguntas de mis padres: “¿por qué me preguntas?” “¿para qué me preguntas?”.

¿Qué hacer? Según los expertos, los temas claves para promover el uso seguro y responsable de internet entre los menores son: privacidad, virus y fraudes y las consecuencias de un uso excesivo. Concretando y dependiendo de la edad. Con los más pequeños: acompañar, prestar atención a lo que hace mientras está conectado; supervisar, acompañarle durante la búsqueda y su aprendizaje, elegir contenidos apropiados a su edad. Con los más mayores: dialogar sobre el uso de internet y el comportamiento seguro y responsable. Crear un clima de confianza y respeto mutuo. Que se sienta cómodo solicitando tu ayuda. Dialoga, interésate por lo que hace en línea, conoce su actividad en redes sociales. Enséñale a pensar sobre lo que encuentra en línea. Y, muy importante: sé el mejor ejemplo. Busca la desconexión, fomenta la comunicación familiar. El lado bueno de este tipo de situaciones es que empezamos a tomar conciencia del efecto invasor de internet en nuestras vidas. Lo que es un medio maravilloso y potente de información, diversión, comunicación, educación y aprendizaje va camino de transformarse en un monstruo tentacular que invade sin ningún tipo de reparo tertulias, relaciones y reuniones. Conviene tener momentos de desconexión real, total. Como, por ejemplo, en las comidas familiares, que tienen una gran importancia: ahí es donde se transmiten las buenas prácticas, los valores, la cultura. Que-no-cunda-el-pánico. Afortunadamente, en éste, como en tantos otros asuntos, hay buenas experiencias documentadas. Pero si en nuestro caso no resultaran, siempre quedará llevarse-el-módem…