@MendozayDiaz

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martes, 18 de agosto de 2015

"El murmullo de las abejas" de Sofía Segovia.

Pablo y Angélica son dos amigos, iba a decir que “de verdad” pero pienso que los amigos o son “de verdad” o no son amigos… Mi amistad con Pablo se fue construyendo a la par que fuimos viviendo, juntos, peripecias de todo tipo; y, a pesar de que ambos tenemos temperamentos muy singulares, terminamos siendo amigos. Periódicamente quedábamos a comer, siempre en el mismo sitio. Tras cada encuentro, salía con la convicción de que quien tiene un amigo tiene un tesoro.  

Nuestra amistad ha experimentado la prueba del tiempo, y del espacio. Siempre que viene a España hace todo lo posible -y más- porque nos veamos. Digo “y más” porque en mis idas y venidas me apendejo con facilidad, pierdo el rumbo y las ganas de relacionarme… Pues bien, Pablo con la tozudez que le caracteriza, siempre ha hecho que las cosas sucedan, es decir, que con ánimo o sin él, nos veamos. En Pamplona, en León, en Madrid, en Burgos, y, esta vez, en Gijón. 

Disfrutamos de una comida con nuestras familias y, a la hora del café, también hablamos de libros. Fue Angélica quien me recomendó esta novela de Sofía Segovia. Para mí, Angélica, inicialmente, era la esposa de Pablo o la madre de Juan Diego (un genuino hijo de su padre). Según la fuí conociendo descubrí una mujer muy inteligente y con una gran sensibilidad cultural. Gema ya me lo había adelantado. Una gran persona que, como Pablo, me honra con su amistad.

La semana pasada recibí un paquete desde México que contenía un ejemplar de “El Murmullo de las abejas” de Sofía Segovia, con una cariñosa tarjeta escrita a mano por Pablo. La historia transcurre en Linares, al norte del país, con la Revolución mexicana como telón de fondo. Simonopio, un personaje entrañable que, de la mano de la nana Reja, viene a cambiar a una familia, y a una ciudad. Una criatura mágica.

Una curiosa novela que a través de tres narradores diferentes nos recrea costumbres y tradiciones. De imágenes y situaciones que evocan recuerdos familiares. La infancia, la familia, la vida cotidiana, las raíces… Muy sensorial. Por momentos pareciera que puedes sentir la temperatura ambiente, oler el azahar o la lavanda, escuchar el vuelo de las abejas... Una historia, algo singular, que me terminó envolviendo. Quizá excesivamente larga, para mis gustos. Sin embargo, me encantó el desenlace. Las últimas cien páginas me mantuvieron en tensión.


La lectura de “El murmullo de las abejas” me ha resultado muy grata porque ha evocado mi tiempo en Nuevo León, en Monterrey, pero, sobre todo, me ha recordado a las personas que allí conocí… Lo mismo me he emocionado con algunos pasajes, que me he desternillado con otros, especialmente con aquel en que Francisco recomienda a Francisco chico caminar, siempre, por la sombra…Me divierte imaginar la frase en boca de algunos de mis amigos, con su deje norteño. Recordar es volver a vivir.

domingo, 16 de agosto de 2015

"¿Dónde está mi dinero...?"

La recuperación económica ha permitido un aumento en el número de afiliados de la Seguridad Social. Actualmente hay más cotizantes que cuando el Partido Popular llegó al Gobierno, a finales del 2011; sin embargo, se recauda menos que entonces. ¿Por qué? Porque la gran mayoría de los nuevos afiliados son trabajadores a tiempo parcial que, lógicamente, pagan menos cotizaciones sociales. Si esto se mantiene en el tiempo (y parece que así va a ser) no hay que ser un Premio Nobel de Economía para concluir que las pensiones futuras serán menores.

Además, el sistema público de previsión tendrá que afrontar nuevos desafíos como el envejecimiento progresivo de la población, el aumento de la pensión media como consecuencia de que la mayoría de los nuevos jubilados han cotizado, de media, más que los actuales, o los generados por las propias decisiones del Gobierno como el recientemente anunciado complemento a las pensiones de las madres trabajadoras. En los años en que se celebran elecciones parece como si se perdiera la cordura o la racionalidad, al menos, en cuestiones de economía. Sólo así es posible entender la medida que acabo de mencionar, o que se devuelvan las pagas extras a los funcionarios, o que no se informe a cada español de su pensión estimada futura, como estaba aprobado y anunciado.

Las previsiones demográficas son las que son. Las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística muestran que el número de defunciones superarán, por primera vez, al de nacimientos a partir de este año, un fenómeno que se acentuará de forma exponencial. En los próximos quince años, España perderá un millón de habitantes y unos seis millones en los próximos cincuenta años. Si no hay cambios, en 2060, los mayores de 65 años serán el 30% de la población frente al 18% de la actualidad. Si ahora cada persona en edad de trabajar paga un cuarto de pensión, en pocos años se duplicará y pagará media pensión o, según estos datos, incluso más.

No ha sido suficiente para cambiar la tendencia ampliar el periodo exigido para calcular la cuantía de la pensión, el retraso gradual de la edad de jubilación o la desvinculación de las pensiones de la evolución de la inflación. Está por verse el impacto del recorte más profundo en las nuevas pensiones, que entrará en vigor en 2019. Entonces, la Seguridad Social, fijará la primera renta mensual del jubilado de acuerdo con la esperanza de vida de la generación del trabajador que se retira. Esta es la medida que se conoce técnicamente como el factor de sostenibilidad. Y también habrá que esperar a si, finalmente, se reforma el régimen de las pensiones no contributivas: si las cotizaciones financian sólo las pensiones contributivas –que sostienen las empresas y los trabajadores- es más fácil que la Seguridad Social tenga un balance equilibrado. Por tanto, una opinión cada vez más compartida es que estas pensiones tendrían que ser más selectivas y pagarse con impuestos, no con cotizaciones sociales.

Hasta ahora la pensión pública permite mantener un nivel de vida similar al que se tenía al trabajar. Esto ya no será posible. Es un cambio económico pero, sobre todo, sociológico y cultural, de paradigma. ¿Por qué no explicar con claridad que, ante esta realidad, si la población cada vez es menor y más envejecida el sistema actual de pensiones, basado en que los que trabajan deben pagar las pensiones de los jubilados, no funcionará en los mismos términos que hasta ahora?

Pagar las pensiones y la sanidad será el gran tema político y económico de los próximos años, considerando que, cada vez, los gastos por esos conceptos aumentan a mayor velocidad que los ingresos. Advertir es una cuestión de transparencia y de honradez y, no hacerlo, es ocultar la realidad. La información “a medias” es como en el caso de las mentiras “a medias”, que no dejan de ser mentiras; en este caso, desinformación.

Desde hace años, unos y otros, dan una información sesgada (en el mejor de los casos) y se van pasando la patata caliente. Hasta ahora esto ha sido posible porque han recurrido –y con una frecuencia cada vez más alarmante- al Fondo de Reserva de la Seguridad Social, también conocido como hucha de las pensiones, que podría agotarse, dentro del escenario más pesimista, en un plazo de sólo cinco años, en 2020. Así se desprende de un reciente estudio a partir del análisis de los registros de la Seguridad Social, el Banco de España y las proyecciones de población para el periodo 2012-2052 del Instituto Nacional de Estadística. Otro escenario más neutro sitúa el consumo total del fondo en 2024 y, el más optimista, en 2028. 

Pero cuando este Fondo se agote (que esperemos que, por el bien de todos, sea más tarde que pronto) muchos ciudadanos nos encontraremos en la dramática -e injusta- situación que tras una vida de trabajo y de puntual pago de las correspondientes cotizaciones sociales, recibiremos –si la recibimos- una pensión mucho menor de la esperada y algunos, con razón, se preguntarán “¿dónde está mi dinero?”.

Publicado en "Diario de León", hoy, domingo 16 de agosto del 2015: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/donde-dinero_1001375.html




viernes, 7 de agosto de 2015

“Filandón negro (cinco cuentos y medio)” de Fernando Montes Pazos.

Tengo una buena opinión del autor de este libro. Le he visto tres veces en mi vida, y sólo en dos tuve la oportunidad de hablar con él y, en otra, de escucharle. La primera en el instituto del que es profesor de inglés, en su calidad de tutor del grupo de uno de mis hijos. La segunda, cuando nos presentó el editor Héctor Escobar (siempre tan atento, tan amable) en la Librería Universitaria de León y ambos caímos en la cuenta de que ya nos conocíamos y hablamos de mi hijo y de nuestras inquietudes literarias (de las suyas y de las mías porque las de mi hijo están por concretarse…). Y, la tercera, me lo encontré interviniendo como orador en un acto de apoyo a Ramiro Pinto que es el prologuista de esta obra. 

De esos encuentros, espaciados en el tiempo, concluí que se trata de un hombre inteligente, discreto, de trato agradable, y mucho sentido común. Después de leer su libro, también buen escritor.

En una de mis periódicas visitas a la Librería Universitaria me encontré con su “Filandón negro (cinco cuentos y medio)”, lo ojeé y me lo anoté en mi lista de libros interesantes, pendientes de leer. Y, en este mes de agosto, llegó el momento.


Una delicia. Muy bien escrito. Historias ingeniosas, bien contadas, con ritmo. Y mucha ironía, retranca y fino sentido del humor. Como advierte Ramiro Pinto en el prólogo, Fernando Montes nos hace cosquillas con sus palabras. Y mucho más.

Algunas historias son tan interesantes, tan originales, tienen tanto potencial que, perfectamente, hubieran sido el argumento de varias novelas. Pero no voy a tomar partido sobre si es mejor el cuento o la novela, ni -mucho menos- sobre cuál “es más”. Ni estoy preparado ni me interesan este tipo de disquisiciones. Me basta con recomendar a mis amigos la lectura de este libro que también etiqueto en “Gente Interesante” porque, en mi opinión, su autor pertenece a este tipo -tan escaso- de personalidades.

A disfrutarla.

domingo, 2 de agosto de 2015

"La muerte de Iván Ilich" de León Tolstoi.

Iván Ilich es un pequeño burócrata que fue educado en su infancia con el ideal de poder alcanzar un puesto dentro del gobierno del imperio zarista. Poco a poco va logrando sus metas, pero al llegar cerca de la posición que siempre ha soñado, se halla de pronto ante las puertas de la muerte. Entonces se va dando cuenta de que su vida ha estado vacía de sentido y de sentimientos. Comprende que sus cargos, su infancia, su matrimonio y su amistades están vacíos de todo sentido. Él está enfermo, va a morir y lo sabe. Entonces es consciente de lo que realmente ha sido su vida, al observarla en contraste contra el negro fondo de la muerte.


sábado, 1 de agosto de 2015

A favor de proteger la cultura... y de practicarla.

En estas fechas veraniegas en las que los más pequeños de la casa disfrutan de sus vacaciones son muchas las actividades y espectáculos que se organizan en diferentes escenarios.

Junto a ellos están sus padres o familiares que hacen todo lo posible para que los niños disfruten de su tiempo libre. Con ello, a veces, la tan maltratada cultura se ve favorecida, así como todos los profesionales que viven en torno a ella. Hasta aquí todo perfecto…

Lo que ya no lo es tanto es la manera que tiene algunos adultos de comportarse en el interior del teatro, cine o sala de espectáculo. El pago de una entrada no da derecho a retomar en cualquier momento la conversación interrumpida en la calle. Tampoco a deslumbrar a los espectadores cercanos con la luz del móvil mientras se wasapea o se consultan las últimas entradas de su red social.

Mucho menos a molestar continuamente con el sonido de todo tipo de golosinas y chucherías (frutos secos, patatas…) que traen en su bolsillo. Hay quien no se corta un pelo y al sonar su ruidoso, salsero y prolongado sonido del móvil no duda en atender la llamada como si tal cosa, para que todos escuchemos sus intimidades.


La cultura y la buena educación son bienes que se transmiten a través del ejemplo, de enseñar a los niños el respeto por las personas que están encima del escenario, o atendiendo. 

Es cierto que los niños son espontáneos y se comportan con naturalidad, pero puede transmitírseles, sólo con pequeños gestos, una respetuosa forma de comportarse. Más de un adulto debería darse cuenta del mal ejemplo que puede estar produciendo dando a entender que si se hacen ciertas cosas, todas ellas están permitidas.

Demos los mayores el ejemplo adecuado. La cultura hay que reivindicarla y protegerla, pero también hay que practicarla.


miércoles, 29 de julio de 2015

Conversar.

Ayer supe que, repentinamente, cerró el Café Comercial de Madrid. Uno de mis preferidos para leer y escribir pero, sobre todo, para conversar. Aproveché cualquier excusa para ir o quedar allí, en la Glorieta de Bilbao. Cierro los ojos y recuerdo el ruído de las cucharillas y el olor a "café-café"... y, muy especialmente, las conversaciones que allí disfrutaba. 

En su momento me llevé un disgusto cuando cerró el Café Suizo de Granada pero, con el tiempo, experimenté aquello de que "la mancha de la mora con otra verde se quita" y descubrí el Café Comercial en Madrid y el Iruña en Pamplona.

Cada día es más difícil entablar una conversación de manera pausada, larga, y sin interrupciones de sonidos impertinentes; conversar con amigos de una manera distendida y como toda la vida, cara a cara…


Parece que el móvil siempre está al acecho para romper cualquier conversación o cualquier silencio. Es tal la voracidad, la sumisión y la dependencia de los móviles (y el negocio que han creado), que la generación actual y la gran mayoría de todos nosotros somos dependientes de este aparato que suena y no deja de sonar, y de condicionar nuestras vidas.

Cuando no es el sonido del wasap es el sms o una llamada. Cuando no es el jefe para darnos algún trabajillo o recordatorio, es la mujer o el marido para saber dónde estás y qué haces; o el hijo o la hija para que les llevemos a algún sitio o para avisar que no vendrán a cenar. Cuando no es otra compañía para ofrecerte un cambio, o el mensaje de la propia diciéndote que la factura acaba de salir y que pronto te la descontarán de la cuenta bancaria; o el compañero que te manda ese vídeo gracioso que quiere compartir contigo.

Vamos a una sociedad de relación móvil, de compartir y hablar por este aparatito que, no lo olvidemos, esconde muchos de nuestros secretos, que dice de nosotros qué es lo que nos gusta o no, a qué hora nos conectamos, por dónde vamos y qué vemos, oímos o leemos, y a quiénes llamamos.

Un punto para pensar: sensatez.

martes, 30 de junio de 2015

"El abuelo que saltó por la ventana y se largó".

La semana pasada, en la tienda del aeropuerto, me encontré con la edición de bolsillo de este libro. Le había echado el ojo desde que supe de su publicación en el año 2009, de su éxito en ventas (seis millones de ejemplares) y los ecos del estreno de su adaptación cinematográfica, el año pasado. 


Jonas Jonasson ha escrito una historia extremadamente audaz e ingeniosa, capaz de sorprender constantemente al lector; pero, el verdadero regalo, es su personaje protagonista, Allan Karlsson, un hombre de un maravilloso sentido común, un abuelo sin prejuicios que no está dispuesto a renunciar al placer de vivir.

Momentos antes de que empiece la pomposa celebración de su centésimo cumpleaños, Allan Karlsson decide que nada de eso va con él. Vestido con su mejor traje y unas pantuflas, se encarama a una ventana y se fuga de la residencia de ancianos en la que vive, dejando plantados al alcalde y a la prensa local. 

Sin saber adónde ir, se encamina a la estación de autobuses, el único sitio donde es posible pasar desapercibido. Allí, mientras espera la llegada del primer autobús, un joven le pide que vigile su maleta, con la mala fortuna de que el autobús llega antes de que el joven regrese y Allan, sin pensarlo dos veces, se sube con la maleta, ignorante de que en el interior de ésta se apilan millones de coronas de dudosa procedencia. 

Pero Allan Karlsson no es un abuelo fácil de amilanar. A lo largo de su centenaria vida ha tenido un montón de experiencias de lo más singulares: desde inverosímiles encuentros con personajes como Franco, Stalin o Churchill, hasta amistades comprometedoras como la esposa de Mao, pasando por actividades de alto riesgo como ser agente de la CIA o ayudar a Oppenheimer a crear la bomba atómica. Sin embargo, esta vez, en su enésima aventura, cuando creía que con su jubilación había llegado la tranquilidad, está a punto de poner todo el país patas arriba.

En fin, Allan Karlsson y un grupo de personajes que se suman a su aventura se ven metidos en una rocambolesca historia de tintes policiacos y esperpénticos.

Tras la inundación de libros policiacos nórdicos, la crítica literaria encajó bien la publicación de un libro humorístico que, además, dicen, quiso ser una desenfadada radiografía del carácter de los suecos. La crítica del autor a muchos ámbitos de la cultura, la religión y la política no es nunca ácida; el retrato que hace de algunos vicios sociales y del carácter de los suecos se puede considerar amable.

Su argumento es, desde el principio, ciertamente disparatado, y quizás aquí radique en parte su éxito, pues ya en las primeras páginas asistimos a una concatenación de divertidos sucesos que se salen de lo normal. Cien años de peripecias del protagonista, a cual más disparatada e increíble, se transforman en una historia surrealista y, a veces, absurda pero muy divertida, adictiva.

Una vida “explosiva”, original y sorprendente. La historia avanza a buen ritmo y los personajes están bien perfilados. A mitad de la novela el protagonista me enganchó y comenzó a contar con mi simpatía.

El único “pero” son algunos nombres de personas y ciudades, todos suecos, que me recuerdan los productos de Ikea…

Una recomendable lectura de verano.