La opinión pública es un elemento esencial de cualquier sistema político. Su libre conformación, es uno de los pilares sobre los que se debe asentar un orden democrático. La existencia de instrumentos exteriores de configuración de la opinión ha terminado por modificar el alcance de la soberanía. Los fabricantes de opinión. En ningún lugar una sociedad se gobierna a sí misma; siempre la gobiernan unos pocos. La voluntad general no existe, y la opinión pública es cambiante, sujeta a manipulación, y no puede ser representada de manera estable.
Es relevante el nuevo contexto tecnológico. No sólo supone que se multiplican los instrumentos de participación. Implica, también, una transformación cualitativa de los mismos. Por la simplicidad y universalidad de acceso. Algunas de las barreras más significativas que se habían erigido alrededor de la democracia directa, desaparecen. Junto a esto, la inmediatez. La tecnología hace posible que se pueda participar de forma inmediata sobre cualquier acontecimiento. El tiempo real es una realidad política.
La representación política, que nació para establecer
relación entre ámbitos, esferas y personas distantes entre sí -hacer presente
es representar-, y para aportar datos y aspiraciones donde correspondiera,
sigue, en esencia, bajo la concepción anterior a los nuevos fenómenos de
comunicación. En pocas palabras: mientras la ciencia ha revolucionado montones
de cosas directamente afectantes al hecho político, las formas políticas han
permanecido invariables, nadie se ha dado por aludido. No es éste un alegato
contra la representación política. Nada más necesario que su existencia. La
vida social es conflicto, y requiere la ortopedia de las instituciones. Pero cabe pensar que el cambio
tecnológico la ha de afectar de alguna manera en cuanto a su concepción, fines
y formas.
Hace años presencié un
experimento significativo. Se trataba de que, en una clase, los alumnos
comparasen entre sí varias líneas trazadas en la pizarra. En un determinado
momento, la mayoría de los alumnos, menos uno, dijeron que la línea A era igual
a la C. Esta discordancia no se basaba en que el disidente de la opinión
mayoritaria estuviese equivocado, sino en que la mayoría estaba de acuerdo con
el profesor en “afirmar el error” para poder observar la reacción del
discordante: éste era, en efecto, el fin del experimento. La reacción del
discordante variaba; nacía una cierta angustia al disentir de la opinión de la
mayoría en algo que a él parecía evidente, apoyado en la comprobación de los
sentidos. Por una parte, no podía dudar de lo que veía claro, clarísimo; por
otra, cabía pensar que los demás también veían bien. Cuando al final del
experimento el profesor explicaba al sujeto el “truco”, aprovechaba para
hacerle ver la posibilidad de que uno esté en la verdad, aunque la mayoría esté
en el error.
¿Por qué huye la oveja del lobo? La estimativa no sólo
conoce lo sensible externo, sino también ciertas realidades que no se perciben
por los sentidos, por ejemplo, la amigabilidad, la enemistad, la utilidad, la nocividad,
que el sentido externo es incapaz de percibir. La oveja huye del lobo no por su
color o figura -cosas sensibles a los sentidos externos-, sino
porque-es-su-enemigo. La vida humana es constitutivamente deseo. El
problema no se reduce a querer o no querer, sino a querer esto o lo otro, a
preferir. A veces, los términos de una opción no se suelen excluir mutuamente;
hay que tomar los dos, y poner el acento sobre uno de ellos. La vida es
cuestión de énfasis. La
prudencia, en cambio, descubre los medios acertados, la verdad operable por el
hombre en cada circunstancia para llegar a ese fin. El objeto de la prudencia
consiste en descubrir en cada caso cuál es la verdad particular operable. Ya
San Isidoro, en sus famosas “Etimologías”, definía al prudente como “porro
videns”, como sujeto perspicaz, que-ve-de-lejos.
Publicado en "Diario de León" el miércoles 24 de abril del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/afondo/por-huye-oveja-lobo_1330317.html