"Las
palabras convencen, el ejemplo arrastra", "se puede engañar a una
persona muchas veces, engañar a muchas personas algunas veces, pero no se puede
engañar a todos todo el tiempo". Estos dos refranes sintetizan el valor,
la consecuencia y la falta de coherencia de nuestro actuar. Las palabras pueden
ser bonitas, pero si no se respaldan con hechos, de nada sirven. Esta verdad la
podemos y debemos aplicar en nuestra vida. En la convivencia con nuestros hijos
es quizá donde nuestra falta de coherencia se manifiesta de manera más viva; a
veces nuestros hijos pequeños ponen en evidencia nuestras flaquezas con alguna
pregunta inocente... En nuestra relación de pareja, la manera más clara de ver
nuestra falta de coherencia es preguntarnos ante cada circunstancia: "¿me
gustaría que esto me lo hicieran o dijeran a mí?".
En
lo profesional esta realidad se empieza a expandir en la medida que uno vaya
asumiendo mayores responsabilidades: lo que hacemos o dejamos de hacer es visto
por más personas y afecta a más personas. Ya no estamos expuestos
a-la-pregunta-inocente de un hijo, pero no por ello nuestras faltas de
coherencia se notan menos. Una empresa es una cadena donde tanto los buenos
como los malos ejemplos tienen por lo general un efecto en cascada. Cada vez que el ámbito de influencia se
amplía, la falta de coherencia se hace más evidente. Quizá donde esto se nota
más es en el ámbito político donde se ofrece y promete con demasiada ligereza.
Ya hace tiempo que la mayoría de las encuestas revelan la mala consideración
social que, en general, tienen los políticos. Claramente la percepción de la
mayoría de los ciudadanos es que las promesas no van acompañadas de hechos.
Nuestra
falta de coherencia, en el fondo, no es sino una forma de engaño, la cual podrá
ser intencionada o inconsciente pero no por ello deja de ser un engaño...Una
parte de la solución a este problema está en esforzarnos por actuar de forma
coherente. Pero también, como afectados por las incoherencias de otros, nos
corresponde corregirles para darles la oportunidad de mejorar. Para lograr
buenos cambios se requiere una adecuada dirección de personas. Los dirigentes
más efectivos son aquellas personas capaces de desarrollar una visión de futuro
para la organización y, además, hacerla realidad. Formular una visión de futuro
en una empresa significa clarificar en dónde queremos estar en cuanto a
segmentos de mercado a atender, líneas de productos y servicios, tecnologías,
capacidades que nos distinguirán de otros, estilo de personas…También es útil
preguntarse “dónde no se quiere estar”. Nos ayuda a clarificar posiciones.
Vivimos
en un tiempo donde los cambios sociales, políticos y económicos son frecuentes.
Los cambios, en muchas organizaciones, son constantes. Unas personas se
incorporan, otras se desvinculan, nuevas tecnologías, nuevas leyes, nuevos
competidores. Quizá uno de los cambios más complejos para una organización sea
mantener una estructura de acuerdo a su nivel de actividad económica. Los
frecuentes vaivenes suelen traer consigo ajustes en los equipos de personas. Y
las personas necesitamos una mínima estabilidad para realizar nuestro trabajo.
Los
análisis para llegar a una propuesta incluyen la visión de futuro de la
organización, la situación actual, las personas y el presupuesto disponible. Es
muy recomendable contar con un especialista externo ya que estas modificaciones
afectan a la estructura de poder y es complejo trabajar la propuesta con los
afectados. En la práctica, este tipo de decisiones se suelen postergar. Y, si
estos cambios no se realizan con rapidez, a veces, el remedio es peor que la
enfermedad ya que los cambios en proceso agregan más inestabilidad a la
situación general de cambios que se vive. Casi siempre, en estas situaciones,
entre las personas, se genera una gran incertidumbre cuando se esperan cambios,
pero estos no llegan. La incertidumbre se puede convertir en frustración o
desánimo si no se gestionan bien las comunicaciones y se da rienda suelta a las
filtraciones, chismes, fantasías… Postergar las decisiones de cambio suele ser
más dañino que realizarlas aceleradamente.
Punta
Arenas se encuentra en el extremo sur de la República de Chile. Varias veces
tuve la suerte de visitar esta singular ciudad, por motivos de trabajo. Aunque
tiene un clima inhóspito, sin embargo, la ciudad tiene su encanto y una
historia novelable. Hasta la apertura del Canal de Panamá fue el principal
puerto de comunicación entre los océanos Pacífico y Atlántico, a través del
Estrecho de Magallanes. Hoy es el centro comercial y turístico más importante
del extremo austral de Sudamérica. Imágenes de grandes transatlánticos que
navegan junto a los pingüinos son habituales. En este entorno escuché la
siguiente historia: “Treinta pingüinos están sobre ese iceberg que flota en
medio del océano. Uno decide tirarse al agua. ¿Cuántos quedan? ¿Veintinueve?...
Te equivocaste. Quedan los mismos treinta porque no es lo mismo decidir hacer
algo que hacerlo”. O dicho con otras palabras: hablar-del-agua-no-te-moja, es
necesario tirarse a la piscina. Este recuerdo me sirve para tener presente la
importancia de actuar, de hacer, de emprender, de no caer en la parálisis por
un excesivo análisis.
Publicado en "Diario de León" hoy, domingo, 26 de marzo del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/hablar-agua-no-moja_1148390.html