Durante los últimos siglos
“España” significó cosas muy distintas para unos y otros. Como todos los
maniqueísmos, el dilema de las dos Españas me temo que sólo sirva para exaltar
a los del bando escogido y para denostar con cierto eufemismo a los del otro. La
dicotomía izquierda-derecha me parece tan poco rigurosa como insatisfactoria.
Entiendo que los problemas hay que plantearlos y tratar de resolverlos en los
niveles racionales. En España hay, como en toda latitud, gentes berroqueñas,
pero que no lo son por pertenecer a la derecha o a la izquierda, sino por
carecer de talento. Llevan sobre los hombros la carga de un complejo de
inferioridad. Los vestigios de nuestro pasado zoológico y bárbaro son los
instintos y los usos erróneos y mágicos. Mal síntoma es para un pueblo que sus dirigentes sean
elogiados por sus adversarios o concurrentes naturales. La esquizofrenia
negativa de algunos actuales configuradores de la opinión pública hace que España
viva de espaldas a sí misma.
Acabemos con el prejuicio. Según la leyenda negra,
España lideraría la comunidad de pueblos agresores de Europa. Este es el
balance de siglos de historia, como si en todos ellos no hubiera habido,
apenas, contrapartida positiva. De vez en cuando leemos, escuchamos, comentarios
sobre el hombre y el mundo procedentes de personalidades evidentemente
excepcionales, que nos sorprenden por su ingenuidad, ligereza y falta de
profundidad. Cada día me
parece más cierto que “quod natura non dat, Salmantica non praestat”. Todavía
hay quienes reducen la Historia a un vaivén de fronteras y a una sucesión de
soberanos. Pero la Historia es algo mucho más serio y profundo: es la
reconstrucción de la aventura humana y, primordialmente, de su magna peripecia,
que es la cultura: la ciencia, las artes, las instituciones, las formas de
vida. Una tierra humana no es sólo un conjunto de accidentes geográficos, sino
la habitación de unos hombres.
Siempre me ha parecido gran incomprensión
e injusticia mirar a los pueblos prósperos como “afortunados”, favorecidos por
la suerte. Por lo general no es así: su prosperidad ha sido conquistada a costa
de enormes esfuerzos, de sacrificio, de disciplina, continuidad y acierto. El
caso más notorio es los Estados Unidos, país enorme, durísimo, lleno de
facilidades que naturalmente no existían hace poco menos de doscientos
cincuenta años, compuesto principalmente de dificultades. La primera nación en
el sentido moderno de la palabra ha sido España: este nombre se le había
aplicado durante siglos, y por supuesto en toda nuestra historia
constitucional. Me pregunto cuánto ven los jóvenes que ahora recorren toda
España, ajenos a toda su historia, en su mayoría desconocedores de todo lo que
ha pasado sobre el suelo que pisan, en las calles donde tantas generaciones han
vivido, amado, trabajado, luchado, muerto. La historia que aprenden en las escuelas es antes un
relato mitológico que una historia.
Entiendo por democracia un
régimen de libertad, de convivencia, en que los individuos tengan iniciativa y
solidaridad para realizar sus posibilidades. Racionalizar la vida, y muy
especialmente la política, una realidad todavía caóticamente enturbiada por el
tráfago de los resentimientos, los mitos, las pseudo profecías y las pasiones. A medida que he madurado, he ido
buscando lo que permanece, lo absoluto. Optimismo es la alegre esperanza de
que, como la Historia la hacemos los hombres, de nuestro esfuerzo y de nuestra
virtud depende que ganemos o no. De cuál sea nuestro número y nuestra fuerza,
también. Me han
educado en la pasión por España. La amo en sus glorias y a pesar de sus caídas.
Este sentimiento compartido es un poderoso motor de acción y de esperanza. Dura
mutilación la de quienes se crían huérfanos de historia y de sentido.