Todos los días se está decidiendo la competición del
progreso, del nivel de vida y de las oportunidades de cada individuo y de las
naciones. El mundo, por supuesto, está en constante variación; otro tanto
ocurre con la vida de cada persona, no solo por el paso del tiempo, sino por la
articulación de las diversas edades, que van marcando zonas de relativa
estabilidad en su flujo continuo, que no admite detenciones ni rupturas. La
sustancia vital de los pueblos no está sólo en las campañas militares y en las
genealogías regias, como parecían creer los cronistas clásicos, sino muy
principalmente en las estructuras culturales, sociales y económicas. Todavía
hay quienes reducen la Historia a un vaivén de fronteras y a una sucesión de
soberanos. Cañoneos. Pero la Historia es algo mucho más serio y profundo; es la
reconstrucción de la aventura humana y, primordialmente, de su magna peripecia,
que es la cultura: la ciencia, las artes, las instituciones, las formas de
vida…
La vida puede vivirse como tránsito; pero si se vive como
destino, sólo hay tres grandes modos de soportarla: la evasión, la
desesperación existencial o el racionalismo senequista. El sabio llega a
convencerse de que la felicidad intramundana reside en la medida y en la
virtud, lo cual remite el problema a la razón. Pero la mayoría de los mortales
cree comprobar a diario que su dicha consiste en el placer. El deleite les
llega por los sentidos y se traduce en emociones. De ahí que la conducta del
hombre medio sea predominantemente hedonística y se oriente hacia el área de la
emotividad. La relajación de ideas y el materialismo que provoca en los hombres
un único afán de poseer y de disfrutar.
Los tiempos se suceden, la edad varía, las circunstancias
cambian. Y, si cambian las circunstancias, ¿cómo no ha de cambiar, al unísono,
el pensamiento de los hombres? En determinadas ocasiones tenemos que cambiar de
opinión para ser sinceros con nosotros mismos. No se trata de pintar como querer,
sino del ser de las cosas. Desearíamos que la realidad se ajustara a nuestros
proyectos, querríamos que no fuese un obstáculo. El mito idealista de Jauja
está detrás de cada sueño del hombre. Muchas gentes elementales suelen censurar
a los ciudadanos sus cambios ideológicos. Yo creo, por el contrario, que
modificar honradamente un pensamiento político puede ser, la mayoría de las
veces, una muestra de talento y probidad. En nuestro país, tan socialmente
dominado por el hábito de confundir la dignidad con el monolitismo, aquélla,
sin la menor mengua de su fortaleza, es perfectamente compatible con un leal
ejercicio de la palinodia. El diccionario existe para que los ciudadanos
conozcan el significado de las palabras y de los conceptos. Si todos lo conocieran,
el diccionario no tendría razón de ser.
El hombre, cuanto más evolucionado, se interesa más por lo
real y se desinteresa de la fábula. Pero la experiencia lo desmiente a diario,
puesto que las modernas ideologías han sido propugnadas con un dogmatismo casi
religioso. Renuncian a la libertad de pensar y, consecuentemente, no impulsan.
Son ejes de transmisión y no muelles reales. Son voceros del espíritu del
tiempo, no sus forjadores.
La serenidad es otro rasgo, signo de la madurez individual y
colectiva que a los hombres y a las sociedades proporciona el hecho de
considerar las cosas con visión superior a la meramente natural. Debemos ser
objetivos y lógicos, a la vez que muy humanos. No hay que intentar contentar a
los que no se van a contentar. Las verdades están ahí; nosotros debemos andar
por el camino de estas verdades entendiéndolas cada vez mejor, poniéndonos al
día, presentándolas de forma adecuada a los nuevos tiempos. Poner en palabras
la verdad, para que esta dure más que su mentira. Se ha instalado la
desorientación. ¿Durará siempre?
Publicado en "Diario de León" el viernes 3 de mayo del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/persona-uno-es_1332585.html