@MendozayDiaz

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martes, 23 de abril de 2013

Hablar y escribir mejor.

Desde niño me gustó leer y escribir. No sé por qué…o si creo saberlo pero no lo voy a contar. 

Alguien me dijo que para aprovechar mejor la lectura había que tener siempre a la mano un buen diccionario. Y buscar y anotar las palabras, los nuevos vocablos que uno iba descubriendo… 

Era un trabajo para el que hacían falta unas dosis de paciencia que yo entonces no tenía; pero lo hacía, con ganas o sin ellas, por el afán de saber más.

Tenía diccionario pero no un buen diccionario, que es lo mismo pero no es igual…

Durante muchos años tuve el de la EGB, si no recuerdo mal uno de la editorial Vox… Cuando en la biblioteca de mi instituto tuve la oportunidad de consultar, por primera vez, un diccionario de verdad, el María Moliner, me di cuenta de la importancia de tener un buen diccionario… 

Más términos, más acepciones; otro lenguaje, otra profundidad, otros matices. 

Sin embargo eran poco manejables, libros de tapas duras y de gran tamaño. No precisamente para utilizarlos con frecuencia y en cualquier lugar.

Viviendo y trabajando en Santiago de Chile, en una de mis vueltas por España, me pude comprar los dos tomos de la Real Academia Española en formato de libro de bolsillo (con mil cien páginas cada uno, pero de bolsillo...); y me hizo mucha ilusión. El mejor de los dos mundos, un auténtico diccionario y además funcional. 

Desde entonces hasta hace poco tiempo siempre han estado cerca, a la mano, en mi mesa de trabajo. 

Y muchos días he cargado con ellos de la oficina a casa y de casa a la oficina, o en mis viajes; siempre con el afán de aprovechar mejor mis lecturas. 

Y digo hasta hace poco, no recuerdo con exactitud hasta cuándo…pero alguien tuvo la feliz idea de que la RAE tuviera en internet su diccionario (www.rae.es). Nunca llegué a imaginar que eso fuera posible algún día. 


Ahora siempre lo llevo conmigo, en mi teléfono, y me encanta utilizarlo con frecuencia. Cómodo, inmediato…

Quien no se aficiona a saber más y a intentar hablar y escribir mejor, en este tiempo y con estas facilidades, es porque no quiere. 

Como decía la señora Eustasia, más claro el agua...

lunes, 15 de abril de 2013

Sensato.


El Profesor Leopoldo Abadía habla claro y de forma sencilla, comprensible. 

Ésa creo que es la clave de su éxito. 

Frecuentemente lo veo en programas de televisión, lo escucho en la radio y lo leo en muchos sitios. 

La gente le escucha. 

Su lenguaje coloquial y llano es atractivo en un tiempo donde se engaña, en demasiadas ocasiones, retorciendo palabras.

La crisis económica ha despertado en muchas personas la necesidad de saber qué está sucediendo, de recibir una explicación en un lenguaje comprensible. 

Don Leopoldo lo hace en su libro “La hora de los sensatos” y, además, propone soluciones optimistas, positivas…sensatas.


Como siempre, a través de un lenguaje fácil, ameno y cargado de situaciones de la vida cotidiana con las que muchos nos identificamos con facilidad. 

No hay que ser un gurú de la economía para entender que el sentido común es clave para salir adelante.

domingo, 24 de marzo de 2013

Julio Anguita tenía razón.


Aunque discrepo de algunas ideas de Julio Anguita siempre he tenido una gran simpatía y admiración por su particular estilo de hacer política, muy cercano a las personas, siempre reflexivo y analítico.

Este fin de semana he estado releyendo algunos capítulos del libro que publicó en el año 2011 (“Combates de este tiempo”), una selección de artículos y discursos en los que nos invita a pensar sobre el pasado y presente de España.


Muchos de los problemas que hoy tenemos en la Unión Europea tienen su origen en cuestiones que quedaron sin resolver en el Tratado de Maastricht. Leyendo la posición de Anguita, durante los años 1992 y siguientes, me sorprende lo visionario de sus análisis.

Anguita no se opuso al proceso de la Unión Europea sino a esa concreta redacción del tratado. Propuso una renegociación que fue tildada de “antieuropea” que, en el contexto de la época, era la peor descalificación, casi un insulto. 

Una renegociación que superara el alarmante déficit democrático pues el tratado cedía demasiada soberanía a poderes no sometidos al control político (como, por ejemplo, el Banco Central Europeo), y una renegociación que contemplara una convergencia real. 

Ese tratado ponía el énfasis en criterios de convergencia muy del gusto de los ya famosos “mercados” como el tipo de interés, la inflación y, sobre todo, el déficit público; y no prestaba tanta atención a la protección social, a las desigualdades personales y territoriales, criterios esenciales para una verdadera convergencia.

Nunca mejor dicho: de aquellos polvos, estos lodos.

Julio Anguita defendió que, previamente a la ratificación de los acuerdos de Maastricht por las Cortes Generales, el pueblo español fuera consultado en referéndum. 

Argumentaba que lo más consecuente con una escrupulosa lógica democrática y constitucional era pedir parecer y opinión al pueblo español sobre una cesión tan importante de soberanía nacional.

Fue tan valiente como incomprendido. No se amedrentó ante un apoyo prácticamente unánime y defendió un debate público intenso y extenso.

Advirtió que no habría construcción europea sin una auténtica unión económica y ello exigía un presupuesto común, una hacienda que organizara la convergencia de las economías, y una política fiscal común. Y también advirtió, hace veinte años, que cuando el tipo de cambio fuera único e inamovible los ajustes económicos repercutirían casi exclusivamente en la pérdida de puestos de trabajo.

Es de justicia reconocer que Julio Anguita tenía razón.