@MendozayDiaz

@MendozayDiaz

domingo, 17 de marzo de 2019

Ser feliz.

Para que puedas ser feliz hay un requisito indispensable: querer serlo. Y, claro, el gran enemigo es darse por vencido. La sabiduría de la antigua cultura oriental nos ha legado el siguiente apólogo. Un hombre rico en tierras, en ganados y en ciencia, al verse próximo a la muerte, llamó a sus tres hijos: “-Hijos, estoy acabando mis días. Decidme cada uno cuál es vuestro mayor deseo, que procuraré satisfacerlo. El hijo mayor contestó: -Padre, yo quiero ser rico. -Te dejo -respondió el anciano- todas mis tierras y todos mis rebaños. Tuyos son. Cuida este patrimonio, auméntalo, y serás el hombre más rico de la tierra. El segundo hijo dijo: -Padre, yo quiero ser sabio. -Te dejo todos mis libros y todas mis sentencias. Estúdialas, profundízalas, y serás el hombre más sabio de la tierra. El hijo menor dijo impetuosamente: -Padre, yo quiero ser feliz. -Hijo mío -gimió el padre-, si quieres ser feliz, no puedo dejarte nada. Tú mismo debes encontrar el camino de tu felicidad”.

Los apólogos de la cultura oriental ofrecen siempre un material inagotable de reflexión. Cada persona tiene un tiempo, el de su vida. La personalidad no se forja aparte y luego se ejercita fuera. No-hay-un-yo-sin-un-tú. Y, por otra parte, el tú no es nunca uno solo. La personalidad, para que pueda enriquecerse, debe afrontar la prueba de los “tús”. Hay muchos “humanismos”. Pero yo desconfío de toda etiqueta humanista que no deje claro, en la teoría y en la práctica, el factor insustituible de la libertad personal y de la responsabilidad. Como dice mi amigo Mariano: con libertad y responsabilidad se empieza bien. El paso siguiente se llama trabajo. Una persona normal debe amar y trabajar. La libertad ha de tener siempre un terreno real de ejercicio, de modo que no sea nunca separada de su inmediata consecuencia, que es la responsabilidad. 

La conciencia del valor de cada persona lleva también a otra consecuencia: a destacar más la exigencia de derechos que el cumplimento de las obligaciones. En teoría, la filosofía jurídica dirá que todo derecho lleva anejo de algún modo la obligación; y es cierto. Pero en la práctica se realiza fácilmente la escisión: la posibilidad de mantenerse vitalmente en la exigencia de derechos, silenciando el cumplimiento de obligaciones. Esta posibilidad se comprende no sólo teniendo en cuenta la tendencia natural al bien propio, sino recordando situaciones pasadas en las que primaban el cumplimiento de obligaciones sin la posibilidad de exigir los derechos teóricamente correspondientes. 

Se trata de una de las posibles deformaciones de la conquista positiva de la dignidad de cada persona. La persona se erige en principio y razón de todo; pero no la persona entendida en profundidad -es decir, abierta, para ser completa, al tú y, por tanto, a todos; con obligaciones-, sino la persona entendida como dotada de una especie de infalibilidad social. Esta “infalibilidad social” se convierte en actitud, al afirmarse que todo lo que me parezca conveniente o exigible es conveniente y exigible hasta el punto de que puede ser arrebatado. Se comprende así, me parece, que puedan coexistir una continua predicación de fraternidad y de solidaridad con un real egoísmo personal. La entrega al tú puede hacerse en muchos niveles: en casi todos. Pero difícilmente se llega al último: el de entrega entera del yo. Otra posible deformación del valor de la dignidad de cada persona: la contestación de cualquier autoridad, por el mero hecho de serlo. Si la persona es todo, no hay nada ni nadie por encima de ella.

La sociedad humana está hecha de una multitud de personas libres, cada una de ellas más importante que el universo entero, y ninguna puede ser tratada como una cosa. La autoridad es servicio; la obediencia es servicio. Y ha de haber un perfeccionamiento en los controles que impida que el servicio de autoridad se convierta en tiranía. En otras palabras, la democracia está todavía en mantillas; nos hemos contentado con admitir cuatro slogans manidos y ha faltado una profundización constante en la verdadera dirección. Obligaciones que se traducen en una vida de servicio a la otra parte, conociendo y aceptando libremente y con total responsabilidad las consecuencias que su entrega lleva consigo. En la sociedad humana, por tanto, no todos mandan, porque todos sirven. La revolución que hace falta es, antes que nada, una revolución interior. Para cada uno, su vida será todo lo importante que se quiera. Vivir es elegir entre las diferentes posibilidades que nos ofrece nuestra circunstancia. Hay que estar optando sin cesar. El mundo no es una representación; es una realidad. Y no está terminado, sino haciéndose. Y sólo se le domina en la medida en que se le conoce. La vida suele tener más amarguras que felicidad. La clave está en sacar felicidad de la amargura; sacar felicidad de la felicidad, no tiene ningún valor. Lo difícil, como una vez le escuché decir a mi amigo Urbano González (Urzapa), es hacer como las abejas, que de una cosa amarga como el romero sacan la miel.

Publicado en "Diario de León" el sábado 16 de marzo del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/ser-feliz_1321146.html

martes, 5 de marzo de 2019

El arte de la convivencia.

Un ejemplo clásico, muy descriptivo. Varios erizos se encuentran, y obedeciendo al instinto natural de estar juntos para calentarse entre sí y no sufrir el frío, se estrechan unos contra otros. Pero en este momento se dan cuenta de que así cada uno pincha a los demás. Entonces se separan. Más tarde hacen un nuevo intento de acercamiento, llevados por la necesidad de huir del frío; de nuevo notan la experiencia desagradable de los pinchazos. Finalmente encuentran una distancia media: así se calentarán algo y al mismo tiempo no se pincharán. Es entonces cuando queda constituido un orden social. El respeto a las ideas ajenas siempre supone las ideas propias. Lo mejor es enemigo de lo bueno.

En España es, por desgracia, muy corriente el menosprecio, el desdén y hasta el odio hacia los que no piensan lo mismo que uno, y ésa es la causa primera de la falta de convivencia auténtica entre los españoles. Veo con desagrado cómo se están obturando posibilidades abiertas, se van exacerbando las diferencias y las pugnas de intereses, en perjuicio de todos ellos; se abre paso la mentira y se pierde todo respeto a la verdad. Se ha empezado a llamar “fascismo” a cualquier cosa. Desde-el-otro-lado, se ha generalizado el nombre “populista” o “podemita” hasta cubrir todo lo que no sea “fascista”.  Se atiende, sobre todo, a lo político; ante una persona, no se mira si es simpática o antipática, guapa o fea, inteligente o torpe, decente o turbia, sino si es de “derechas” o de “izquierdas”. El ambiente está cada vez más enrarecido: se dicen cosas atroces, absurdas, que causan vergüenza si se conserva la cabeza clara y un mínimo de decencia.

Hoy, en muchos países, está rota la unidad interior, porque algunas ideologías han roto la conciencia unitaria de la sociedad, y han producido un enfrentamiento de los ciudadanos que están enfrentados, radicalmente, porque su oposición arranca de maneras incompatibles de entender la vida. La fuerte y pertinaz proclividad de los españoles al adanismo, al gusto de comenzar algo como si en relación con lo que se hace nada se hubiese hecho o nada hubiese existido antes. La envidia. Este vicio cainita, que es la negación del diálogo, de la porosidad, de la comprensión, de la justicia y del trabajo en común, ha venido minando durante centurias las energías de nuestro pueblo. Llevamos demasiado tiempo reduciendo la ética a un casuismo farisaico y perturbador. La línea del bien es la del amor y la justicia; la línea del mal es la de la envidia y el odio. Ahí donde asoma la gratuita hostilidad hacia el otro está el máximo disolvente espiritual. Todo esto me parece lo contrario de lo que necesitamos.

Los nuevos tiempos requieren una nueva moral adecuada a los problemas de nuestra sociedad liberada-de-los-antiguos-prejuicios. Casi todo lo que se oye en muchas tertulias o predican los-influencers-de-moda es interesante para pasar el rato y diagnosticar a los protagonistas; pero no es razonable. Por miríadas se cuentan los escritores que, a pesar de su enciclopédica ignorancia y de su vaciedad especulativa, son prodigiosos artistas de la palabra. Son los especialistas de la emoción. Nuestros intereses, nuestros deseos, nuestros estudios, nuestro nacimiento, nuestro estado de ánimo, nuestra propia anatomía y las presiones sociales son otras tantas tentaciones de falsificación, ceguera, desvío y error. Hay que desposeerse de lo que no es racional para la aventura del pensamiento. La vida tiene un elemento de urgencia: sobre todo, porque una demora en aclarar algunas cosas puede significar que se cierren posibilidades que condicionan lo que va a ser el mundo durante mucho tiempo. Grandes desastres de la humanidad se podrían haber evitado si se hubiese ejercitado algo más y adecuadamente el pensamiento.

Se planea, por ejemplo, cualquier reforma de nuestra Constitución. ¿Se asegura así el éxito?: de ninguna manera. Todo depende de quien la lleve a efecto. La vida tiene siempre ángulos imprevisibles, meandros incógnitos que necesitan soluciones vitales. Para vivir ampliamente, generosamente, los pueblos, como los individuos, necesitan su estilo. Quizá España necesite un nuevo contrato social. O no. O, sencillamente, baste con mejoras, con nuevas formas de hacer política, capaces de construir un proyecto que genere ilusión a la mayoría de los ciudadanos. Donde lo importante sea el contenido, el qué se hace y el cómo se hace. El deterioro de las instituciones españolas no tiene su raíz en el texto constitucional.

Siempre he creído que, si la democracia no está inspirada por el liberalismo, por la llamada a la libertad, por su constante estímulo, pierde su justificación y acaba por convertirse en un mecanismo -más poderoso que otros- de opresión. El liberalismo se inscribe en este campo del humanismo, tanto en sus concepciones primarias como en su ideología política y su teoría económica. El resultado de esta manera de entender la libertad será el exclusivo protagonismo del hombre. Frente al espíritu de conflicto preconiza el espíritu de acuerdo: interdependencia, paz y bien común. Y, en mi opinión, la gran institución vinculativa es la Patria, capaz de resolver antinomias. La democracia consiste en que las mayorías ejercen el poder, y respetan a las minorías, sobre todo el derecho a intentar convertirse en mayorías; si esto se abandona, no hay democracia.

Publicado en "Diario de León" el martes 5 de marzo del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/arte-convivencia_1318613.html

lunes, 25 de febrero de 2019

Mejorar la democracia.

Dicen que la mejor forma de Estado es aquella en que el pueblo se gobierna a sí mismo. Como en los grupos de muchos individuos tal autogobierno directo es irrealizable, los ciudadanos han de elegir a sus representantes por mayoría de votos; a su vez, esos diputados tomarán decisiones también por mayoría; tales decisiones serían el reflejo de la voluntad general. Este modelo puede revestir muy diversas modalidades, la dominante hoy es la partidocracia, es decir, aquella en que el sufragio es encauzado -casi exclusivamente- por los partidos. Es un sistema de gobierno en que, de vez en cuando -generalmente cada cuatro años- se permite que el electorado decida cuál de las distintas oligarquías en pugna va a gobernar. Y dichas oligarquías, que son las cúpulas de los partidos, en muchos casos, se forman por cooptación y tienden a ser cada vez más cerradas. Consecuentemente, lo de la soberanía popular y la fiel representación de la voluntad general, en muchos casos, es simple retórica, incompatible con una teoría racional del Estado.

Nos encaminamos hacia un mundo en que la demagogia será cada vez menos rentable, porque el “demos” es más capaz de pensar y de respetar a los que lo hacen con desinteresado espíritu de verdad. Hasta hace muy poco tiempo no existían los formidables medios de comunicación con que ahora contamos. Conectar con miles o millones de personas para inquirir su opinión y que miles o millones de personas conecten con los centros de decisión para hacerla llegar, conservar ordenada y operativamente infinidad de datos, y conocer, en el acto y a escala mundial, cualquier suceso, son realidades relativamente nuevas y recientes. La representación política, que nació para establecer relación entre ámbitos, esferas y personas distantes entre sí -hacer presente es representar-, y para aportar datos y aspiraciones donde correspondiera, sigue, en esencia, bajo la concepción anterior a los nuevos fenómenos de comunicación. En pocas palabras: mientras la ciencia ha revolucionado montones de cosas directamente afectantes al hecho político, las formas políticas han permanecido invariables, nadie se ha dado por aludido. No es éste un alegato contra la representación política. Nada más necesario que su existencia. Pero cabe pensar que el cambio tecnológico la ha de afectar de alguna manera en cuanto a su concepción, fines y formas.

Lo decisivo en una democracia no es tanto designar al mando cuanto fiscalizar su comportamiento. El poder tiende al cinismo, a la palmada en la espalda y a la zancadilla cuando te descuidas; zancadilla de pierna anónima, naturalmente. El ejercicio del poder con una cultura patrimonialista que se refuerza por las altas cotas de impunidad. Otorgamiento de subvenciones, selección de personal, irregularidades en contratación, financiación de los partidos políticos. Son algunas de las manifestaciones de estas prácticas. El respeto a las normas y procedimientos es un cauce para fortalecer la calidad democrática y devolver la confianza a los ciudadanos en el sistema político. Se intentaría evitar así la formación de una élite política desvinculada de los intereses y de la realidad de la sociedad a la que representa, una verdadera “clase política” en donde sus miembros empiezan desde su juventud a depender económicamente de su cargo político, con las consecuencias que todo ello acarrea.

La calidad democrática debe comprender un enfoque amplio, que incluye no solo controles electorales y del poder político, sino también los objetivos y resultados concretos que advienen de un modelo político democrático, los cuales envuelven la igualdad socioeconómica, el bienestar y la justicia social, entre otros elementos que posibilitan el desarrollo de los niveles de vida de los ciudadanos y traducen la idea de un verdadero buen gobierno. Iniciativas dirigidas a conseguir más inteligibilidad del proceso político, más transparencia y participación o más responsabilidad y rendimiento de cuentas. Analizar la calidad de la representación implica, también, discutir sobre el sistema electoral que da lugar a una mejor representación de los ciudadanos (proporcional o mayoritario), el tipo de circunscripción (distritos, provincial, autonómica, nacional…), la forma de presentar las candidaturas (cerradas, bloqueadas o no…), qué rasgos sociales deben reflejar (sexo, territorio, etnia, clase, etc.), cuál es el apoyo que legitima para ser representante, o de qué forma pueden los representados controlar la actividad de los representantes durante su mandato.

La descentralización del poder político no conlleva más democracia, pero si puede incrementar la calidad en su ejercicio: cuanto más cercana sea a la ciudadanía la instancia que ejerce el poder de decisión, se genera un mayor apego ciudadano y es mejor valorado por los mismos. Y es así porque sus decisiones van a estar muy pegadas a los problemas reales que vive la ciudadanía. El poder político autonómico tenía una gran oportunidad de construir unas administraciones modernas, eficaces y cercanas a los ciudadanos. Es cierto que consiguieron frutos importantes, muy especialmente en los primeros años de desarrollo del Estado de las Autonomías. Pero también lo es que la apuesta final no ha sido, en general, por la eficacia, la profesionalidad y la solidez. Ha dominado el interés político de disponer de estructuras-administrativas-acomodaticias.

Una convicción muy arraigada: que la democracia solo es fecunda cuando está inspirada en el liberalismo, es decir, por la decisión de tener en cuenta a los demás. El ejercicio del poder, logrado democráticamente, es legítimo, pero puede llevar fácilmente a la prepotencia -abuso del poder y alarde de él- y convertirse así en un modo de opresión legal, lo cual es grave, porque desvirtúa el principio vivificador de la democracia misma.

Publicado en "Diario de León" el viernes 22 de febrero del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/mejorar-democracia_1315845.html

jueves, 14 de febrero de 2019

Nostalgia de lo humano.

Las componendas democráticas, la desorientación intelectual y política son hoy, en muchas partes, los verdaderos enemigos de la libertad. El político no sólo necesita principios generales e intemporales, sino también una visión extraordinariamente aguda de los problemas de su época. Me doy cuenta de que esa confusión entre la realidad deformada y la realidad real es frecuente en los últimos tiempos. Las preguntas son muy fáciles. Lo difícil son las respuestas. 

El hombre se ha ido acostumbrando a mirar el bien o el mal de las cosas desde un punto de vista exclusivamente amoral y técnico. Y esta es también la situación de la política. Pero el hombre empieza a sentir la nostalgia de lo humano. Es la ley de su naturaleza, esencialmente moral, que no encuentra un lugar adecuado en una civilización cada vez más mecanizada y que se devora incesantemente a sí misma. Los prodigios de la tecnología son cada vez mayores, y mayor es aún la prodigiosa indiferencia con el que el hombre actual recibe las noticias de los nuevos descubrimientos. Las modas filosóficas pueden servir para una brillante tesis doctoral e incluso para vivir, pero casi nunca son verdad. Durante mi vida he visto pasar y desaparecer una decena de “ismos”. La conciencia es como la piel. Al principio, se muestra delicada como la epidermis de un recién nacido. Perfectamente sensible a cualquier estímulo. Pero si se descuida, si se expone, si se desprecia, acaba endurecida, ajada y vieja, como la piel callosa de las manos de un campesino. Incapaz de sentir si tiene una picadura, un corte o una herida incurable.

No es suficiente votar y opinar, cada uno debe hacer lo que mejor pueda para mejorar las cosas.  Superarse a sí mismo. El hombre virtuoso, dueño de sí mismo. Es precisa una formación que tenga esa trascendencia política y social, y la tenga preparando a todos para la intervención en la vida pública. Asumir una parte de responsabilidad en el desarrollo actual de la sociedad: el desinterés por los asuntos públicos; el fraude fiscal, que repercute sobre la vida moral, el equilibrio social y la economía del país; y la crítica estéril de la autoridad y la defensa egoísta de los privilegios, con perjuicio del interés general. La propiedad privada para nadie constituye un derecho incondicional y absoluto. Nadie puede reservarse para uso exclusivo suyo lo que de la propia necesidad le sobra, en tanto que a los demás falta lo necesario.

El liberalismo no es una mera ideología sino el ambiente indispensable para que todas ellas respiren. La política no es en sí misma un sistema de normas inflexibles que no atienden a las circunstancias de la vida humana y de los hombres; pero no es tampoco una pasional y arbitraria veleta, que se muda a todos los vientos, sin estabilidad y sin firmeza. Aspira a ser de esta suerte la conjunción armónica de lo ideal y lo real, el ensamblaje del caballero y el escudero, la síntesis de Don Quijote y Sancho. Le preguntaré su opinión a Eduardo Aguirre, experto en pensar y escribir sobre ellos.

El pasado ya no está en nuestra mano, aunque en su día lo estuvo; el presente, en cuanto presente, tampoco nos permite hacer simultáneamente dos cosas contradictorias, o hacer una y al mismo tiempo no hacerla. De ahí que la única salida que posee la providencia humana sea el prevenirnos y prepararnos con anticipación para lo porvenir. El hombre sólo tiene en su mano el porvenir, las contingencias, y únicamente puede prevenirlas mirando hacia adelante, porque nada es contingente para el hombre más que lo futuro. Dos dimensiones del tiempo -lo pasado, lo presente- que están ya excluidas de las posibilidades del hombre. Lo que ha sido, ha sido; lo que es, es. ¿Qué le queda entonces por hacer a nuestro vivir? Anticiparse, hacerse dueño de lo que todavía es sustancia lábil y movediza, antes de cristalizar en definitiva forma. Para eso la previsión humana; y ella para la prudencia.

Hasta ahora sólo se ha descubierto un remedio, y aun ese no agrada a todos: dejarse enseñar por los demás, particularmente por los ancianos de verdadera senectud, más encanecidos por la experiencia que por los años, y a quienes ésta les indica el rumbo que suelen tomar las cosas. Dicen que a la hora de la muerte viene la lucidez. Quizá es que a la hora de la lucidez viene la muerte. A estar bien dispuesto para recibir estas lecciones, sin desoírlas por pereza o despreciarlas por soberbia, se llama docilidad. ¡Lástima que las resoluciones más importantes de la nuestra vida -la carrera, el estado- hayan de ser tomadas en la primera edad, destituida de ciencia y experiencia! Intentar cambiar -mejorar- el mundo, poco a poco. Lo que no es normal en estos tiempos de compromisos y cobardías. Mejor realidades que esperanzas. Creo sinceramente que el éxito, muchas veces, huye de quien lo persigue. Con el honor se puede ganar mucho dinero, pero con el dinero no se puede comprar el honor. El éxito sin honor es el mayor de los fracasos. Dichosa vanidad, cómo nos complica la vida.

Publicado en "Diario de León" el miércoles 13 de febrero del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/nostalgia-humano_1313591.html


miércoles, 30 de enero de 2019

Nosotros.

Resulta un espectáculo triste el de tantos matrimonios que comenzaron llenos de ilusiones y que al cabo de un poco tiempo (unos pocos años o quizá unos pocos meses) van languideciendo, para convertirse en una especie de obligada sociedad de dos personas aburridas; así como da gozo contemplar el espectáculo de algunos matrimonios a los que las arrugas, las canas e incluso los achaques de la vejez no han amortiguado la unión íntima entre dos personas que emprendieron el camino de la vida unidos por el amor y que a lo largo del camino el amor se les fue haciendo más intenso.

No es fácil dar recetas que solucionen las situaciones conflictivas en el orden afectivo ni en el social; pero si el marido estuviera siempre dispuesto a comprender los motivos que su mujer tiene para reaccionar de tal modo, y la mujer estuviera siempre dispuesta a hacerse cargo de los motivos que su marido tiene para comportarse de tal o cual manera, el pequeño sacrificio de cada uno vendría a ser como un continuo riego de amor entre los dos. Valdría la pena considerar el valor que tiene en la vida familiar el constante intento de comprenderse unos a otros, el marido a la mujer, la mujer al marido, los padres a los hijos. La condición primera para un influjo eficaz es colocarse en-el-lugar-del-otro: ponerse en su lugar. En el fondo de muchos trastornos psíquicos de los que tanto abundan en la sociedad actual, se encuentra el descontento de la vida, que tiene su origen en una familia constituida por padres insatisfechos, tristes, nerviosos; es decir, por padres que viven una vida decepcionada íntimamente, se cuiden o no de disimularlo.

La vida es corta. Pero es muy ancha. No pueden hacerse muchísimas cosas, pero las que se hacen, pueden hacerse bien. Creo que eso es suficiente para tener una vida plena. Creo que la gente se estanca en la comodidad. Pero lo que ha olvidado es ser feliz. Solo esperan que les toquen buenas cartas. Pero la felicidad está en el camino, en-el-durante, en el juego. No se puede estar esperando toda la vida. Como le gusta recordar a mi amigo Mariano: o encontramos nuestra felicidad en lo cotidiano o no la encontraremos nunca. En Santiago de Chile tuve la suerte de conocer a un señor que celebró sus setenta años de casado y recuerdo como dijo, con esa simpatía que le caracterizaba, que lo más importante para perseverar en el amor era comenzar el día desayunando juntos. O aquel otro matrimonio, a quien también tuve la suerte de conocer, que, en la madurez de la vida, afirmaban que "ahora nos queremos más, mucho más, que cuando éramos novios"… Hace falta ser pacientes para poder convivir, para sobrellevarnos y para que el sobrellevarnos sea profundidad en la convivencia, en la participación de la vida. A veces la sabiduría más necesaria es saber sobrellevarnos, porque entonces el amor crece.

A mí me gusta dar buenas noticias sobre la familia porque para dar las malas se bastan algunos medios que parecen ignorar que la familia es algo natural, próximo, en cuyo seno nacemos, nos desarrollamos y nos amamos. Eso no es una quimera, sino una institución donde nuestros mejores impulsos encuentran adecuada respuesta. A veces dedicamos más tiempo a hablar de los matrimonios rotos en vez de los millones de parejas que viven fielmente su entrega, lo cual no quiere decir que la familia no esté pasando por sus momentos más bajos, pero sería bueno que de vez en cuando se hiciera una referencia a la realidad de que la gente se quiere, que los hijos respetan a los padres y que las parejas que perseveran son más de las que aparecen en la prensa rosa.

He conocido personas interesantes que trabajan en un ambiente de egolatría y vanidades, sometidas a grandes tensiones, y que su refugio es la familia. Prioridad absoluta que en la vida de muchos ha tenido, y sigue teniendo, la familia. La necesidad de estar integrado, el convencimiento de que la familia es la comunidad ideal para que el hombre y la mujer puedan desarrollar sus capacidades de amar y ser amados. A veces calificamos de problemas lo que es el devenir normal de la vida. No hay derecho a que nos quejemos cuando tres partes de la población mundial estarían felices de tener los problemas que tenemos muchos de nosotros… Es más, a veces, los problemas mantienen vivo el matrimonio.

Esta comunidad que instaura el matrimonio, este “nosotros”, es mucho más que la mera convivencia; no es sólo un estar “junto a” o “con” el otro cónyuge. No es suficiente esto para definir la comunidad matrimonial. El “nosotros” que funda el compromiso matrimonial se ubica en un terreno más profundo. El cónyuge no da al otro lo que le corresponde, ni más de lo que le corresponde y ni siquiera más de lo que nunca hubiera podido soñar, porque no es cuestión de cantidades, sino de amor conyugal. El “nosotros” matrimonial está formado por todo lo de ambos, porque todo se pone en común y renace como “lo nuestro”. Del “tú y yo” al “nosotros”.

Publicado en "Diario de León", hoy, 30 de enero del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/nosotros_1310203.html

domingo, 13 de enero de 2019

Realidad y realidad virtual.

Los apólogos de la cultura oriental (“los cuentos chinos”) ofrecen, miles de años después, siempre, un material inagotable de reflexión. Y los chistes de Jaimito, ni digamos… Papá ¿qué diferencia hay entre la realidad y la realidad virtual? A ver, Jaimito, te lo voy a intentar explicar mediante un experimento… Pregúntale a tu hermana si a cambio de un millón de euros para nuestra familia estaría dispuesta a engañar a su novio. Dice que sí. Ahora, lo mismo a tu hermano. Papá, dice que también. Ves, Jaimito, según la realidad virtual ahora tendríamos dos millones de euros; pero, en realidad, solo tenemos a dos sinvergüenzas…

Somos gente muchas veces perdida; y nos cuesta aceptar esta verdad, nos cuesta reconocer que, realmente, con mucha frecuencia, la desolación que sentimos es la desolación del hombre para quien las cosas han perdido su significación; que la extrañeza que sentimos ante otros hombres significa, de una manera cierta, nuestra desorientación íntima, personal. Estamos perdidos. ¿Cuándo ha desaparecido de nuestra vida esa referencia que da sentido a todo? La mayor parte de nuestras tristezas, de nuestros problemas, significan que nos hemos instalado en un lugar que no es el nuestro, en un lugar de comodidad, en un lugar de metas aparentemente fáciles, que van llenando el corazón de amargura, de rutina, de mediocridad…

Una de las cosas que, con más espontaneidad, con menos esfuerzo, de modo más asiduo, buscamos los hombres al actuar es el éxito. Y del éxito tenemos muchas veces un conocimiento superficial y defectuoso. Muchas de nuestras desorientaciones en la vida provienen de tener una noticia apresurada de lo que significa triunfar. Y muchas de las empresas que a veces en la vida nos atraen, nos resultan atractivas precisamente porque nos parece que en la cumbre está eso que llamamos triunfo. La victoria es un asunto final. Esto se ve, por ejemplo, en las competiciones deportivas que tienen tanta semejanza con la vida del hombre: en un partido el triunfo se da al final; puedo haber estado uno de los equipos en situación de derrota pasajera, temporal, y terminar ganando. Y, al revés, puede un equipo haber ido por delante en el marcador y sin embargo terminar perdiendo. El asunto del éxito es final. Se sabe solo al fin.

Por eso, para poder hablar con exactitud de éxito y de triunfo hace falta mirar al fin. Porque muchas veces vivimos atemorizados por miedos. Es verdad que a veces tenemos miedos a cosas verdaderamente temibles, porque son muy graves, y tenemos, por ejemplo, miedo a la guerra. Pero es que en general los hombres, y viene al caso este ejemplo concreto, tenemos miedo a muchas cosas que, quizá, en sí mismas no serían temibles, pero que a nosotros nos asustan: tenemos miedo al qué dirán, a lo que piense la gente de nosotros; tenemos miedo al ridículo; tenemos miedo de caer mal; tenemos miedo a veces de cometer un error al expresarnos, a ser mal interpretados. Tenemos miedo a decir una tontería.

“Progreso” es un concepto estupendo, pero puede significar cosas muy dispares. ¿Progresa una sociedad porque ha logrado fabricar armas atómicas, o porque sus naves espaciales pueden llegar a Marte, o porque sus ciudadanos pueden comunicarse, inmediatamente, con cualquier parte del mundo? Estas son manifestaciones de progreso técnico, pero ¿está progresando el hombre? Ésta es, sin duda, la cuestión fundamental. No puede contestarse a esta pregunta sin asignar una meta al ser humano, porque progreso no significa avanzar en cualquier dirección (un avance en-cualquier- dirección puede comportar un retroceso), sino dirigirse hacia una meta; es decir, hacia un objetivo propuesto conscientemente, porque lograrlo parece que vale la pena. 

Pocas personas, pienso, pondrían reparos a la tesis general de que el objetivo del hombre es la felicidad. La existencia humana tiene reglas; si no se observan, el resultado puede ser su pérdida, o al menos la incapacidad para lograr que sea libre y feliz. Como algunas personas desconocen estas leyes, la ignorancia es la causa de que muchas veces las violen. Pero las reglas siguen en vigor; y se pagan las consecuencias de habérselas saltado. Una corriente eléctrica puede matar, lo mismo que puede hacerlo el veneno. No se trata sólo de leyes de la física o de la química son evidencias que hacen referencia al efecto de realidades físicas o químicas en la vida humana. Son verdades de la existencia: leyes de la vida misma. Si se ignora que un cable de alta tensión es muchas veces mortal, puede tocarse. Si se desconoce que una mezcla química es venenosa, puede beberse. La persona en cuestión será probablemente sincera y no tendrá culpa de su ignorancia; pero ese desconocimiento no la aísla contra la electricidad, y la sinceridad no es antídoto al veneno. La ignorancia puede resultar muy gravosa. Si se realizan ciertas acciones se suceden consecuencias lamentables. El hombre solamente se va a encontrar con la frustración si busca la felicidad donde no se puede hallar; o si busca una felicidad ilimitada donde sólo puede hallarse limitadamente; o si busca la felicidad donde se puede encontrar, pero no de la manera como se puede hallar. La felicidad es el resultado de la entrega generosa a algo o alguien que vale la pena.

Publicado en "Diario de León" el viernes 11 de enero del 2019: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/realidad-realidad-virtual_1305509.html

jueves, 3 de enero de 2019

Educar para un tiempo nuevo.

El ideal cultural de una sociedad libre es una condición inevitable para su estabilidad económica social y política. La libertad y la igualdad son conceptos de grueso calibre que, más allá de la encendida o exquisita retórica, no sirven para nada si el hombre no puede aspirar a ellos en igualdad de condiciones con los demás hombres. Sobre todos los sistemas se iza, como una quimera conquistada, la palabra libertad. El mundo es libre, la sociedad es libre, el hombre es libre… ¿Libre de qué? Para alcanzar la plena libertad humana, es preciso dotar al hombre de la única palanca posible para alcanzarla: el dominio de la cultura. Ese dominio que llega cuando, reconstruyendo desde los cimientos mismos de la sociedad, se alcanza una igualdad de oportunidades, sin exclusión alguna.

Las necesidades sociales se suelen concebir de un modo superficial, como producción de bienes y servicios necesarios para el bienestar, y también como capacidad para que unos hombres puedan vivir pacíficamente al lado de otros, sean cualesquiera las creencias o modos de pensar de los vecinos. Productividad y tolerancia pudiéramos decir que son los fines perseguidos por la educación actual. Si no tuviésemos miedo a las palabras, hablaríamos de algo más que de tolerancia, armonía, unión o coincidencia; hablaríamos de amor, dando a esta palabra toda la significación emotiva y toda la significación clásica que tiene, porque el amor es un sentimiento, pero es también una operación activa de la voluntad, es algo que se nos da, pero es algo que hemos de cultivar. Si queremos persuadir, lo conseguiremos mejor a través de sentimientos afectuosos que de discursitos. Cuando el pensamiento se ha pretendido subordinar a la acción, se ha producido una inversión catastrófica en el orden de la vida. En el predominio de la voluntad está la génesis de toda esa febril actividad, esa incontenida ansia de tener, esa vertiginosidad del trabajo, esa precipitación del placer que caracteriza la época presente; de ahí se origina esa adoración y entusiasmo por el éxito, por la fuerza, por la acción; de ahí las luchas por la conquista del poder y del mando. Estrés.

Para ver la gravedad del problema de la formación en la verdad basta con echar una mirada a nuestro alrededor y comprobar que el mundo actual está carcomido por la mentira. Por un lado, las mentiras colectivas, de las que son un buen ejemplo las abundantes ocasiones en que los políticos toman las grandes palabras de justicia, paz, libertad para encubrir con ellas sus ambiciones, no siempre justificables; por otro lado, las mentiras individuales, egoístas, con las que pretendemos descargarnos de responsabilidades o servir nuestros intereses y deseos. Lo tremendo de la mentira es que condena al hombre a vivir en la clandestinidad; el afán del mentiroso es ocultar la realidad al conocimiento de los otros, y ello significa tanto como crearse una valla y un techo que impidan llegar la luz a lo que en realidad existe.

Los padres no pueden considerar cumplidos sus deberes educativos con el envío de sus hijos a-un-buen-colegio. A la institución escolar le compete primordialmente la formación intelectual. Educar, enseñar, transmitir a los niños todo lo mejor que el hombre ha hecho sobre la tierra. Con ritmo creciente a la escuela se atribuye o le confieren obligaciones que antes pertenecían a otras entidades sociales. Ahora la escuela ha tenido que pasar desde la tarea intelectual a la preocupación por las necesidades sociales y aun familiares de sus posibles alumnos. Al maestro se le exigen cometidos cada vez más dispares. Desde su única tarea de enseñar a leer, a escribir, a contar y dar los elementos de las ciencias, o los sistemas científicos según el grado de enseñanza a que se dedicara, ha pasado el maestro a ser el hombre al cual se le pide que prepare a sus alumnos para vivir. Es indeclinable de la familia la que pudiera llamarse formación del carácter. Conviene recordar que un carácter no se valora éticamente sólo por el resultado de las acciones, sino por la orientación o la finalidad que las guía. Autodisciplina como supremo ejercicio de la libertad. La misión de los centros educativos no es “hacer sabios”; es mostrar a los alumnos que se sabe bastante sobre muchísimas cosas, que ellos lo desconocen casi todo, y que hay métodos para, esforzadamente, salir de la ignorancia. También: animarlos a tomarse muy en serio la etapa académica, y valorar la gran oportunidad que la sociedad les brinda. Las buenas escuelas son fruto no tanto de las buenas legislaciones cuanto de los buenos maestros.

El destino depende de uno mismo, de la manera de ser y también de las circunstancias, desde luego. Pero sobre todo de uno mismo. Parece que las vidas se van desarrollando regidas por la casualidad y no es así. El destino es como una cadena de actitudes, de hechos que llevan a una consecuencia final. Parece casual, pero es el resultado de un plan, de un programa inconsciente, en parte, y, en parte, elaborado. Lo mágico de la juventud es no saber en qué consiste verdaderamente la existencia humana. Se pueden transmitir bienes: pero no la experiencia de la vida. Y como cada persona es distinta, se debe educar en libertad, enseñando a cada una a llevar el timón de su vida en la dirección correcta: hacia la felicidad de una vida plena, con la actitud necesaria para orientar su vida en servicio a los demás.

Publicado en "Diario de León", el miércoles 2 de enero del 2019: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/educar-tiempo-nuevo_1303519.html