@MendozayDiaz

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jueves, 23 de agosto de 2018

Construir un hogar.

Por enésima vez he vuelto a encontrarme en las redes sociales con esta sugerente cita: “Todo el mundo habla sobre cómo dejar un mejor planeta para nuestros hijos, pero deberíamos intentar dejar mejores hijos a nuestro planeta”. Muchos padres se conforman con proporcionar a sus hijos un colegio donde educarse y con pasarles sus experiencias personales, pero no se toman el tiempo necesario para comprenderles y amarlos. Hace falta algo más para crear un ambiente familiar, para convertir una casa en un hogar. El ajetreo de la vida moderna, la progresiva despreocupación del hombre por los problemas e inquietudes de las personas que le rodean, las prisas; el carácter, en ocasiones agobiante, del trabajo, etc., han hecho que se vaya perdiendo en nuestra sociedad la imagen de una verdadera familia: se desconoce, a gran escala, el sentido y el valor de la vida de familia, el calor de un hogar alegre donde padres e hijos conviven -formando una auténtica comunidad nacida del amor- y se ayudan mutuamente en sus necesidades. 

¿Dónde está la causa de este adormecimiento y desconcierto? Muchos adultos, llevados de su falta de rigor y de valentía para enfrentarse de cara a los problemas, adoptan la cómoda respuesta a este interrogante achacando la culpa de todos los males de nuestra sociedad al ambiente que se respira en la sociedad misma o a la actitud displicente de los jóvenes (sus hijos). Sin embargo, hemos de profundizar algo más: cada persona se comporta en consonancia a la formación que ha recibido, a la educación que le han legado sus padres. Si nos enfrentamos con crisis mundiales, es probable, más que probable, que esas crisis sean en el fondo crisis de educación, de formación. El hombre de hoy precisa de reflexión para darse cuenta de las limitaciones personales.

Acusar a la sociedad en general, por otro lado, resulta un tanto cómodo. Aun cuando la psicología y la sociología actuales han contribuido grandemente a la toma de conciencia de la importancia que el ambiente tiene respecto al comportamiento humano, no podemos dejarnos llevar por esa corriente popular que -cómodamente, sin querer enfrentarse a su personal responsabilidad- vuelca toda la culpa de la crisis actual sobre la sociedad. La conducta del hombre puede ser explicada, pero no justificada, en términos psicológicos o sociológicos. No podemos tirar por la ventana nuestra responsabilidad personal echando la culpa a las debilidades y flaquezas de los hombres o tratar de sustituirla por la responsabilidad de la sociedad entera que no ayuda con sus condicionamientos a la formación de la juventud. Si anulamos la responsabilidad estamos negando nuestra libertad. La responsabilidad es una consecuencia de nuestra libertad.

La familia, originada y alimentada por el amor, es la esencial e insustituible comunidad educativa. El matrimonio no es un contrato de servicios sexuales. Suena un poco burdo, grosero. Unidad de vida y amor. Los fines del matrimonio: el bien de los esposos y, si los hubiera, la educación de los hijos. Caminando ayudada por el amor, toda persona es capaz de superar el egocentrismo y de abrirse a otras, hasta llegar a comprender y disculpar los defectos y a valorar las virtudes de la persona que ama, colocándose en posición óptima para poder ayudarle a superar aquéllos y a acrecentar éstas. Sobre todo, en la familia, educación es mucho más que enseñanza. Como dice mi amigo Mariano, los padres educan fundamentalmente con su conducta. Lo que los hijos y las hijas buscan en su padre y en su madre no son sólo unos conocimientos más amplios que los suyos o unos consejos más o menos acertados, sino algo de mayor categoría: un testimonio del valor y del sentido de la vida encarnado en una existencia concreta, conformado en las diversas circunstancias y situaciones que se suceden a lo largo de los años. El valor del ejemplo de los padres es inmenso: los hijos aprenden a través del buen ejemplo de sus padres en una proporción infinitamente mayor que en lo que reciben de ellos a través de la palabra. Los padres deben dar a sus hijos el ejemplo de un amor continuado. El amor siempre puede recuperarse, siempre puede reanimarse. El amor puede incluso resucitar. Son verdades que amplían el horizonte de la vida. Hacer y enseñar: dar ejemplo de vida a los hijos y empujarlos hacia el ejercicio responsable de la libertad.

Porque la causa primaria de muchos problemas psicológicos y de disturbios sociales que estamos padeciendo todos es la falta de formación del individuo, debida en gran parte a la falta de un hogar, de una auténtica vida de familia. Tenemos que ser sinceros y realistas con algunas situaciones que se dan en determinadas familias. debemos despojarnos de prejuicios sentimentales y reconocer que, en ocasiones, algunos hijos tienen que ser heroicos para vivir en su casa, donde no hay ni el cariño ni el calor propio de un hogar, donde sus padres no tienen tiempo para preocuparse de sus problemas. En lugar de quejarnos constante e inútilmente sobre nuestra sociedad en general, deberíamos, más bien, preguntarnos qué estamos haciendo nosotros por mejorarla. Tenemos que preguntarnos si nuestra casa se parece más a un hotel que a un hogar. Y, si así fuera, rectificar.

Publicado en "Diario de León" el miércoles 22 de agosto del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/construir-hogar_1271569.html

jueves, 16 de agosto de 2018

A favor de la presunción de inocencia.

Wikipedia nos recuerda que el principio de presunción de inocencia es un principio jurídico penal que establece la inocencia de la persona como regla. Solamente a través de un proceso o juicio en el que se demuestre la culpabilidad de la persona, podrá el Estado aplicarle una pena o sanción. La presunción de inocencia es una garantía consagrada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en un juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias a su defensa. La presunción de inocencia en España está recogida en el artículo 24.2 de la Constitución Española. En palabras de nuestro Tribunal Supremo, ha dejado de ser un principio general del derecho que ha de informar la actividad judicial para convertirse en un derecho fundamental que vincula a todos los poderes públicos y que es de aplicación inmediata. Por lo tanto, a toda persona se le presume su inocencia tras una acusación hasta que no quede demostrada su culpabilidad. Quien acusa tiene que demostrar la culpabilidad del acusado y por tanto el acusado no tiene que demostrar su inocencia, ya que de ella se parte. La carga de la prueba es así de quien acusa.

La corrupción es una de las principales preocupaciones de los españoles. Se trata de un problema de especial gravedad, pues no tiene consecuencias únicamente sobre la eficiencia de las Administraciones Públicas ni supone, simplemente, un perjuicio económico a las arcas del Estado. La corrupción es un problema sistémico que afecta al corazón de la democracia. Lo extendido de las prácticas fraudulentas en el seno de los partidos políticos y los organismos públicos ha generado no solo el rechazo de los ciudadanos, sino que ha contribuido al desprestigio de nuestras instituciones. El mantenimiento de personas imputadas en listas electorales y en cargos públicos, o el uso clientelar que, en ocasiones, los partidos han hecho de los fondos y los nombramientos en la Administración, han generado la percepción de que en España la corrupción goza de cierta impunidad o no se persigue con el ahínco que debiera. Del mismo modo, los ciudadanos tienen la impresión de que el principio de igualdad ante la ley que establece nuestra Constitución no es respetado en la práctica.

Todas estas reflexiones se encuentran en la Exposición de Motivos de la proposición de Ley de Lucha contra la Corrupción que Ciudadanos registró, en el Congreso de los Diputados, en septiembre del 2016, y que fue defendida -con su habitual brillantez- por Albert Rivera, en febrero del 2017. Una mayor transparencia lleva aparejada una mayor exigencia de ejemplaridad y de rendir cuentas ante los ciudadanos, y de este modo se fomenta la responsabilidad de nuestros políticos y cargos públicos. Así y con el objetivo de fomentar la integridad de nuestros representantes públicos, se propuso la reforma de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General, con el fin de impedir que quienes han sido encausados judicialmente o condenados por su implicación en procesos relacionados con la corrupción, así como por otros delitos castigados con penas graves, puedan formar parte de las listas electorales, y por tanto, concurrir a unas elecciones con el fin de ostentar un mandato representativo. Las listas electorales con las que los partidos concurren a las elecciones deben estar libres de candidatos sobre los que exista la certeza o la sospecha justificada de que puedan haber incurrido en prácticas delictivas de especial gravedad. Asimismo, en virtud del artículo 6.4 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, que tiene carácter básico, las causas de inelegibilidad lo son también de incompatibilidad, por lo que la prevención establecida en el párrafo anterior sería igualmente de aplicación a todos los cargos electos en ejercicio, incluidos los miembros de las Corporaciones Locales. En consecuencia, todos ellos automáticamente perderían su condición por incompatibilidad sobrevenida cuando fuesen encausados judicialmente, desde que fuese firme la resolución que dictase la apertura del juicio oral o el procesamiento y hasta que el proceso judicial se resolviese por todos sus trámites, incidentes y recursos.

Esta medida, en todo caso, no vulnera el principio de presunción de inocencia, que se respeta a lo largo de todo el proceso. Ni el encausamiento judicial presume culpabilidad ni el cese en las funciones de un cargo público conlleva asumir la pena derivada del delito. No obstante, desde el momento en que el juez ha abierto juicio oral contra el encausado, existe una resolución motivada que apunta fundadamente a la comisión de un delito. Llegados a este punto, la exigencia de responsabilidad a nuestros representantes no puede limitarse a la tipificada en el Código Penal. La singularidad de la actividad pública requiere una exigencia de responsabilidad política y ejemplaridad pública.

Sin embargo, someter la responsabilidad política -únicamente- a la mera investigación (imputación) judicial es en sí mismo un elemento de corrupción de la política, que hace tabla rasa de la presunción de inocencia y convierte a la Justicia en un instrumento para la acción de los partidos contra sus enemigos (internos o externos), o, todavía peor, para la-injusticia-de-los-justicieros…Este desorden termina siendo, también, en demasiados casos, un atentado contra el honor. Las personas tienen una dignidad que es imperativo respetar: siempre y en cualesquiera circunstancias. Las personas tienen familia (pareja, hijos, padres…) y amigos que sufren -injustamente- con estos juicios paralelos: “corrupto”, “sinvergüenza”, “hideputa”… En un Estado de Derecho, la Justicia es una, imparcial e independiente: sólo sometida a la Constitución y a las Leyes. Y tiene sus tiempos: plazos. Todo lo demás son excreciones de la mala política.


Publicado en "Diario de León" el miércoles 15 de agosto del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/favor-presuncion-inocencia_1270165.html

lunes, 13 de agosto de 2018

Hora punta...

El intenso calor de estos días ha hecho que se bata el récord de consumo del año en agua y electricidad. Leyendo una noticia sobre este asunto me ha sorprendido conocer que el pico de consumo, concretamente en agua, se está produciendo sobre las cuatro de la madrugada… Como que no tenía esa percepción. No sé, quizás, si me hubieran preguntado, hubiera dicho que, durante la mañana, por ser la hora de plena actividad de familias y empresas, o al caer la tarde cuando mucha gente se ducha para refrescarse… Pero nunca hubiera pensado que a las cuatro de la madrugada. Dicen que, a esta hora, en verano, se registra el pico de consumo, sobre todo, por los sistemas de riego en jardines y la limpieza de las calles.

Hablando de “horas punta” me acordé de que cuando comenzó a extenderse el uso de las redes sociales entre los jóvenes, asistí a una conferencia donde nos preguntaban a los padres con hijos adolescentes sobre cuál era la hora en la que nosotros pensábamos que internet estaba en su máximo pico de consumo… Unos dijeron que las 13’00 horas en plena actividad empresarial, o quizá sobre las 22’00 horas cuando muchas personas, al final del día, revisan sus mensajes… No, nos decía el conferenciante: la red está colapsada, de lunes a viernes, sobre las dos de la madrugada… No me lo podía creer. Jamás lo hubiera pensado. ¡Pero si a esa hora se supone que la mayoría de la gente, y más en invierno, estamos durmiendo…! Pues-parece-que-no. Y quizá por ello, el conferenciante, previendo nuestra posible incredulidad, nos proyectó información detallada de consumos, facilitada por las compañías de telecomunicaciones. Las dos de la madrugada…

Durante mucho tiempo después he estado pensando sobre este asunto. Ahora me explico muchas cosas. Por qué a algunos adolescentes les cuesta tanto madrugar, por qué comentan los profesores que es cada vez más común que muchos jóvenes se queden dormidos en clase, por qué duermen siesta… Claro, cómo no, si están hasta las tantas y una conectados a internet bien sea en las redes sociales o viendo lo que vean, cómo van a estar suficientemente descansados para enfrentar un nuevo día. Definitivamente somos padres, formados en el siglo pasado, quienes tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos que son… de otro siglo. Y claro a uno le decían a-las- diez-en-casa y, una vez dentro, los riesgos quedaban reducidos a la mínima expresión. Pero ahora, es como si –mágicamente- se hubiera modificado la estructura de nuestro edificio y se hubiera abierto una ventana al mundo, con todo lo bueno y lo malo que tiene ese acceso.

El problema no es la “ventana”, sino que muchos padres todavía no tienen plena conciencia de su existencia. “Fulanita tiene muy buenos hábitos, nada más cenar se va a su habitación…Yo le insisto, pero fulanita, hija, relájate, quédate con nosotros a ver la televisión, pero nada, ella siempre se va a su cuarto…”. Un primor de chica… Y a lo mejor lo es, le doy el beneficio de la duda, pero quizá, cada noche, se va puntualmente a su cuarto porque desde allí, se comunica con el mundo sin más límites que los que ella se imponga, a través de esa ventana virtual que han abierto en nuestras casas.

En fin, que hay que estar al día, bien informado, con los ojos y los oídos bien abiertos, con datos y no con percepciones (es-que-yo-creía, es-que-yo-pensaba…); que no importa lo que tu creas sino lo que es. Y hay datos de sobra y numerosas fuentes disponibles para obtenerlos. Después de meses dándole vueltas a lo del pico de consumo a las dos de la madrugada y su impacto en el descanso de mis hijos, y qué hacer para ayudarles a descansar y que así puedan aprovechar mejor sus días, llegué a la conclusión que la mejor manera de facilitar todo esto es durmiendo con el modem…; que sí, tal cual; que cuando me voy a la cama desconecto el modem y lo guardo en uno de los cajones de mi mesita noche, hasta el nuevo día. Y así, como decía la señora Eustasia, “muerto el perro, se acabó la rabia”.


Publicado el domingo, 12 de agosto, en "Diario de León": http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/hora-punta_1269566.html

lunes, 6 de agosto de 2018

España sin barreras.

En los últimos años, el funcionamiento de las democracias en muchos países occidentales ha experimentado un creciente proceso de deslegitimación que afecta especialmente a sus instituciones representativas. Este impacto de la pérdida de legitimidad del paradigma representativo se ha sentido especialmente en las instituciones de los diferentes niveles de gobierno. Son muchos los estudios que inciden en la relación positiva existente entre la descentralización del poder y la calidad democrática de las sociedades, al atribuirse en términos generales a esa descentralización una mayor eficiencia en la organización administrativa, considerando igualmente la división vertical de poder como un garante adicional de la protección del individuo ante abusos de poder. En la práctica, la experiencia comparada muestra que todos los países políticamente descentralizados tienen un sistema político democrático mientras en los países autoritarios tiende a suprimirse la autonomía regional, así como la separación de poderes. 

Eso no quiere decir, como resulta evidente, que no pueda haber, como de hecho los hay, Estados unitarios o fuertemente centralizados, que sean perfectamente democráticos: el ejemplo de Francia es paradigmático. Ahora bien, lo que cuesta mucho más es encontrar un Estado autoritario o totalitario (no democrático) en el que exista una verdadera -no solo aparente- división vertical del poder. Sobre estos asuntos acabo de leer el libro “Calidad democrática y organización territorial” (Editorial Marcial Pons) que recoge algunos de los trabajos presentados en el congreso internacional celebrado el año pasado en el Centro Asociado de la UNED-Calatayud. Esta publicación parte de este debate y pretende analizar el rendimiento de las instituciones democráticas en los Estados, su regulación y las formas de interacción entre los diferentes niveles de gobierno.

Quienes discrepamos de la actual configuración del sistema de ordenación territorial no somos, sin más, unos retrógrados centralistas. Las posiciones críticas tienen, en la mayoría de los casos, unos fundamentos que conviene conocer y debatir. El gran problema de los separatismos y nacionalismos exacerbados tiene su origen en la introducción del término “nacionalidades” en la Constitución Española de 1978, sin definir su contenido ni señalar su identidad. La multiplicación de los centralismos, que sucedieron al de Madrid, en muchos casos, están siendo más gravosos para el ciudadano y, a veces, más rechazados por viejas relaciones de vecindad. Otros asuntos que han complicado el sistema son, entre otros: la creación de tensiones entre las Comunidades Autónomas como consecuencia de las contradicciones derivadas de la aplicación del principio de solidaridad en abstracto por un Estado debilitado; la coexistencia de distintos modelos políticos de sociedad, al poder ostentar el poder, en cada Comunidad, partidos políticos distintos y opuestos en sus programas; la difícil compatibilidad con el proceso de integración en la Unión Europea, que supone transferencias hacia el exterior y no hacia el interior; la falta de realismo del modelo autonómico, basado más en deseos y postulados teóricos, en aspiraciones primarias populares, que en sólidos planteamientos, necesidades reales, estima popular, apoyo social, etc., salvo en casos puntuales.

Si los peligros políticos que se asumieron al implantar las autonomías han sido considerables, mayores son las contradicciones y peligros de tipo económico. Ante todo, está el coste -el elevado coste- del Estado de las Autonomías, de sus diecisiete gobiernos, parlamentos y administraciones que se acepta como precio por una mejora de servicios y de la “mayor democracia”, que se siguen dando por supuestos. El problema de la financiación, todavía sin resolver, ha acentuado los desequilibrios regionales y dificultado la redistribución de recursos y el desarrollo nacional. El principio de unidad de mercado, del que tanto se habla sin concretarlo en prohibiciones estrictas, ha corrido igualmente serios riesgos a medida que las disposiciones autonómicas comenzaron a proliferar. Y las desventajas competitivas y los inconvenientes para los grandes proyectos nacionales de inversión con programas económicos de desarrollo autonómico y local, muchas veces, sin la coordinación más elemental. En fin, la técnica de legislación básica estatal y legislación autonómica de desarrollo se ha manifestado a lo largo de los años como un foco constante de conflictos entre el Estado y las Comunidades autónomas, que ha tenido que resolver el Tribunal Constitucional, lo que ha situado a este órgano, en más ocasiones de las deseables, en el centro de la disputa político-territorial, con las perniciosas consecuencias que ello ha acarreado desde el punto de vista de su legitimidad, y, lo que es peor, de cara al mantenimiento de su imagen pública de imparcialidad e independencia.

Las anteriores razones son suficientes, a mi entender, para sostener una posición crítica con bastante fundamento y desapasionamiento, sin ideas preconcebidas y, por supuesto, sin querer sugerir una solución mágica como única alternativa. Además, todos estos acontecimientos han contribuido, en parte, a incrementar el fenómeno de desafección democrática derivado de la dificultad o práctica imposibilidad que muchos ciudadanos tienen para identificar quién es de qué responsable, dadas las deficiencias de nuestro reparto de competencias: por ejemplo, las dificultades y molestias que -en estas fechas- muchos españoles están sufriendo para poder ser atendidos en-cualquier-lugar-de-España con su tarjeta sanitaria. Los riesgos apuntados -insostenibles, muchos de ellos-, en mi opinión, son suficientes para plantear modificaciones legales de mejora: “reformas”. Urge un modelo de organización del territorio para ciudadanos libres e iguales, una España sin barreras.

Publicado en "Diario de León" el lunes 6 de agosto del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/espana-sin-barreras_1268273.html

viernes, 3 de agosto de 2018

El techo de gasto.

Hay que ver la que se ha montado porque el Gobierno de Pedro Sánchez quería elevar el techo de gasto. Se puede -o no- estar de acuerdo, pero lo que llama la atención es que los mismos que se-rasgan-las-vestiduras por esta propuesta permanecen ausentes o, como suele decirse, se-ponen-de-perfil ante esta noticia, también de estos días: el rescate de las cajas de ahorro y autopistas de peaje tiene un coste no presupuestado que desviará el déficit de las administraciones públicas. Más deuda. En concreto, en las cuentas públicas ha habido un aumento de pagos del Fondo de Garantía de Depósitos de 1.700 millones de euros para -en expresión poética del lenguaje cortesano- cubrir el esquema de protección de activos de un par de antiguas cajas de ahorro. En lenguaje llano y claro: seguir pagando con-dinero-de-todos-los-españoles los desmanes de unos gestores que, en la mayoría de los casos, todavía no han asumido ninguna responsabilidad. Y, por el lado de las antiguas autopistas de peaje, la Administración ha tenido que hacer frente al coste de la responsabilidad patrimonial del Estado que ha supuesto 1.800 millones de euros. Más excreciones del “capitalismo de amiguetes”. Es destacable el cinismo de los habituales defensores de la economía de mercado, del control del déficit público que, en este caso, no tienen ningún tipo de escrúpulos en solicitar la intervención del Estado y su responsabilidad ante los miles de millones de pérdidas. El viejo discurso de privatizar las ganancias y nacionalizar las pérdidas.

En estas semanas de presentaciones de resultados empresariales vemos como los bancos ganan mucho dinero. Una buena noticia. Y van a seguir haciéndolo porque tras el expolio y desaparición de las cajas de ahorro es muy relevante analizar cómo ha quedado el mapa bancario español. Donde antes había más de cincuenta entidades ahora han quedado algo más de diez, y grandes, que son las que se acaban llevando el grueso del negocio, la banca comercial. Mismo pastel, menos comensales: más dinero. Por tanto, la propuesta socialista de impuesto a la banca es razonable, opinable. Y me parece una-salida-de-tono el anuncio de un banco -en lenguaje cortesano, otra vez- de que se replantearía su estructura legal si se aplican ciertos impuestos. En fin, que amenazan con cambiar su sede social a otro país. Otra “deslocalización”. A río revuelto ganancia de pescadores.

La llamada riqueza financiera ha resistido mejor los embates de la crisis. Y ello sin considerar los generosos rescates. Año tras año, en torno al setenta por ciento de los ingresos provienen de nóminas; y los ingresos declarados por los trabajadores superan a los declarados por los empresarios. Muchas empresas, grandes empresas, se quejan de los elevados que son los tipos impositivos de su sistema fiscal (el 25, el 30, dicen) pero, a la hora de la verdad, muchas de ellas, casi todas, sólo pagan el 5% y ello porque tienen privilegios para no pagar impuestos a través del exclusivo mundo de los agraciados por las exenciones fiscales. La progresividad únicamente surte efecto para quien depende de una nómina. Los ricos pueden refugiarse en la “ingeniería fiscal” o amenazar con trasladar su fortuna si les tocan sus privilegios.

La progresividad fiscal entronca con valores democráticos como la solidaridad y la equidad. De la justicia del sistema fiscal dependen, también, el equilibrio de toda la sociedad, el desarrollo económico y cultural, la potencia militar y científica y la eficacia de los servicios públicos. Se produce una aproximación entre los ciudadanos (el impuesto progresivo es un arma contra la desigualdad injusta), y, en fin, la sociedad se hace con la masa de recursos necesarios para llevar a cabo servicios y prestaciones que, muy especialmente, benefician a los económicamente más débiles, ya que, proporcionalmente, su economía y bienestar son los más favorecidos. Cuando hablamos de igualdad esencial nos inclinamos, sin querer, a cierta tergiversación o prostitución del concepto; algo así como si dijéramos en lo esencial somos iguales, claro es, pero lo demás es otra cosa. Y no es así. Es otra la interpretación. Lo esencial es ser hombre y si esto se da, como se da, tan sustancial identidad -que nos delimita frente a todos los demás seres o criaturas- hay que ajustar las relaciones humanas de tal modo que se evite la deshumanización a causa de la desigualdad: la de unos, víctimas de su pobreza, la de otros, enredados en su demasía. Dicho en otras palabras: la igualdad en lo esencial reclama menos desigualdad en las circunstancias vitales. Aclaro: esta última reflexión no está inspirada en Castro, Maduro, Iglesias Turrión sino en el Gran Juan Pablo II. Por si acaso.

Ya está bien de esta ceremonia de la confusión. Viejas melodías interpretadas con otro ritmo. "Liberal" y "social". He aquí dos vocablos pavorosamente preñados de significaciones y, al mismo tiempo, desgastadísimos por un abuso secular. La demagogia y la mentira prenden con mucha facilidad en situaciones como la que actualmente atraviesa España. Estoy con quienes trabajen por una sociedad democrática y libre en que todas las personas nos esforcemos por vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades.

Publicado el miércoles 1 de agosto del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/techo-gasto_1267184.html

sábado, 28 de julio de 2018

A cualquier parte...

La juventud, hoy exactamente igual que ayer, es la edad de los ideales, la edad en la que nos planteamos las metas a alcanzar en la vida. Es evidente que muchos jóvenes están derrochando sus vidas, están dilapidando sus energías por ignorancia, por no saber “para qué” y “cómo” usarlas. Se encuentran como-en-un-laberinto, donde les es imposible alcanzar la salida hacia la felicidad, nuestro último fin. Uno de los peligros es su falta de madurez que, en ocasiones, les lleva a sacar conclusiones generales de un caso particular, y no por malicia, sino por falta de reflexión y serenidad. En otras ocasiones sólo se fijan en si los resultados les son o no favorables, sin prestar atención a las causas ni a los motivos. Otras veces, cuando hacen duros ataques a la actitud o decisión de una persona mayor, se ve que les falta conocimiento de causa y experiencia de la vida para comprenderla. Les cuesta ponerse en el lugar de aquella persona mayor, porque muchas veces se amparan, para proteger así sus intereses, bajo la mampara de su juventud: para no complicarse la vida, para que les dejen vivir a-su-aire.

Sin embargo, muchas veces la culpa de su intransigencia es de los mayores, que hemos consentido sus caprichos; que no les hemos inculcado un espíritu de libertad responsable y laboriosidad desde su infancia; que les hemos dado las cosas hechas en lugar de ayudarles a que las hiciesen ellos mismos y supiesen así lo que cuesta conseguirlas. Estamos experimentando, a escala mundial, las funestas consecuencias de haber declinado la libertad individual. Hace tiempo que hemos empezado a sufrir los resultados de haber transigido en principios vitales como son los derechos de los padres en la formación de nuestros hijos. En los primeros años de la adolescencia es donde tiene lugar una lucha más consciente por la formación de la propia personalidad. Los adolescentes empiezan a visualizar y a experimentar las consecuencias de la libertad personal: son los años en que buscan apasionadamente su propia autonomía y aprenden a independizarse, a seguir su propia conciencia personal. Los adolescentes son eso, adolescentes: personas que están en un periodo de formación de la personalidad, y aunque no están exentos de su responsabilidad personal, es evidente que necesitan nuestra especial ayuda durante esos años. Ahí es donde entra en juego la responsabilidad de los padres respecto a la educación de sus hijos. A veces, los padres, llevados por una-bienintencionada-super-protección proporcionan a sus hijos todos los medios materiales a su alcance, todas las comodidades que pudieran poner en sus manos; pero, en cantidad de ocasiones, se han quedado ahí, sin darles opción a formar sus propios criterios sobre las cosas; a luchar por conseguir lo que deseaban; a aprender a equivocarse en cosas menudas, haciéndoles vivir en un mundo absolutamente irreal en el que es imposible que se encuentren consigo mismos y que maduren responsablemente su personalidad.

La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez; la confianza que se pone en los hijos hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confían en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre. Se dan muchos casos de adolescentes que tienen que buscar a alguien fuera de la familia en quien poder confiar sus problemas. Precisamente, porque no se fían de sus padres, tienen que confiar sus “secretos” -que muchas veces se han vuelto secretos por culpa de los padres- a sus amigos. Amigos que tienen los mismos o peores problemas sin estar capacitados para resolverlos. Muchas veces, los adolescentes, llevados de su radicalismo juvenil, se muestran bastante duros al señalar los defectos y flaquezas de los demás y, no obstante, transigen fácilmente con los suyos propios. El defecto que con mayor frecuencia tienen es la falta de responsabilidad, que los lleva a hacer, por comodidad o pereza, dejaciones graves de sus obligaciones. Otro error adolescente: querer empezar todo desde cero, despreciando lo que de bueno, verdadero y justo han hecho sus predecesores. El hombre se enriquece cuando confía en los demás y sabe aprovechar el conocimiento y la experiencia de sus mayores y antepasados, cuando aprende a escuchar a los demás, a dialogar. No podemos ir contra lo viejo sólo por serlo, y tampoco alabar lo nuevo sólo por su novedad.

La juventud -que ha sido siempre el símbolo de la alegría y de la esperanza- parece que, en los momentos presentes, está triste y lánguida porque no encuentra horizontes donde poder explayar sus ímpetus y ansias juveniles. Como aquel muchacho que estaba haciendo autostop y cuando le preguntaron que hacia dónde iba dijo que “a cualquier parte” …  Una de las tareas más urgentes a llevar a cabo entre la juventud es fortalecer su formación con buenos principios y valores, para que no se deje arrastrar fácilmente por perniciosas tendencias. Y, sobre todo, es responsabilidad de los padres -intentar- evitar, con amor inteligente, esos posibles conflictos.

Publicado en "Diario de León" el viernes 28 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/cualquier-parte_1266092.html

domingo, 15 de julio de 2018

La moda de la suciedad.

Otro año -como cada año- por San Juan, hemos visto cómo la generación-más-preparada-de-nuestra-historia (no sé si reír o llorar) deja las orillas de nuestro Bernesga después del llamado botellón. Los mismos angelitos que durante el año te miran feo si te equivocas al depositar en una papelera una botella en el lugar del papel o donde la basura orgánica. Hipócritas. Nos molestamos cuando un perro defeca y su dueño no lo recoge, pero nada decimos cuando esos miles de bárbaros defecan y más junto al río, en las calles y en-los-portales-de-los-edificios-cercanos… O solicitamos a las administraciones más campañas para prevenir a los adolescentes de los males del alcohol y de las drogas, y, sin embargo, en esas “fiestas” son miles los menores de edad que, ante la pasividad de sus padres y autoridades, se ponen hasta el chongo. Lamentablemente no se trata de un hecho puntual. Inmensa desgracia de nuestro tiempo: haber separado, en todos los grados, instrucción y educación. Se comenzaba por enseñar, junto con el alfabeto y la tabla de multiplicar, las formas externas de respeto, la educación y el porte. Cometer una falta, mancharse la ropa o tirar un papel al suelo acarreaba los mismos reproches. Instrucción y educación no se separaban. Durante mucho tiempo fue así. Se iba a la escuela no sólo para aprender a leer, sino para aprender a vivir. 

Las formas son mucho más que usos del “saber vivir”. También son la expresión del derecho de una sociedad. No hay sociedad sin derecho, ni derecho sin formas. El universo, que en su principio no era más que energía y fuerzas, evoluciona poco a poco por el soplo de la vida, luego por el impulso del pensamiento y de la libertad humana, hacia formas cada vez más sueltas y delicadas. Sucede lo mismo con el mundo social. Inicialmente sólo hay fuerzas, instintos, poderes y violencias. La violencia se detiene mediante el acuerdo, la fuerza por la forma. Molestan las formas -las convenciones- porque ponen trabas al libertinaje, porque nos obligan a mantener nuestros compromisos, porque nos constriñen a respetar a los demás; en resumen, nos exigen esfuerzo y disciplina. 

Toda regla impuesta desde fuera, toda tradición, conveniencia, etc., se considera doblemente insoportable: como obstáculos a la expansión de la propia personalidad y como artificial expresión de estructuras sociales de otra época. Mentiras, tabúes y engaños infantiles de una sociedad podrida. Un peso enorme de tradiciones, de molestias, de impedimentos, que -dicen- traban la marcha del progreso, la liberación del reino de lo inútil. Libres, adultos, exentos de toda moda, seguís la más baja: la del desharrapado, la de la mugre y la suciedad. Cuando hayáis quitado todo velo, todo pudor, todo símbolo, toda poesía, ¿qué quedará del hombre? Un mono desnudo. Pues bien, el mono no es solamente la impudicia, sino, también es crueldad. En realidad, bajo esta batalla de las formas, lo que subrepticiamente libráis es un combate de fondo: tan cierto como que el fondo y la forma son inseparables.

No hay, ni nunca ha habido, ni habrá jamás en toda la historia del hombre, progreso moral sin esfuerzo. Un hombre que se da aires de bruto tendrá muy rápidamente costumbres de bruto. Lo exterior implica lo íntimo. Como le gusta recordar a mi amigo Mariano: quien no vive como piensa, terminará pensando como vive. Y si la educación, la evolución, el progreso exigen siglos, la degradación es una caída sin obstáculos. Es infinitamente más fácil ser ineducado que educado: no responder oportunamente los correos que responderlos, quedarse sentado que ceder el sitio, ser grosero que excusarse, no peinarse que peinarse, ser sucio en lugar de limpio. Es infinitamente más fácil escribir “como un cerdo” que cuidar el estilo, practicar el manchismo -con ene- que el arte figurativo. Muchos adoptan la moda de la vulgaridad por despecho de no poder alcanzar la de la distinción. Lo mismo suele pasar con el desprecio a los buenos resultados académicos.

Seguramente estoy esquematizando. Gracias a Dios, aún existen numerosas, magníficas excepciones. La cuestión estriba en saber si esas excepciones, que quizá todavía sean mayoría    -pero, en cualquier caso, mayoría terriblemente silenciosa-, volverán a tomar la palabra, o si se dejarán contaminar y resbalar poco a poco por la fácil pendiente de la decadencia de las formas, pues la caída es rápida. Es muy fácil rechazar todo modelo y hacerse sin esfuerzo el modelo propio. Es muy fácil proclamar que el hombre es naturalmente bueno y hacer recaer sus faltas sobre la sociedad. El esfuerzo es difícil. El respeto del hombre, el sentido del prójimo, la noción de dignidad de la persona humana constituyen la-ética-de-las-formas. No hay progreso social sin elevación, ni elevación sin educación. Las mismas palabras lo dicen: “e-ducere”, elevar, tirar hacia arriba. 

Publicado en "Diario de León" el jueves 12 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/moda-suciedad_1262807.html