@MendozayDiaz

@MendozayDiaz

sábado, 28 de julio de 2018

A cualquier parte...

La juventud, hoy exactamente igual que ayer, es la edad de los ideales, la edad en la que nos planteamos las metas a alcanzar en la vida. Es evidente que muchos jóvenes están derrochando sus vidas, están dilapidando sus energías por ignorancia, por no saber “para qué” y “cómo” usarlas. Se encuentran como-en-un-laberinto, donde les es imposible alcanzar la salida hacia la felicidad, nuestro último fin. Uno de los peligros es su falta de madurez que, en ocasiones, les lleva a sacar conclusiones generales de un caso particular, y no por malicia, sino por falta de reflexión y serenidad. En otras ocasiones sólo se fijan en si los resultados les son o no favorables, sin prestar atención a las causas ni a los motivos. Otras veces, cuando hacen duros ataques a la actitud o decisión de una persona mayor, se ve que les falta conocimiento de causa y experiencia de la vida para comprenderla. Les cuesta ponerse en el lugar de aquella persona mayor, porque muchas veces se amparan, para proteger así sus intereses, bajo la mampara de su juventud: para no complicarse la vida, para que les dejen vivir a-su-aire.

Sin embargo, muchas veces la culpa de su intransigencia es de los mayores, que hemos consentido sus caprichos; que no les hemos inculcado un espíritu de libertad responsable y laboriosidad desde su infancia; que les hemos dado las cosas hechas en lugar de ayudarles a que las hiciesen ellos mismos y supiesen así lo que cuesta conseguirlas. Estamos experimentando, a escala mundial, las funestas consecuencias de haber declinado la libertad individual. Hace tiempo que hemos empezado a sufrir los resultados de haber transigido en principios vitales como son los derechos de los padres en la formación de nuestros hijos. En los primeros años de la adolescencia es donde tiene lugar una lucha más consciente por la formación de la propia personalidad. Los adolescentes empiezan a visualizar y a experimentar las consecuencias de la libertad personal: son los años en que buscan apasionadamente su propia autonomía y aprenden a independizarse, a seguir su propia conciencia personal. Los adolescentes son eso, adolescentes: personas que están en un periodo de formación de la personalidad, y aunque no están exentos de su responsabilidad personal, es evidente que necesitan nuestra especial ayuda durante esos años. Ahí es donde entra en juego la responsabilidad de los padres respecto a la educación de sus hijos. A veces, los padres, llevados por una-bienintencionada-super-protección proporcionan a sus hijos todos los medios materiales a su alcance, todas las comodidades que pudieran poner en sus manos; pero, en cantidad de ocasiones, se han quedado ahí, sin darles opción a formar sus propios criterios sobre las cosas; a luchar por conseguir lo que deseaban; a aprender a equivocarse en cosas menudas, haciéndoles vivir en un mundo absolutamente irreal en el que es imposible que se encuentren consigo mismos y que maduren responsablemente su personalidad.

La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez; la confianza que se pone en los hijos hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confían en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre. Se dan muchos casos de adolescentes que tienen que buscar a alguien fuera de la familia en quien poder confiar sus problemas. Precisamente, porque no se fían de sus padres, tienen que confiar sus “secretos” -que muchas veces se han vuelto secretos por culpa de los padres- a sus amigos. Amigos que tienen los mismos o peores problemas sin estar capacitados para resolverlos. Muchas veces, los adolescentes, llevados de su radicalismo juvenil, se muestran bastante duros al señalar los defectos y flaquezas de los demás y, no obstante, transigen fácilmente con los suyos propios. El defecto que con mayor frecuencia tienen es la falta de responsabilidad, que los lleva a hacer, por comodidad o pereza, dejaciones graves de sus obligaciones. Otro error adolescente: querer empezar todo desde cero, despreciando lo que de bueno, verdadero y justo han hecho sus predecesores. El hombre se enriquece cuando confía en los demás y sabe aprovechar el conocimiento y la experiencia de sus mayores y antepasados, cuando aprende a escuchar a los demás, a dialogar. No podemos ir contra lo viejo sólo por serlo, y tampoco alabar lo nuevo sólo por su novedad.

La juventud -que ha sido siempre el símbolo de la alegría y de la esperanza- parece que, en los momentos presentes, está triste y lánguida porque no encuentra horizontes donde poder explayar sus ímpetus y ansias juveniles. Como aquel muchacho que estaba haciendo autostop y cuando le preguntaron que hacia dónde iba dijo que “a cualquier parte” …  Una de las tareas más urgentes a llevar a cabo entre la juventud es fortalecer su formación con buenos principios y valores, para que no se deje arrastrar fácilmente por perniciosas tendencias. Y, sobre todo, es responsabilidad de los padres -intentar- evitar, con amor inteligente, esos posibles conflictos.

Publicado en "Diario de León" el viernes 28 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/cualquier-parte_1266092.html

domingo, 15 de julio de 2018

La moda de la suciedad.

Otro año -como cada año- por San Juan, hemos visto cómo la generación-más-preparada-de-nuestra-historia (no sé si reír o llorar) deja las orillas de nuestro Bernesga después del llamado botellón. Los mismos angelitos que durante el año te miran feo si te equivocas al depositar en una papelera una botella en el lugar del papel o donde la basura orgánica. Hipócritas. Nos molestamos cuando un perro defeca y su dueño no lo recoge, pero nada decimos cuando esos miles de bárbaros defecan y más junto al río, en las calles y en-los-portales-de-los-edificios-cercanos… O solicitamos a las administraciones más campañas para prevenir a los adolescentes de los males del alcohol y de las drogas, y, sin embargo, en esas “fiestas” son miles los menores de edad que, ante la pasividad de sus padres y autoridades, se ponen hasta el chongo. Lamentablemente no se trata de un hecho puntual. Inmensa desgracia de nuestro tiempo: haber separado, en todos los grados, instrucción y educación. Se comenzaba por enseñar, junto con el alfabeto y la tabla de multiplicar, las formas externas de respeto, la educación y el porte. Cometer una falta, mancharse la ropa o tirar un papel al suelo acarreaba los mismos reproches. Instrucción y educación no se separaban. Durante mucho tiempo fue así. Se iba a la escuela no sólo para aprender a leer, sino para aprender a vivir. 

Las formas son mucho más que usos del “saber vivir”. También son la expresión del derecho de una sociedad. No hay sociedad sin derecho, ni derecho sin formas. El universo, que en su principio no era más que energía y fuerzas, evoluciona poco a poco por el soplo de la vida, luego por el impulso del pensamiento y de la libertad humana, hacia formas cada vez más sueltas y delicadas. Sucede lo mismo con el mundo social. Inicialmente sólo hay fuerzas, instintos, poderes y violencias. La violencia se detiene mediante el acuerdo, la fuerza por la forma. Molestan las formas -las convenciones- porque ponen trabas al libertinaje, porque nos obligan a mantener nuestros compromisos, porque nos constriñen a respetar a los demás; en resumen, nos exigen esfuerzo y disciplina. 

Toda regla impuesta desde fuera, toda tradición, conveniencia, etc., se considera doblemente insoportable: como obstáculos a la expansión de la propia personalidad y como artificial expresión de estructuras sociales de otra época. Mentiras, tabúes y engaños infantiles de una sociedad podrida. Un peso enorme de tradiciones, de molestias, de impedimentos, que -dicen- traban la marcha del progreso, la liberación del reino de lo inútil. Libres, adultos, exentos de toda moda, seguís la más baja: la del desharrapado, la de la mugre y la suciedad. Cuando hayáis quitado todo velo, todo pudor, todo símbolo, toda poesía, ¿qué quedará del hombre? Un mono desnudo. Pues bien, el mono no es solamente la impudicia, sino, también es crueldad. En realidad, bajo esta batalla de las formas, lo que subrepticiamente libráis es un combate de fondo: tan cierto como que el fondo y la forma son inseparables.

No hay, ni nunca ha habido, ni habrá jamás en toda la historia del hombre, progreso moral sin esfuerzo. Un hombre que se da aires de bruto tendrá muy rápidamente costumbres de bruto. Lo exterior implica lo íntimo. Como le gusta recordar a mi amigo Mariano: quien no vive como piensa, terminará pensando como vive. Y si la educación, la evolución, el progreso exigen siglos, la degradación es una caída sin obstáculos. Es infinitamente más fácil ser ineducado que educado: no responder oportunamente los correos que responderlos, quedarse sentado que ceder el sitio, ser grosero que excusarse, no peinarse que peinarse, ser sucio en lugar de limpio. Es infinitamente más fácil escribir “como un cerdo” que cuidar el estilo, practicar el manchismo -con ene- que el arte figurativo. Muchos adoptan la moda de la vulgaridad por despecho de no poder alcanzar la de la distinción. Lo mismo suele pasar con el desprecio a los buenos resultados académicos.

Seguramente estoy esquematizando. Gracias a Dios, aún existen numerosas, magníficas excepciones. La cuestión estriba en saber si esas excepciones, que quizá todavía sean mayoría    -pero, en cualquier caso, mayoría terriblemente silenciosa-, volverán a tomar la palabra, o si se dejarán contaminar y resbalar poco a poco por la fácil pendiente de la decadencia de las formas, pues la caída es rápida. Es muy fácil rechazar todo modelo y hacerse sin esfuerzo el modelo propio. Es muy fácil proclamar que el hombre es naturalmente bueno y hacer recaer sus faltas sobre la sociedad. El esfuerzo es difícil. El respeto del hombre, el sentido del prójimo, la noción de dignidad de la persona humana constituyen la-ética-de-las-formas. No hay progreso social sin elevación, ni elevación sin educación. Las mismas palabras lo dicen: “e-ducere”, elevar, tirar hacia arriba. 

Publicado en "Diario de León" el jueves 12 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/moda-suciedad_1262807.html

martes, 10 de julio de 2018

Tu mejor versión.

Todos-los-días se está decidiendo la competición del progreso, del nivel de vida y de las oportunidades de la vida de cada individuo y de las naciones. Por eso hay que vivir atentos, en alerta. Es conocida la afición japonesa por el pescado crudo, por el famoso “sushi”. Pues bien, para que los peces se mantengan frescos desde que son capturados hasta llegar a puerto, me contaron que los grandes buques pesqueros japoneses introducen en los depósitos pequeños tiburones que, lógicamente, se comen unos cuantos peces, pero a los demás los mantienen alerta durante todo el trayecto. Llegan al destino como recién pescados en alta mar, fresquitos. Otra versión de nuestro “camarón que se duerme…”. La forja del carácter y el desarrollo de la personalidad consisten, en parte principal, en el dominio de uno mismo, al servicio los demás. Nos encanta hablar de valores y, menos, muchísimo menos, de virtudes. Porque nos exigen compromiso. Los valores son generales, las virtudes personales.

En el concepto que se tenga de la naturaleza humana está la raíz de la visión de los problemas sociales y políticos. Rousseau inventó aquello de la-bondad-innata-del-hombre, estaba convencido de que el ser humano tenía una predisposición a la bondad echada a perder por la organización del mundo. Era la sociedad la que le hacía malo. Así pues, no se trataba de cambiar -de mejorar- al hombre: el hombre estaba sano y no era necesario cambiar nada en él. Eran las instituciones lo que había que cambiar. Me cuesta esfuerzo aceptar opiniones que, por lo extendidas, aceptadas e indiscutidas, acaban siendo lugares comunes, y a fuerza de verlos repetidos una y otra vez, pasan por ser la expresión de verdades no sólo indiscutidas, sino indiscutibles. ¿No tenemos derecho a dudarlo? Lo cierto es que de esta encrucijada no se sale, si se penetra en ella con la moral del vencido. Es necesaria una nueva aventura del pensamiento.

Se ignoran los propios deberes, se transfieren las responsabilidades a otras instancias. La suma de abdicaciones personales en el terreno del deber, del estímulo, del esfuerzo, de la responsabilidad, tiene una víctima inevitable: los “otros”, la sociedad. El individualismo es un falso humanismo. El humanismo no es una ideología. es una actitud y un ideal. Hombres y mujeres de distintas ideologías pueden coincidir en él. Sus fundamentos y posibilidades nos obligan a cultivarlo y a proyectar su luz, participando en el esfuerzo común de cuantos sienten la solicitud por el hombre. Primacía del hombre, pero el hombre con deberes y, entre ellos, los que se refieren a la vida social. El bien común consiste en la plenitud de los derechos humanos.

La ocurrencia roussoniana del hombre naturalmente bueno ha llevado, por ejemplo, a sobrevalorar la espontaneidad en la educación de los jóvenes y a olvidar que sin esfuerzo ninguna obra fue hecha. No es desdeñable el desolador efecto de aquellas corrientes pedagógicas que parecen recrearse en el olvido y aún la negación expresa de toda educación del esfuerzo, descuidando así uno de los principales fines a conseguir: la formación adecuada de la voluntad humana. Es más fácil y más cómodo creer en el hombre bueno por naturaleza, que asumir la propia responsabilidad (todos la tenemos) por los hechos propios y ajenos. Por encima del estatus de ciudadano, más allá de las leyes y de las realidades sociológicas, el hombre que tiene afán de plenitud se compromete, de forma más o menos explícita, a realizarse personalmente, a entregarse a los demás y a servir a la sociedad. Este tipo de compromiso me parece vitalmente más importante que toda explicación contractual o pactista sobre el origen de la sociedad. Los derechos y deberes me son dados: debidos o exigidos. El compromiso se asume desde una voluntad de perfección y superación. Se trata de una ciudadanía activa, no ya sólo en lo que toca al ejercicio de los derechos políticos, sino en el sentido más pleno de la expresión. La sociedad necesita, en el sentido más ético de la idea, de la condición heroica. Voluntad de llevar el deber más allá de lo exigible, es decir, allí donde deja de ser deber para ser heroísmo.

Lo más decisivo es el fondo de las cosas, los contenidos y prácticas efectivas, y, sobre todo, los pensamientos y propósitos esenciales. Una revolución más ardua, pero también más asequible que cualquier otra: porque es una revolución que le dice al hombre que su enemigo no es su vecino, sino que su enemigo es él mismo. Que los causantes de nuestros mayores tormentos somos nosotros mismos, el desorden de nuestro corazón, la oscuridad de nuestra intimidad. Una invitación al cambio más rotundo, una invitación al cambio interior. Después, por supuesto, cuando el hombre cambia, pueden cambiar muchas cosas: cambian -de hecho- muchísimas cosas que urge mejorar. Revolución personal en cada uno: el cambio -la mejora- de la propia vida, para dar a los “otros” nuestra mejor versión.

Publicado en "Diario de León" el domingo 9 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/mejor-version_1261965.html

martes, 26 de junio de 2018

Una veleta por cabeza.

Mi amigo Víctor Díaz Golpe es un personaje singular: científico, empresario, economista, escritor (recomiendo leer su libro “El camino hacia el sol. Economía, energía, medio ambiente y sociedad” que pretende ser un punto intermedio de encuentro entre lo técnico y lo divulgativo, haciendo hincapié en la relación existente entre la economía, el consumo de energía y el medio ambiente, así como las repercusiones de estos tres factores sobre la sociedad y la calidad de vida de la población). Hace poco se quejaba en uno de sus escritos que, viendo lo que hay, muchos de nuestros conciudadanos parecen tener una-veleta-por-cabeza. Me hizo gracia la expresión; y, también, me ha hecho pensar: sobre la importancia de tener bien “amueblada” la cabeza.

La desorientación de la opinión pública. Una preocupante realidad. Hasta hace muy poco tiempo no existían los formidables medios de comunicación con que ahora contamos. De vez en cuando leemos o escuchamos comentarios procedentes de personalidades evidentemente excepcionales, que nos sorprenden por su ingenuidad, ligereza y falta de profundidad. Una de las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira. La ley, en democracia, garantiza a los ciudadanos la libertad de expresión; no les garantiza ni la infabilidad, ni el talento, ni la competencia, ni la probidad, ni la inteligencia, ni la comprobación de los hechos. Un medio de comunicación independiente no significa, necesariamente, objetivo o veraz. Tampoco la independencia garantiza la honradez, ni la competencia profesional de sus redactores. El hombre de nuestro tiempo es el más acosado de la historia por los datos, las opiniones y juicios de valor puestos en circulación.

No hay mayor fuente de conflicto que el mal uso de la lengua. Probablemente no sea tan malo golpear a alguien o privarle de todos sus bienes como mermar la buena opinión que se tenga de él, porque es propio de la naturaleza del hombre aferrarse a su honor con más tenacidad que a cualquier otro bien natural. Las discusiones causan buena parte de la infelicidad, especialmente, en las familias. La situación se complica cuando aumentamos el volumen de nuestra voz en vez de esforzarnos por mejorar nuestros argumentos. Hablar es gratis, pero, como habitualmente sucede con lo que no nos cuesta, al final, puede salirnos caro. En inglés la expresión “to hold one’s peace”, conservar la paz, significa guardar silencio. Tenemos una boca y dos oídos, lo que indica una proporción de dos a uno, que debiera valer también para el hablar y el escuchar.

Hay que estudiar, hay que leer, hay que apreciar el pensamiento ajeno. El intelectual es un testigo de las preocupaciones históricas del hombre. Es un testigo que sabe expresarlas. El intelectual es, por esencia, un rebelde. Se rebela contra la condición humana actual y, por tanto, contra los poderes que la engendraron. Ahora empieza, vehemente y revolucionaria, la crítica contra la democracia. Lo importante para el intelectual de los tiempos nuevos, no es interpretar el mundo, sino cambiarlo. La existencia humana es tiempo. Lo cierto es que el intelectual piensa que la condición humana presente debe mejorarse.

La propia naturaleza del hombre destruirá lo que hay de utópico en la llamada “revolución tecnológica”, porque todas las utopías son realizables salvo la de lograr una plena satisfacción del hombre. El hombre es, por sí mismo, insatisfacción. Sin ella no habría historia. Los ideales políticos le están fallando, han perdido eficacia. Quizá haya fórmulas más humanas, más auténticamente humanas. Quizá lo que se nos da ahora como verdades políticas, con pretensiones de universalidad, no sean más que moneda sin valor. Esta supra valoración de lo tecnológico es peligrosa. Es necesario que, a la par que los nuevos conocimientos técnicos, se cultive, en la sociedad contemporánea, lo que de humano hay en el hombre. No es fácil. Sabio es el que sabe sobre el hombre. Los demás saberes, por importantes que sean, pertenecen a un plano distinto. En otros tiempos, el hombre se sentía atraído por el ideal de la belleza o la bondad; hoy sólo le atrae “lo nuevo”. El ser humano necesita para existir del contacto con el mundo, las cosas y los hombres; y no como un contacto cualquiera, sino amoroso. No cabe una ética sin “el otro”.

Recuperar al hombre: un reto que viene estimulado por las consecuencias inhumanas de la insolidaridad, de la violencia, de la destrucción de la naturaleza, de los excesos de la ciencia y de la tecnología y de los muchos agobios que genera la barbarie. Los egoísmos nacionales -caricatura del verdadero patriotismo- son causantes de las guerras y del cruel olvido de tantas personas. Aquí la imagen del mal se disimula con docenas de explicaciones tan incompletas como insensatas. Estoy convencido que sólo unas políticas auténticamente humanas pueden procurarnos una sociedad más digna y más justa. Ya que la imaginación no ha llegado al poder es preciso que el poder tenga imaginación. Creo en la esperanza humana de un mundo mejor.

Mi amigo Víctor es un buen conversador. Cada vez que nos vemos tengo la sensación de haber tenido la suerte de aprender dialogando con una persona interesante. En cierto modo, las personas somos lo que leemos y lo que escuchamos. Lecturas y conversaciones son nuestros principales nutrientes. Por tanto, si leemos buenos libros y procuramos tener buenas conversaciones el resultado será una cabeza bien “amueblada”. Hay otras combinaciones posibles pero la más peligrosa es cuando leemos basura y escuchamos basura, porque el resultado será una cabeza llena de... basura. Con todas las consecuencias que ello tiene en nuestra vida y, también (conviene no olvidarlo), en las vidas de las personas con quienes convivimos. Aprovechar el tiempo y elegir -con criterio- nuestros libros e interlocutores es esencial para una vida lograda.


Publicado en "Diario de León" el lunes 25 de junio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/veleta-cabeza_1259043.html

lunes, 18 de junio de 2018

La montaña de la vida.

Acabo de visitar en Aguilar de Campoo (Palencia) la exposición “Mons Dei” -traduzco para los que han estudiado secundaria bajo el sistema de la ESO: “La montaña de Dios”- que profundiza en el rico significado de la montaña dentro de la tradición simbólica cristiana. Un magnífico ejemplo de dialogo entre fe y cultura, como suelen ser “Las Edades del Hombre”. Una oportunidad única de disfrutar de una de las mejores muestras de turismo cultural de España, avalada por los más de once millones de personas que han visitado las veintidós ediciones anteriores. Frente a las ocurrencias y “soluciones” del realismo mágico, Aguilar de Campoo es un ejemplo de iniciativas para intentar luchar contra la despoblación que asola nuestra región. Pero eso es harina-de-otro-costal e intentaré -otro día- escribir sobre ello.

Cuántas veces perdemos la vida en pensamientos inútiles, vanos, fugaces, pesimistas. Como cuando se siente dentro del corazón como una especie de lanzada que amarga la existencia, la impresión de ser gente fracasada, por lo que sea, a pesar de que se hayan podido realizar las tareas prolongadas de un trabajo verdaderamente sacrificado; siempre hay en la vida algunas cosas que no marchan según nuestro deseo, y, fácilmente, se tiene la sensación del fracaso. Si digo que no hay que renunciar a la felicidad, que no debemos renunciar a ser felices, es fácil que la gente mayor piense que mis palabras se dirigen a la gente joven. Porque parece que “lo normal” es que esto sea sólo para gente joven. Pero muchas veces, si el que escucha es joven, probablemente piense, desde su inseguridad, desde sus dificultades, que se debe estar hablando a personas mayores, a personas instaladas en la vida y sin incertidumbres…

Los hombres, más que hablar, nos dedicamos a repetir. Frecuentemente, entre nosotros las palabras son puras repeticiones; no nacen de un vivir interior. El hombre actual (“multi pantalla”) ve, lee, oye cosas, tiene cada vez más noticias; pero noticias que no se convierten en vida ni le sirven de estímulo, sino que suelen ser un simple almacenaje en la memoria, para ir repitiendo asuntos. Quizá se pudiera decir que hay muchos tipos de palabras. Palabras que solamente nos aturden, o nos fatigan; palabras que, a lo mejor, no hacen otra cosa que ponernos nerviosos. Pero de vez en cuando, entre la abundancia de estas palabras, encontramos alguna que tiene una característica como curativa. De pronto hay una palabra entre las otras que es como una luz, que es como una claridad, una palabra que, momentáneamente, nos hace levantar la mirada y nos recoge. Suelen ser palabras que transmiten un contenido de verdad o expresan alguna realidad de belleza. Pero aún hay otras palabras que son de mayor importancia que estas últimas. Porque cuando la palabra lleva consigo verdad o belleza es palabra importante, pero, muchas veces, esas palabras no se dijeron pensando en nosotros; son el resultado de un descubrimiento, de una pesquisa noble, de una búsqueda probablemente laboriosa, sincera; pero no tienen el carácter especial que tiene la palabra más constante para el hombre, que es la palabra que, además de expresar verdad y belleza, está dicha para él. Cuando uno es, personalmente, el destinatario de la palabra, la palabra reanima; la palabra alivia; la palabra da, de alguna forma, consuelo y paz cuando es palabra dicha para uno mismo, para la situación fatigada o de cansancio, o de pena o de dolor, o de perplejidad en la que uno se encuentra.

Aprovechar el tiempo es clave. A veces, nuestros sueños, nuestras ilusiones, se quedan sólo en proyectos. Esperamos que se cumplan, pero no nos esforzamos lo suficiente para hacerlos realidad. Como si el simple paso del tiempo nos los fuera a regalar. La vida no funciona así. El tiempo es el recurso más valioso y escaso con el que contamos. Y, en ocasiones, nos comportamos como si ignoráramos esta verdad fundamental. Aprovechar el tiempo es básico. Y se puede aprender, hay experiencia documentada -buenas prácticas- y técnicas probadas. Lograr que nuestros sueños dejen de ser proyectos y se transformen en realidades, pasa por administrar nuestro tiempo con inteligencia y con intensidad. Identifiquemos los famosos "ladrones de tiempo" (los que más nos afecten a nosotros) como reuniones, visitas, interrupciones varias, navegar-por-internet... que nos acechan y que no son tan fáciles de contener. A veces combatirlos resulta complejo y frustrante. Reflexionemos acerca de nosotros mismos y de nuestro trabajo. Cada uno pierde o desaprovecha el tiempo a su propia manera, y sólo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, salir del caos.

Dice mi amigo Fernando que existe el riesgo de que las tecnologías digitales invadan la vida familiar, el trabajo. Hace falta que cada uno se forme personalmente para descubrir, en cada momento, cuál es el uso adecuado, útil, de esas tecnologías. No las podemos despreciar: simplemente, hay que usarlas bien. Internet tiene una potencia impresionante y ofrece posibilidades enormes, para informarnos, para comunicarnos instantáneamente con otros, etcétera. Pero, al mismo tiempo, existe siempre el riesgo de exponernos a contenidos inútiles, que nos hacen perder el tiempo, que nos hacen daño. Por tanto, debemos esforzarnos por desarrollar la capacidad para discernir y usar esos medios exclusivamente cuando los necesitamos. Es importante transmitir este criterio -sobre todo- a los jóvenes y, lo más importante, predicar-con-el-ejemplo: intentar vivirlo.


Publicado en "Diario de León" el domingo 17 de junio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/montana-vida_1257142.html

martes, 5 de junio de 2018

Delitos en las redes sociales.

Mostrar alegría por la muerte de un personaje público, desear el fallecimiento de alguien, o el peor de los destinos, por sus ideas, por sus gustos; amenazar, más o menos veladamente, a una persona, con un mal más o menos concreto; defender diferentes formas de violencia por razón de etnia, religión o género; incitar a realizar actos violentos o injustos contra otros; mostrar imágenes desagradables, ofensivas o violentas y burlarse de quienes son humillados en ellas; transmitir ideas extremistas y defender ideologías intolerantes. Ninguna de estas conductas es originaria ni exclusiva de las redes sociales, pero así lo parece, dada su proliferación en alguna de ellas, la exagerada alarma social que ha generado y el número de resoluciones judiciales que las han enjuiciado en los últimos años. Por ejemplo, sólo los procesos judiciales por delitos de terrorismo relacionados con internet y las redes sociales han aumentado significativamente en España en los últimos años, pasándose de apenas un par de resoluciones en 2010 a más de 35 en 2016. Todo un tema que me dado para pensar, sobre todo, después de leer el libro “Cometer delitos en 140 caracteres. El Derecho penal ante el odio y la radicalización en internet”, una obra colectiva dirigida por Fernando Miró, catedrático de Derecho penal de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

Es verdad que Internet en general, y las redes sociales en particular, desempeñan un importante papel de difusión de mensajes extremistas y de odio. También lo es que, por ejemplo, Twitter se haya convertido en un medio muy claramente enfocado hacia la crítica política e ideológica. Preocupación tanto por la potencial proliferación en el ciberespacio de contenidos que niegan valores esenciales para la convivencia social, como por la tendencia consistente en pretender enmudecer, por medio del Derecho penal, dichas expresiones y mensajes por su supuesta potencial capacidad para causar daños o por su carácter ofensivo para los demás. Tan peligroso es para una sociedad democrática la difusión del odio y el extremismo como la uniformidad de pensamiento y el silenciamiento del debate público. Es-para-ayer la actualización del significado de la libertad de expresión en la era de las redes sociales y, en particular, no caer en la tentación de utilizar el sistema penal para acallar el debate político o las opiniones desagradables o intolerantes.

La libertad de expresión, especialmente aquella que tiene que ver con la expresión de ideas políticas, no es un derecho cualquiera sino uno de los que fundamenta nuestro Estado Social y Democrático de Derecho (“derechos fundamentales”), y solo una afectación de la dignidad personal debería permitir la intervención del Derecho penal. Así, por ejemplo, la libertad ideológica o de expresión no pueden ofrecer cobijo a la exteriorización de expresiones que encierran un injustificable desprecio hacia las víctimas del terrorismo, hasta conllevar su humillación. No se trata de penalizar el chiste de mal gusto, sino que una de las facetas de la humillación consiste en la burla, que no se recrea con chistes macabros con un sujeto pasivo indeterminado, sino bien concreto y referido a unas personas a quien se identifica con su nombre y apellidos. Se persiguen conductas especialmente perversas como es la injuria o humillación a las víctimas, incrementando el padecimiento moral de ellas o de sus familiares y ahondando en la herida que abrió el atentado terrorista.

La diversidad cultural inherente a las actuales sociedades multiculturales es tanto fuente de riqueza como de conflictos sociales. Es un hecho innegable, en efecto, que la coexistencia de diferentes comunidades con divergentes visiones del mundo, enfrentadas tradiciones culturales y religiosas y diferentes prácticas y costumbres, constituye en ocasiones un foco de importantes tensiones en la convivencia. Un Estado liberal y democrático no puede imponer a sus ciudadanos ninguna convicción determinada, y en consecuencia pueden pensar y tener las motivaciones que quieran. El Estado le deja creer libremente, pero, en contrapartida, le exige que-se-comporte- conforme-a-Derecho. La libertad de expresión debe amparar no sólo las ideas recibidas favorablemente o consideradas inofensivas o indiferentes, sino también las que hieren, chocan o inquietan: así lo exige el pluralismo y la tolerancia, principios básicos en una sociedad democrática. No podemos castigar la mera expresión de una ideología política, aunque ésta sea antidemocrática. El discurso del odio está sirviendo para justificar restricciones al derecho a la libre expresión y a la libertad ideológica. El Tribunal Supremo se ha mostrado crítico con el propio concepto de discurso del odio al que ha calificado de “equívoca locución”. Opinión-de-un-opinante: considero incompatibles estos preceptos con la libertad de expresión, no sólo porque ideas u opiniones puedan ser criminalizadas según cómo se las interprete, sino porque la indeterminación de que puedan -o no- ser objeto de persecución penal disuade respecto al ejercicio legítimo de algunos derechos fundamentales.

Importante: la lucha contra el discurso del odio no puede quedarse en el terreno estrictamente jurídico. Todos los ciudadanos debemos asumir nuestra responsabilidad siendo tolerantes frente a aquellas ideas y opiniones que nos parecen equivocadas y/o injustas; estando dispuestos a hacer uso de nuestra libertad de expresión para combatirlas argumentalmente; y, finalmente, con compromiso cívico en la lucha contra la impunidad verbal. Importancia de exigir la verdad y el respeto a cualquier persona, que se traduce -en todo caso- en evitar el insulto gratuito en sus más variadas manifestaciones. Toda persona debe responsabilizarse de aquello que afirma.

Publicado en "Diario de León" el domingo 3 de junio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/delitos-redes-sociales_1253801.html

domingo, 27 de mayo de 2018

Lo que nos une.

Emmanuel Macron se ha propuesto devolver la sonrisa a una Europa deprimida, avivar la lánguida llama del europeísmo. Su discurso ante el Parlamento Europeo me parece inspirador: no quiere pertenecer a una generación de sonámbulos que ha olvidado su pasado, y alerta sobre los peligros de una especie de guerra civil europea donde nuestras diferencias y egoísmos nacionales parecen más importantes que lo que nos une frente al resto del mundo. 

Europa como forma de vida. Pero he aquí la magia creadora del lenguaje. No es posible delimitar ni geográfica ni históricamente el contenido del sustantivo Europa, pero el adjetivo “europeo” se nos impone con especial fuerza de presencia. Vago, difuso, pero presente, adhiriéndose firmemente a las entretelas del pensamiento. ¿Qué significado tiene ese adjetivo? ¿Existe algo peculiar en el modo de vivir que podamos calificar de “europeo”? La palabra al servicio de la idea. El papel histórico de Europa es el de haber sido germen de todas las grandes ideas que ha producido la civilización occidental, todas las ha ensayado en sí misma. El clasicismo griego, el orden romano, el impulso de los germanos y el espíritu del cristianismo son raíces del tronco común, que llamamos “cultura europea”. La persona empieza a descubrirse en el mundo griego, pero sólo madura a través de la experiencia cristiana. Nunca la dignidad de ser hombre se esclareció de modo tan luminoso. Se descubrió persona, la que tiene derecho a existir por sí misma, sin responder ante nadie en este mundo. Una cultura es una forma de vida.

Pero para que el proceso de unidad de Europa sea fecundo, para que Europa sea una realidad política en marcha, los europeos -y sus representantes- debemos actualizar y unirnos en torno a nuestros valores. El diálogo sobre los valores, uno de los problemas críticos de nuestro tiempo. Hay una subestimación de los valores producida por el sentimiento de que han perdido eficacia. Lo que no cabe es hacer análisis, crítica, política sin apoyarse en valores. El "está bien" o el "está mal" sólo cuentan en la medida en que están respaldados por un profundo bagaje de saberes, experiencias y convicciones. No es un tema menor: en el concepto que se tenga de la naturaleza humana está la raíz, la visión -y posibles soluciones- de los problemas sociales y políticos. El hombre no vive en sociedad por medio de un “contrato”, sino por una exigencia primaria de su modo de ser.
Este asunto es de tal envergadura que no podrá taponarse nunca con buenas palabras, con argumentaciones sutiles, ni siquiera con las más inmejorables intenciones. Es la hora de la buena política. Hombres y mujeres concretos, de carne y hueso. Serenos, valientes y resueltos. En un trance tal, la personalidad egregia tiene función de capitanía. Y su triunfo estará en que sepa sumar a los demás en torno. De ahí que, en última instancia, el secreto del éxito del hombre grande -del líder- esté en su capacidad de ganar colaboraciones. Sumar a todo trance y no dividir. Buscar lo que une antes de fijarse y hurgar en lo que nos separa. Coordinar los esfuerzos afines hasta donde sea posible. Y esto sin ceder en lo esencial, sin pactar alianzas corrosivas, sin traicionar por malicia, por ingenuidad, por error, o por torpeza. Otra rápida consideración. Una empresa cualquiera, de cara al futuro, ha de atender con primordial cariño a quienes en sí mismos son los portadores del porvenir. A los jóvenes. Una máquina que haya de funcionar por un tiempo decente, y más si ha de hacerlo en circunstancias difíciles, no ha de montarse con piezas gastadas, con ruedas mal forjadas en aceros sin temple o melladas por el mordisco del tiempo. He aquí todo un espléndido horizonte de acción individual para quienes sean conscientes de lo difícil, complicado y arduo que es levantar un futuro.
No es tiempo ya de creer que los problemas concretos de la vida de cada país puedan ser resueltos cerrando las puertas al exterior, ni en lo económico y técnico, ni en el campo de las ideas. Europa está en una grave encrucijada: si mantiene la misma mentalidad que en los últimos tiempos, su aventura histórica está tocando a su fin. Si no encuentra otro estilo de pensar, no podrá mantener su estilo de vivir. Las crisis pasadas eran crisis cargadas de esperanzas. La característica esencial de la crisis presente consiste, precisamente, en la ausencia de esperanza. En todo este galimatías, a veces, en nombre de la libertad nos han arrebatado nuestras libertades. El mundo nunca será perfecto, porque el ser humano no lo es. Lo que siempre puede hacerse es tratar de comprender lo más posible y no maltratar a nadie. Por ello es razonable una invitación deliberada al optimismo, a través del redescubrimiento y actualización de verdades. Confiando en la fuerza creadora de la libertad, en la entrega generosa y total de personas audaces. Luces claras en las inteligencias y en las conductas. Lo cierto es que de esta encrucijada no se sale, si se penetra en ella con la moral del vencido. Es necesaria, en el europeo, una nueva aventura del pensamiento.

Publicado en "Diario de León" el sábado 26 de mayo del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/une_1251864.html