@MendozayDiaz

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jueves, 26 de octubre de 2017

El voto de Sosa Wagner.

Hace meses coincidí con el profesor Sosa Wagner en el mismo vagón del tren a Madrid. Él iba sentado en dirección contraria al sentido de la marcha, en una plaza de las que comparte mesa con otras tres, y yo frente a él, dos filas más allá. Desde que el tren se puso en marcha comenzó a leer, un libro en alemán; a continuación, otro en español. Una hora después se levantó, volvió a los pocos minutos, se sentó, sacó un cuaderno de su maletín y se pudo a escribir. Así estuvo durante casi otra hora. Un edificante ejemplo de aprovechamiento del tiempo.

Le observaba cómo escribía: es un declarado grafómano, todo lo escribe, dicen. He disfrutado leyendo varios de sus libros. La última vez, sus “Memorias europeas” (las leí en el verano del año 15): un delicioso relato en el que aprendí desde cuestiones relevantes sobre el funcionamiento de la administración europea, el poder de los grupos de presión (y con ejemplos concretos de cómo se las gastan) hasta cuál es una buena librería en Bruselas o Burdeos; donde se comen las mejores habas tiernas y chanquetes en Jaén, el mejor arroz en la playa de la Malvarrosa o el postre que uno no se puede perder en Estambul. Y también cuestiones más prosaicas como el motivo por el que suele lucir su pajarita. Todo ello aderezado con un caudal de anécdotas y de citas cultas.

Junto a él, pero al otro lado del pasillo, viajaba un joven ciudadano que por su aspecto -y por su olor- pareciera que la última vez que se aseó fue cuando los años empezaban por 19... Pasó el viaje despatarrado, a ratos durmiendo a ratos hablando por el móvil. Y entre una y otra “actividad” bebía de una lata cuya marca yo desconocía (nunca ha existido una época más fértil que la nuestra en la invención de bebidas novísimas y de nombres extraños), eructaba y durante un tiempo perdía la mirada en algún mundo paralelo… Volvía cuando sonaba su móvil: es cierto que las palabras matan más que los estoques. Sus conversaciones le retrataban: su ignorancia era demasiado honrada y deslumbradora. Y no me preguntes porqué, pero comencé a reflexionar sobre si era justo -razonable- que, en unas elecciones, el voto de D. Francisco Sosa Wagner tuviera el mismo valor que el de este personaje. Ahora entiendo por qué se dice que Churchill vacilaba en sus convicciones democráticas cuando conocía y hablaba con un elector.

Salí algo deprimido de ese ejercicio, pensando en lo que le espera a España con una juventud tan toscamente formada. Gentes con mucha información y poca formación. La democracia no es votar, es elegir: pero para elegir hay que conocer. Y el periodo formativo del hombre sólo acaba con la muerte. Nunca se sabe bastante ni se es suficientemente perfecto. La vida es una constante creación de la propia calidad. La técnica ha transformado radicalmente el régimen existencial del hombre. Actualmente se menosprecia lo cualitativo. Estoy en contra del relativismo cultural: somos iguales, pero no somos lo mismo. No podemos cerrar los ojos ante, por ejemplo, la humillación del velo, de la ablación, de los casamientos a la fuerza, o ante generaciones de personas -de electores- culturalmente averiadas. Lo importante para los esclavos del marketing y de la demoscopia, es cambiar el nombre a las cosas para ver si, de esta manera, consiguen cambiar la realidad. O sea, pervertir el lenguaje para pervertir la política. La existencia de instrumentos exteriores de configuración de la opinión ha concluido por modificar el alcance de la soberanía.


Los últimos acontecimientos en Cataluña están siendo una oportunidad para el redescubrimiento y actualización de verdades. Votar es democrático. Y también lo es decidir sobre qué no se vota y dónde reside la competencia para votar una cosa u otra. Con Franco no teníamos democracia, pero tuvimos muchos referéndums. Con diecisiete relatos de una historia común no hay país que afronte su futuro con garantías de éxito. En España hay, ahora, muchas personas que quieren la República como se quiere una corbata verde, sin saber por qué. La forma de estado no es tan importante: lo que importa es la calidad democrática del sistema.

Lo que no cabe es hacer crítica sin apoyarse en una tabla de valores, en unas convicciones. El crítico arranca de unos principios, califica según unos baremos previos. Desde tiempos de Platón se viene repitiendo que el pensamiento es un diálogo del alma consigo misma. Y así lo creo firmemente. Como creo también en la eficacia intelectual y política del diálogo con "el otro". Nuestro país está muy menesteroso de ambas cosas. Debemos de huir de la eyaculación panfletaria. Pienso que hasta las discrepancias más frontales y los juicios más adversos pueden    -deben- formularse con corrección, decoro y distancia. En estas circunstancias, tan delicadas, los comentarios deberían ser, al menos, dechado de objetividad, desapasionados, abiertos. En línea con los valores de nuestra cultura humanista: diálogo, libertad e inteligencia.

Todo ciudadano debe asumir su condición política, tener la posibilidad de votar a aquellas personas que representen mejor que nadie sus ideas, "mancharse las manos" y empeñarse en la lucha de mejorar la cosa pública. Contribuir -con su acción política y/o con su voto- a que el Parlamento esté lleno de ciudadanos que piensen que la política ha de servir para hacer posible lo que es necesario. Sin olvidar que no actuar es otra forma de actuar.

Publicado, en "Diario de León",http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/voto-sosa-wagner_1197968.html el lunes 23 de octubre del 2017: 

miércoles, 18 de octubre de 2017

La vida es bella.

Cada vez más frecuente: matrimonios -aparentemente- consolidados que dan “sorpresas”. En ocasiones, el motivo es que se ignora la verdadera naturaleza de la relación. El matrimonio no es un contrato de servicios sexuales. Suena un poco burdo, grosero. Matrimonio es unidad de vida y amor. El matrimonio es promesa de amor y no sólo pacto o convenio. Hoy en día es frecuente una versión débil y pactista del amor, que consiste en renunciar a que no se pueda interrumpir. Este modo de vivirlo se traduce en el abandono de las promesas: nadie quiere comprometer su elección futura, porque se entiende el amor como convenio, y se espera que siempre de beneficios.

Cuidar los pequeños detalles, todos los días. En la vida familiar hay que poner en juego todas las energías. Un descuido puede ser percibido como una falta de amor o una deslealtad: “si no se acuerda de llamar es que no me quiere”, “que no haya hecho tal cosa es que no le importo”, etc. Los juicios sobre terceras personas suelen ser más condescendientes; frente a la pareja, muchas veces, se es demasiado exigente, severo. Es muy conveniente actualizar el compromiso: cada noche tendría que poder contestar -afirmativamente- a estas dos preguntas: ¿He sabido manifestar mi afecto a mi esposa (o a mi esposo)? ¿Lo ha notado?...

Cuando el amor matrimonial madura, configura un “nosotros” que torna la biografía individual en co-biografía. Este “nosotros” implica la instauración de una obra común, que es esencialmente el bien de los cónyuges y la apertura de la intimidad conyugal a los hijos, es decir, la familia. El matrimonio compromete a integrar la propia biografía en un proyecto común, a fusionar la trayectoria personal en la trayectoria matrimonial. De no ser así, acaba convirtiéndose en una intimidad que se auto complace, en dos egoísmos que conviven.

Es conocida la afición japonesa por el pescado crudo, por el famoso “sushi”. Pues bien, para que los peces se mantengan frescos desde que son capturados hasta llegar a puerto, los grandes buques pesqueros japoneses introducen en los depósitos pequeños tiburones que, lógicamente, se comen unos cuantos peces, pero a los demás los mantienen alerta durante todo el trayecto. Llegan al destino como recién pescados en alta mar. Las dificultades, grandes o pequeñas, nos pondrán a prueba muchas veces. Puede que incluso lleguen a hacernos tambalear. No obstante, si sabemos superarlas nos harán más fuertes, más capaces, más decididos.

Sin orden es imposible ser feliz. Los expertos en orientación familiar hablan de una herramienta eficaz: la agenda. La agenda recoge no sólo los compromisos profesionales, las citas a las que nos convocan, sino también aquellos tiempos que fijamos nosotros mismos para sacar adelante nuestra familia y nuestra vida personal. Si el tiempo de la familia está anotado en el mismo lugar que las reuniones “importantes”, seguro que no pasará inadvertido. Si no, quedará sepultado por las mil urgencias de cada día. Si un cliente quiere quedar a las siete y media de ese día, pero está prevista la vuelta a casa para esa hora, se le puede decir que tenemos otra reunión, lo cual es rigurosamente cierto, y quedar a otra hora u otro día. Si hay que concertar una llamada, es preferible pedir que se llame en horario de trabajo (y quizá apagar el teléfono móvil a partir de cierta hora en casa).

A veces pienso que nuestro caminar por la existencia se parece al del equilibrista, que no tiene que fijar los ojos en los pies ni en lo alto, sino mirar hacia delante, entre la cuerda y la meta. La felicidad tiene mucho que ver con el equilibrio. No encontrarás una persona feliz que no sea alegre. La relación entrañable parte ya en las mismas entrañas. Y jamás es tarde para intentarla, para poner los medios. “La vida es bella”: ese padre que tiene que recrear la vida de su hijo y es capaz, en las condiciones más inhóspitas y crueles, de convertir un campo de concentración en una aventura familiar divertida, en donde el duro entorno es usado como punto de referencia del juego. Transforma, por amor a su hijo, lo más aberrante y hostil en una comedia encantadora, donde sólo los adultos conocen la dura realidad que está detrás de la apariencia visible. Los padres debemos dar a nuestros hijos el ejemplo de un amor continuado. O, al menos, intentarlo.


lunes, 18 de septiembre de 2017

El trabajo "de mamá".

“Todas las familias felices se parecen; mientras que cada familia infeliz lo es a su manera”. Así comienza una de las mejores novelas de todos los tiempos: “Ana Karenina”. Fue escrita hace más de cien años por León Tolstoi, un gran novelista ruso que supo llegar a las entrañas más profundas de los sentimientos humanos. Tolstoi pensaba que hay muchas maneras de ser desgraciados, pero una sola de ser felices. Yo, por el contrario, creo que todas las personas infelices se parecen y que cada cual es feliz a su manera. Todas las personas infelices se parecen, tienen algo en común: no han sabido superar el egoísmo. La barrera que nos separa de la felicidad siempre es la misma: nosotros mismos. En cambio, cada uno es feliz a su manera. Es lo que cantaba Frank Sinatra en aquella mítica canción que precisamente se titulaba “My way”, “A mi manera”. Hay tantas maneras de ser feliz como personas, porque la felicidad es el sentimiento más íntimo e intransferible.

La infelicidad de muchas personas se resume en que no han encontrado una razón a su vida. Para algunas personas la vida no tiene sentido. Mejor dicho, piensan que el único sentido de la vida es que ésta no tiene sentido, que hay que vivirla sin más. No vale la pena, por lo tanto, hacerse preguntas profundas, porque simplemente no tienen respuesta. Personas que viven medio dormidas, que no encuentran sentido a su vida o que lo buscan en cosas equivocadas. No es extraño que piensen que la vida no tiene sentido, porque encontrarlo no es fácil. Parece algo evidente, pero hay muchas personas adultas que no han madurado, que no han dado ese paso tan fundamental, que siguen echando balones fuera, que siguen culpando a los demás de lo que les pasa, que no son capaces de asumir responsabilidades. Uno no puede madurar hasta que no acepta que es el responsable de su vida, hasta que no deja de echar las culpas a otro de lo que le ocurre, hasta que no asume que sólo él o ella, y nadie más, responde de sus actos.

Aunque lo parezca, la realidad no es inamovible por la sencilla razón de que nosotros pertenecemos a ella. Por lo tanto, si nosotros cambiamos, la realidad tiene que cambiar también. La cuestión está en aprender a influir en la realidad para que ella no nos influya negativamente. Aquella frase clásica que dice serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que sí puedo y sabiduría para distinguir la diferencia. La mayoría de las recomendaciones tienen una cosa en común: para ser felices tenemos que salir de nosotros mismos. Una manera en que se puede aportar un sentido a la vida es dedicarse a amar a los demás, dedicarse a la comunidad que nos rodea y dedicarse a crear algo que nos proporcione un objetivo y un sentido.

Ser feliz se parece a regresar al hogar. Todavía hay hombres que cuando se involucran en las tareas domésticas, y en la educación de los hijos, lo hacen con la conciencia de estar actuando como suplentes, ya que la responsabilidad titular del cuidado de los hijos corresponde a la madre, a la que ellos ocasional y graciosamente “ayudan” …. Un padre debe responsabilizarse en cuanto padre y no como una madre “de segunda categoría”. Qué triste que un padre no inculque en sus hijos el valor del trabajo “improductivo”, en el sentido de mal pagado y no siempre agradecido, pero generoso y abnegado de la madre. Unas dedicadas en exclusiva al trabajo en el hogar y, otras, la mayoría, compatibilizándolo con sus trabajos profesionales. Conciliando o, al menos, intentándolo. Como le escuché hace años a un orientador familiar: las madres cocinan para que otros coman, limpian para que otros ensucien, ordenan para que otros desordenen, reparan para que otros estropeen, organizan para que otros desorganicen, entretienen para que otros no se aburran, cuidan para que otros no enfermen, dan compañía, seguridad, cariño; enseñan a trabajar, enseñan a vivir…Y todo eso para que, en algunos casos, el cretino de su hijo, preguntado sobre en qué trabaja su padre diga (por ejemplo): “trabaja en un supermercado”; y sobre su madre (dedicada al trabajo en casa) diga: “no trabaja en nada…”.

Tenemos la responsabilidad de valorar, ante nuestros hijos, con gestos claros, explícitos, el trabajo doméstico, independientemente de cuál de los padres lo realice, porque es tarea de ambos. Como en tantas cosas de la vida el mejor gesto es el ejemplo, encargándonos de tareas concretas. Por ejemplo, limpiando un baño que, además, no es tarea exclusiva de papá o mamá: los hijos también tienen que responsabilizarse a través de sus propios encargos en la casa. Si no lo hacemos, los hijos entenderán que servir por cariño, hacer amable la vida a los demás, hacer compañía, preocuparse por algo que no sea uno mismo, es un desperdicio improductivo muy distinto -inferior- al del trabajo fuera del hogar.



Publicado en "Diario de León el domingo 17 de septiembre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/trabajo-de-mama_1188626.html

martes, 5 de septiembre de 2017

La suerte de vivir en León.

Tengo la suerte de vivir y trabajar cerca del río Bernesga a su paso por la ciudad de León. Seis, ocho, diez veces al día lo cruzo, en un sentido u en otro. A distintas horas, con luces diversas. Me encanta el Paseo de La Condesa con sus castaños, ahora anticipándonos sus frutos, ofreciéndonos la sombra que tanto se agradece en esta época del año. Hace meses que disfruto con las fotos de Andrés Martínez Trapiello: magníficas, de los rincones más entrañables y pintorescos de nuestra ciudad. Tomadas, habitualmente, a primera hora, cuando sale a pasear con Tosca; y publicadas en su Facebook, casi todos los días.

Hoy, temprano, crucé el Bernesga por la pasarela a ras del río. Me paré y miré las aguas tan cristalinas, la vegetación a ambas orillas. Paisanos pescando. Caminando, otros más rápido. Solos o acompañados. Todos disfrutando del paseo. Más allá, el puente de San Marcos. Si las piedras hablaran. Por allí han pasado y pasan, cada día, miles de peregrinos haciendo el camino. Durante más de veinte años, por razones de mi trabajo, he vivido en varias ciudades, en Europa y en América. No es presunción, quiero decir que sé de lo que estoy hablando: cuánta gente anhela disfrutar de lo que disfrutamos quienes tenemos la suerte de vivir en León. Cerca de la Pulchra Leonina, de San Isidoro, de la Plaza Mayor, de nuestros parques y jardines (¿cuándo fue la última vez que diste una vuelta por el parque de Quevedo?). No es común. Es cierto que falta mantenimiento (mucho), que la limpieza deja mucho que desear (en mi opinión, una de las prioridades de nuestra ciudad). Pero no toda la responsabilidad es de nuestras autoridades municipales: hay conciudadanos que no colaboran, que abusan. Esos mamarrachos que rayan las paredes con frases o dibujos absurdos. Por favor, no les llamen grafiteros, que eso los eleva, pareciera que les otorga una categoría de artistas que no merecen. Me enfado cuando paso por la orilla este del río y veo destrozadas las figuras de madera que con tanta gracia y singularidad embellecían el paisaje y eran juego y agrado para los más pequeños y sus acompañantes. Algún hijo-de-su-madre no tenía mejor cosa que hacer que arrancarles las crines a los caballitos, las patas a los cocodrilos y los cuernos a las vaquitas.


O cada año, por San Juan, al ver cómo la generación-más-preparada-de-nuestra-historia (no sé si reír o llorar) deja las orillas de nuestro Bernesga después del llamado botellón. Los mismos angelitos que durante el año te miran feo si te equivocas al depositar en una papelera una botella en el lugar del papel o donde la basura orgánica. Hipócritas. Nos molestamos cuando un perro defeca y su dueño no lo recoge, pero nada decimos cuando esos miles de bárbaros defecan y más junto al río, en las calles y en-los-portales-de-los-edificios-cercanos… O solicitamos a las administraciones más campañas para prevenir a los adolescentes de los males del alcohol y de las drogas, y, sin embargo, en esas “fiestas” son miles los menores de edad que, ante la pasividad de sus padres y autoridades, se ponen hasta el chongo. En fin, no quiero enturbiar el sentido de mis palabras, pero es que me duele que se ponga en peligro algo que quiero y valoro, ante la tibieza de propios y extraños.

León es una ciudad muy agradable para vivir. Y no sólo por su historia, por sus monumentos. León es una forma de vivir, de relacionarse, de convivir. Un estilo de vida. Lo triste es que, a medio plazo, incluso a corto, es probable que esta calidad de vida no sea sostenible porque los indicadores dicen que somos los primeros en ancianos, en bajas de larga duración, en pérdida de población o en menor crecimiento económico. Ante esta situación es inútil lamentarse. Lo que hay que hacer es actuar, democráticamente. Si León, durante las últimas décadas, ha dejado de ser lo que era -o lo que quisimos que fuera- en favor de ciudades como Burgos, Valladolid, Palencia… Pues es muy sencillo, como nuestros políticos no han hecho bien su trabajo: que pase el siguiente. Que-más-vale-malo-conocido-que-bueno-por-conocer. ¡A otro perro con ese hueso! Ese cuento ya nos lo conocemos: se llama voto del miedo y estamos sufriendo sus consecuencias. Afortunadamente, cada cierto tiempo, tenemos la posibilidad de elegir a los representantes que, según nuestro criterio, mejor van a defender los intereses de León o que, al menos, lo van a intentar. A su manera, ¡viva la libertad! Y, si no lo hacemos, para solaz de los actuales, daremos por bueno ese refrán que dice que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece.

Publicado en "Diario de León" el domingo 3 de septiembre del 2017: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/suerte-vivir-leon_1185341.html